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por carlos rossi

Retazos de una infancia sin WI – FI: la vuelta de los “carritos a rulemanes”

Más de 50 años atrás, disfrutábamos a la hora de siesta, cuando había poco tránsito, yendo y viniendo con nuestros carritos. Construirlos, era una tarea ardua, pero el resultado, placentero.

Por Carlos Rossi, conductor, locutor y periodista (*)

Días atrás en la radio, hicimos una nota con un entusiasta puntaltense de muy jóvenes 70 años, sobre una tradición que viene impulsando desde hace algún tiempo: los carritos a rulemanes.

No sólo construirlos, sino también convocar a vecinos de las más diversas edades, a familias enteras, para probar, en caso de no haber tenido experiencias anteriores, o revivir deslizarse en éstos simples vehículos, rústicos, básicos, hechos con cuatro maderas, unos clavos y los rodamientos. Una actividad que en Punta Alta fue declarada de interés del municipio.

El haber conversado con Oscar –casi coetáneos – me trasladó a más de 50 años atrás, cuando las tardes, principalmente las de verano, las disfrutábamos yendo y viniendo con nuestros carritos a rulemanes, en muchas ocasiones, interrumpiendo la siesta de algún vecino. Ese era el resultado de una tarea por momentos ardua, que llevaba tiempo, nada de dinero y a veces, requería algo de ayuda de los mayores. Podemos decir que lo fundamental, lo primordial, era conseguir los rodamientos. Pedir, solicitar, “garronear”, no comprar.

Con los pibes de mi cuadra estábamos bastante acomodados en ese trance, porque a pocos pasos estaba nuestro shopping de rulemanes: una chatarrería, donde su propietario, gentilmente, nos dejaba revolver entre “fierros” viejos y oxidados hasta encontrar los apreciados elementos, teniendo en cuenta su tamaño.

Seguidamente, quizás, la faena más dura: como generalmente – o siempre – los rulemanes estaban oxidados y engranados, teníamos que empezar el proceso de puesta en valor de los rodamientos. Sumergirlos en kerosene, Coca o lo que pudiera ablandarlos; pasarles un cepillo de acero y por último, embeberlos en grasa de litio que, por supuesto, mangueábamos en el taller mecánico del barrio.

Después, llegaba el momento del reto de encontrar una buena madera para la base de nuestro carrito, lógicamente recurriendo a la buena voluntad del carpintero, para seguir en la línea de no gastar un mango. Poniendo nuestra mejor cara de buenos pibes, ya que estábamos en la carpintería, pedíamos también las varillas para los ejes. El de atrás sería más corto, apenas un poco más largo que el ancho de la madera del cuerpo del carrito, y el delantero, mucho más largo, porque allí se apoyaban los pies para dar dirección al vehículo.

Construir un carrito a rulemanes, era casi una obra de ingeniería, para chicos de entonces 8, 9 o 10 años. Muchas veces era necesario solicitar ayuda a los mayores, por ejemplo para afinar y redondea las puntas de las varillas-ejes para calzar los rulemanes, y también, para agujerear la madera y la varilla del eje delantero para poner un bulón con arandelas y tuercas para darle movilidad. Tres o cuatro clavos para fijar el eje trasero a la base, y con un pedazo de correa usada de persiana, para usar de agarradera, terminaban la construcción. Algunos chicos de la barra, lijaban y pintaban su carrito.

Cualquier tarde durante las vacaciones, a la hora de la siesta, cuando había poco tránsito, era el momento de probar, de estrenar, de haber andar nuestro carrito.

La cuadra donde vivíamos, no tenía pendiente, por lo que para hacer andar nuestro carrito, con nosotros arriba, se requería de propulsión humana. Alguno de los amigos, tenían que empujar desde los hombros al piloto, tomando carrera de algunos pasos y soltando con fuerza, para dar impulso al vehículo. La dirección se la daba con las piernas sobre el eje delantero y para evitar raspones en las manos, se usaba la correa para agarrarse. Otra opción era ir a remolque de las “Auroritas” de los amigos, con el compromiso ineludible de cinchar pedaleando “una vez cada uno”.

Inevitables eran las competencias cuando dos o más carritos se construían. Había que elegir bien el amigo que te diera el envión, fuerte y rápido para ganar la carrera.

Los carritos a rulemanes fueron, sin duda alguna, los forjadores de la diversión y las sonrisas de la infancia de muchos. También te hacían vivir momentos incómodos…por ejemplo, cuando lo usábamos en la vereda de baldosas con vainillas, lo que provocaba un ruido ensordecedor y muy molesto, principalmente para los vecinos que en esas tardes de verano, querían dormir la siesta, y nos sacaban “carpiendo”.

(*)Pueden escucharlo de lunes a viernes en su programa Hora de Radio, desde las 19, por La Brújula 24 FM 93.1.

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