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DE AYER A HOY

Charito de Madrid: “La danza es la pasión que uno siente por amor al arte”

Bailarina y docente, lleva dos años inactiva, pero no se rinde. La previa a radicarse en Bahía. La resiliencia para dejar atrás adversidades. Y un mensaje de paz: “Perder una amistad por pensar distinto es absurdo”.

Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

La conjunción perfecta es una rareza, el virtuosismo para ejecutar una actividad no trae consigo prácticamente nunca la capacidad de transmitir ese don a quienes intentan copiar el talento de quien enseña. Tanto en las distintas manifestaciones de la cultura o en el deporte se repite un teorema que guarda cierto asidero, pero también honrosas excepciones a esa regla.

Músicos excelsos que nunca pudieron estar cómodos en su rol de docentes, talentosos futbolistas que se convirtieron en entrenadores y no triunfaron como cuando eran ellos los que estaban adentro de la cancha, son algunos de los ejemplos más notorios de una situación particular que se repite con el paso del tiempo y no deja lugar a segundas interpretaciones, como tampoco resiste demasiado análisis.

De ese molde se desprende la emblemática figura de Magdalena Sendín Vizcaya, cuyo nombre artístico es popularmente conocido no solo por los bahienses, sino también fronteras afuera de la ciudad: Charito de Madrid, una verdadera institución en sí misma que se abrió camino primero como precoz bailarina y luego docente de danza española. Durante una entretenida conversación con La Brújula 24, desplegó todo su bagaje de experiencias.

“Charito, junto a Mario Amaya, al son de la guitarra.

“Si bien mis padres eran nacidos en Galicia, se conocieron en Argentina, es por eso que soy oriunda de Capital Federal. La denominación ‘Charito de Madrid’ nace a mis 12 años; un empresario me bautizó con ese nombre en tiempos en los que viajaba por Latinoamérica con una orquesta llamada Los Gavilanes de España. Había una bailarina que se llamaba Charo y no viajó, entonces el resto de los muchachos y mi padre que me acompañaba por mi corta edad decidieron llamarme artísticamente de esa manera”, abrió el fuego “la Charo”, como la conocen popularmente.

Con total entereza, detalló una de las pérdidas dolorosas de su vida: “Mi único hermano era mayor que yo, era administrador de Las Marías y falleció de muerte súbita”, al tiempo que añadió, con relación a su acercamiento a la cultura: “Mi primer recuerdo se remonta a cuando tenía unos cinco años, en la previa de un día de Reyes. Mi padre era muy abierto y le gustaba invitar a artistas con raíces españolas que estaban en Argentina para pasar juntos las Fiestas. Entre estas personas había una mujer a la que le gustaba tocar las castañuelas. Las tocaba cerca de mí y eso despertó mi curiosidad”.

“A la vuelta de mi casa, a cuatro cuadras del Congreso, había una juguetería y en las vidrieras ponían juguetes vinculados con la música. En un paseo con mi padre, nos detuvimos allí y le dije que quería de regalo unas ‘castañolas’, mal pronunciado porque era chiquita. Él me las compró y esa fue mi primera influencia con el arte porque enseguida me llevaron a una escuela de danza”, mencionó, mientras se acomodaba su cabellera, peinada prolijamente hacia atrás.

Brillando junto a la Orquesta Los Gavilanes de España.

Claro que a “Charito” no le costó tomarle la mano al desafío: “Era una niña que no tenía dificultades para aprender los ritmos que me enseñaban, a punto tal que se lanza un concurso en Canal 7 de Buenos Aires, conducido por Pinky y Brizuela Méndez que se llamaba ‘Nace una estrella’. Allí competían niños con distintos talentos y a mi turno con casi siete años salí cantando y bailando, para terminar ganando el certamen. Mis padres no tenían televisor y fueron a la casa de un vecino a mirar el programa, recuerdo que el chico que salió en el segundo lugar tocaba el bandoneón”.

“Cuando me sumo a la orquesta Los Gavilanes de España existía otra denominada Casino Sevilla, las cuales tocaban en Avenida de Mayo, en pleno corazón de Capital. Mi primer punto de contacto con Bahía Blanca fue a partir de la visita con estas agrupaciones, cuando se presentaban en el viejo Teatro Rossini, acompañando a Lola Flores, el Niño de Utrera y romerías”, indicó, comenzando a acercarse a la localidad en la que echó raíces hasta la actualidad.

Sin embargo, otro duro trance acontece en su vida, cambiando el rumbo de la misma: “Años después fallece mi primer marido y papá de mi única hija (Lorena) en un accidente automovilístico, por lo cual decido dejar de bailar dos años, pese a la insistencia de mis compañeros que me alentaban para volver, algo que fui haciendo muy de a poco”.

“Charito” y “Lola” Flores.

“Es ahí donde surge la posibilidad de radicarme en la ciudad, luego de conocer a quien se transformaría en mi segundo esposo, Orlando, que fue el dueño del primer cabaret Diábolo hasta finales de la década del 80 y con el cual estamos juntos desde entonces. Recuerdo que, en su rol de empresario, me contactó para viajar a hacer el show, accedí a presentarme en Bahía, nos enamoramos, me mudé inmediatamente y ya llevamos juntos 45 años”, manifestó, con un brillo en los ojos que denota un dejo de emoción.

De aquellos tiempos, “Charito” admitió que “cuando vine, acá el flamenco no existía; eran tiempos en los que lloré mucho porque no quería volver a bailar y mi marido me insistía con crear la academia. En ese momento estaba Antonio de Alarcón que se dedicaba a recitar poemas y, cuando se entera de que yo estaba en la ciudad, también se interesó por mí. Orlando tomó la bandera de la construcción en la parte trasera de la casa donde actualmente vivimos de un salón para que enseñe y que haga los trámites para registrar la academia. Fue el empujón que necesitaba para retomar y nunca más frenar, hasta la pandemia”.

“Recorrí todo el país enseñando gratis, los sábados me tomaba un colectivo y viajaba para explicar cómo era la danza. En dos días llegaba a hacer hasta cuatro pueblos, giras vertiginosas en los inicios de la década del 80. Esta pasión me llevó a recorrer distintos escenarios sobre todo antes de casarme: conocí España, Francia, Centroamérica, entre otros países donde pude presentarme”, añoró, con la satisfacción del deber cumplido.

Francisco, alias “Bochi”, papá de Charito.

“La Charo”, con una locuacidad única, agregó: “Eran tiempos en los que iba al colegio y como me tocaba viajar tan lejos, tenía que rendir libre cuando volvía al país luego de cada gira. Sin embargo, para mis padres era indispensable que priorice el estudio, por eso es que solo me dejaban salir de Argentina si dejaba todo organizado en la escuela”.

“Fui parte del elenco de Lluvia de Estrellas en el Teatro Nacional de Buenos Aires, una obra de variedades en la que se lucían “Tita” Merello, “Tato” Bores, Mariano Mores y Zulma Faiad entre otras figuras. Estaba con Pablo del Río, un cantaor flamenco famoso, y hacíamos nuestro número entre otros tantos géneros musicales que se presentaban. Además, en el Teatro Avenida fui primera bailarina durante ocho años, en tiempos donde se hacían tablados, algo que pareciera que ahora se está empezando a recuperar”, resaltó.

En paralelo, la nueva rutina dejando atrás Buenos Aires para establecerse en Bahía Blanca no fue sencilla: “Cuando empecé a frecuentar esta ciudad me pasó algo que aún hoy me llama la atención. Antes de casarme con Orlando y radicarme aquí, cada vez que venía de visita, iba al Teatro Municipal a ver al Ballet del Sur. A todo el que podía le comentaba que era mejor que el del Teatro Colón, que por aquel entonces tenía problemas porque se había metido la política en el medio. Lo mismo me pasaba con la Orquesta Sinfónica y su coro”.

Con el gran Pedrito Rico.

“Me llamaba la atención cómo los bahienses no le daban valor a lo que tenían a pocas cuadras de su casa y se iban a Capital a ver a los mismos artistas. Otro lugar que me sorprendió muchísimo en mi transición hasta que me radiqué aquí fue la Biblioteca Rivadavia y otros espacios que aún hoy mucha gente ni siquiera sabe que existen, una verdadera pena”, se lamentó, desde el living de su casa ubicada en Thompson al 500.

Transcurrieron los años y se fue aquerenciando con la sociedad bahiense: “Con el tiempo me tocó estar en el Consulado y en el primer evento conocí a quienes habían asistido: ‘Charo, le presento a la señora del doctor tal’, ‘le presento a la esposa de tal ingeniero’ y a otra cuyo marido tenía un apellido reconocido en Bahía. Llegó un punto en el que me planté y les dije ‘ni yo me voy a hacer operar por tu marido, ni tu marido me va a tener que hacer una casa porque ya la tengo, solo quiero saber sus nombres’”, contó entre risas.

“Eso fue lo único que me costó entender de la sociedad bahiense y me sorprendió, pero pude lidiar con ese tema porque soy auténtica y lo que tengo que decir, no me lo guardo. Con el tiempo entendí que se usaba mencionar a las personas de esa manera porque la gente se conocía y yo venía de Buenos Aires donde viven muchas más personas”, diferenció quien en 2019 fue homenajeada por la Universidad Nacional del Sur en el marco del Día de la Mujer.

Su memoria prodigiosa la convierte en una usina de anécdotas: “En una oportunidad concurrí al Teatro Municipal promoviendo una campaña para sumar socios al Ballet del Sur, con un trajecito que había comprado horas antes en una tienda del centro porque me gustó y estaba barato. La empleada me insistía con que era único modelo, aunque a mí poco me importaba porque me lo había probado y me quedaba bien”.

“Ese día entendí lo que pasaba en Bahía cuando observé a una señora que estaba subiendo las escaleras para anotarse, me mira y se sorprende, a punto tal que toma de la mano al marido y se retiran raudamente. Inicialmente no entendía qué le había ocurrido, pero me contaron que se fue corriendo porque tenía un vestido idéntico al mío. Al tiempo supe que era la esposa de un famoso médico y con el correr de los años se convirtió en algo gracioso. Con el paso del tiempo me acostumbré a la idiosincrasia del bahiense, donde el aspecto y la imagen son dos puntos a los que se les presta mucha atención”, reconoció, luego de no comprender ese comportamiento tan particular.

Asimismo, destacó que “por la academia de baile pasaron miles de alumnos, tengo un fichero enorme desde el primero al último, donde guardo las notas de todos, es por eso que hoy, a casi dos años sin poder dar clases por la pandemia, extraño mucho. Si bien soy una persona que pasó por intervenciones quirúrgicas delicadas, no le tengo miedo a la muerte porque sé que cuando me llegue el momento, será inevitable. Más allá de mis problemas de salud, termino siempre bailando porque en la vida hay que tener fe y saber que cuando te proponés algo habrá piedras, pero nada es imposible de lograr. El arte no se compra ni se vende”.

Recibiendo el premio de Federaciones Regionales Españolas.

“Cuando se cerró la academia, a las chicas les dije ‘nos vamos a reencontrar cuando termine la pandemia, pero sepan que esto va a tardar en pasar’. Tomé esta situación con el respeto que amerita, porque si bien podría haber retomado el dictado de clases, mi marido tiene 93 años y gracias a Dios está muy bien, es una persona mayor. La danza es la pasión que uno siente por el amor hacia el arte. Me ayudó a recuperarme antes de los plazos previstos luego de cada situación delicada de salud que atravesé”, mencionó, en relación con una conducta que mantiene pese a lo tentador que pudo haber sido volver a las tablas en tiempos de baja cantidad de contagios.

Sobre el cierre, deslizó reflexiones que contrastan con el presente de la sociedad: “La libertad la tengo en mi mente, porque todos tenemos un secreto y un deseo que nadie sabe y siempre fui respetuosa de las religiones e ideologías políticas más allá de tener las mías. Eso me lo enseñó mi padre, que con once años cuando llegó al país fue criado por la familia Bancalari y, por supuesto, era radical, mientras que mi padrino, era italiano y trabajó de custodia personal del General Perón”.

“Fue mi padre quien le cerró los ojos a su amigo el día que falleció pese a no tener nada en común, lo quería mucho. Jamás se pelearon y esa fue la disciplina que aprendí, la de nunca perder un amigo por este tipo de circunstancias, porque es mejor aprender a callarse y ceder para sostener un sentimiento de afecto hacia el otro que es absurdo que se rompa por pensar diferente”, concluyó, con el deseo de forjar un mundo más tolerante.

Finalizada la entrevista, una recorrida por la parte trasera de su domicilio, se encuentra el espacio físico donde no solo dictaba sus clases hasta la irrupción del Covid, sino también se transformó en un lugar que alberga desinteresadamente otras expresiones artísticas, sin esperar nada a cambio. Llovía torrencialmente y la despedida fue mucho más volátil de lo que ameritaba, porque quizás algún día exista una segunda parte de este artículo, que refleja la vida de una personalidad destacada de la ciudad.

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