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Loco y polémico

Hernán Montenegro: “La cocaína no es mala, el problema es uno”

Hernán Montenegro, el Loco, recibe a Viva en la casa prestada de Palermo donde vive. Musculosa rota que deja ver sus tatuajes. Jeans clásicos. Dos interminables metros de altura y una sonrisa. Es, en rigor, la segunda cita con él, porque la primera, cuarenta y ocho horas antes, se frustró: no hubo forma de que se despertara de la siesta (y eso que una productora casi le tira la puerta abajo de los golpes). Pero, ahora, Montenegro está bien despierto y feliz de ser anfitrión.

Figura destacada del básquet argentino de los noventa, talentoso y excéntrico, rey del derrape, con un pionero y fugaz paso por la NBA, está gozando de una segunda fama gracias a su participación en MasterChef Celebrity (Telefe). El Loco vivió mil vidas y, según dice todavía, le quedan más. Cruzado de piernas, pose estilo Charly García, se abre y se sincera: “Voy a contar todo”.

“Siendo muy niño me pasaron cosas fuertes, distintas, y sentí que tenía la necesidad de vivir muchas vidas en una. Ese es el estímulo mío de siempre y es por lo que sigo viviendo hoy. Creo en eso, vivo en eso y creo que no me he equivocado”, se sonríe y prende un cigarrillo.

“Soy un busca real, un busca de nuevas vidas y aventuras. Si no siento eso me deprimo y no me lleva a ningún lugar bueno. Mucha gente vive dentro de una estructura, pero a mí jamás me vas a meter en una. No entiendo esa concepción de las cosas, la vida te tiene que sorprender. A mí, particularmente, cuando dejó de sorprenderme me fui al carajo”, suelta.

-¿Qué significa irte al carajo?

-Que no mido las consecuencias de las cosas que puedo vivir y esas consecuencias afectan a otras personas. He sido muy egoísta en ese sentido, pero no de mala leche. Y cuando digo otras personas, hablo de mis hijos, mis nietos, la gente que me ha rodeado. El tema es que no puedo dejar de ser yo y sentir lo que siento en cada momento. Y ahí me voy al carajo. Hice daño y he sido tóxico con las personas que más quiero y eso es muy triste, pero al mismo tiempo no puedo traicionar mi ser. Mi ser tiene que prevalecer. Creo en los individualismos, vine solo a este mundo y me voy a ir solo. En el medio está la vida. Sí me hago cargo que con mi forma de ser le he hecho mal a personas que están ligadas a mí sentimentalmente y eso no está bueno, pero tampoco puedo dejar de vivir.

Se queda unos minutos en silencio, larga una bocanada de humo y agrega:

“Tengo un tema con la libertad. Para mí, decidir cada día de mi vida qué voy a hacer es fundamental y esto no es de hoy, que tengo 54 años, fue siempre así. Desde cuando era un niño. No tolero que me digan lo que tengo que hacer. La libertad la ejerzo, no la pido. Soy como soy, se toma o se deja. Y eso es lo que creo. Es lo que les inculqué a mis hijos y es lo que les transmito a mis nietos. Sean libres y que la creatividad no se la coarte nadie”.

Firmé un contrato a principios de los ‘90 y puse una cláusula que decía que no tenía derecho ni deber a entrenar. Debo ser el único deportista profesional de la historia que firmó un contrato así.

“¿Entendés, amigo?”, pregunta para chequear el canal de la conversación. El Loco, a medida que habla, piensa y se sumerge en reflexiones personales. Se muestra receptivo de la gente que se ha cruzado en la vida y se refleja en esa filosofía de sentir y pensar.

“Yo aprendo del otro, busco todo el tiempo la vanguardia, que me partan la cabeza, que me la abran. No me puedo quedar en mí solo. Necesito apertura todo el tiempo, pero eso no significa que tenga que ir a buscar a personajes conocidos. Esto me pasa en la calle, en mi barrio. Gente que no conozco. Ahí encuentro la felicidad de mi vida. Yo no tengo nada material, abandoné esa historia”, dice, y tira la ceniza del cigarrillo en un vaso con agua en el que flotan varias colillas.

Se sirve un vodka (“permiso, eh”) y con su cara atravesada por los años de aventuras, gesticula acompañando sus palabras.

“Viajé por 72 países y he vivido en 18. Soy un burro de la vida que aprende del otro. De pedo hablo castellano, pero puedo hablar inglés e italiano. El viajar, el irte a otro lado, el abrirte, te enseña. Si vas a Roma hacé lo que hacen los romanos. Salí de tu ser. Nosotros, los argentos, tenemos un problema: vamos a Checoslovaquia o vamos a Serbia y queremos que nos hagan el bife de chorizo como lo hacemos acá. Somos tan degradantes… Si te estás yendo a Serbia, que tal si aprendés qué es lo que hace un serbio o un checo.” 

Hernán Montenegro pasó por la NBA: fue elegido por Philadelphia 76ers y no llego a debutar (1988).
Hernán Montenegro pasó por la NBA: fue elegido por Philadelphia 76ers y no llego a debutar (1988).

En la vida itinerante de Montenegro entra su faceta deportiva y una carrera como basquetbolista profesional que lo llevó por Puerto Rico, Venezuela, Chile, decenas de clubes en Argentina, un breve paso por la NBA y la experiencia de integrar la Selección que jugó el Torneo de las Américas de Portland 1992 junto a Marcelo Milanesio, “Pichi” Campana y otros grandes del básquet argentino.

En aquella competencia enfrentó al Dream Team de los Estados Unidos comandado por Michael Jordan. Pero esa vida que uno imagina de sacrificio y entrenamiento metódico no fue parte del Loco. También acá pesó su búsqueda por la libertad.

“No tengo camisetas, no tengo pantalones, zapatillas… El básquet fue. Agradezco a un deporte hermoso que me dio la posibilidad de vivir lo que quería vivir: viajar, conocer gente”, se sincera.

El Loco Montenegro sigue en carrera en Masterchef.
El Loco Montenegro sigue en carrera en Masterchef.

Soy un antideporte y me hago cargo. Firmé un contrato a principios de los ‘90 y puse una cláusula que decía que no tenía derecho ni deber a entrenar. Debo ser el único deportista profesional de la historia que firmó un contrato así. Deportivamente está muy mal, pero me hago cargo de mi historia. Fui un artista de lo mío. Puede sonar soberbio, pero fue así. Esto no significa que haya sido un gran deportista, nada que ver. Me chupa un soberano cojón lo que fui. Todo lo que hice fue para viajar a donde viajé y para ser quien soy hoy: un ser humano común que hizo cosas distintas.”

El Loco no cuenta las ganadas y lejos de atarse a la reputación que le dio el básquet, aclara: “De lo único que me voy a jactar es que fui a la NBA cuando nadie sabía qué carajo era. Después vinieron los demás”.

Y sigue: “Llegué en el 88. Fui a la Luna y no me llaman Armstrong. Abrí la puerta y los demás hicieron un portón –aplaude con sarcasmo–. Le guste a quien le guste, yo les abrí la puerta. Cuando soñaba, los demás dormían. Pero ya está, es historia pasada, no vivo de eso. Vivo de lo que soy hoy”.

Personaje: el Loco Montenegro admite que le gusta jugar al límite.
Personaje: el Loco Montenegro admite que le gusta jugar al límite.

No se arrepiente de nada y sabe que, si volviera a nacer, elegiría ser lo que es ahora: un hombre común que hizo cosas distintas y a su manera.

“El éxito está en el intento. Fracasé setenta veces en mi vida y eso significa que viví. Basta con la palabra felicidad. Esa palabra pedorra nos aniquila, hay que eliminarla. Lo que nos tienen que enseñar en la vida es el bienestar. Hay que parar con la vara esa de la felicidad. Nadie sabe qué carajo es. El éxito está en el intento y hay que aprender que cada fracaso es una vida vivida. Es maravilloso. Amo el fracaso. Hay que jugar, es lo único que no podés perder en la vida”, dice, mientras prende otro cigarrillo.

-¿En tu caso las adicciones son fracaso o bienestar?

Yo soy cocainómano, soy una persona que tiene una adicción a drogas violentas. No fumo marihuana. Me tomé todas las pastillas que te puedas imaginar, pero tranqui. Llegué hasta el éxtasis. El tema tiene que ver con qué te produce esa determinada droga. No le caigo encima a la cocaína porque los incas, los chamanes, la sabían utilizar. En mi caso, creo que también la supe utilizar. Hizo adentrarme, me abrió la mente. Sé que lo que estoy diciendo por ahí le puede caer mal a mucha gente, pero la cocaína no es mala. El problema es uno. Freud escribió lo mejor de su historia tomando cocaína, su mente era superior. Eso demuestra que el problema lo tiene uno, no es la cocaína.

No nací para ser padre, que quede claro. El que privilegia la libertad no se puede agarrar a nada.

El Loco enfatiza su postura y se disculpa por la subida del tono de su voz. Abre las dos manos, como ese emoticón de WhatsApp, y deja fluir lo que le viene a la mente.

“Hace dos años me fui a la Amazonia y tuve una experiencia increíble con ayahuasca. Me quería limpiar, pero no por las drogas. Tenía la cabeza quemada por otras cosas. Tuve una experiencia con un chamán. Siempre digo que yo voy al toro. A los 16 años me fui a España y me hice amigo de toreros. Un día estuve frente a un toro, los cuernos grandotes así – estira las manos como si tuviera un centímetro– y entendí a mis amigos toreros. Hay que tener un par de pelotas grandes como el mundo para salir al ruedo y recibir al toro con un capote rojo. Después charlamos si hay que matar al toro o no, ese es otro tema. Ir al toro es ir a la vida. La gente le tiene miedo a la muerte, yo le tengo miedo a la vida. El quilombo es la vida. La muerte… ¿sabes qué? –hace un chasquido de dedos–. ¡Ya está!”

-¿Ves a tus hijos?

-Tengo dos hijas hermosas que viven en Neuquén, pero hace dos años que no las veo. Y tengo un hijo que vive en Capital, a él sí lo veo. Mis hijos son el regalo de la vida y el regalo del regalo son mis nietos. Tengo la desgracia que no los veo mucho por esta forma de vivir que tengo en la que voy y vengo y con la pandemia peor…  Desgraciadamente no nací para ser padre, quiero dejarlo claro. Nací para ser libre y el que privilegia la libertad no se puede agarrar a nada. Es espantoso decirlo, pero me tengo que hacer cargo. Vine para ser libre a este mundo y a vivir mi vida. Le guste a quien le guste. Hice lo que pude, hago lo que puedo. Soy el puto amo de mi vida y no tengo más ganas de cargar con vidas ajenas y mucho menos con las propias. Ya está. Choqué todas las rotondas, doblé todas las curvas a 260 y voy a seguir haciéndolo. Me quedan cuarenta años por delante y después la vida dirá. 

Fuente: Clarín

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