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DE AYER A HOY

Pasquaré reveló la receta para combinar sus pasiones: la locución y el teatro

En una charla para atesorar, habló de su niñez en Ascasubi. Su primer trabajo. Cómo descubrió el micrófono y las tablas. Y un presente ya sin horarios: “Me estoy vengando de la actividad”.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

“Maestro”, una palabra que engloba un significado con connotaciones naturalmente positivas. La forma de enseñar puede ser variada, aunque la tradicional es aquella que ubica a una persona con determinada formación a transferir los conocimientos a sus alumnos. Sin embargo, la acepción del término con el que comenzamos el artículo apunta hacia otro tipo de docente.

Nos referimos a aquel que se transforma en un referente desde un lugar menos buscado por así decirlo. En ese caso, es la propia sociedad la que lo coloca en una posición casi de idolatría, una referencia para quienes admiran a ese profesor de la vida que, sin proponérselo, también deja enseñanzas. Solo unos pocos, tocados por una varita mágica y con el talento innato, aunque también estimulado con el transcurrir del tiempo, pueden ostentar ese mote.

Locutor de raza y actor de los de antes, supo convertir la bohemia en un medio de vida. Más allá de que fue docente de radio y teatro, quienes pudieron disfrutar de sus destellos de magia ya sea frente a un micrófono o sobre las tablas admiten que las mejores clases las dio en la vida cotidiana, con la nobleza de aquel que mantiene la humildad. Oscar Pasquaré sintetiza todos los conceptos previos y en esta ocasión vamos a conocer en qué anda su vida, luego de 84 años llenos de momentos inolvidables. “Junto con mi hermano mellizo, él rubio y yo morocho, nacimos prematuramente a los siete meses de gestación. Los médicos les sugirieron a mis padres que vayamos a vivir al campo por una cuestión de salud, porque íbamos a crecer y evolucionar mejor que en Bahía Blanca. Mi papá era ferroviario y, por tal motivo, consiguió el traslado a Hilario Ascasubi, pueblo en el que viví toda mi infancia, hasta los 12 años, volviendo a mi ciudad natal para cursar en la Escuela de Comercio los estudios secundarios”, señaló Pasquaré al comienzo de la conversación, sentado mientras acomodaba unos papeles sobre la mesa.

Aquella evocación se extendió a vivencias concretas: “Mi niñez en el campo la puedo describir con aire infinito, cielo abierto, jugando al fútbol, observando cómo llegaban al boliche los muchachos en sulky desde las quintas y las chacras. Aún guardo en mi memoria auditiva el rechinar de los frenos del caballo. Adaptarse a la vida de ciudad, en esa etapa de preadolescencia no fue sencillo, dejando atrás la tranquilidad del pueblo. Vivía en el barrio Noroeste, más precisamente sobre calle Don Bosco y me movilizaba en colectivo, algo que en mi etapa en Ascasubi ni por asomo tenía que hacer”.

“Como alumno solo me interesaban las materias humanísticas, tenía inconvenientes en matemática y en las otras fui regular, lejos de ser brillante, pero tampoco el peor del curso. Cuando pasé a tercer año del secundario, cambié al turno noche porque había entrado a trabajar en estudios jurídicos donde mi función era escribir a máquina. Mi papá quería que su hijo ingresara al ferrocarril, pero era algo que no estaba en mis planes”, esgrimió, resaltando cierto grado de rebeldía necesaria para marcar un rumbo.

Y añadió respecto a aquella incursión en un mundo desconocido como para cualquier otro joven de su edad: “Traté de ganarle de mano y, un poco a escondidas, me presenté para evitar tener que caer en ese mandato familiar. Allí permanecí un tiempo, hasta que ingresé un corto período en el Sindicato de Camioneros, aprovechando que allí se desempeñaba mi padre”.

“Hasta que un día, ya cansado de no encontrar el camino, me cruzo con Niver Cañón en la puerta de LU7 y le pregunto si había posibilidades de ingresar, porque a mi la radio me gustaba desde muy chico. En Ascasubi teníamos una que funcionaba a batería que se alimentaba a través del molino, por eso los días sin viento eran un problema. Recuerdo escuchar clásicos de mi infancia como Los Cinco Grandes del Humor, Pepe Iglesias ‘El Zorro’, entre otros”, sostuvo, con la picardía de quien añora una etapa que no volverá.

Como siempre, es necesario un golpe de suerte y él lo tuvo: “En el área administrativa de la emisora había una vacante, a la cual pude ingresar junto al ‘Chueco’ Orden, un personaje divino. Y cuando surgió una posibilidad en locución, me presenté sin dudarlo, pero como no estaba acostumbrado a oírme porque recién se empezaba a grabar, pregunté cómo había salido la prueba y me dijeron que era yo el elegido. Me sorprendí porque nunca había prestado atención al potencial de mi voz”.

“Fui locutor tandero, en épocas en las que en los estudios de LU7 había hasta cinco en un mismo turno. En los radioteatros me tocaba hacer los relatos y ahí fui conociendo a la gente, cada vez me atrajo más la profesión. Paralelamente había comenzado a hacer teatro independiente en Tablado Popular de los hermanos Zimmermann, un espacio ubicado en la primera cuadra de calle Chiclana”, resaltó Oscar, puntualizando cómo es que ingresó la otra pasión en el horizonte de su vida.

“‘Pato’ Spaltro fue quien me dio esas primeras nociones del arte y la pasé muy bien, pero con el tema de los horarios laborales se me hacía difícil, por eso hice un breve intervalo de dos años hasta que se abrió en 1958 la Escuela de Teatro. Fuimos varios los que nos presentamos y solo cuatro fuimos los que terminamos el curso”, añadió con orgullo y satisfacción.

Pasquaré comprendió que esos años no hacían tan dificultoso llevar adelante dos disciplinas que, en cierta forma, tenían una conexión: “Eran tiempos en los que podía congeniar perfectamente esa actividad artística con mi trabajo en radio, aunque siempre tuve en claro que esto último era mi profesión, por la que percibía un salario. La locución la abandoné por obligación recién cuando me jubilé, pero la actuación me acompaña hasta el día de hoy”.

“La radio era distinta, se aprendía de escuchar a los mayores, a los que realmente sabían, siendo respetuosos de los consejos que nos daban. A diferencia de lo que pasa en la actualidad, uno debía ser muy cuidadoso del micrófono; eso hace que uno termine amando al medio de comunicación”, refirió, un distendido entrevistado que, para esa altura, estaba entregado a cualquier pregunta que pudiera surgir.

Su notoriedad en la ciudad lo transformó en una persona con una cierta popularidad: “Con el tiempo me empezaba a ocurrir que la gente reconocía mi voz, preguntaba quién era, pero debo admitir que nunca me la creí porque eso es ir al muere. No obstante, soy un agradecido del cariño de la gente, en tiempos en los que no había televisión y uno era su compañía diaria”.

“Allá por finales de la década del 50, casi todos los contenidos se hacían en vivo porque los únicos grabadores que existían no eran acordes a la necesidad de registrar, por ejemplo, todas las voces de un radioteatro. De LU7 me terminé yendo mucho antes de que la hicieran cerrar porque había muchas radios en Bahía, luego pasé por LU3 y terminé ingresando en Canal 7 dos meses antes de que se inaugurara. Junto a Juan Carlos Beltrán y muchos otros entrañables amigos de los cuales aprendía viví una linda etapa que se extendió por el lapso de doce años”, detalló, muy puntilloso.  

En lo sucesivo, marcó un hito insoslayable: “En teatro, con quien más compartí y aún sigo codo a codo en la actualidad es con Gloria Menéndez, porque hicimos la carrera juntos. Tiempo atrás recibimos un reconocimiento que, en lo particular, me dio una enorme satisfacción porque uno nunca lo espera. Es ahí que uno cae en la cuenta que lo que hizo no estuvo tan mal porque un premio deja contento a cualquiera”.

“En una ocasión, era pleno verano y digo al aire de LU7: ‘Qué linda noche y nosotros tenemos que estar acá la pu.. que lo pa…’. Eran tiempos donde si decías la palabra ‘camisón’ te echaban. Al día siguiente del exabrupto, me llamaron para ir a firmar los 29 días de suspensión, para cobrar solo uno del mes. Hay que cuidar el vocabulario, más allá de que en el momento que dije la frase no me había percatado”, relató, dando paso a una anécdota de las tantas que almacena.

Y profundizó: “Sin embargo, tuve mucha suerte porque en ese lapso que estuve fuera del aire vino una inspectora de Radio El Mundo, de la que dependía LU7 y pidió conocerme. Le expliqué que había sido un accidente y cuando solo habían transcurrido diez días del hecho, me levantó la sanción antes de tiempo”.

“Hoy escucho radio y encuentro mucha diversidad, buenos locutores porque ha cambiado el ritmo que es más acelerado que en mi etapa profesional, al menos es lo que percibo. También fui docente en el curso de locutor nacional en el Juan XXIII, de donde salieron muchachos maravillosos que en algunos casos hoy tienen trabajo y otros no”, lamentó Pasquaré, a sabiendas de que se trata de un rubro complejo.

“En la actuación, puedo decir que uno aprende de todos los papeles que interpreta y siempre hice cosas relativamente buenas, producto de buenos directores. Soy de entregarme por completo, de pies y manos, y ahí está la clave de ese determinado éxito, creyendo en la persona que está al frente de la obra”, esgrimió Oscar, en otro rapto de modestia.

Una de las experiencias más enriquecedoras la vivió hace 60 años: “Junto con Gloria (Menéndez) y Antonio Medina, fuimos becados a La Plata y tuvimos la posibilidad de trabajar con Roberto Villanueva, con quien no había forma de no aprender a hacer teatro. Vivíamos exclusivamente para actuar, algo que nos parecía mentira, en mi caso dejando por única vez en mi vida en un segundo plano la locución porque me radiqué en la ciudad de las diagonales. Corría el año 1962 e integramos la comedia provincial en el Teatro Argentino de La Plata, todo un orgullo”.

“Con el tiempo pude formar mi propia familia, soy papá de cinco hijos, cuatro son mujeres, y tengo una excelente relación con todos ellos. Solo dos intentaron en La Plata incursionar en la actuación como parte de ese legado genético que siempre existe, pero una optó por el periodismo y la otra por la abogacía”, recalcó, sobre uno de los pilares que forjó su trayectoria.

Pasquaré transita una etapa de su vida donde debe cuidar su salud al extremo, es por ello que no vaciló en destacar: “Hoy me estoy vengando de la actividad, no hago nada, más allá de que colaboro en lo que puedo porque aún sigo en el teatro, aunque no en la obra que están poniendo en escena actualmente en el Centro Cultural La Panadería por razones de salud, no quiero atrasar al resto. Ahí pude hacer dos obras, con una muchachada maravillosa”.

“Nunca dirigí una obra, creo que eso debe estar a cargo de personas idóneas y, si bien fui asistente de dirección en la Escuela de Teatro, donde además fui docente, lo mío fue y es la actuación. Me siento muy feliz porque siempre considero un privilegio trabajar con ex alumnos”, celebró quien, entre otros reconocimientos, se hizo acreedor de un Premio Podestá otorgado por el Senado de la Nación.

Y finalizó hablando a corazón abierto, sin tapujos: “Por eso, sin ningún tipo de vergüenza, disfruto de mi jubilación y todos los días me levanto a las 12, una larga sesión de mates hasta media tarde, a tal punto que termino mezclando el almuerzo y la cena por esto de vivir sin horarios. Vivo solo en un departamento y hago lo que se me antoja, aunque siempre estoy presente cuando alguien necesita de mi voz y libre de todo gravamen, salvo que se trate de una publicidad”.

“Soy agradecido de la vida, que me ha dado tanto, conservo el mejor de los recuerdos, solo olvidé y dejé atrás los que no fueron gratos, que han sido muy pocos”, concluyó, presto para posar en una foto que inmortaliza la charla con un personaje entrañable que se ganó el afecto de la gente por su simpleza y talento.

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