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DE AYER A HOY

Cecilia Bouzat, la reconocida científica que se convirtió en referente mundial

La investigadora bahiense evocó su infancia. Los años en el exterior. El premio que la llevó a ser reconocida en Casa Rosada. Y una definición: “Visibilizar nuestro trabajo es un acto de grandeza”.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

No está de moda, tampoco es cool y sus aportes ni siquiera son reconocidos de la forma en que se merecen, por la generación de conocimiento en una nueva rama que puede traer respuestas a interrogantes aún no resueltos por el mundo científico, valiéndose en muchos casos del laboratorio como el espacio físico para el desarrollo experimental.

Bahía Blanca ostenta el privilegio de contar entre sus vecinos con una bioquímica y biofísica, directora del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la ciudad, además de investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y profesora asociada de la Universidad Nacional del Sur en la cátedra de Farmacología.

Por si esto fuera poco, miembro de la Academia Nacional de Ciencias e integrante de dicho organismo a nivel Latinoamericano. Su mayor popularidad la alcanzó cuando fue galardonada con el Premio L’Oréal-UNESCO a Mujeres en Ciencia en la edición 2014, un premio que la llevó a ocupar un lugar en la elite mundial de las ciencias. Se trata de Cecilia Bouzat, quien saltó la barrera de su bajo perfil para abrir las puertas de su vida.

“Tengo 60 años, nací en Bahía, al igual que mi papá, ya fallecido. Mi mamá es oriunda de Venado Tuerto. Ambos se conocieron en Buenos Aires cuando él estudiaba Medicina y se radicaron en la ciudad donde vivían mis abuelos paternos. Ya instalados aquí, se casaron y formaron una familia, de la cual soy la tercera de seis hermanos”, reveló Bouzat, a modo de carta de presentación.

Su formación explica buena parte de sus logros profesionales: “Cursé los estudios en el Colegio La Inmaculada e Inglés en el Instituto Southlands, donde además de aprender idioma, también teníamos actividades extra escolares de tres horas diarias”, al tiempo que añadió: “De mi infancia y los años que le siguieron tengo unos recuerdos muy lindos, andar en bicicleta en la cuadra donde pasé mi niñez, a la altura de Belgrano al 500, subirnos a los techos, eran parte de las aventuras que compartíamos con ese grupo de, por entonces, chicos”.

“Siempre me gustó aprender y, en el secundario, detecté mi predilección por las ciencias naturales, biología, química, física, matemática. Y cuando estaba por egresar, primero tuve en mente anotarme en Medicina, pero finalmente me decidí por Bioquímica. Empecé a cursar sin saber de qué se trataba, pero rápidamente me cautivó no solo la carrera, sino también el ritmo universitario”, rememoró, con respecto a aquellos años donde las obligaciones empezaban a aflorar.

Su memoria prodigiosa y el valor de los afectos la llevaron a la siguiente mención: “Hice grandes amigos que aún conservo desde el curso de ingreso a la UNS, tal es el caso de Marta del Valle que se desempeña en la actualidad como Directora del Hospital Municipal, María Luz Benvenutti y Laura González que trabajan en el Penna, María Eugenia Centurión que lo hace en la universidad”.

“Es cierto que hubo materias que me gustaban menos y solo unas pocas que me resultaron aburridas, pero en general disfruté a pleno mi paso por la casa de altos estudios. Fue una época muy linda porque teníamos muchas actividades en el Club Universitario, recuerdos imborrables y una etapa muy intensa porque hice la carrera en cinco años y medio”, aclaró la investigadora científica bahiense.

Su destino le tenía preparado un desafío que marcaría el rumbo: “En la recta final antes de recibirme, me vinculé con una profesora que era investigadora, una actividad que en ese entonces por mi juventud no sabía que se podía desarrollar en la ciudad. Ella me comentó de una serie de labores que se hacían en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Bahía Blanca y le pregunté si podía sumarme. Fue allí que previo a recibir el título me acerqué a dicho organismo para conversar con el director y me permitió asistir como pasante. Luego pedí una beca doctoral del Conicet, la cual me otorgaron por el buen promedio que arrastraba hasta ese entonces”.

“Era el año 1988 cuando pude ingresar y, a partir de allí, llegó el momento del doctorado y, gracias a que mi hermano mayor estaba cursando un master en leyes en la Universidad de Yale que está ubicada en New Heaven, estado de Connecticut. Armé las valijas para ir a visitarlo, corría el mes de enero del 89, y le pregunté al doctor Barrantes, mi director, si conocía algún laboratorio porque me intrigaba cómo era la investigación en Estados Unidos”, repasó verbalmente Bouzat.

Los cambios, para ella, fueron vertiginosos pero, a la vez, apasionantes: “Llegué, me alojé en casa de mi hermano, y al día siguiente me presenté con una carta ante un profesor al que me habían sugerido visitar. Ya en su laboratorio, quedé impresionada porque las diferencias con lo que uno podía ver en Argentina eran abismales. Allí hacían electrofisiología, algo que era muy novedoso para la época porque estaban aplicando una técnica que luego ganó un Premio Nobel en 1991. La misma permitía ver cómo se transmitían los estímulos nerviosos y cómo se generan corrientes eléctricas en las células, las cuales eran producidas por una única proteína”.

“El equipo diseñado hizo una revolución en el estudio de esa materia que les valió ese reconocimiento. Tanto me gustó ese mundo que insistí para visitar el laboratorio las veces que fuera posible, luego pedí aprender la técnica y me quedé cinco meses trabajando. Pude armar mi propio proyecto de investigación el cual resultó muy positivo”, recalcó, durante otro tramo de la conversación mediante videollamada con este medio periodístico.

Sin embargo, llegó la etapa de tomar decisiones, algunas no tan gratas: “Al poco tiempo tuve que volver a Argentina, pero mi profesor se hizo cargo de los gastos para regresar a Norteamérica a cerrar mi primer trabajo de electrofisiología. Me atrajo tanto la información que aporta esta técnica, que resultó menos complejo con el tiempo aplicarla en Bahía Blanca, gracias a aquella experiencia tan enriquecedora en el exterior. En aquel entonces se pudo comprar el equipo y hasta el día de hoy la sigo desarrollando en mi laboratorio”.

“Cuando terminé el doctorado, me casé, tuvimos a nuestra hija (Camila, más adelante llegaría Mateo) y los tres viajamos a Estados Unidos a realizar un post-doctorado que se extendía por espacio de un año. Se dictaba en la Clínica Mayo, ubicada en Rochester, estado de Minnesota, donde pude perfeccionar la electrofisiología y otras formas de mediciones, además de incorporar la biología molecular, que era muy moderno en ese momento”, indicó, sobre otra circunstancia en la que armar las valijas la nutrió de conocimientos sumamente destacados.

Y lo amplió: “Esta dinámica nos permitía generar en una célula, una proteína, partiendo del gen y simular mutaciones que ocurren en pacientes, lo que nos posibilitaba estudiar ese cambio y, así, entender las bases de ciertas enfermedades. Estuve allí un año, porque mi marido tenía una licencia por ese período en el trabajo, lo que hizo que inicialmente regrese él y yo permanezca un par de meses más con mi pequeña antes de volver a Bahía Blanca, con el trabajo ya terminado”.

“Lo positivo es que se generó un vínculo que hizo que recibiera las invitaciones con todo pago para viajar durante toda mi carrera científica una vez al año a Estados Unidos, primero desde como mi director y luego como colegas. Sin ir más lejos, este año estuve tres semanas en su laboratorio donde discutimos proyectos”, evaluó, rescatando lo positivo de dicho proceso.

Pese a su nivel vanguardista, el regreso a Bahía Blanca no resultó sencillo: “Ya en 1994 me radiqué definitivamente en mi ciudad de origen, pero no fue nada fácil porque no había cargos en la carrera de Investigador Científico, estaba cerrada, por eso estuve semi-desocupada. Solo tenía una ayudantía simple de diez horas en la Universidad que no me alcanzaba ni para pagarle a la señora que cuidaba a mi hija mientras trabajaba”.

“Sin embargo, seguí ejerciendo y viajando al exterior para lograr un mejor sustento. Recién en 1997, Conicet abrió su ingreso a carrera científica y entré como investigadora para lograr un cargo estable y solicitar subsidios para trabajar y generar mi grupo de trabajo”, reconoció, suspirando después de un tramo de su carrera complejo.

Se hizo conocida popularmente por un concurso que tomó estado público y, teniendo en cuenta que las buenas causas no suelen ser noticia, fue doble el mérito: “Haber ganado en 2014 el premio L’Oreal-Unesco For Women in Science fue algo sorpresivo, le doy mucha relevancia, pero al mismo tiempo considero que me atribuye una gran responsabilidad. Ese reconocimiento te obliga a estar a la altura y hay épocas en las que resulta más complejo que aquello que uno planea experimentalmente salga tal cual una lo imaginó por distintas razones, incluso por fondos insuficientes. La presión se siente, porque lo entendí como una motivación para mantener la calidad científica, con lo que implica la figura de la mujer en el mundo de la ciencia, que el género tenga mayor visibilidad en este ámbito, siempre pensando en la igualdad de condiciones aún tan necesarias”.

Tanta fue la repercusión, que conoció el despacho presidencial de Casa Rosada: “Pese a que la reunión duró solo unos minutos, haber sido recibida por Cristina Fernández de Kirchner no fue algo de todos los días, me pareció muy bien que un Presidente, sea cual fuere el espacio político que esté gobernando, comprenda el valor de las distinciones, porque implica que al Estado le interesa la ciencia. Lo tomé desde ese punto de vista, como una actitud loable, del mismo modo que se lo recibe a un futbolista en la Casa Rosada por un logro deportivo que tiene mayor repercusión popular. Visibilizar a un científico es un acto de grandeza”.

“A nivel laboral, durante la pandemia hicimos un proyecto interdisciplinario vinculado con el Covid, en colaboración con bioquímicos de los hospitales Municipal y Penna y varios profesores de la UNS. El mismo consiste en la vigilancia epidemiológica en el personal de salud asintomático, solamente para aprovechar las capacidades de investigación, para poner a punto una PCR más económica en un momento en el que se conseguían pocos kits en Bahía Blanca, ni siquiera en hospitales”, manifestó, con relación a su labor en la actualidad.

Empíricamente, especificó que “mi línea de trabajo se basa en la actualidad junto a mi grupo en el estudio de receptores neuronales que intervienen en la comunicación, qué ocurre cuando su funcionamiento no es el óptimo y estamos en la búsqueda de nuevos fármacos, tanto para enfermedades neurodegenerativas como el Mal de Alzheimer o la Esquizofrenia, a partir de la investigación básica”.

“Por último, tenemos una línea de trabajo en un gusano, que es un organismo modelo y sirve como parásito, para estudiar nuevos fármacos y lograr una acción antiparasitaria a largo plazo. Hoy comparto mi tiempo de trabajo con becarios, otros que tienen el mismo rango pero son post-doctorales, pasantes y estudiantes”, concluyó Bouzat, con la risa nerviosa propia de la timidez que le genera ser el centro de atención.

Justamente la personalidad introvertida ante cada propuesta de una entrevista cada vez que es requerida por un medio de comunicación habla de su nobleza y humildad. Sin embargo, cada vez que logra saltar esa barrera y se brinda en una nota periodística, la comunidad –que ella también integra como una vecina más– logra comprender la real dimensión de su obra, dejando un legado intangible, pero absolutamente primordial.

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