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DE AYER A HOY

“Se perdió la comunión entre el deporte y la gente que llenaba los estadios”

Jorge Cortondo, referente del básquet bahiense, evocó los años gloriosos. Su amor por El Nacional. Las vivencias con líderes de la talla de Cabrera. “El reconocimiento en la calle reconforta”, admitió.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

El concepto de equipo implica comprender la distribución de roles, establecer liderazgos y gestionar talentos para que, amalgamados, puedan sobresalir y potenciar al máximo el rendimiento grupal. Ocurre en distintos ámbitos, desde la política, pasando por el arte en sus múltiples manifestaciones y, obviamente, también se recrea en el deporte, donde sobran ejemplos de esta clase de fenómenos.

La historia da fe de este tipo de sucesos que echan por tierra cualquier personalismo, los cuales atentan con el espíritu de cooperación, con resultados que están a la vista. Existió una camada que convirtió a la ciudad en La Capital del Básquet, algo que se refrendó con el correr del tiempo. Pero la piedra basal la colocaron un grupo de jugadores que se convirtieron en las piezas de un rompecabezas perfecto.

Muchos de ellos ya no están entre nosotros, otros caminan las calles con la misma vitalidad que hace varias décadas atrás, cuando eran verdaderos ídolos populares y embajadores en cada lugar en los que les tocaba jugar y, generalmente, ganar. Jorge Cortondo entendió que por momentos debía convertirse en obrero para el lucimiento ajeno. En La Brújula 24, habló de mucho más que su experiencia con la naranja y dejó al desnudo varias facetas que solo unos pocos conocen de él.

“Tengo 74 años y soy oriundo de Bahía Blanca. Actualmente con mi esposa vivimos en la casa donde me crié y que, a su vez, mis padres heredaron de mi abuela. Cuando me casé viví en distintos lugares pero terminé volviendo al domicilio de mi infancia, al que le hicimos un mantenimiento y reformas para que se mantenga habitable con el paso del tiempo. Este es mi barrio de toda la vida, con El Nacional a pocos metros, la cortada de Drago fue testigo de mi crecimiento”, sostuvo Cortondo al momento de ponerse cómodo en un sillón del living de su casa de la primera cuadra de calle Israel.

Apelando a los recuerdos más lejanos de su niñez, resaltó que “Los más distantes me remontan al empedrado que era lo primero que veía al salir a jugar, con calles de dos manos de circulación. También tengo muy presente que me recomendaban de muy chiquito que tuviera cuidado de cruzar Chiclana, pese a que pasaban pocos autos, pero para aquel entonces y como en la actualidad era una de las más transitadas de la ciudad”.

“Mi mamá era ama de casa y falleció a mis siete años. Por eso, después de quedar viudo, mi papá se casó con mi madrina que vivía en la planta baja de este inmueble, mientras nosotros estábamos en la planta alta. Mi hermana tenía solo tres meses cuando mi madre murió producto de una enfermedad hepática postparto. Mi padre, en tanto, partió de este mundo la semana anterior a que naciera mi último hijo”, indicó, con un tono respetuoso que denota el cariño que tiene para con sus progenitores.

Los años transcurrieron para Jorge y, con ellos, se fue moldeando su personalidad: “En mi adolescencia no había televisión, el único entretenimiento era ir al club a encontrarme con mis amigos, muchos de los cuales aún conservo: los hermanos Merlini, Raúl López, Eduardo Antúnez, Vicente Arriaga, Beto Zelaya, todas excelentes personas. Algunos de ellos son parte del grupo con el que hoy colaboro para reflotar ‘El Cajón’ (emblemático gimnasio del club)”.

“Los estudios primarios los cursé en la Escuela Normal mixta de Villarino y Brown, era un buen alumno que después hizo la secundaria en la Escuela de Comercio y, cuando terminé, intenté Contador Público, una carrera universitaria, que se frustró después de tres años de cursada por culpa del básquet. Porque además, en aquel momento también trabajaba, entonces eran tres actividades que insumían mucho tiempo. Los viajes y los entrenamientos no me permitían participar de las clases ni integrarme al grupo de estudio, por eso opté por priorizar las otras dos actividades”, recalcó, respecto a una de las decisiones más meditadas de su vida.

Contra lo que cualquiera podría pensar, Cortondo confesó: “Siempre me gustó más el fútbol, pero como pasaba tanto tiempo en el club, terminé jugando al básquet. A mis 8 años, en la categoría cadetes-infantiles que era la primera entre las competitivas, compartía partidos con chicos de 13 o 14 años. Eso me ayudó a moldear el carácter. En El Nacional, allá por 1965, me tocó integrar el primer campeonato de menores de la historia de la institución. Con ese mismo grupo de base, más algunos refuerzos, a los tres años conseguimos el primer ascenso”.

“Fue muy fuerte para mí porque uno de los momentos más difíciles, deportivamente hablando, que atravesé fue a mis seis años cuando fui a ver una final contra San Lorenzo del Sud en cancha de Estudiantes y nos tocó perder. Ese equipo estaba compuesto por “Cacho” Sinigaglia, Carlitos Stipancich, todos mis primeros ídolos y tal derrota provocó un revuelo enorme, que hizo que varios de los que integraban aquel plantel dejaran de jugar. Allí surgió un grupo bárbaro compuesto por Requi, Martínez Bailé, Saldutti y luego tomamos ese legado junto con Raúl López para llevar al equipo a Primera”, aseveró, con un dejo de satisfacción.

Tuvo que repartir su tiempo y no resultó sencillo amalgamar cada actividad: “Mi primer empleo fue en una empresa constructora y al poco tiempo le sumé mi trabajo en el Banco de Río Negro y Neuquén hasta que cerró sus puertas, un lugar estratégico porque era donde más fácil se me hacía para obtener los permisos ante cada viaje que surgía con el básquet, ayudado porque mis compañeros allí eran entusiastas del deporte. En las empresas privadas te miraban de costado cuando uno pedía faltar. Luego, pasé por una firma distribuidora de comestibles que era de la familia Ruesga, muy ligada al club Olimpo lo que me permitió prolongar un par de años más la carrera porque me daban la posibilidad de ausentarme por cada torneo fuera de la ciudad”.

“En esa época, Estudiantes, que era el que tenía la cancha, programaba todos los fines de semana partidos con equipos de gran nivel. Eso nos permitió evolucionar, llegaban no solo desde Buenos Aires y a los que le ganábamos con relativa facilidad, se llamen River, Boca, Independiente o San Lorenzo. Luego vino la Selección de Uruguay, equipos de México, España y hasta alguno de Italia”, manifestó en otro segmento de la entretenida charla.

“Cuando salgo a la calle y alguien me frena para contarme que me vio jugar, le digo ‘vos tenés más de 50 años’, de lo contrario, también existe el legado de padres y abuelos que les han contado de aquella época de oro del básquet bahiense”

Luego, llegó el turno de desmenuzar su etapa más gloriosa: “El equipo emblemático que me tocó integrar junto con (“Beto”) Cabrera, “Lito” (Fruet), “El Negro” De Lizaso y Adrián Monachesi tenía una enorme personalidad, muy fuerte mentalmente. Fueron dos años en los que compartimos los cinco el mismo plantel y quedó tan marcado en el imaginario de los seguidores porque coincidimos los cinco jugadores más destacados de la década del 70. Más allá de las diferencias que podían surgir entre nosotros, siempre se zanjaban gracias a la mano del ‘Lungo’ Brusa que constantemente estaba para limar las asperezas que podían aparecer”.

“Cada cual tenía su rol bien aprendido, ninguno sacaba los pies del plato. Casualmente, hoy escuchaba a Julio Lamas, que decidió dejar su función como entrenador de básquet para vincularse al fútbol y decía que el buen jugador es el que hace su tarea en virtud del equipo. Eso intenté siempre”, aseguró Cortondo, con férrea convicción.

Jorge, junto a “Lito” Fruet y “Tite” Boismené.

Pero la vida le tenía preparada otra sorpresa, o no tanto, porque hizo méritos para ser merecedor de una distinción: “Cuando fui convocado para la Selección Argentina sentí que había logrado el sueño de aquel chico que se iniciaba en el deporte. Nos dirigía Jorge Hugo Canavesi, que fue campeón en 1950 y nos concentrábamos los fines de semana en el Cenard. Lo más lejos que llegué con la celeste y blanca fue un Juego Panamericano, que me dio un roce diferente a mi regreso a la ciudad. En aquellos planteles me tocó compartir con Fino Gehrmann que era un fuera de serie para la época por su estatura, aunque le faltó preparación y alimentación acorde, para complementar la voluntad inquebrantable que traíamos nosotros, más allá del resultado”.

“Con Diana, mi esposa, estamos juntos desde hace 46 años. La conocí en la Quinta de calle 14 de Julio, tierras que en ese entonces eran una nueva adquisición del “Celeste”, por un grupo de conocidos en común. Somos padres de tres hijos: el mayor tiene 45 años, la del medio de 42 y el más chico de 36. El más grande es de la misma camada de “Pepe” Sánchez, “Pancho” Jasen. Alcanzó un nivel alto, hasta que “Zeta” Rodríguez le planteó una exigencia elevada de entrenamientos que lo llevó a agarrar los libros y, con los años, recibirse de la carrera que no pude terminar”, rescató, sobre uno de los tesoros más preciados y lo que más quiere en el mundo.

No obstante, tuvo una mirada crítica sobre la siguiente inquietud: “A Bahía la veo mal desde el punto de vista deportivo, no hay una conjunción entre la ciudad y los clubes. No existe la comunión con la gente que hacía que en nuestra época fueran 5 mil personas al estadio de Estudiantes, llenándose sábado y domingo, como salida obligada familiar que terminaba con una cena en un restaurante, tiempos que se añoran pero que difícilmente regresen”.

“Los tiempos cambiaron, el mundo es diferente desde que se empezó a profesionalizar el básquet, con la aparición de un grupo de jugadores que coincidió con la creación de la Liga Nacional y fue el que ocupó el espacio vacío entre nuestro retiro y el surgimiento de la Generación Dorada. Marcelo Richotti, Hernán Montenegro, Jorge Faggiano, entre otros grandísimos basquetbolistas que dio la ciudad, pero que en el imaginario popular no aparecen ni tienen el reconocimiento que se merecen”, resaltó Cortondo.

Por último, reveló en qué ocupa su tiempo libre: “Estoy jubilado, me gusta leer a John Grishman, Stepehen King y Guillermo Martínez que es bahiense, además de mirar series en Netflix siempre dentro del género de lo policial o thriller, además de compartir mi tiempo con mis cuatro nietos: de 14, 11, 7 y 4 años. Aún me siento reconocido por la gente, no tanto como hace unos años atrás, pero conservo muy buen feeling, son cosas que te reconfortan cuando te mencionan los buenos tiempos”.

Jorge se sintió a gusto, se podía percibir en su rostro. Es de esa clase de personas que siempre se manifiestan cordiales y respetuosas. La charla posterior derivó hacia cuestiones algo más banales, pero quedan fuera de este artículo. Lo que abunda no daña y eso siempre fue un lema en la vida de Cortondo, que se entregó de lleno a esta nota como lo hacía en la cancha, en el ámbito laboral y en la vida misma, poniendo a su familia por sobre todas las cosas.

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