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Por Adriana Juárez

El valor de la afectividad

Por Adriana Juárez, docente con 27 años de trayectoria educativa

Si bien es cierto que la transmisión del conocimiento y desarrollo de habilidades es el objetivo prioritario de la escuela, también es cierto que no es posible lograr dicho objetivo sin una relación favorable de aprendizaje.

La pandemia puso en jaque al sistema educativo en su conjunto de una manera inesperada y profesionales de la educación tuvieron que salir a la búsqueda vertiginosa de distintas alternativas para no perder ese vínculo tan necesario que existe entre docentes y estudiantes para que se produzca el acto educativo. Esa relación humana que conforma la cultura escolar se vio interrumpida de una manera abrupta y  ningún programa de formación docente hubiera imaginado tal escenario.

La escuela es el lugar donde los alumnos/as tienen la posibilidad de desarrollarse como personas en relación con otros. Es el lugar que ofrece la igualdad de oportunidades y ayuda a disminuir las brechas sociales y culturales. Si los mismos se sienten queridos, respetados, protegidos y con fuerte sentido de pertenencia se favorece la asistencia y como consecuencia la continuidad de la enseñanza-aprendizaje se fortalece. Esa sensación de bienestar no solo es un trabajo entre docente-estudiante sino en todas las direcciones: relación entre pares, entre docentes y familia, entre familias y directivos, entre auxiliares docentes y familia.

Quienes nacimos con la profesión en la sangre sabemos de la responsabilidad mayúscula que significa  enseñar y formar a seres humanos que sienten, se emocionan, imitan y hasta idolatran a su docente. Los que llevamos varios años en la docencia sabemos de los vaivenes de la educación y la permanente reinvención para construir sueños en la búsqueda permanente de la mejora y calidad educativa. Quienes transitamos esta pandemia revalorizamos el valor del encuentro más allá de las pantallas

Invito a quienes estén leyendo estos párrafos a recordar por un instante a quienes han dejado una huella imborrable en su educación. Seguramente ese o esos nombres tendrán una elección más allá de los contenidos académicos que hayan enseñado, tendrán un sentimiento emocional que los evoca, para bien o para mal, un valor afectivo tan necesario para permanecer impolutos en nuestra memoria.

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