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Historias de vida

Mary Striebeck: una vida entregada a la medicina y la sociedad

Celebra el 7 de junio 80 años de vida y repasa sus principales etapas, como la creación de la Fundación Cecilia Grierson. También habló del avance de la medicina y de la mujer en esta profesión.

Por Cecilia Corradetti, para La Brújula 24 ([email protected])

Nadie puede negar, a esta altura de las circunstancias, con flamantes 80 años, que María del Carmen Striebeck de Amorín es dueña, a puro mérito, de una trayectoria profesional indiscutible.

Su extensa carrera como médica ginecóloga (egresó de la UBA en tiempos en que las mujeres en esa carrera eran minoría) y su idea de crear la Fundación Cecilia Grierson, son aspectos conocidos en Bahía Blanca y la región.

Sin embargo, no muchos conocen curiosidades de su historia, que tiene origen en Coronel Pringles. Es que, de niña, “Mary” padecía piel atópica, un trastorno frecuente que provoca enrojecimiento de la piel y picazón. Y fue su pediatra el mismísimo Juan Pedro Garrahan Nóbile, a quien recuerda con precisión.

“Viajaba en tren con mi mamá vía Pringles a Buenos Aires dos o tres veces al año para las consultas con Garrahan. Guardo en mi memoria su sala de espera repleta de gente en la calle Suipacha y Juncal. Me transmitía confianza y seguridad. Me atendió hasta mi adolescencia y, luego, con el surgimiento de los corticoides, lo resolví”, evoca.

Nacida el 7 de junio de 1942, fue siempre alumna prodigio y quedó evidenciado en el ingreso a la facultad: de 4.000 aspirantes a Medicina en la UBA, ingresaron 700. De esa cifra, 170 eran mujeres y María del Carmen una de ellas. El diploma, finalmente, lo recibió a los 23 años.

— ¿Por qué Medicina?

— Es difícil encontrar una única causa que me motivara a estudiar Medicina, lo que sí recuerdo es mi interés y curiosidad científica por las ciencias biológicas. Tuve, además, excelentes profesores en el secundario que motivaron mi interés: anatomía, botánica, zoología, física, química fueron materias que despertaron mi vocación.

— Era una carrera de avanzada para una mujer…

— Si tenemos en cuenta las escasas mujeres que se anotaban, claro. En 1959 viajé con mi madre a Buenos Aires a buscar lugar para vivir. Ingresé en enero de 1960 luego de rendir rigurosos exámenes de admisión. Una de las materias, Unidad Hospitalaria, la dictó el prestigioso médico Egidio Mazzei en el Hospital de Clínicas y eso significó la posibilidad de acceder a una visión de la medicina integral.

¿Qué anécdotas atesora de aquellos años de estudiante?

— A partir de los 21 años, junto a otra colega, realizaba guardias en el Hospital Argerich y cuando nos tocaba la rotación del domingo y había partido de Boca Juniors, recibíamos heridos, golpeados y lesionados. En el plantel éramos solo dos mujeres y, como forma de protección ante episodios de violencia, nuestros compañeros cubrían la guardia nocturna.

— ¿Cómo surge su inclinación hacia la Ginecología?

— Las mujeres elegíamos disciplinas vinculadas con nuestra condición. Inicié Ginecología en la Maternidad Peralta Ramos de Capital Federal. Más tarde regresé a mi pueblo para ejercer en consultorio privado, Hospital Municipal y Sanatorio Pringles. Fue grato ser la primera médica mujer de mi ciudad natal.

— ¿Cuándo se radicó en Bahía?

— En 1970, luego de casarme, el cambio fue progresivo, pues continué viajando una o dos veces por semana para atender a mis pacientes. Así fue hasta 1975 año en que nació mi tercer hijo y concluí mi actividad profesional en Pringles.

— ¿Por entonces eran pocas las mujeres médicas en Bahía?

— Muy pocas. En mi caso obtuve una beca en el servicio de Obstetricia del Hospital Penna, que significó mi inserción profesional en la ciudad. A partir de allí pude ejercer la actividad de manera intensa y mucho le debo al doctor Bautista Pérez Ballester, quien me abrió las puertas para trabajar en conjunto y tomó la vanguardia al traer el primer mamógrafo. Fue el impulso que nos llevó a capacitarnos y seguir formándonos en una especialidad nueva, la Mastología.

— ¿Se siente bahiense por adopción?

— Claro, siempre me sentí integrada a la vida de la ciudad y me interesó ser parte de las acciones que promovieran mejorar la calidad de vida de la gente. Mi elección también se dio por sus dos universidades, que brindaban la posibilidad a futuro de que nuestros descendientes pudieran realizar sus estudios cerca de los afectos y con una oferta de calidad.

— ¿Cómo surge la Fundación Cecilia Grierson?

— En 1988 a raíz de una idea de un grupo de médicas. Veíamos que se podían realizar acciones de prevención y promoción de la salud que fueran más allá de lo meramente asistencial. A partir de esa visión comenzamos a trabajar temas asociados con enfermedades de transmisión sexual, cáncer de mama y alimentación, entre otros. Llevamos a cabo tres grandes encuentros de impacto nacional donde se trataron esas temáticas. Al percibir grupos de interés y el resultado que producían, tomamos la decisión de institucionalizarnos a través de la figura de la Fundación Cecilia Grierson.

— ¿Siente que la fundación es un hijo más?

— Así es. Nunca hemos dejado de crecer con sello propio y premisas como transparencia, trayectoria, logros y reconocimiento social.

— ¿Cómo ve hoy la medicina?

— La tecnología brindó un cambio sustancial e impensado que ha facilitado los diagnósticos y documentando el estado actual y su pronóstico.

— ¿Cuál es su visión acerca de los muchos jóvenes argentinos que emigran a otros países en busca de oportunidades?

— Me entristece quienes se van cuando no encuentran futuro en su tierra ni un Estado que los contenga y les permita crecer. Eso sí, me enorgullece cuando, quienes se van para capacitarse, regresan.

— Celebra 80 fructíferos años ¿Qué balance puede hacer?

— Fueron 80 escalones, porque todo transcurrió paso a paso y a fuerza de trabajo. Mi balance es positivo, porque pude cumplir los objetivos que tracé, no sólo en lo profesional sino en lo familiar, personal y social. No tengo hoy reclamos. Estoy en paz.

Una infancia en el campo junto a los caballos y largas charlas con su padre

Hija de María Angélica Battigelli y de Emilio Federico Striebeck, María del Carmen fue la menor de cuatro hermanos, Abel Emilio (químico, de 89 años); Germán (contador público, fallecido) y Leticia, abogada, que vive en Buenos Aires.

“Durante el período escolar vivía en Pringles y en vacaciones nos mudábamos al campo. Compartía la vida en medio de la naturaleza junto a los animales. Amaba recorrer el campo a caballo con mi padre, con quien compartía paseos y largas charlas”, recuerda.

“Disfrutábamos los períodos de cosecha, las recorridas por el casco, el mate cocido y el movimiento inusual que se generaba en tiempos de cosecha. También la visita de los vendedores ambulantes que llegaban al campo con ropa, alimentos, herramientas y regalos que revisábamos, entusiasmados y curiosos”, rememora.

En un evento social en Bahía Blanca, en 1968, y a través de amigos en común, conoció a Pablo Amorín, también médico, con quien se casó el 31 de enero de 1970. De esa unión nacieron Leticia, Pablo y Emilio, todos ingenieros agrónomos. Juana, Franca, Manuel y Matías son sus nietos.

Claro que para “Mary”, la fundación Cecilia Grierson –nombre en homenaje a la primera argentina graduada en Medicina– representa otro logro que no quiere pasar de largo.

Y no es para menos: desde su creación al día de hoy desarrolló numerosos proyectos de gran impacto social ( kiosco saludable, educación alimentaria para niños, programa de descenso saludable de peso; “Anteojitos” y becas “Acompañando a crecer”, entre otros otros), sin contar las muchas campañas realizadas.

En 2013 fue elegida mujer destacada de la Provincia de Buenos Aires por la Cámara de Senadores y, en 2011, el Ejército Argentino le otorgó un diploma de honor en reconocimiento a su labor solidaria y compromiso social. Ese mismo año obtuvo la distinción “200 ejemplos del Bicentenario” por parte de la municipalidad de Bahía Blanca.

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