De Ayer a Hoy
Alejandro Meringer: "Pienso que transité por muchas vidas en una sola"
La infancia en Estados Unidos. El regreso a Argentina. Las peripecias en Malvinas. Un difícil proceso de reinserción en la sociedad como traductor y en la Dirección de Migraciones. Una impactante historia de vida.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco
Inquieto, con un poder de reinvención propio de quien se comportó camaleonicamente para sortear los desafíos que le proponía cada momento bisagra. Con un talento pocas veces visto, salió ileso de cada situación traumática, acompañada de profundos cambios, se valió de una suerte de coraza que no solo lo protegió, sino también lo dotó de una personalidad férrea, tenaz y resistente.
Lo valorable del invitado a esta nueva entrega de la sección “De Ayer A Hoy”, es que no reniega de ninguno de los pasos caminados en este derrotero de la vida. Ni siquiera hace un revisionismo y menos aún busca culpables. Quizás su principal mérito fue el modo en el que procesó cada vivencia, por más traumática que haya sido.
En su vida, la comunicación aparece como un hilo conductor. Los años lejos de casa fueron un bálsamo para resignificar cada una de las peripecias acaecidas en el hecho más triste de la historia moderna del país. Sin las herramientas de la actualidad, se apoyó en su familia con el único salvoconducto que brindaba el contexto. En esta oportunidad, un testimonio que dejará boquiabiertos a los lectores.

“Soy Alejandro Meringer a secas, sin segundo nombre y casualmente ayer se cumplieron 62 años de mi nacimiento en el Hospital Español de Bahía Blanca. A los 4 años toda la familia se trasladó a Estados Unidos, hasta ese entonces viviendo en una casa que está en el límite de los barrios Universitario y Napostá, más precisamente en Paraguay casi esquina Avenida Alem”, sostuvo en el inicio de la conversación.
Y evocó: “De esa niñez, antes de partir, solo recuerdo venir caminando de la mano con mi madre o con la mamá de una amiga al jardín de infantes. Mi papá era maestro mayor de obras, trabajaba en la construcción y quería probar algo diferente por eso primero se fue él, consiguió empleo. Luego regresó, hicimos la visa y nos fuimos todos juntos”.

“Según decía, le iba bien acá, pero tenía el anhelo de probar en aquel país. Junto a mi mamá y mi hermana menor, que falleció hace 17 años, nos radicamos en Estados Unidos. Fuimos en 1967 y nos quedamos prácticamente hasta que cumplí los 14. Volvimos por necesidades insatisfechas y las cargas emotivas, más allá de que a uno le vaya bien o mal”. afirmó, en relación a su adolescencia.
Consultado sobre aquella determinación, infirió que “eran tiempos en los que la distancia se sentía mucho, las pérdidas dolían por la imposibilidad de estar en la despedida de esos seres queridos. Escribir una carta era la única forma de comunicarse y las demoras se hacían eternas, solo tenías la posibilidad de las llamadas en las que se dependía de un operador que tuviera un teléfono para concretarlas”.

“Prácticamente mi primer idioma era el inglés, por eso no me resultó sencillo el regreso a Argentina siendo adolescente, pese a que veníamos ocasionalmente de visita al país. En mi casa en Estados Unidos con mi mamá hablábamos en español y con mi papá, en inglés. Junto con mi hermana lo tomábamos como un juego porque los niños experimentan constantemente y son inquietos”, agregó, mientras buscaba un punto fijo con su mirada.
Asimismo, destacó que “allí hice la primaria durante seis años y comencé lo que se conoce como junior high, que no me lo reconocieron cuando volví a Bahía Blanca. Digamos que perdí un año. Vivimos cerca de Baltimore, en el estado de Maryland y cuando nos radicamos nuevamente en esta ciudad lo hicimos en la misma casa de mi niñez, la cual había estado alquilada en nuestra ausencia”.

“Las circunstancias hicieron que por un tema de documentación y validaciones termine el secundario en el Colegio Don Bosco que fue la única institución que me aceptó. El papeleo era enorme, mi hermana terminó la primaria en María Auxiliadora y luego pasó a las escuelas dependientes de la UNS. Egresé como bachiller y una de mis inquietudes era la de estudiar Licenciatura en Economía, sin embargo la balanza se volcó a favor de hacer el curso de ingreso para Ingeniería”, advirtió Meringer, en medio de una charla que ganaba en intensidad.
Y lanzó:: “Al segundo día tuve que abandonar para hacer el servicio militar, ingresando al Batallón de Comunicaciones. Esa etapa duró unos 40 días porque el 28 de marzo de 1982 zarpamos en el Almirante Irízar a Malvinas. Fue algo inesperado, no tenía ni idea de nada y entiendo que fuera así porque la información era acotada, más allá de que las directivas eran bastante claras”.

“En el Batallón se notaba que algo pasaba porque todos los equipos de radio se estaban movilizando. Nos dijeron que íbamos de maniobra militar, algo totalmente creíble. El sábado 27, previo a la partida, mi jefe me dijo a mí, que era asistente-soldado, una especie de ‘che pibe’, que vaya a cenar con mi familia para decirle que me iba. A las 5 de la mañana salimos a la Base Naval Puerto Belgrano”, describió Alejandro con precisión.
Como se dice mal y pronto, estaba “crudo”, aprendiendo velozmente a cada paso: “En mi caso solo hacía una semana que había terminado la instrucción, un período muy corto si se toma en cuenta que había iniciado el 2 de febrero. Un lunes ya había logrado ingresar y salir, con disponibilidad de horarios, por lo que estaba contento, pero duró muy poco porque el miércoles me informan que quedaba acuartelado. Esta última era una palabra que por mi ignorancia no sabía a ciencia cierta cuál era el significado”.

“Mi jefe que conducía un jeep me empezó a preguntar sobre mis años en Estados Unidos y cuál era mi conocimiento del idioma inglés. Desde mi ingenuidad pensé que me lo consultaba porque había algún manual para traducir. En Puerto Belgrano vi el despliegue impresionante, por lo que ahí es cuando consulté dónde vamos, a lo que me contestaron que seguíamos de maniobra”, manifestó el protagonista de este ida y vuelta.
Llegó el momento en el que conoció la verdad detrás de todo ese despliegue: “Ese mismo día embarcamos, hasta que al atardecer, fue el segundo jefe del Batallón el que nos confirmó a Marcelo Morganti, con quien compartí todo aquella experiencia, y a mí que íbamos a hacer historia: tomar las Islas Malvinas. Mi primera pregunta fue dónde, porque para alguien que no hizo la primaria en Argentina es imposible saber de qué me estaban hablando”.

“Uno de los motivos por el cual volvimos de Estados Unidos era que mi padre no quería plantearse la posibilidad de que sea convocado por las fuerzas armadas de ese país para protagonizar una guerra. Lo paradójico es que volvimos al país y a los pocos años se desató el conflicto bélico”, analizó, con tono pausado y firme.
Para él se trataba de un desafío titánico: “En cinco años tuve que construir el patriotismo, el nacionalismo, porque mi patria de corazón siempre fue Argentina, pero mi crianza y conocimiento eran distintos. La primera reacción fue la de posicionarse geográficamente hacia dónde íbamos y por qué. El desembarco se tendría que haber producido el 1° de abril, pero por razones meteorológicas se hizo al amanecer del día siguiente”.

“Bajamos en el teletransportado al aeropuerto de Puerto Argentino y de allí nos dirigimos a la casa del gobernador cuando se estaban dando los últimos disparos y terminaba la toma. El principio del viaje fue sencillo porque tenía la mente ocupada y más si le sumás la ignorancia. La pasé peor cuando se produjo la sudestada y el 70% de la tripulación del Irizar no estaba en las mejores condiciones”, contó sin vacilar Meringer
Tras cartón, refirió que “ya cuando desembarcamos era todo novedoso. El trabajo que me asignaron fue atender la central telefónica por mi manejo del idioma inglés. Había dos operadoras mujeres y una población sin atender. Empecé a aprender el uso de las clavijas y me demandó tiempo porque los primeros dos días estaba con mi jefe cumpliendo el establecimiento de las comunicaciones y a la noche atendía la central”.

“Tenía 18 años, no me molestaba no dormir, se hablaba de terminología de guerra que uno ignoraba por completo. A fines de mayo o principios de junio sentí que llegaba la paz y ahí perdés el sentido de pertenencia material y el de proyección. Solo te interesan las necesidades básicas. Cuando se produjo el cese del fuego volvió a reinar la ignorancia porque no sabía qué implicaba”, admitió sin pudor.
Por tal motivo, reconoció que “en esos momentos uno se maneja con el sentido común y va para donde cree que tiene que ir. Entendía que no debería haber más combate, pero cuando subís como prisionero de guerra en un buque inglés no sabés qué va a pasar. Fueron cuatro días en esa condición en la isla y otros tres navegando hasta que llegamos a Puerto Madryn, todos tapados hasta el aeropuerto de Trelew para llegar a Campo de Mayo, donde realmente ya tuvimos la certeza de que volvíamos a casa”.

“Las familias de los combatientes sufrieron más que nosotros porque bien o mal uno sabía lo que me estaba sucediendo. En mi caso tuve la suerte de poder hablar en algunas ocasiones desde allá con mis seres queridos porque nosotros estábamos en el área de Comunicaciones. El problema de la reinserción fue muy difícil porque primeramente yo no sabía lo que me pasaba y los demás tampoco tenían en claro qué me ocurría”, enunció respecto del día después de la batalla.
El contexto, allá por inicios de la década del 80, era diferente al actual: “Estamos hablando de una época en la que uno no iba en busca de ayuda en materia de salud mental. Tuve la fortuna de no haber estado en primera línea, por eso los que estuvimos en la Isla valoramos al que estaba en la trinchera y los respetamos. Primero me fui de la casa de mis padres para reencontrarme conmigo mismo, entender hacia dónde me iba a direccionar”.

“Sabía que tenía que estudiar y se reforzó después de la guerra, sabiendo que ahí me iba a poder focalizar. Me recibí de Ingeniero Civil, pero trabajé muy poco tiempo en esa actividad porque me dediqué a dar clases de inglés, hice tareas de traductorado en los planteles de básquet de Estudiantes y trabajé como operador internacional en Entel, siempre en todo lo relacionado a las comunicaciones”, ratificó, en lo ligado a ese volver a empezar.
La figura de Alejandro tomó notoriedad en una dependencia pública: “A la Dirección de Migraciones ingresé en 1994 casi de casualidad y luego rendí un concurso para ser delegado de la sede local. Fueron casi 27 años donde por mi tarea diaria terminé aplicando y entendiendo las barreras, sin diferenciar ni discriminar. Me tocó radicar personas inglesas, lo que me demuestra que no tuve ni tengo odio personal y entendemos que aquello fue algo circunstancial”.

“Migraciones empezó como un trabajo y se convirtió en mi vocación. Tuve el reconocimiento del gobierno chileno, representé a Argentina en Milán y conduje un programa en la BBC por el tema Malvinas. Hoy estoy jubilado, doy clases de conversación en inglés y varias charlas que van desde lo motivacional y el liderazgo, tipo coaching a lo que denomino el poder de la resiliencia. Pongo mis vivencias al servicio de los que me escuchan”, apuntó entusiasmado.
Por último, enumeró quien tiene una maestría y sigue estudiando: “Pienso que llevo vividas muchas vidas en una sola. Una travesía de superación y perseverancia, a través de una combinación de formación, experiencia práctica y enfoque en el crecimiento. Esto, si lo podemos encauzar, nos brinda una perspectiva y determinación distinta”.

No fueron pocos los aspectos que quedaron fuera de este artículo. No es usual que sea tan complicado compactar todo el material para incluir cada reflexión esgrimida. Consecuencia de ello fue el poder de síntesis en virtud de no ahondar en palabras vacías para describir el itinerario de la persona, priorizando lo realmente importante. En resumen, ameritaba una reseña mucho más puntillosa, pese a lo cual, el cometido fue logrado con creces.
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