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DE AYER A HOY

Richotti, y la metamorfosis de ese ídolo que “hace base” lejos de Bahía

La cotidianeidad del referente que llenó estadios por talento y entrega. Un repaso por su carrera. Y un mensaje: “Soy feliz en Madryn pero la pandemia me enseñó a valorar a los afectos que viven en la ciudad en la que nací”.

Por Leandro Grecco, redacción La Brújula 24
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Bahía Blanca, Capital del Básquet. Un slogan que define a la ciudad fronteras afuera y que se apoya en argumentos sólidos y distintivos desde el punto de vista deportivo. Alberto Pedro Cabrera y Emanuel Ginóbili son los abanderados de ese emblema, pero en el medio de ambos se ubica una camada de jugadores que, en algunos casos, tuvo la posibilidad de compartir una cancha con ambos.

Entre esos pocos elegidos se encuentra un baluarte: Marcelo Lorenzo Richotti, quien es el máximo ídolo de la historia del club Pacífico y que conquistó lo que muy pocos han logrado en su carrera: ganarse un amor incondicional de parte de los hinchas de las camisetas que vistió. Para eso, no alcanzan el talento ni los números fríos de la planilla. Se requiere de un magnetismo innato, que se ejercita con los años. Radicado en Puerto Madryn, dialogó distendido con La Brújula 24, en una charla imperdible.

Marcelo, sus hermanos Jorge y Raúl y sus padres Aída y Lorenzo.

“Vivo acá desde septiembre 2012, Con mi esposa (Claudia) decidimos quedarnos en esta ciudad mientras dirigía en Gimnasia de Comodoro. Pesó la cercanía de mi hija mayor y sus hijos. A finales de 2019 me convocan para sumarme en el staff de trabajo como funcionario público en el ente que maneja el deporte en la provincia de Chubut. Es una agencia de economía mixta donde fui designado por la gobernación y ocupo un cargo gerencial. Formo parte de un equipo compuesto por otras cuatro personas que vivimos en Madryn y viajamos todos los días a Rawson”, explicó Richotti, mientras acomodaba la cámara para la videollamada que acababa de comenzar.

Claramente, la consulta se imponía respecto a si siente la necesidad de volver a aquello que fue su medio de vida durante décadas y estaba relacionado con una cancha de básquet: “Si hoy me preguntás si extraño esa rutina, la respuesta es no. Hoy doy una mano en el club Brown, donde voy tres veces por semana a trabajar con un grupo de juveniles y la Primera y eso mantiene viva la llama de lo que hice toda la vida. Mi cargo actual tiene un alto contenido de responsabilidad y me tocó empezar a transitarlo en una situación totalmente inesperada. El 10 de diciembre de 2019 ingresamos y a los tres meses llegó la pandemia, obligándonos a reinventarnos”.

Después de explicar que el objetivo de su trabajo es “armar una estructura para que el desarrollo el deportista, sea de mediano y alto rendimiento o social, genere posibilidades de llevar adelante cada actividad” y de confirmar que tanto él como su esposa tuvieron Covid-19 en octubre del año pasado, para luego recibir la primera dosis de la Sputnik V, realizó un viaje imaginario al pasado, donde inevitablemente la primera estación fueron sus inicios.

Año 1975, 7º grado, sonriente posando con sus compañeros de la Escuela 22.

“Pacífico es mi segunda casa, nací y crecí a media cuadra donde estaba mi domicilio. Iba de la mano de mis dos hermanos mayores (Raúl y Jorge). Uno jugaba al fútbol y el otro al básquet. Con la pelota en los pies siempre fui malo, nunca me dediqué pese a que mi estructura física quizás era más afín para dicha disciplina. Cuando empecé a crecer de la mano del básquet, lo viví como la pasión de aquella época que, si bien hace mucho que no estoy en Bahía, creo que sigue latente”, sostuvo, con un brillo en sus ojos que denotaba lo que iba a venir en la continuidad de su testimonio.

Es que en ese viaje mental, se detuvo en su niñez: “Crecí viendo jugar a Cabrera, escuchando los torneos argentinos por radio sentado en la vereda de mi casa. Y tuve el gran honor de enfrentar a Beto, lo cual me hace sentir muy feliz. Incluso fui parte de su último partido en cancha de Independiente. Él tenía una cabeza privilegiada porque físicamente no era un superdotado. Estaba dos o tres segundos delante del resto, un crack con todas las letras. Y las paradojas de la vida quisieron que yo también fuera parte del debut de Manu (Ginóbili) en la Liga Nacional contra Peñarol”.

“Pacífico me dio todo, la posibilidad de competir en algo que no sabíamos qué iba a ser. En 1983 y junto a Estudiantes clasificamos en Pergamino a la etapa de transición, a partir de aquello me convertí en un producto nacido y criado en la Liga Nacional. Los primeros años fueron una experiencia increíble. Éramos semiprofesionales, hasta que nos dimos cuenta que se requería mayor compromiso para estar a la altura. Cambió la alimentación, el entrenamiento, la preparación de los partidos porque no teníamos videos de los rivales. Fuimos creciendo, convirtiéndonos en mejores jugadores”, lanzó, como lo hacía con la naranja en la mano buscando a su compañero mejor ubicado.

En un vibrante encuentro ante Olimpo. (Foto: Gustavo Pirola)

Y prosiguió: “La deserción de Pacífico de la Liga me causó una enorme decepción porque era el lugar que me dio la posibilidad de desarrollarme y mostrar mis cualidades para cumplir mis sueños de chico que eran defender los colores de la ciudad, integrar una selección de Provincia y, posteriormente, de Argentina. Y haber representado al club en el que nací a nivel nacional fue un orgullo gigante. Esa sensación es la misma que experimentaron “el gringo” Belleggia, “el zurdo” De Battista, todos los que tuvimos esa posibilidad”.

Richotti evocó los meses previos al primer desarraigo, que no pesó tanto porque de por medio estaba su pasión: “A Pacífico lo mató el año 1988 cuando disputó la semifinal con Atenas en Tres Arroyos, mudando su localía. Si el partido era en Bahía, con 5 mil personas en la cancha, el club hubiera terminado de un modo distinto económicamente y podría haber administrado mejor los recursos”, al tiempo que agregó: “Inmediatamente después pasé a Independiente de Neuquén. El segundo año allí nos tocó enfrentar a Estudiantes que tenía a Néstor García como entrenador y a Hernán (Montenegro) en su plantel. Ellos nos eliminaron y al otro año me llama el ‘Ché’ que es capaz de convencer a cualquier ser humano para ir donde él quiere. No obstante, quería volver a mi ciudad”.

“La intención era conformar un equipo con todos bahienses, con Juan (Espil) y mi cuenta pendiente era compartir equipo con “el Loco”, con el cual nunca habíamos estado en un mismo club. La segunda fase de aquella Liga fue excelente, nosotros salimos primeros en la A1 y fuimos creciendo en los playoffs hasta llegar a jugar semifinales con GEPU, que nos tocó perder el quinto partido en un Casanova repleto”, prosiguió con la crónica de una historia que aún le iba a deparar más sorpresas.

Marcelo, al lado del zurdo De Battista, recibiendo indicaciones de “Tite” Boismené.

“Néstor se fue a Peñarol y me llevó con él. Desde que llegué a esa institución hubo una química increíble con la gente, la cual se fue potenciando con el paso de los meses. Tiene hinchas fanáticos que valoran la entrega, el corazón, la valentía y la enjundia. Esas aptitudes estuvieron siempre en mi carrera. Yo no tenía el biotipo ideal para jugar al basquet, entonces tuve que agregar otras cosas. La primera temporada la gente se empezó a sentir identificada con mi estilo y la segunda salimos campeones. Eso quedó marcado a fuego”, recalcó, ponderando el hecho de haber sido el capitán de ese plantel.

Diego Armando Maradona, en el vestuario de Peñarol.

Hasta que llegó el momento de rememorar una de las etapas más icónicas de su vida: “En una oportunidad, vimos entrar al vestuario de Peñarol nada menos que a Diego Armando Maradona. No lo podíamos creer, estábamos azorados de que nos salude como si nos conociera de toda la vida. Una humildad y sencillez increíble. Se sentó a escuchar la charla previa al partido, antes de salir a la cancha dio las urras con nosotros y se sentó en el banco de suplentes todo el segundo tiempo. Para mi fue un honor el poder conocerlo personalmente, sacarme una foto con él y que esa imagen se confirma en un mural realizado por la hinchada de Peñarol, en la Plaza San Martín. Aquello es algo maravilloso porque no hay palabras para describir lo que generó su presencia”.

Un mural que lo emociona y representa el amor de los hinchas.

“Tengo el corazón partido en dos, mitad verde y mitad milrrayitas. Cada vez que me tocaba enfrentar a Peñarol, en especial como entrenador porque casi no jugué contra ellos cuando me fui del club, salía a la cancha y había una ovación que no se cortó nunca”, mencionó orgulloso de saber que su huella es indeleble en las dos instituciones donde es idolatrado pese al paso de los años.

Observando a otro bahiense, “Huevo” Sánchez, discutir con uno de los jueces.

Vestir la camiseta de la Selección Argentina es el anhelo de cualquier niño. Y Richotti lo logró incluso en su etapa formativa: “Tuve la posibilidad de jugar un Mundial Junior con la Selección Argentina en Palma de Mallorca y en mayores el Mundial 1990. De aquella experiencia en Ibiza, recuerdo aquella situación con Hernán Montenegro, que era tres años menor, y le tocó en la habitación conmigo. Le insistía que se dejara de joder, pese a que él tenía una personalidad muy marcada”.

“Trataba de hacerlo entrar en razón de la importancia que tenía el certamen y que no íbamos a tener muchas más oportunidades de vivir algo por el estilo desde el punto de vista deportivo. A lo que él me respondió que no íbamos a contar con tantas posibilidades de volver a estar en Ibiza (risas). Él me pedía que le avise cuándo había entrenamientos, que en el resto del tiempo no me preocupara por él”, contó a modo de anécdota de aquellos tiempos, mediados de los 80, cuando empezaba a forjar su vida.

Tras recordar aquella posibilidad trunca de jugar en Italia, la más concreta de probarse en el extranjero y a la que calificó como “una cuenta pendiente” detuvo la línea de tiempo en el momento de su retiro: “La lesión en la cadera me condicionó muchísimo, pero creía que podría haber jugado una temporada más pero no me dieron la chance en Gimnasia de Comodoro y decidí adelantar mi retiro, en 2001, porque no estaba dispuesto a irme de la ciudad”.

Otra imagen del baúl de los recuerdos.

“Sabía que quería seguir ligado al básquet de alguna manera, no me veía como dirigente y empecé a ser segundo asistente en el equipo y fui forjando un poco el espíritu de entrenador. Y al otro año recibí la posibilidad de ser el coach principal en Gimnasia”, sentenció, al tiempo que explicó qué significa el básquet actualmente en su vida: “Si me llama algún club hoy para dirigir, ni siquiera evaluaría la propuesta. Días atrás se comunicó el agente con el que venía trabajando y me preguntó que pasaba si surgía alguna alternativa. A lo que le respondí que la desestimo porque tengo una función muy linda, con mucho compromiso y estabilidad. El básquet son diez meses de contrato y después no sabés qué será de tu futuro. Para poder dirigir Liga me tengo que ir de Madryn y no se me pasa por la cabeza”.

Admiración mutua, entre “Manu” Ginóbili y Marcelo Richotti.

Lo argumentó a partir de experiencias como las que vivió en Santiago del Estero, donde lo echaron luego de apenas dos partidos: “Tampoco me reprocho no haber sido el primer coach de Bahía Basket. Sinceramente, en la vida uno toma decisiones, a veces uno acierta y otras no. En aquel entonces estaba convencido que era una posibilidad que se me brindaba y la tenía que aprovechar. Había hablado con “Pepe” (Sánchez) y me hubiese gustado ser partícipe porque estaba en mi ciudad y por el proyecto. Viví toda la etapa previa cuando él inició conversaciones con “Paco” Fuster y Jorge Faggiano”.

“Estaba en el medio, expectante, esperando qué podía pasar, si iba a ser considerado o no. Un día “Pepe” me llamó, nos juntamos, hablamos, congeniábamos en muchas cosas y surgió la posibilidad de Quimsa que no la podía dilatar más porque lo de Bahía Basket para ese entonces estaba medio verde. Después el proyecto salió como todos sabemos y me alegro por la ciudad. No podía darme el lujo de rechazar lo de Santiago del Estero porque corría el riesgo de quedarme sin nada”, añadió, sobre la penúltima vez que tuvo la posibilidad de trabajar en su ciudad.

La familia Richotti en pleno, unidos como hasta hoy.

Porque hubo una última: “Más acá en el tiempo apareció lo de Villa Mitre, cuando ascendió a la Liga Argentina. Hubo una breve conversación con ellos. Cuando jugaba en Pacífico, una vez vino Gallucci a mi casa a hablar conmigo para llevarme, pero inmediatamente me declararon intransferible. Esta vez fue más extraño porque ellos decidieron que no se concrete, ni siquiera hubo una propuesta económica y, por ende, tampoco una contraoferta de mi parte. Me sondearon y decidieron ir por otro lado. Casi ni se habló de dinero en aquella incipiente negociación. Igual hoy hay un Richotti en Villa Mitre (en alusión a su sobrino Mauro que es asistente de Lisandro De Tomasi)”.

El tramo final de la charla derivó hacia el hijo que más se le parece (deportivamente hablando): “Me resulta difícil ser objetivo cuando hablo de Nico, primero porque me genera orgullo que haya llegado a Europa, algo que nunca pude conseguir. Que se haya establecido allí, logrando una carrera brillante en la mejor liga de básquet FIBA del mundo, jugando casi nueve años en ACB y ganándose el respeto de toda la competencia no es poca cosa. Llegó a la Selección Argentina para jugar torneos de importancia como los Panamericanos, Sudamericanos y Preolímpicos”.

Su hijo Nicolás, en primer plano, una estampa inconfundible.

“Cuando me tocó ir a España y ver entrenamientos de Real Madrid, donde Pablo Laso me habló maravillas de mi hijo. Eso va más allá de lo que uno puede sentir como padre. Hoy es uno de los diez jugadores históricos del Canarias, batiendo récords para transformarse en un referente de la institución, con un portón enorme abierto para volver cuando decida hacerlo, incluso más allá de que lo haga como jugador o en el rol que sea. Ya eligió esa ciudad como su lugar de residencia, formó una familia y un proyecto de vida”, enfatizó.

Pero fue aún más allá, con la satisfacción de saber que es feliz, pese a las vicisitudes del presente: “Fue papá en 2019 y llegamos a conocer a nuestra nieta cuando tenía un mes de vida. Nos quedamos dos semanas y la vemos crecer gracias a los videos que nos mandan. La tecnología ayuda mucho en ese sentido. Antes hubiera sido un martirio. Estamos esperando la posibilidad de poder viajar para compartir el día a día”.

La nota culminó con la siguiente reflexión: “No me veo viviendo o estableciéndome en Bahía Blanca en el corto ni mediano plazo. Sí disfruto mucho de visitar a mi familia, compartir con amigos, recorrer el club en el que uno se crió. La pandemia nos golpeó mucho y, sinceramente, te hace replantear un montón de cosas. Hoy hay gente que ya no está y uno lamenta el tiempo perdido que ya no se puede recuperar. Soy feliz en Madryn, pero la pandemia me enseñó a valorar a los afectos que viven en la ciudad en la que nací. Por eso, apenas se calme esto del Covid-19, vamos a hacernos una escapada, porque en definitiva, en este contexto, uno le ha dado un valor distinto a la vida”.

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