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DE AYER A HOY

Sarita Capelletti: “la Reina Madre” que hace un culto a la docencia en el piano

La vocación al servicio de generaciones. La mujer que vence al tiempo. Transgresora y siempre alegre. “Sé que soy rara, pero nunca me la creí y ese es mi alimento”, dijo una referente de la cultura local.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

A menudo las personas mayores suelen hallar escollos para alcanzar una actualización en sus conocimientos. El vertiginoso avance de las tecnologías deja en el camino a todo aquel que peina canas y no logra acompañar una serie de procesos que siguen su curso sin darle el tiempo a que logre comprenderlo. El desafío es aún mayor al considerar que está científicamente comprobado que se complejiza la incorporación de conceptos a determinada edad.

Cada regla tiene su excepción. Existen seres con un ángel especial que consiguen una innegable empatía con niños, adolescentes y jóvenes a los que duplican y hasta triplican en relación a su fecha de nacimiento. Manejar el teléfono celular como un millennial o compartir sus gustos musicales con quienes podrían ser hijos o hasta nietos es una bendición reservada para unos pocos.

Sarita Capelletti supo congeniar su bohemia abrazando la música y el piano como la herramienta con la cual le pudo demostrar al mundo que el DNI no la inhabilita para seguir vigente. En La Brújula 24 compartimos una genial conversación en la que la premisa era intentar encontrar la razón por la cual rompió todos los esquemas, hasta transformarse en una referente de la ciudad. Y creo que lo logramos. 

“Soy nacida en Ingeniero White y, como se estilaba en esa época en mi hogar, una casa ubicada en Avenente 4062. Mi familia estaba compuesta por mi padre Luis Humberto, mi mamá Élida Brígida Di Lorenzo y mi hermana tres años menor Alicia Ester. Tuve la suerte de criarme en una vivienda muy amplia, con un patio de 60 metros, por eso salía poco a la calle. Mis papás nos fabricaban nuestros propios juguetes. Nos hacían sillas, mesas y cochecitos para llevar los muñecos”, consideró Sarita, desde su casa del barrio Pedro Pico.

Repasando en su mente, sostuvo que “mi padre tuvo una niñez triste porque quedó huérfano a los cuatro años en Tres Arroyos, estuvo boyando de familia en familia hasta que cumplió la mayoría de edad y un amigo lo conectó con el ferrocarril. Viajó para vivir en una piecita de pleno centro de White que se incendió al año, rindió para ingresar como fogista y pudo obtener el empleo. En un baile de La Siempre Verde conoció a mi mamá, el 5 de noviembre de 1941 se casaron y estuvieron 64 años juntos”.

“Él fue un personaje con trascendencia política, afiliado al partido socialista, militante de los de antes. Con los años se convirtió en maquinista y posteriormente en director de la Escuela Técnica Carlos Gallini que estaba en Guillermo Torres al fondo, a la altura de Las Colonias”, detalló, con el orgullo de una hija admiradora de quien fuera uno de sus faros en aquellos tiempos.

En esa misma dirección, Capelletti reconoció que “si bien tuve muchas amistades en mi adolescencia, desde muy chica sabía que lo mío era juntar sillas, ubicarlas frente a un pizarrón, tomar un palito que hacía las veces de puntero y armar la historia de colocar los muñequitos como alumnos. Jugaba a dar clases, con solo seis años de edad ya me gustaba ser maestra”.

“Hice la primaria en la Escuela Nº 15, no fui una alumna ejemplar ni mucho menos debido a que tenía el trastorno de atención dispersa. Me aburría muchísimo en el aula, cuando ingresé ya sabía leer y mi mente viajaba lejos (risas). Mis padres se la pasaban permanentemente hablando con la directora porque su hija no estaba atenta a la clase. Vivía en un plano de fantasía, era distinta y coincidió con la aparición de una tía que era pianista y tenía su casa cerca de la mía”, explicó, mientras ofrecía una tacita de café a este cronista.

Fue esa mujer la que abrió la primera puerta: Tocaba en la parroquia de White para los casamientos y me dejaba pasar a su lugar de estudio para que pueda tocar el piano. Me subía a la banqueta y ejecutaba el instrumento, sacando las canciones de oído. Ese fue un antes y un después porque de muy pequeña, con apenas siete años, descubrí mi vocación”.

“La secundaria la cursé en la Escuela Normal de Bahía Blanca, viajando todos los días en colectivo o en tren desde White. Tomábamos el transporte público con mucha gente conocida, como por ejemplo ‘El Negro’ Santiago y otros que ya no están. Ellos nos protegían debido a que los coches a veces no tenían luz, nosotras nos refugiábamos detrás de ellos, que iban al Colegio Industrial, ante cualquier situación de peligro que pudiera surgir”, evocó, con un dejo de nostalgia.

Claro que su alma bohemia la atravesaba por completo: “En esa etapa era aún más vaga, esquivaba ir a clase. Aún no había ido al Conservatorio ni a Buenos Aires a especializarme en piano, pero mis primeros años en el Normal fueron complejos, me llevaba hasta once materias. Pasaba todo el verano en un lugar histórico de White yendo a clases particulares, la señorita Acuaviva que daba apoyo en calle Rubado. Vivíamos desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche y todos terminábamos aprobando los exámenes”.

“En tercer año dejé los estudios porque me puse de novia con un muchacho que había venido a hacer el servicio militar y jugaba al fútbol en Comercial. En mi mente solo giraba la idea de casarme, algo impensado por mi filosofía de vida posterior. Me di cuenta que eso no era para mi y, luego de un tiempo, retomé los estudios, me ubicaron en una división a la que iban alumnos aplicados, allí hice el click, levantándome a las 4 de la mañana para estudiar. Me transformé en una estudiante académicamente más preparada y terminé recibiéndome con muy buenas calificaciones”, exclamó orgullosa.

Cierta consideración de sus pares la sorprendió: “Después de muchos años me volví a reencontrar con mis compañeras del Normal y noté la admiración que tenían para conmigo, algo que me sorprendió porque durante un lapso fui una alumna muy floja. Pero fueron los actos escolares los que me catapultaron, porque tenía el honor de tocar el himno y las marchas con el piano. Eso me convertía en Gardel (risas), sin querer queriendo me fui haciendo conocida en las parroquias y me llamaban para tocar en las diferentes ceremonias”.

“Hasta conformé un coro en Ingeniero White dentro de la misma iglesia, coincidiendo con una etapa en la que pude pulir mi formación en el Conservatorio. Terminé el secundario y con ese título que te habilitaba para ser maestra, me convertí en docente. Al mismo tiempo empecé a viajar a Buenos Aires por cuestiones vinculadas con la música, en el Conservatorio López Buchardo hice Dirección Coral, Instrumental y otras materias que me permitieron abrir la cabeza, asociándome a una entidad que nucleaba a educadores musicales”, repasó Sarita, promediando la conversación

Consultada sobre otros proyectos, puntualizó: “Incluso pude sumarme a mesas de trabajo en congresos de educación especial, algo que también estaba entre mis inquietudes desde muy joven. Pude traer a la ciudad a varios pedagogos musicales que vinieron a dar seminarios. Mis primeros alumnos de piano los tuve en Ingeniero White, luego hice un largo impasse que incluyó la mudanza a Bahía Blanca en 1971 y llegó el momento en el que me amigué con el instrumento”.

“Hubo una época en la que dejé de sentarme a tocar, no le puedo encontrar explicación, pero fue un proceso que me permitió luego volver con todo. Nora Roca fue alumna mía en las clases de música del Colegio Mosconi y en ese entonces ya perfilaba para ser la artista que es, ella es única, un sol de persona”, se deshizo en elogios Capelletti.

Como todos los protagonistas de esta sección, hubo una etapa de esplendor absoluto: “Tuve la divina fortuna de en un determinado momento tener mucho trabajo como profesora de piano, me decían ‘La Reina Madre’, pero por un carril paralelo iba eso de no creérmela, ese era mi alimento. Hice cosas lindas, algunas mejorables, en otras fui una transgresora porque disfrutaba tanto de enseñar como de tocar”.

“Durante 11 años tuve un grupo llamado Tangonautas y nuestro repertorio era de 248 tangos, combinando no solo los de la década del 40, sino también la época de Piazzolla. Eso me obligó a estudiar mucho porque el rango de interpretación era extremadamente diverso, además no contaba con patrocinadores y hacía todo a pulmón”, expuso.

El método de nunca envejecer es la energía que la mantiene plena: “Con el transcurrir del tiempo, gracias a que fui profesora en el secundario, los chicos me fueron actualizando en los géneros musicales. Incluso me enseñaron a usar el celular, Internet, redes sociales y era allí donde lejos de rehusarme a aprender, tomaba el desafío. Ellos me semblanteaban y les permitía tener el teléfono sobre el banco para utilizarlos en la hora de Música, jamás tuvimos un problema”.

“Por elección nunca quise formar mi propia familia, no escasearon los amores, pero ninguno de ellos me hizo dudar sobre mi decisión de no tener hijos. Siempre estuve convencida ciegamente de ese camino, fui y soy feliz con esa determinación, con mis sobrinos aún hoy me considero una tía que los malcría (risas)”, se sinceró, mientras observaba con los ojos brillosos un punto fijo.

Y añadió: “Ellos no viven en Bahía, uno está en Villa La Angostura y el otro en Escobar, por eso de mi familia solo estoy cerca geográficamente hablando de mis primos. Además cuento con el afecto de mis amigos, muchos de ellos alumnos con los cuales sostengo un vínculo inquebrantable”.

“Admito que soy rara y que no todos alcancen a comprenderlo, pero esta es mi realidad y no reniego de ello. Me defino como una gestora cultural, porque considerarme productora artística pese a organizar eventos y presentaciones creo que es demasiado. Sé cómo se manejan algunos temas puntuales, puedo detectar como a veces se priorizan proyectos mediocres que generan gran afluencia de público”, destacó, cuando se animó a analizar el contexto de la materia que más conoce.

Al epílogo refirió que “actualmente tengo dos ciclos, uno se llama Miradas de Mujer donde vamos por las huellas del arte buscando versatilidad en estilos y presentación, con un invitado varón. El otro lo denominamos Porque Se Nos Canta que es un desafío donde proponemos diferentes géneros en una misma noche. El que asiste a ese show se va a encontrar con temas de heavy metal, tango, bachata, trap, cumbia y hasta un bailarín de Freestyle. En definitiva, la música es universal y todos ellos terminan abrazados, pese a sus diferentes formas de interpretar una canción”.

“Mi sobrina-nieta tiene un oído privilegiado, hace comedia musical en La Angostura y cuando viene de visita se pone a tocar el piano. Hace un par de meses, pese a mi artrosis y una caída que sufrí, por la que decidí que no podía seguir con el instrumento, le mostré cómo podía hacer el tema ‘Muchachos’ que se hizo famoso durante el Mundial de Fútbol. Lo saqué de oído, pese a que solo podía utilizar una sola mano, y considero que ese don de poder interpretarlo sin ensayo ni partitura nunca se va a ir de mí. Es por eso que puedo decir que al piano no lo abandoné definitivamente”, concluyó.

Huelgan las palabras cuando un nombre resume todo. Hablar de Sarita Capelletti es sintetizar el coraje de enfrentar los mandatos sociales, en tiempos en los que una mujer debía formar su familia y en los que la música era propiedad de una sociedad patriarcal. No es casual que en más de una ocasión haya sido distinguida por el municipio, el Concejo Deliberante, el Consorcio del Puerto y la Universidad Nacional del Sur como una de las ciudadanas más comprometidas. La mujer sinónimo de piano aún tiene mucha historia por escribir.

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