De Ayer a Hoy
Última ganadora del premio Natty Petrosino inicia la despedida de Bahía
Mirtha, hermana superiora del Hogar Peregrino Don Orione, lleva seis años en la ciudad. La enfermedad durante la niñez en Paraguay. Y cómo le dijo a su novio que sería religiosa. “Me siento bendecida”, afirmó.
Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco
En medio de una infancia marcada por las adversidades, esta mujer, oriunda de Paraguay, encontró en la fe el camino que transformaría su vida. Afectada por una enfermedad que la tuvo a maltraer durante más de cinco años, logró sobreponerse y redirigir su destino para vivir una adolescencia plena, como cualquier joven de su edad.
Su entrega al servicio religioso no fue sencilla, pero con determinación y amor profundo hacia la obra de Dios, consagró más de tres décadas a una vida comprometida con los valores del Evangelio. Más allá de la resistencia que encontró dentro de la propia familia y el hecho de haberse enamorado de su novio, el valor pudo más y se animó a dar el gran paso.
Hoy, transcurre sus últimas semanas en la ciudad antes de cerrar este capítulo con un reconocimiento que simboliza su impacto: el premio Natty Petrosino otorgado meses atrás, un legado de dedicación y esperanza que deja en la comunidad. Mirtha Amarilla Portillo, integrante de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad del Hogar Peregrino San Francisco de Asís se brindó por completo a la sección “De Ayer a Hoy”.
“Soy nacida en el distrito paraguayo de General Díaz, departamento de Ñembucú, cuya capital es Pilar. Esto es no muy lejos de Corrientes, se podría decir que es más cerca de Argentina que de Asunción”, afirmó Mirtha, en una de las dependencias del espacio en el que lleva adelante su obra, en Avenida Pringles al 900.
Y amplió: “Tengo seis hermanos, de los cuales solo el primero y el último son varones y de todos fui la tercera en nacer. También la más traviesa de todas mis hermanas (risas) siempre con un espíritu inquieto”.
“Mi infancia en líneas generales fue muy feliz, aunque algunas enfermedades hicieron mella en ese trayecto porque desde chica sufrí de una llaga en la pierna que me tuvo a mal traer casi seis años, justo antes de la adolescencia. Como vivíamos en el campo, era muy difícil recibir asistencia médica”, evocó, sobre un momento crucial que sorteó pese a su corta edad.
En ese mismo sentido, recordó que “solo un especialista clínico me atendía en el centro de salud de las inmediaciones y me daba antibióticos que ahora me hacen sufrir las consecuencias por problemas crónicos en rodillas y caderas, al afectar a los huesos. Eso me limitó en la niñez, me dedicaba a hacer labores en casa y no iba a la chacra”.
“Una vez que me curé, pude dar una mano a mi padre y sumarme a la tarea diaria junto a mis hermanos. Por ese motivo de salud es que fui a la escuela en distintos lugares, primero viví en el paraje Loma-i con mi madrina, que era la esposa del director del colegio y tenía la casa en el mismo predio donde estaba emplazado el establecimiento educativo”, acotó con la nostalgia de quien tiene presente aquellas imágenes en su mente.
Consultada respecto de cómo continuó su peregrinar, enunció que “ya en segundo año, ellos se fueron a radicar a un sector mucho más urbano de General Díaz y me quedé en ese mismo domicilio junto a una de las maestras. Con el paso de los años viví con mi abuela que estaba en la ciudad de Pilar, donde recibí un tratamiento médico más exhaustivo, con los raspajes correspondientes para tener un diagnóstico”.
“A tal punto que en un momento parecía que había sanado definitivamente, pero cuando estaba por rendir los exámenes finales de la escuela y antes de volver a la casa de mis padres, reaparecieron los problemas en mi pierna. Llegué para el reencuentro con mi familia, pese a que la herida que se me formaba supuraba cada vez más, pero apareció un señor, socio de mi papá y ambos se dedicaban a carnear vacas”, explicitó Mirtha.
Se trató de mucho más que una señal difícil de explicar desde la razón científica: “Fue un enviado de Dios porque internamente sentíamos que los médicos ya no tenían nada más que hacer y me advertían que iban a tener que cortar mi pierna. Mi mamá me recomendó que le pidiera a la Virgen la gracia de curarme, hacer una promesa, dejarme crecer el pelo hasta curarme y recién allí cortarlo y entregarlo a modo de ofrenda en la Iglesia”.
“Este hombre comentó que se había curado con una planta llamada ajenjo, algo que en mi caso había intentado sin éxito. Esa misma semana me curé, fue la gracia de la Virgen, pero no lo sentí como un llamado divino para destinar mi vida a la fe”, resaltó la entrevistada, ya mucho más distendida que al inicio
Al continuar con la crónica, conforme al paso del tiempo, sostuvo que “luego de ese episodio hice mi vida normal, como cualquier otra chica, hasta que cuando tenía 14 años aparecieron las hermanas de Don Orione en la región para trabajar como misioneras en las parroquias. Cuando las conocí, le dije a mi hermana mayor que quería ser como ellas y ella coincidió con mi sueño”.
“Ese primer encanto desapareció porque llegaron a mi vida los primeros noviecitos hasta que a los 18 empecé a trabajar con las hermanas en un taller de costura y a preguntarme fuertemente lo que quería hacer de mi futuro, deseaba ser religiosa y mi mamá no estaba de acuerdo”, resumió la hermana.
No obstante, admitió que “convencerla no era nada fácil, por lo que esperé el tiempo de Dios, sabiendo que en algún momento se iba a dar. Seguí mi vida con varios ‘noviecitos’, relaciones que duraban poco tiempo y uno de los escollos para incorporarme al movimiento con las hermanas era que no había terminado la primaria. No era una condición excluyente, pero empezaron a sugerir que las aspirantes cumplieran con el nivel secundario para ingresar”.
“Con 20 años tuve una encrucijada porque me enamoré en Paraguay de quien por entonces era mi novio, lo que me puso en una situación de tener que definir cuál iba a ser mi vocación y era incompatible una opción junto con la otra”, aclaró Mirtha.
Sin embargo, reunió toda la valentía para asumir la realidad: “Luego de mucho pensar, le dije que quería ser religiosa, algo que él tenía en claro, a lo que me dijo que no quería ser un impedimento para mi felicidad. Inicié el camino con el aspirantado, yendo a estudiar a Asunción, lejos de la casa de mi mamá para evitar que ella obstaculice que pueda seguir mi vocación”.
“Previo a eso, viviendo aún en Loma-i, cursé los dos años que me faltaban para culminar la primaria, caminaba una hora para ir a la escuela. Cuando estuve palmo a palmo con las hermanas empecé a vivir como lo deseaba, ayudando en el Pequeño Cottolengo de la capital paraguaya”, contó.
Un duro golpe la hizo tambalear, pero no logró tumbarla: “Mi papá murió casi en simultáneo al momento en el que estaba terminando la secundaria, por lo que me quedé con mi mamá para ayudarla, pero en 1996 vine a Argentina por primera vez, hice el postulantado en Claypole. Allí nos dictaban los cursos de eclesiología y teología, sólo una parte de esos contenidos porque nosotras estudiamos en menor cantidad respecto de los sacerdotes”.
“Luego de ese año, comencé a vivir la experiencia de residir con las hermanas en el servicio, me tocó al comienzo radicarme en el Tigre donde tenemos un hogar de personas con discapacidad. Después de un largo peregrinar y volver circunstancialmente a Paraguay para el segundo año de noviciado, llegué a Bahía Blanca en 2018”, confirmó, haciendo un salto amplio en la línea de tiempo.
Al preguntarle si conocía el destino en el que se iba a afincar, mencionó que “había estado en la ciudad para lo que fue la inauguración de la última parte de la reforma que se hizo en el Hogar Peregrino junto al resto de las hermanas con las que hacíamos un encuentro de formación permanente. Por eso es que este lugar no me era totalmente ajeno, pero jamás había pensado que podía llegar a establecerme un tiempo acá”.
“Una se forma en la obediencia y acepta cada traslado, por eso es que entendemos que Dios te envía a cada uno de los destinos que te asignan. En Bahía Blanca, los primeros años fueron de salir muy poco del Hogar y no era mucha la gente que me conocía porque estaba más acostumbrada a recibir gente acá”, reconoció
Sin embargo, su postura cambió: “En este último tiempo empecé a salir más con los chicos que residen aquí para asistir a los eventos deportivos, las carreras pedestres en las que participamos. En la comunidad veo un cambio que se dio después de la pandemia, como que la gente quedó más encerrada, inclusive en lo que respecta al número de colaboradores que actualmente tenemos menos cantidad”.
“Tuvimos la gracia de Dios que fue habilitar este espacio, que fue un proceso que iniciaron las hermanas que llegaron en un principio, algo que se dio recién en 2018, empezando a cobrar un ingreso económico al año siguiente. Cuando llegué, no había un solo empleado en blanco, todos eran voluntarios y se les pagaba en negro o con mercadería”, explicó Mirtha.
En el tramo final, habló sobre un galardón que no imaginaba: “Recibir el premio Natty Petrosino fue algo muy lindo, a ella la conocí poco, pero fue significativo porque llevaba escaso tiempo en la ciudad. Fue un reconocimiento al seguimiento de la obra de ella, la colaboración que le brindamos desde acá a la sociedad”.
“Lo que se buscó con esta distinción es eso, sabiendo que hay un montón de otras personas y lugares que colaboran con los vecinos. En mi caso lo viví como una gracia que la ciudad decidiera elegirme, por lo que me sentí bendecida”, concluyó, con un cierto brillo en su mirada.
Dueña de una sonrisa que transmite una paz inconmensurable, disfruta de sus últimas jornadas en el Hogar Don Orione. Allí encontró un espacio para dejar volar su espíritu solidario y contribuir a la obra y gracia del Señor, donde sin lugar a dudas dejará una huella de lo que significó su paso por la ciudad. Así se lo hacen saber los cientos de bahienses que han tenido la fortuna de conocerla.
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