De Ayer a Hoy
Heredó la pasión de su papá, brilló y ahora tiene “anticuerpos a la bicicleta”
La historia de Fabio Placánica tiene todos los condimentos. Se hizo cargo de un exitoso legado. Compitió al máximo nivel. Hasta que cambió su percepción: “Me saturó, ya no quiero saber nada con pedalear”.
Por Leandro Grecco
[email protected] Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco
Los sentimientos suelen estar atravesados por los diferentes estados de ánimo que un ser humano puede transitar en determinado momento de la vida. Prescindir de esa cualidad no es posible, aunque resulta real que una porción de la humanidad puede lidiar con ese aspecto distintivo de la raza animal que convierte a las personas en seres superiores.
Aquello que parece “para toda la vida” puede no ser tal. Ni siquiera esos sueños que se abrazan a una temprana edad, porque en definitiva eso hace que levantarse cada mañana sea especial desde el momento en el que uno no sabe qué puede depararle el destino. Solo alcanza con dejarse sorprender. Y así fue como lo hizo el protagonista de esta nueva historia en LA BRÚJULA 24.
Fabio Placánica tocó el cielo con las manos, tranquilamente se puede sentar en la mesa de esos pocos deportistas bahienses que llegaron a lo más alto del nivel mundial. Sin embargo, hoy se alejó por completo de la actividad que lo hizo trascender, pero no por ser desagradecido. Cerró una etapa, entendió que se puede disfrutar desde otro lugar sin renegar del pasado que lo convirtió en un ejemplo por constancia y profesionalismo.
“Nací en Saavedra el 10 de abril de 1970 y recién llegué a Bahía en 1986 para cursar el último año de la secundaria, junto a mis padres y mi hermana que es cinco años menor. Vinimos cuando mi papá pudo conseguir el traslado, además del nivel de competencia ciclística que implicaba en ese entonces esta ciudad, por el velódromo y las diferentes rutas, previendo que iba a tomar la posta que dejaría él”, evidenció Placánica, distendido y a gusto con la idea de revivir tiempos pasados.
Con respecto a los años donde todo era inocencia y la única preocupación era jugar, recordó: “Mi infancia en el pueblo fue impagable, podía estar todo el día jugando en el potrero, en el club, compartiendo con los amigos. Iba con mi bicicleta, la dejaba siete horas en la puerta sin necesidad de atarla y cuando salía estaba intacta. A tal punto que me hubiera encantado que mis hijos hubiesen vivido lo mismo que yo en mi niñez, porque si les sacás el teléfono celular no saben qué hacer”.
“Hice el jardín de infantes, primario y secundario en la Escuela de Educación Media Nº 2 y terminé en Bahía en la Media de calle Corrientes, cursando de noche para poder entrenar durante el día. Uno de los primeros recuerdos que tengo presente en mi memoria es el masaje en las piernas a mi padre antes de entrenar o correr una carrera. Y era verlo llegar para, siendo aún muy chico, preguntarle cómo le había ido, lo que me permitió también insertarme muy rápido en ese ambiente”, sintetizó uno de los atletas más queridos por la afición local y con ascendencia en distintas ciudades del país.
El destino de Fabio estaba marcado: “Mi padre sabía que tarde o temprano iba a correr, pero no quería que lo haga de niño. Su idea era que lo realizara recién cuando cumpliera 18 años. Mientras tanto, jugaba al fútbol en mi pueblo, hasta que un día tuve una diferencia grande con un dirigente y le bajé la persiana a esa actividad. Inmediatamente empecé a pedalear y justo hubo un fin de semana en el que mi papá vino a Bahía a competir al autódromo y, al llegar, observé que había una carrera de chicos de mi edad”.
“Si bien recién tenía 12 años, me preguntó si quería participar y no lo dudé. Al otro fin de semana volví y no lo largué nunca más, ganando las primeras cinco primeras carreras en las que competí, con una bicicleta que se armaba con lo que mi papá descartaba de la suya. Al ver que se iban dando los primeros resultados, comenzaron a aparecer algunas competencias en la región y cuando me quise acordar ya estaba federado y participando de campeonatos argentinos, detalló Placánica, como uno de los mojones en los que se sostenía su ilusión.
Claro que el desafío tenía el condimento especial, el del legado: “Mi papá dejó de correr en 1982, justo en simultáneo con mis primeras incursiones arriba de una bicicleta, tal es así que al principio había confusión pensando que el apellido era uno solo. El amor propio creo que fue una de las claves para andar bien porque en el deporte se necesita de esa condición para superarse”.
“En 1984 salgo subcampeón argentino juvenil en Bahía Blanca y en 1986 y 1987, me consagro campeón nacional de los 3000 metros que es la persecución individual. Eso me abrió las puertas para disputar el Panamericano Juvenil, donde sentí que realmente estaba dentro de un ámbito en el que quería permanecer y superarme”, recalcó quien en más de una oportunidad fuera condecorado como el mejor ciclista en La Noche del Deporte Bahiense y el mejor pedal del siglo en la ciudad.
También marcó por qué en cierta forma le resultó sencilla la adaptación: “Estar en el ambiente y convencido de cuáles eran mis objetivos me allanó el camino, en una época donde el ciclismo era fuerte en Bahía, con un pelotón de hasta 50 corredores en una carrera de domingo en el velódromo, donde se disputaban series clasificatorias y se reunía un importante marco de público, además de varios referentes que venían de distintas partes del país a medir fuerzas”.
“Llegó un momento donde tuve que armar las valijas e instalarme en Buenos Aires, viviendo en la casa de mis compañeros para competir en el mejor nivel del país, pese a que apenas tenía 17 años. Ya en la década del 90, Marcelo Alexandre me lleva a correr a Europa, donde participé en ruta, entre otros, del Giro de Italia y otras vueltas por etapa y, al regreso me estaban esperando de un equipo de Chile y otro de Uruguay, pero si me sumaba no iba a poder representar a Argentina en todo los certámenes internacionales que vinieran. Es por eso que decido quedarme en el país”, infló el pecho Placánica.
En la crónica de los hechos, llega el momento más glorioso para Fabio: “Fue ahí donde se concatenaron una serie de logros en distintas partes del mundo, cosechando la medalla de oro en los Juegos Odesur de Arequipa (Perú 1990) y Valencia (Venezuela, 1994) y bronce en los Panamericanos de La Habana (1991), además de haber participado en los Panamericanos de Mar del Plata (1995) donde el fallo de los jueces tras una caída de Estados Unidos nos perjudicó”.
“También tuve la suerte de participar de los Mundiales de Ruta de Sicilia (Italia, 1994) y Pista de Hamar (Noruega, 1993), así como de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Eso fue en 1992 y fue lo máximo a lo que todo deportista sueña llegar, preparándonos 20 días antes de la cita en el estado de Pensilvania, manteniendo el ritmo de entrenamiento que llegaba hasta las ocho horas diarias”, aseveró, con la mirada fija, melancólica.
Luego de un brevísimo silencio, prosiguió: “Ahí nos encontramos con la realidad, no tan globalizada como la actual donde con Internet uno puede tener ciertas referencias. En Argentina nunca hubo una política deportiva. Nos alcanzaba para pelear los primeros puestos a nivel continental, pero en el mundo se hacía muy complicado. Teníamos un techo de rendimiento porque las bicicletas y los materiales eran nuestros, con la mentalidad de un entrenador que no se había adaptado al paso del tiempo”.
“Sabía que había otros equipos que trabajaban mucho mejor, pero para eso era necesario presupuesto que, si lo comparamos con las potencias, tenían herramientas específicas para cada especialidad, con la última tecnología a la cual nosotros no accedíamos ni por asomo. Las nuestras, como dijo una vez Rafael Emilio Santiago, parecían las bicicletas de los carteros, compradas por nosotros en la industria nacional, una de cada color y todo muy rudimentario”, mencionó, aún resignado por esas diferencias tan notorias.
A tal punto que describió: “Cuando un país se pone a trabajar el 1º de enero para un objetivo que tiene fecha para el segundo semestre o al año siguiente, los resultados van a ser distinto respecto a nosotros que recién nos juntábamos tres meses antes, por eso nuestro objetivo era llegar a esa cita, la más importante a la que cualquier deportista puede aspirar”.
“En 1996 me vuelven a citar para los Juegos Olímpicos de Atlanta, pero renuncié porque no había más becas, en mi caso particular estaba casado y tenía que aportar económicamente en mi casa. Pedí una ayuda a un organismo público, unos cinco mil pesos a dinero de hoy, y no la conseguí. Al deporte individual, si bien tiempo atrás ha tenido exponentes de primer nivel, nunca se le dio importancia, por eso no surgen ni siquiera atletas, ni siquiera juveniles”, afirmó Placánica, a sabiendas de que el pico máximo de su carrera deportiva ya había quedado atrás.
Paralelamente, su vida personal afrontó los cambios lógicos del paso del tiempo: “Con mi esposa nos conocimos en Bahía en 1990, cuando regreso de Italia. Nos casamos siete años después, hasta que al tiempo me di cuenta que no podía seguir corriendo más, por una cuestión pura y exclusivamente económica. Dos años antes puse una bicicletería y en simultáneo trabajaba en un local en el centro del mismo rubro, que no funcionaron, por eso también cerré mi negocio”.
“Durante ese lapso y pese a que en los momentos libres entrenaba, ya no era el mismo corredor de antes, sin embargo, me quedo sin empleo, vuelvo a correr y tengo dos años muy buenos sobre fin de siglo e inicios de 2000. Tal es así que representando a Bahía con Edgardo Simon logramos el tercer lugar en Mar del Plata contra los hermanos Curuchet”, destacó Fabio, con ese último destello de excelentes resultados con los que coronó la carrera.
Todo tiene una explicación: “Era difícil salir a entrenar con la preocupación y angustia de saber que tenía que pagar impuestos y no tenía dinero en el bolsillo hasta que un día, en pleno entrenamiento, dije ‘se terminó’ y pegué la vuelta para mi casa. Mi esposa después de un largo tratamiento logra quedar embarazada de nuestra primera hija y, en simultáneo, logro abrir mi propia bicicletería en calle Zapiola, lo que me permitió enderezar el barco”.
“Para ese entonces, salía a pedalear solo cuando tenía ganas. Ese emprendimiento comercial actualmente se lo alquilé a quienes eran mis empleados porque desde hace algo más de seis años estoy trabajando como administrativo de Sapem Transporte. Apenas se decretó la pandemia, hubo tres o cuatro días en los que salí a pedalear, pero la cabeza me jugó una mala pasada y terminé colgando la bicicleta”.
Tan seguro está de esa modificación de paradigma en su vida que exclamó: “No quiero saber nada más porque me saturó la actividad, algo que se potenció aún más cuando fui Presidente de la Federación local de este deporte y terminó siendo un paso en falso, lo peor que hice en mi vida. La última vez que me subí a la bicicleta fue hará dos meses atrás y no veía la hora de volver a casa, cuando antes tenía pasión por pedalear”.
“No la quiero ni ver, soy un agradecido porque me permitió ser el pibe más feliz y conocer el mundo, pero ahora no me surgen las ganas. El deporte es muy sacrificado cuando uno se lo toma muy en serio, te quita muchas cosas y no te las devuelve, más allá de las satisfacciones. Llego y veo a mi hijo andando en bicicleta y me hierve la sangre. Juani tiene 11 años y gracias a Dios hoy juega al fútbol en Bella Vista, con perspectivas de pasar a Vélez en un futuro porque lo vienen siguiendo”, se esperanzó hablando del más chico de los tres. Sus otras dos hijas son Lara de 21 y Jana (16).
Es muy fuerte esa vuelta de página en Placánica: “Hoy hago zapping frente al televisor, están dando una carrera de bicicletas y cambio de canal. Creo que la actividad me retrotrae a los momentos en los que se me cerraron puertas y tuve que arrancar mi vida de cero. Muchos creen que estoy loco y les respondo que si estuve pedaleando tantos años es porque no soy normal”.
“El golpe más grande lo sufrí en 1996, en el velódromo de Bahía Blanca, ya siendo corredor de elite y en una caída me quebré la clavícula, el hombro y el omóplato, además de tener pérdida de conocimiento y un par de días internado. Había terminado una pretemporada de tres meses para andar bien en las carreras de ruta cuando, en la segunda carrera, tuve un roce con otro corredor en pleno sprint y recién me desperté en el hospital. Aquel incidente no me hizo dudar nunca de volver a correr, pese a lo delicado del cuadro que tuve que afrontar y habiendo estado tres semanas en una cama enyesado”, rememoró Fabio.
De aquella ocasión, refirió que “cuando lentamente empecé a recuperarme, lo entrené a Facundo García, hoy presidente del Club Midgistas del Sur y con unas condiciones tremendas para el ciclismo, tanto que terminó ganando en Esperanza (Santa Fé) el Campeonato Argentino de pista”.
Por último, analizó el tránsito bahiense: “La gente se acostumbra a todo, pese a que la primera reacción siempre es resistencia al cambio, eso nos diferencia de lo que observé en Europa, donde las culturas son distintas. Acá al principio había un rechazo a la bicicleta y hoy cada vez más la eligen como medio de transporte, quizás gracias a la pandemia”.
“Se nota el crecimiento del parque automotor. Advierto la falta de lugares para estacionar la bicicleta sin temor a que te la roben. Hay que admitir que las bicisendas han sido instaladas en varios lugares de manera correcta, pero también en determinadas calles angostas, las ciclovías de doble mano se convierten en peligrosas, sobre todo en horario pico, siendo el caso más notorio el de calle Yrigoyen donde además hay semáforo que produce un caos por la fila de autos esperando para cruzar”, reveló.
“Creo que otro punto en el que se puede profundizar es el respeto, que se aprende a partir de una presencia más fuerte de inspectores que, como pasaba años atrás, le llamaban la atención al ciclista si no respetaba la luz roja, al peatón si cruzaba por mitad de cuadra o al automovilista por no llevar el cinturón de seguridad colocado. Es una cuestión de educación, un hábito que se adquiere”, cerró Placánica.
No son los mejores días para Fabio, quien junto a su hermana y su madre se reparten desde hace casi dos meses en el cuidado de su papá (Rubén, más conocido como “Tin”), internado por un delicado cuadro que se agravó cuando contrajo Covid en el hospital. No obstante, se hizo un tiempo para compartir un café con esta sección del diario digital. Solo esperamos que haya servido para despejar su mente y pensar en positivo.
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