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DE AYER A HOY

María del Carmen Vaquero: “Estoy agradecida a la UNS, mi segunda casa”

Vicerrectora durante dos períodos, recordó la infancia en el pueblo. Su experiencia en el modelaje. Las dificultades durante el Golpe Militar. Y su actualidad: “Disfruto de cada momento en familia”.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

Los cambios rotundos suponen desafíos, un condimento indispensable para saborear el paso por este mundo de un modo único. En ocasiones, esos virajes de timón son parte de una elección individual, pero también es innegable que puede significar una salida a una determinada contingencia que requiere de una decisión firme, más allá del dolor que puede implicar cambiar la hoja de ruta.

María del Carmen Vaquero nació y creció como una niña en un pueblo, descubrió la ciudad que la adoptó como una más en la adolescencia. Desfiló como modelo, pero sabía que sería el puente para alcanzar su objetivo final. Luego de casarse, se radicó en una capital provincial, pero el contexto del país la llevó nuevamente a su origen, donde pudo desandar el camino que le dio trascendencia. No la pasó nada bien en uno de los lapsos más controvertidos del país, sin embargo logró emerger.

Licenciada y Profesora en Geografía, con un Master en Gestión de Destinos Turísticos Locales, fue profesora titular y posteriormente Directora-Decana en el Departamento de Geografía y Turismo, además de Subsecretaria de Derechos Humanos de la UNS y Vicerrectora por dos períodos de la casa de altos estudios, Vaquero le entregó a La Brújula 24 pinceladas de ese pasado vertiginoso, cargado de emotividad, lo que le permite mirar el presente en perspectiva.

“Nací en Villa Iris, pero a los pocos meses nos mudamos con toda mi familia a Hucal, una colonia inglesa que ya no existe. Lo visité hace unos años, antes de la pandemia, en un viaje que hicimos con mi marido. Allí estaban los galpones donde se arreglaban las máquinas del ferrocarril, un gran almacén de ramos generales, un club precioso con pileta y canchas de fútbol y la escuela”, sostuvo, al comienzo de su testimonio.

En esa misma dirección, recordó que “actualmente ni siquiera vive nadie y todas aquellas instalaciones están abandonadas, fue algo que me dio mucha nostalgia. Sabía con lo que me iba a encontrar, pero el sentimiento de tristeza es inevitable. Retomando mi niñez, a los seis años volví a Villa Iris junto a mi hermana, mi mamá que era ama de casa y mi papá que era ferroviario”.

“El pueblo era mi patio, fue una infancia feliz porque no sabía lo que era una llave, en mi casa no se cerraban las puertas, disfrutaba de los paseos en bicicleta o de los veranos en la laguna de mi tío. Terminé los estudios primarios y pude hacer el secundario gracias a que abrió un instituto privado donde el médico del pueblo daba anatomía, una maestra dictaba geografía”, añadió, con respecto a su formación.

Pero aparecieron los primeros contratiempos: “Hasta que cuando llegó el momento de empezar cuarto año, no se abrió ese curso, por eso durante un año viajé en tren a San Martín (La Pampa). Me iba los lunes a una pensión con piso de tierra al lado de la escuela y los viernes volvía a mi casa. Y como quinto año no estaba disponible allí, me vine a Bahía Blanca y tuve la suerte de que una tía me hospedó porque no podíamos pagar un alojamiento”.

“Logré recibirme de maestra a los 17 años en San Vicente de Paul, con mucha voluntad y las oportunidades que se me dieron. No es todo meritocracia, más allá de mi deseo, pero tuve esas facilidades para lograr lo que me había propuesto. Bahía no era un lugar desconocido para mí porque mi abuela materna y mis tíos vivían acá, por eso pasaba mucho tiempo en la ciudad durante las vacaciones”, destacó, mientras se iba soltando y dejaba fluir las imágenes mentales que representaban su pasado.

Eran tiempos de suma felicidad, naturales para esa etapa de su vida: “Recuerdo que me llevaban a los midgets porque mi tío era mecánico de Manuel Benamo y una tía se casó con un corredor (Javier González). Fui la primera en instalarme en esta ciudad, al poco tiempo llegaron mi mamá y mi hermana y después mi papá, que era el que más se resistía, pidió el traslado”.

“En la Universidad Nacional del Sur empiezo a estudiar la Licenciatura en Geografía, luego hice el Profesorado, siempre agradeciendo a una universidad pública y gratuita. Soy una defensora de esto porque de lo contrario no hubiese podido estudiar ni menos aún recibirme”, afirmó Vaquero, dejando entrever su férrea postura, agradecida del lugar que la acogió y le permitió desarrollarse.

El dinero no abundaba, por eso María del Carmen debió redoblar esfuerzos: “Mientras cursaba, trabajé vendiendo libros y diccionarios para una editorial, tocando timbre en los barrios y debido a mi estatura tuve una oportunidad impensada hasta entonces. Fue algo que nunca había planificado y todo comenzó cuando concurrí al estudio de un abogado que estaba en Galería Plaza para llevar una documentación por un tema familiar”.

“Edgardo Levantesi tenía una agencia de publicidad y circunstancialmente estaba allí; fue él quien me ofreció el trabajo de modelo, me comentó que buscaban chicas para desfilar para Grandes Tiendas Santa Rosa. Como buena paisanita desconfiada de 18 años dudé porque, además, nunca había visto un desfile en mi vida, no teníamos TV en el pueblo”, sintetizó, con un dejo de nostalgia.

No obstante, las inseguridades y ciertos fantasmas se apoderaban de su mente: “Me citaron para el otro día, pero no fui y lo llamaron al abogado para que vaya a mi casa para intentar convencernos a mí y a mi mamá, dándonos tranquilidad de que Levantesi era un hombre serio. Iba sin grandes expectativas porque había 300 inscriptas y solo necesitaban 8, pero pedí ropa prestada, me puse zapatos de taco alto y un saquito de piel que me facilitó una vecina”.

“Estaba el gerente de la tienda donde ahora hay una casa de ropa deportiva sobre calle O`Higgins y cuando me vio caminar me dijo que era una de las que quedaba seleccionada. A partir de ahí me empezaron a enseñar las técnicas, manteniéndome erguida con un libro sobre la cabeza y logré sustentarme económicamente, algo que hoy en día resulta prácticamente imposible con esta profesión”, describió, mientras su mirada se posaba en un punto fijo.

Se trataba de una actividad que estaba en pleno auge: “En aquellos años había desfiles en Bahía Blanca y la región, donde las grandes casas organizaban eventos y te contrataban para lucir su indumentaria. Hasta fui citada para hacer cortos publicitarios, porque en aquel entonces se hacía todo acá, siendo la temporada alta la inauguración de las estaciones otoño-invierno y primavera-verano. Con ese dinero me pude costear la carrera y siempre tuve muy en claro que el modelaje era solo un medio y no un fin”.

“Incluso cuando inauguró Modart enfrente de la Plaza Rivadavia desfilé con otros modelos (entre ellos el actor Jorge Martínez) tuve un ofrecimiento para trabajar en Buenos Aires y lo rechacé, sin importarme la oferta económica. Fue una etapa que me ayudó a tener mi sustento sin descuidar el estudio porque me maquillaba sola y no me insumía mucho tiempo”, se sinceró Vaquero.

Consultada respecto de una de las decisiones más difíciles que debió tomar en conjunto, en esta oportunidad, sumó: “A mi novio de aquel entonces, hoy hace más de 50 años mi esposo Rubén, la empresa para la que trabajaba como gerente (Acindar) lo mandó a Neuquén. Me apuré para recibirme, nos casamos y nos radicamos allá, en mi caso entré a la Universidad del Comahue, viajando esporádicamente a Bahía porque me habían quedado algunos compromisos de mi trabajo anterior”.

“Estuvimos tres años y siete meses, vivimos muy bien, pero sobre todo él quería pegar la vuelta a su ciudad natal porque se cansó de tener que deletrear su apellido (Trellini) y no poder saludar a nadie. Extrañaba las bochas y el básquet que eran los deportes que él practicaba y en ese tiempo viviendo en Neuquén nació nuestro hijo mayor, Mauro, y vino el Golpe Militar del 76”, esgrimió.

Llegarían episodios delicados que afectarían su día a día: “La Universidad dejó de ser lo que era, echaron a un montón de gente y los que éramos de afuera estábamos todos unidos y nos hicimos amigos porque el neuquino es tan cerrado como el bahiense. Como interventor asumió Remus Tetu, tomando el cargo simultáneo tanto en la del Comahue como en la del Sur”.

“Él tenía un listado en el que hasta yo misma estaba en esa nómina, pero como había sido su alumna, me mandó a llamar cuando estaba embarazada de mi hijo mayor, entré al despacho y, como se manejaba mucho por sentimientos me gritó: ‘No te habrás metido a loca bolche’. Yo le pregunté cómo estaba, sabía de qué manera tratarlo, había sido mi profesor en sociología y extrañamente me tenía cierto aprecio”, reveló, aún movilizada por esos episodios.

Y dijo: “Tetu, cuando fue profesor nuestro, se había hecho amigo de todos nosotros, nadie sospechaba para nada lo que realmente era. Andaba en bicicleta e iba a los barrios, pero después nos dimos cuenta de que trabajaba para los servicios. En esa reunión me dijo que me tenía en la lista de los que iba a echar, pero me advirtió que no me iba a expulsar a cambio de que me quede en mi casa porque tenía espías en todos lados”.

“Eran tiempos donde se hacían asambleas y manifestaciones en las calles. En mi caso nunca estuve metida en ningún grupo fuerte de izquierda, simplemente fui activa y de participar. Expulsó al Director del Departamento de Geografía y me ofrece a mi ese cargo, con solo 25 años y sabiendo que no era fácil decirle que no. Le respondí que no podía, que por mi embarazo debía hacer reposo y pude salir por la tangente, aunque debido a eso, Tetu me bajó a una menor categoría, pero era el mal menor”, explicó María del Carmen, dueña de una memoria prodigiosa.

María del Carmen pudo desembarazarse del conflictivo trance: “Soy una persona de suerte porque el 1º de marzo del 76 renuncié al Comahue y con Rubén volvimos a Bahía Blanca porque él siempre tenía ofrecimientos en su ciudad natal. En la Universidad del Sur no me resultó fácil entrar porque gané un concurso entre diez personas, pero no me nombraban”.

“Empecé a investigar por qué, tenía la conciencia tranquila de que nunca había estado en un grupo armado ni había hecho nada por lo cual me tuvieran que desaparecer, solo era una entusiasta peronista, un sentimiento que heredé de mi madre. Pasaban los meses y no me llegaba la posibilidad de ingresar a la UNS, pero una persona muy cercana a mi familia vivía en el mismo edificio que el Rector de ese momento (Lucero)”, apuntó.

Y prosiguió con la crónica de los hechos: “Esta persona de mi confianza lo encuentra en el ascensor y le comenta mi situación, al día siguiente me manda a llamar el Secretario Académico y me entero de que venía rechazada por los servicios de inteligencia porque había un homónimo, alguien profesora de geografía, con mi mismo apellido que resultó ser una prima mía a la que tampoco le permitían tomar el puesto como profesora del secundario”.

“Ella tenía una hermana que estudiaba Derecho y vivía en una pensión donde habían detenido a una chica del ERP. Logré que me recibiera el por entonces Teniente Coronel quien me manifestó que el problema conmigo era que había sido presidenta del Centro de Estudiantes de Geografía. Esta persona llama a Tetu, que le dice que era una buena chica, que me gustaba participar, pero no era peligrosa”, reflexionó la esposa de uno de los bochófilos más destacados de la historia de la ciudad.

En el tramo final de esa pesadilla, detalló que “me hicieron ir a la Comisaría Primera porque decían que había participado de una toma que se hizo de la Universidad en 1970, cosa que era mentira porque se hizo a las 8 de la mañana y yo soy muy dormilona (risas). Llevé a un testigo, hice el descargo y recién ahí, tras muchos meses de insistir, logré entrar a la UNS”.

“Estuve en la casa de altos estudios en 2015, cuando me jubilé como Vicerrectora, pero seguí cuatro años más ah honorem como Subsecretaria de Derechos Humanos. En el medio, entre otros cargos, logré ser decana de mi Departamento e impulsé la carrera de Turismo en Bahía Blanca”, afirmó Vaquero.

Sin vacilar, exclamó que “la Universidad Nacional del Sur es mi segunda casa, todo lo que soy se lo debo a mi familia y a ese lugar tan caro para mis sentimientos. Trabajé con mucho placer, no me hubiese jubilado y disfruté cuando continué otros cuatro años, cumpliendo horario como si me pagaran. Como Vicerrectora tuve dos períodos y si me llaman mañana de la UNS, vuelvo sin dudarlo porque extraño mucho”.

“Me salvó el hecho de que naciera mi nieta, hija de Mariano (el menor de los hijos), que es prioridad número uno para mi. Con mi hijo Mauro no coincidimos ideológicamente y nos hemos cansado de discutir, por eso ya no hablamos más de ciertos temas (risas) y constantemente destacando que en la familia siemrep ha habido libertad para pensar diferente”, explicó, en el tramo final de la charla.

Y lo argumentó: “Mientras él estudiaba acá en Bahía teníamos muchos puntos en común, participó de la manifestación contra la Ley Universitaria en tiempos de (Carlos) Menem. Pero cuando se fue a Buenos Aires a hacer la Maestría en Mercado de Capitales y Finanzas, los profesores liberales le cambiaron la cabeza. Según él, su opinión es técnica y la mía es sentimental e ideológica y siempre le digo que, si bien dos más dos tiene que dar cuatro, en el medio está la gente”.

“Sigo vinculada a la Universidad como jurado, corrigiendo tesis y evaluando proyectos, además de mis reuniones políticas que antes no podía concertar por mi cargo porque en la UNS no entra lo partidario. Me considero una abuela muy presente, me tiro al piso para jugar con mi nieta, estoy disfrutando de ella con más tiempo de lo que pude vivir junto a mis hijos”, refirió, con un brillo en sus ojos.

Y concluyó con cierto dejo de simpatía: “El título de abuela me llegó de grande, en el momento justo porque siempre le dije a mis hijos que si me iban a dar nietos, no quería tener que disfrutarlos con un bastón en la mano. Somos una familia muy unida que hace poquito tiempo pudo festejar nuestras bodas de oro con un viaje a Playa del Carmen (México), una experiencia muy linda porque estamos sanos y por eso considero que uno no debe postergar nada porque nada te llevás al cajón”.

Sus firmes convicciones respecto a su manera de analizar la realidad la mantienen tan jovial como cuando desempeñaba diariamente su labor profesional. Ese aspecto es el combustible que le permite despertar cada mañana imaginando un mundo más equitativo. Mientras tanto, aprovecha cada instante de una forma diferente, valorando las pequeñas cosas y gozando de las alegrías que le entrega su entorno. Así es María del Carmen.

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