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De Ayer a Hoy

La historia de una mujer que canalizó su dolor para ofrendar solidaridad

Teresa Caporicci se rehizo tras el prematuro fallecimiento de su marido por leucemia. Cómo nació Ayuda-Le. El valor de donar médula ósea. “El uso del barbijo en la pandemia permitió generar conciencia”, afirmó.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Una enfermedad crónica y con pronóstico complejo puede modificar cualquier estructura de un momento a otro. No sabe de proyectos, sueños ni de nada que se pueda planificar en familia y a mediano plazo, simplemente aparece y deja en manos de Dios (y los médicos) a un paciente que pondrá todo de sí mismo para curarse.

Algunos lo logran, mientras que otros irremediablemente no alcanzan a con éxito los tratamientos a los que se someten. El entorno resulta vital y la forma en la que asimilan el dolor los que quedan en este plano son factores indispensables para seguir adelante. Ese es el caso de Teresa Caporicci, quien junto a sus hijos Aldana y Agustín (a los que luego se les sumó Silvia, su nuera, y sus nietos Luisana, Serena y León).

El fallecimiento de su esposo, Luis Castillo, causado por una leucemia, en tiempos en los que dicha patología poco tenía de difundida, les inyectó las fuerzas necesarias para hacer realidad un anhelo de quien se fue de este mundo muy joven. Ayuda-Le, una ONG que vino a cubrir un vacío, se convirtió en el motor de una familia que contribuyó a contener a otras que vivieron episodios traumáticos como los que les tocó transitar. Teresa Caporicci, una de las fundadoras, reflejó su derrotero en la sección “De Ayer A Hoy”, en LA BRÚJULA 24.

“Nací en Tornquist, cuando me casé me vine a vivir a Ingeniero White. Mi niñez fue normal, linda en un lugar donde todos se conocen, donde se toma mate en la vereda y uno podía salir a andar en bicicleta a toda hora. Son cosas que en el pueblo todavía en cierta forma aún se pueden seguir haciendo”, afirmó Caporicci, en el marco de una charla que se gestó en la sede de Ayuda-Le, ubicada en Roca 297.

Y rememoró que “vivía lejos del sector céntrico y cruzaba la bella plaza de la localidad todos los días para ir a la escuela. Ahora, cuando voy a visitar a mi familia que se quedó allá, noto que es un espacio verde más concurrido, aunque no ha cambiado su esencia, con la iglesia en el medio y el lago con los característicos patos”.

“La primaria la hice en el Colegio Nuestra Señora de Luján y la secundaria en el Nacional, siendo una alumna con buenas calificaciones en líneas generales. Me crié con mis padres, un hermano mayor, la del medio y yo que fui la menor de los tres. Tenía mi grupo de amigos muy característico de la época con el que compartimos aventuras, los populares ‘asaltos’, paseos, pero mi gusto principal pasaba por el arte, en especial la pintura y el dibujo”, aclaró, en relación a su pasado.

Consultada respecto de si tomó clases, aseguró que “nunca fui a aprender, creo que fui autodidacta y lo pude cultivar cuando vine a estudiar para Maestra de Educación Inicial en Bahía porque tenía la posibilidad de desarrollarme en esa temática. Ya trabajando como docente, siempre me elegían para hacer grandes los dibujos pequeños y cubrir las paredes de las salas”.

“Me gradué en el Instituto Avanza, más precisamente en la Escuela N° 2, primero en el Profesorado con Especialización en Educación Inicial, luego me casé en 1978 e hice un año y medio más para recibirme de Maestra Jardinera. Rápidamente comencé a ejercer en un Jardín de Infantes privado llamado Oaky que estaba en el Vialidad de White, lugar que se había creado en el obrador de ese barrio”, sostuvo “Tere”, con voz firme.  

Asimismo, evocó con cierta tristeza: “El final de este establecimiento no fue el mejor porque tuvimos que cerrarlo, a raíz de que a muchos de los vecinos les molestaba, pese a que la comunidad en general era hermosa. Fue el jardín de mi vida, soñé tantas veces con volver a reunirme con las maestras. Aún hoy me encuentro con mamás que me recuerdan las fiestas y ya los chicos vienen de la mano de sus hijos, lo que me hace sentir grande (risas)”. 

“Quedé viuda joven, con 34 años. Mi esposo tenía 35 y falleció como consecuencia de una leucemia. No se hablaba mucho de esta enfermedad, antes de Luis hubo una campaña por un niño llamado Nicolás Fernández para que pudiera viajar a Estados Unidos para hacerse un trasplante de médula”, expuso, respecto de un tramo de su vida ciertamente traumático.

Luego, continuó con la crónica de los hechos: “Cuando mi marido tuvo el diagnóstico, Nico todavía no había ido a Norteamérica. Nosotros habíamos conseguido algo de dinero gracias a un partido de fútbol en el Vialidad donde los niños cobraban entradas a sus padres, un gesto maravilloso. A él aún le faltaba reunir los fondos, por eso Luis le ofreció lo que había recolectado, pero no fue necesario porque a los pocos días llegó a reunir la suma necesaria para la intervención”. 

“Viajó, su mamá le donó médula, pero no se desarrolló y terminó falleciendo. Primeramente íbamos a ir a Israel, pero luego logramos que se autorice el procedimiento en Uruguay junto a su hermana que era compatible. Habíamos depositado el dinero en el banco, pero mi esposo falleció por una crisis blástica, dejando una nena de 8 años y un nene de 4”, dijo la entrevistada. 

Un proyecto se gestó a partir de esta contingencia: “La idea de él fue siempre hacer un lugar en Bahía para que la gente no se encuentre sola como estábamos nosotros. Así fue desde que se confirmó el diagnóstico en Buenos Aires gracias a haberse encontrado con un grupo de chicos de la Fundación Amigos de Glóbulos Rojos que nos invitaron a tomar un café para explicarnos cosas de esta enfermedad”.

“Todos ellos se habían curado y buscaban acompañarnos en ese difícil proceso que emprendíamos. Aquel fue un legado que quedó para siempre tanto para mí como para mis hijos. Cuando al médico de Uruguay le comenté que Luis había fallecido, me aseguró que al lunes siguiente se me iba a regresar a Argentina la suma del depósito”, añadió Caporicci.

Inmediatamente se remontó hasta el origen de la ONG: “Ayuda Le surge de la charla entre mi esposo y el papá de Nicolás, poco tiempo después de que su hijo había muerto. Luego de lograr que el banco devuelva solo una parte del dinero, por un problema que tenía que ver con Argentina y no con Uruguay y lo que le había sobrado al papá de Nicolás, junto a todos los medios de comunicación que nos ayudaron en las campañas, Club de Leones y Rotary Club, quedó plasmada la ONG”.

“Se compró la primera separadora de células para el Hospital Penna que no tenía una aparatología de esta naturaleza. Hasta ese entonces, cuando un paciente necesitaba una transfusión de plaquetas, requeríamos 13 donantes de sangre y con el nuevo equipamiento adquirido con uno solo se podía llevar adelante el procedimiento. Además, esa persona podía volver a donar a la semana siguiente, sin tener que esperar tres meses como ocurría con la tecnología anterior”, aseveró con la certeza de reconocer la importancia del paso que se pudo dar. 

Con orgullo, Teresa acotó: “Vi todo el crecimiento de esta ONG, desde el 3 de mayo de 1990 cuando nació, se hizo una gran campaña de socios, se consiguió comprar la casa donde tenemos nuestra sede y realizamos las reuniones. Luego, la Municipalidad nos donó un lote a unas cuadras del Hospital Penna donde tenemos ocho departamentos que están totalmente equipados para alojar a las persona de la zona y hasta de Bahía Blanca, mientras un chiquito se somete al tratamiento”.

“Se trata de un espacio que tiene todas las comodidades, con la asepsia necesaria, los detectores de monóxido de carbono y sus respectivos televisores en cada unidad. Luis estaría feliz de ver cómo se logró, se trabajó ad honorem, con mucho sacrificio, tratando de estar en todos lados para colaborar con el nosocomio provincial”, argumentó promediando el ida y vuelta.

Y la vocación de servicio no quedó ahí: “En su momento nació el servicio que aún existe y se llama ‘patrulla’, luego de perfeccionar a una enfermera en Buenos Aires. Lleva ese nombre porque, en ese sector del Penna, recorre y visita a los enfermos. Además, ayudamos a equipar salas, ofrecemos insumos cuando hacen falta, llevamos golosinas a los niños que se hacen quimioterapia, regalos para el Día del Niño y para Pascuas llevaremos los huevitos”.

“Paradójicamente nunca pude ser donante porque fui muy flaquita, siempre pesé alrededor de 47 kilos y el mínimo es 50. Pese a ello uno siempre trata de generar conciencia, falta mucho en ese sentido, respecto de la médula ósea y la gran importancia de dar vida en vida. Estamos hablando de donar lo que se conoce como la fábrica de la sangre, ya sean glóbulos rojos y blancos, no es la médula espinal, lo que hace que haya personas que por ignorancia tienen miedo de quedar hemipléjicos”, expuso, siempre con la idea clara de hacer docencia. 

Con la cadencia de alguien que sabe de lo que habla argumentó lo dicho previamente: “Un trasplante de médula ósea es un procedimiento mucho más simple. La pandemia y la aparición del barbijo en cierto modo ayudó a fomentar el aprendizaje. Hace 12 años hacemos un evento en la Plaza Rivadavia donde nos ponemos una camiseta blanca representando a todos los niños con cáncer y tratamos de explicar”. 

“La primera actitud que tiene una persona ante un chico con el tapabocas colocado es retraerse, aunque no sabe que lo tiene puesto que lo usan porque nosotros podemos contagiarlos. Ahora, la gente ya no se asusta tanto porque se ha concientizado sobre cáncer infantil, que no tiene explicación lógica”, formuló.

Por último, dejó en claro que “esto se da a diferencia de un adulto, que sabemos que tiene que ver con su conducta en la vida y sus hábitos. En los niños, los síntomas son muy diversos, por eso se debe estar atentos porque si el diagnóstico llega a tiempo y el tratamiento se hace en tiempo y forma, el cáncer tiene un 80% de posibilidades de ser curable”.

Teresa Caporicci resiste a los embates del destino, como dice la canción es “como un junco que se dobla, pero siempre sigue en pie”. Años atrás, se jubiló aportando su esmero en el Jardín de Infantes N° 953, pero las 24 horas del día no son suficientes para cumplir con los compromisos asumidos en Ayuda-Le. Desde algún lugar, su queridísimo Luis le brinda la energía necesaria para no claudicar.

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