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DE AYER A HOY

Sergio y Adriana respiran tango y lo honran bailando cada día mejor

La entrañable pareja repasó sus más de 30 años de carrera. La relación con Goyeneche. La vigencia de su show coreográfico. Y un pensamiento en común: “Es un privilegio haber coincidido en este mundo”.

Por Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

Virtuosismo es la habilidad para desarrollar un arte determinado. La definición acompaña al ser humano desde el primero hasta el último día de sus vidas. Muchos logran detectar el talento a una edad temprana, otros lo hacen en la adultez y una porción no menor pasan por el mundo sin poder decodificar el “para qué soy bueno” o “cuál es mi sello distintivo por sobre el resto”.

Nada sencillo resulta ese hallazgo individual que permite valerse de esa cualidad para transformarla en un medio de vida o simplemente un hobby. Sin embargo, se convierte en aún más difícil cuando dos personas con similar capacidad para una misma actividad forman un equipo en disciplinas que requieren de una coordinación conjunta.

Si bien ninguno de los dos es bahiense de nacimiento, la ciudad debe estar agradecida por haber adoptado desde niños a Sergio y Adriana, la pareja de tango más reconocida de la historia de esta región. Aún activos y con infinidad de proyectos en tiempos donde la pandemia da un respiro, ambos aceptaron el reto de La Brújula 24 y realizaron una suerte de introspección, cargada de recuerdos y emociones.

Sergio Katz nació en Villalonga y fue la primera promoción de jardín de infantes en su pueblo. Hizo la primaria en la misma escuela en la que su madre era directora y la secundaria también en dicha localidad de la región. Su padre, en tanto, tenía una tienda muy conocida en la zona: “Soy el mayor de cuatro hermanos: me siguen Marcelo que tiene un año menos que yo, Salomé es abogada y tiene diez años menos y Carolina casi 20 menor que es actriz, ambas viviendo en La Plata”.

“Llegué a Bahía Blanca con 18 años para hacer el servicio militar. Posteriormente estudié Bioquímica en la Universidad Nacional del Sur, que era lo más parecido a lo que me podía llegar a gustar. Llegué a cursar la carrera completa, pero no alcancé a recibirme. Después se dio que empecé a trabajar en un laboratorio y a la vez estudiaba en el conservatorio de música, siempre me vinculé con el ambiente artístico”, sintetizó Sergio, sobre sus primeros pasos en la ciudad.

Sergio acompañado de sus padres.

El derrotero de Adriana Visnivetski antes de afincarse en Bahía fue algo más extenso desde el punto de vista geográfico. Nació en un hospital del barrio de Pompeya. Junto a su familia vivió los primeros años en Buenos Aires hasta que su papá ganó el puesto de solista de oboe en la Orquesta Sinfónica de Bahía Blanca: “Por esa razón y a mis casi ocho años, junto a él, mi mamá y mi hermana mayor nos instalamos en la ciudad. Ya aquí nació mi hermana más chica”.

“Los estudios primarios los hice en la Escuela Nº 7 y la secundaria en el Colegio Nacional. Las influencias llegaron muy rápido. Ir al trabajo de mi papá era pasar horas en el Teatro Municipal, no nos perdíamos ni un solo concierto de ballet y orquesta, teníamos un palco al que siempre asistíamos”, repasó, con un dejo de nostalgia por aquellos tiempos cargados de sueños y anhelos.

Adriana con su inconfundible sonrisa que la acompaña de niña.

En paralelo, Katz fue empleado en la Asociación Israelita hasta su disolución en 2011, asesorando gente que tenía en sus planes afincarse en aquel país, asumió el protagonismo de la entrevista: “En mi pueblo bailaba folklore en una peña y cuando llegué a Bahía le sumé danzas israelíes. Mi necesidad de hacer arte siempre fue notoria, ya sea bailar, actuar o cantar”.

No obstante, Adriana incorporó un concepto clave en su crecimiento personal: “Viví el teatro desde el público, correteando por todos lados. Lo considero un espacio de mucho amor, por la admiración de ver a mi padre tocando y con un anhelo inexplicable de ser bailarina clásica. No me perdía un solo ensayo y hasta llegué a incursionar en la Escuela de Danzas, pero en ese ámbito me frustré. Fue una gran tristeza para mi, era muy chica. Mi padre rápidamente me invitó a estudiar violín, él advertía mi buen oído y tenía claro que iba a tener trabajo pronto en la Sinfónica”.

Respecto de la primera vez que vio a su pareja de más de 30 años –tanto en la vida como en el tango– detalló: “Con Adriana nos conocimos haciendo teatro en la colectividad con Olga Postigo y al poco tiempo nos pusimos de novios. En aquel entonces, una compañera mía, en la esquina de la Aduana, me comentó que en el gimnasio al que ella iba tenían previsto dictar una clase de tango. Yo estaba dispuesto a bailar el ritmo que sea”.

“Ángel Zaza era nuestro profesor, vino a trabajar un año al Ballet del Sur y había dado la vuelta al mundo con Mariano Mores, entonces se propuso dar una clínica de tango en Bahía. Fui y como siempre había un montón de mujeres, sus compañeros del Ballet y yo en un costado. Para la segunda semana, era el único hombre entre 25 mujeres”, aclaró, marcando una de las falencias que históricamente tuvo el baile en esta sociedad, con una barrera de género difícil de sortear.

Ella, a su turno, instaló un punto de inflexión en sus vidas: “En 1989, cuando Sergio comenzó a tomar clases de tango es que empieza a contarse nuestra historia juntos. Él empezó a bailar aún sin mí, por aquel entonces estaba terminando el secundario y yo no pude asistir a esas clases de tango porque tenía que ir a violín”.

“Primero fuimos amigos y el hecho de haber estudiado teatro juntos fue la base de todo lo que transitamos luego. Nos casamos en 1994, tras cinco años de novios”

ADRIANA VISNIVETSKI

“Cuando lo vi junto a sus dos compañeras bailar por primera vez frente al público en el Teatro Municipal, en el espectáculo BahiTango 89 y a tan solo a tres meses de haber comenzado a tomar clases, lo admiré y me dije por dentro que yo también quería formar parte de esa agrupación”, confesó, ya sin ruborizarse, pero admitiendo que en ese momento se estaba gestando algo importante.

“Recuerdo haber ido tres veces a un boliche y todos los restantes fines de semana al Teatro Municipal, así transcurrió nuestro noviazgo”

SERGIO KATZ

En tren de definiciones, él fue contundente: “Siempre digo que soy un actor que actúa de bailarín de tango. La primera vez que lo bailé ante el público fue el 11/11/1989, el día de mi cumpleaños. Ahí estaba una señora que hacía espectáculos en Mar del Plata, que nos invita para presentarnos en esa ciudad en enero del 90, ocasión en la que se agrega Adriana. Íbamos en verano y los feriados del 17 de agosto. Ahí conocimos al Polaco Goyeneche. Fuimos la última pareja que bailó mientras cantaba, pese a que a él no le gustaba que alguien lo secunde desde ese lugar, pero gracias a la amistad que se había generado tanto con él como con Luisa (su esposa) lo pudimos hacer realidad”.

“Ambos nos adoptaron como parte de su familia artística y no vinieron a nuestro casamiento porque para aquel entonces él comenzaba a tener algunos problemas de salud. Nos llevaban a pasear por todo Buenos Aires, fuimos a Michelangelo a ver a la pareja de bailarines de Pugliese. Goyeneche era buena gente, muy humilde y generoso. Un tipo que llenaba cualquier auditorio cantando solo tres temas y pese a que en el espectáculo tuviera además una extensa propuesta de artistas”, evocó, sobre uno de los máximos referentes no solo del 2×4, sino de la cultura nacional.

“En 1992 presentamos ante la comuna el proyecto Bailando Tango en la Bahía y por once años dimos clases gratuitas. Ese fue un semillero, con gente que hoy vive de esto en la ciudad y el mundo entero. Es algo que nos enorgullece”, reflexionó, y retomó el recuerdo del ‘Polaco’, con el cual vivieron infinidad de momentos: “En 1990 se celebraron los 50 años de carrera de Goyeneche. Habíamos preparado una milonga y unos tangos. Me vestí para salir a escena y Luisa (su esposa) me dijo ‘nena vas a aparecer así vestida’. Me pedía que muestre más piel. No lo dudé: fui a cambiarme y subí al escenario”, rememoró Adriana.

Una anécdota que pinta de cuerpo entero al dueño de un inconfundible modo de frasear las letras e hincha de Platense la contó ella: “Los guardamos en un lugar muy especial de nuestro corazón (la esposa de Roberto murió hace unos meses). Una vez viajamos a Buenos Aires a nuestra especie de mini luna de miel porque unos parientes nos prestaron un departamento y terminamos lavando las sábanas en la casa del ‘Polaco’. Andábamos con la bolsa, Luisa la vio y no nos dejó llevarla a ningún local a que las laven. Se secaron colgadas en el famoso patio del fondo de Goyeneche, donde tenía su pajarera”.

Otro de los mojones que marcaron su carrera lo trajo a colación Sergio, y no es poca cosa: “El primer espectáculo de tango que se presentó en los parques de Disney (Orlando) fue el nuestro. Fue algo histórico. Pero uno de los hitos más importantes de nuestra carrera como pareja de tango fue haber viajado a Fermo (Italia) en 1996, acompañados de la Orquesta Sinfónica, que integraba mi suegro por aquel entonces”.

Y recorrieron varios países, con una pormenorizada hoja de ruta que resumió Adriana: “Estuvimos dos veces en Chile, un par de ocasiones en Bolivia con la particularidad de que en la primera visita a aquel país me enteré que estaba embarazada y al año siguiente fue con nosotros con casi cuatro meses de vida. Tuvimos la posibilidad de presentar nuestra obra en Brasil, en mi caso estando en el quinto mes de gestación de nuestro hijo menor y llevamos a la nena que era muy chiquita. A Estados Unidos, más precisamente la ciudad hermana de Bahía Blanca (Jacksonville) viajamos con el tango en 14 oportunidades, la última en 2018”.

Una jornada histórica, en Orlando (Estados Unidos).

“Así como hemos tenido la posibilidad de presentarnos en lugares impensados cuando comenzábamos con esto, con el mismo orgullo nos tocó bailar en Nochebuena arriba del acoplado de un semirremolque en El Hogar del Peregrino, para Natty Petrosino y toda la gente que no tenía dónde pasar las Fiestas”, destacaron, con el recuerdo aún latente de la recientemente desaparecida líder espiritual y solidaria mujer.

Los dos coincidieron en enorgullecerse porque “la creación del Primer Ballet de Tango de Bahía Blanca fue un logro único. Está compuesto por cuatro parejas, algunas que nos acompañan desde sus inicios, hace 24 años. Isabel Jañez está con nosotros desde que tenía 15 años; ahora está próxima a cumplir 40 y sigue firme. Jorge Mary también está desde el día uno. Y con alguna intermitencia, un incondicional es nuestro bailarín no vidente: Juan Rodríguez, que no se perdió ninguna presentación en el Teatro Municipal. Y después otra pareja compuesta por Francisco Fidalgo y Guillermina Gómez que es bailarina clásica. El staff se completa con Carolina López Candia que es la hija de Pablo López, quien es el cantante en los últimos años”.

“Hacemos un show de tango. Un espectáculo coreográfico que realizamos junto al Primer Ballet de Tango, lo presentamos hace más de 20 años en el Teatro Municipal, con invitados que pueden ser cantantes ú orquestas. Cada espectáculo de los que montamos lo pensamos para el lugar que nos toque presentarnos, incluso si se trata de un evento social o familiar, por eso hemos recreado desde el burdel, el pic-nic, la kermesse, el patio del conventillo o el casamiento del pueblo. Una labor que incluye no solo la coreografía, sino también escenografía, vestuario, de modo que cada puesta en escena lleva meses enteros de preparación”, mencionó Sergio, mientras bebía un sorbo de jugo natural en el living de su domicilio familiar a metros del Parque de Mayo.

Reconocidos en el HCD como personalidades destacadas de la cultura de Bahía Blanca.

Una de las dudas que surgía antes de la entrevista era cómo compatibilizan el hecho de ser pareja por partida doble: “Si en los minutos previos a una presentación estábamos enojados el uno con el otro por alguna razón, debíamos subir al escenario en el marco de una tensión total de la cual el público no se enteraba, pero ambos estábamos al tanto de esa situación. Sin embargo, comenzaba a sonar la música y todo aquello quedaba de lado. Debo admitir que alguna vez le he dicho algún insulto muy por lo bajo porque erró un paso de baile. En el caso de él, si hay algo que no le satisface, te fulmina con la mirada. Disfrutamos tanto haciendo lo que nos gusta que no importa lo que pudo haber ocurrido antes en nuestra vida privada”.

“No recuerdo haber estado nervioso antes de subir a un escenario. Ese es mi lugar en el mundo, me pasa hasta cuando hago karaoke. Quizás pueda existir la tensión de que todo alrededor funcione tal lo planeado. Nos han ocurrido accidentes: una vez a ella le quedó un taco del zapato colgando y la saqué como pude del escenario porque no podía caminar en esa situación”, esgrimió aliviado Katz, pese a que el accidente requería de una inmediata acción que pudo llevar adelante para salvar el momento.

Rápidamente, Visnivetski tomó la palabra: “Todo lo que se hace en el escenario está digitado y coordinado. Se piensa muchísimo antes de tomar las decisiones, para no repetir estilos y evitar la monotonía y los baches. Nuestra mayor satisfacción es que el público se vaya con la sensación de que quería un poco más. Es clave el hilo conductor, desde el título del show que es el gancho inicial y ensayamos mucho para bajar el margen del error.

Sergio, María Kodama y Adriana.

Sergio también ponderó el profesionalismo con el que llevan adelante su labor: “Los nombres de los espectáculos están registrados en Argentores como “Gracias a la vida que me ha dado tango”, “Latiendo tangos”, “Conectango pasiones”, “Tango.com”, entre otros, se convirtieron en una marca registrada”, al tiempo que agregó: “Nos lanzamos a armar coreografías cuando no había posibilidades de acceder a material audiovisual como ahora con Youtube y las distintas plataformas. El VHS era un lujo en aquel entonces y Adriana grababa a algún tanguero en el programa de Mirtha Legrand o en La Botica del Ángel. Todo muy artesanal, porque tampoco teníamos la posibilidad de ir a Buenos Aires a tomar clases habitualmente. Pero los cambios tecnológicos fueron muy vertiginosos y contribuyeron para facilitar aquella labor que era tan compleja en nuestros inicios”.

“Para mi el tango es adictivo, una columna vertebral que me sostiene en la vida y no puedo parar de aprender. Me falta un año de la tecnicatura para recibirme de Coreógrafa y Bailarina de Tango en la Escuela de Danzas Clásicas. Son conocimientos que se suman a los comienzos, cuando éramos puramente autodidactas. Amo todo lo que sea aprender para enseñar y crear”, se sinceró a corazón abierto Adriana, con la pasión de una mujer que le pone todo a cada proyecto que surja.

Hubo dos posibilidades que aparecieron y optaron por rechazar:“El segundo año que fuimos a Jacksonville, un bailarín de ballroom que a su vez era juez en distintos certámenes, estaba a punto de instalar su tercer estudio en la playa y nos daba un año para que demos clases de tango. Nosotros dijimos que no, al igual que en 2001 cuando fuimos a bailar a un teatro en Buenos Aires y el intendente de una ciudad del norte de Israel nos proponía irnos a aquel país inmediatamente, ofreciéndonos trabajo en la Municipalidad para vivir del tango. Nuestros hijos eran muy chiquitos y también declinamos la propuesta”.

“La razón de ambas negativas es la personalidad que tenemos ambos. Si bien hoy quizás la respuesta sería otra si se presentara la oportunidad, no nos arrepentimos porque somos muy familieros. En aquel entonces estaban vivos mi papá y el de Adriana y vivimos en un país como Argentina, donde tenés que trabajar para no padecer los vaivenes de los artistas”, sostuvo Katz, bien plantado y con los pies sobre la tierra.

Pero claro, la opinión de la mujer suele estar aún más cargada sensibilidad: “El tango nos salvó en tiempos en los que Sergio perdió su empleo fijo en la Asociación Israelita, él se cargó al hombro la venta de shows de tango y nos mantuvimos a flote, siendo una gran ayuda en la economía familiar”.

“Los últimos siete años trabajé en un molino harinero de General Daniel Cerri, haciendo tareas administrativas y hace uno que estoy en el Instituto Cultural. Durante 32 años la Municipalidad nos contrató y ahora no pueden hacerlo por ser empleada de la comuna. Me siento tan agradecida a la gente porque me dio la fuerza para alcanzar todo lo que me proponía, sin importar cuánto me iba a costar”, añadió quien es casi diez años más joven que su marido.

Sonrientes junto a sus hijos.

En el cierre, luego de precisar que actualmente trabaja en una agencia de turismo, que estuvo paralizada durante un año y nueve meses por la pandemia y que en ese lapso repartió bolsones de verdura para subsistir y juntar un manguito, Sergio sintetizó buena parte de su vida: “El tango nos permitió viajar, conocer y por sobre todas las cosas que nuestros hijos puedan estudiar y formarse como personas, valores que no se negocian”.

Adriana, a modo de síntesis, refirió que “lo único que me quedó pendiente fue haber sido bailarina clásica, algo que lloré y superé. Pero el tango se convirtió en mi gran alegría: los lunes de ensayos, los proyectos, no hubo un solo año que no hayamos puesto nuestro espectáculo con el Ballet en el Teatro Municipal. Cada diciembre hay una puesta diferente, con un título nuevo e ideas innovadoras, sumado a un público que espera ver cómo los sorprendemos”.

Una recorrida por el sector que utilizan para los ensayos y una charla con la hija de ambos que se encuentra de visita en Argentina, luego de afincarse en Israel, fue el colofón para este encuentro, que evidenció el don de gente y la bonhomía de dos verdaderos embajadores de la cultura, aplaudidos a nivel internacional y que con la modestia de los grandes siguen emprendiendo como el primer día, en el tango y en la vida.

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