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DE AYER A HOY

Carmelo Fioriti, el maestro y líder de los más destacados coros de la ciudad

El exitoso director de las voces más armónicas realizó una mirada en retrospectiva en la recta final de su carrera. Su ascendencia sobre Abel Pintos. Y la razón de su pasión: “En casa se respira música”.

Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

Bahía Blanca, una ciudad que se convirtió en la “cuna de genios” que forjaron merced al talento y sacrificio una carrera prolífera para convertirse en embajadores mundiales. Algunos de ellos son cultores del perfil bajo y otros intentan hacer su obra de la manera más silenciosa posible, aunque los medios de comunicación se encarguen de ensalzar su labor, para darles el lugar que se merecen.

Ese gen que colma de orgullo a todos los ciudadanos que pueden enunciar a viva voz su satisfacción por pertenecer a la misma tierra que vio nacer y crecer a César Milstein o Manu Ginóbili. A la sombra de ellos, el resto. Algunos más terrenales, otros se ganaron el mote de héroes como los dos ejemplos expuestos anteriormente, por la huella que dejan a su paso y el legado eterno que perdurará en el tiempo.

En ese lote, sin lugar a dudas aparece un nombre que para muchos de los entendidos el mejor en lo suyo: la dirección coral. Aunque su versatilidad le permitió también cantar en distintos escenarios del mundo, aportando su calidez vocal como tenor. Un maestro con todas las letras, capaz de liderar los más heterogéneos y numerosos grupos, afinando las voces para que el espectador reciba un mimo al alma. Hoy, Carmelo Fioriti nos canta su historia, esa que lo llevó a trascender y cumplir sus sueños.

“Nací en el popularmente conocido hospital Maternidad del Sur y soy el penúltimo de nueve hermanos. Mis abuelos llegaron de Italia a Argentina y se radicaron en Capilla del Señor, en el Gran Buenos Aires. Mis padres se conocieron en Tres Arroyos, él hacía carteles luminosos y cantaba y ella fue toda la vida ama de casa. En esa ciudad nacieron mis dos hermanos mayores hasta que la familia se radicó en Tandil donde trajeron al mundo a los cuatro siguientes y de ahí vinieron a Bahía Blanca porque había mejores posibilidades para la profesión de mi papá”, resumió, mientras se acomodaba en la silla.

Cronológicamente, prosiguió con su origen: “Mi niñez la pasé en 19 de Mayo 354, frente a la Escuela Nº 7, pero los varones íbamos al Colegio Don Bosco y mis hermanas a María Auxiliadora. Sin embargo, a los nueve años fui a Fortín Mercedes como pupilo, porque mi madre tenía el anhelo de que uno de sus hijos fuera sacerdote. Mi hermano mayor (Armando) llegó hasta el noviciado cursando la carrera de Filosofía, pero dejó. En mi caso, hice tres años de la primaria y cuatro de la secundaria, para luego egresar en Bahía porque solo éramos cinco los alumnos de mi promoción y allá no había quinto”.

En el patio del Colegio Don Bosco.

“Vista en perspectiva, fue una época muy linda porque hacíamos música todo el día, al tratarse de uno de los condimentos más importantes de la vida salesiana. Conocí las primeras nociones de violín, aunque no era muy bueno tocándolo, pero cantábamos de lunes a domingo porque había coros que se presentaban hasta por triplicado los fines de semana, según las celebraciones que hubiera”, destacó Carmelo, mientras la moza del bar le preguntaba qué quería beber, bajo el sol de la cálida tarde de fines de noviembre.

Consultado respecto a si en alguna instancia sintió el llamado del plano superior, aclaró: “En algún momento se me cruzó la idea de continuar la carrera porque había un par de compañeros que habían proyectado su ordenación sacerdotal en Morón y yo los iba a acompañar de manera solidaria, pero en el fondo era algo que no pensaba en firme. Es una decisión de vida que hay que sentirla, no hay mucho misterio”.

Carmelo, en brazos de su madre, junto a su papá y sus siete hermanos mayores.

“Cuando empezaba a dejar atrás la secundaria y por espacio de cuatro años hasta que me tocó el servicio militar, empecé a cantar en el Coro Universitario, el cual hoy dirijo, e integraba paralelamente un grupo en la Parroquia de Lourdes donde nos iniciamos con otros directores que ya estamos jubilados como “Beto” Tramontana, Walter Giménez y Carlos Sellan, entre otros”, afirmó, exhibiendo orgulloso la remera que confeccionaron sus alumnos con una frase que suele mencionar cuando su grupo se dispersa y reza lo siguiente: ‘Volvé, Fellini, VOLVÉ’.

Al retomar, Fioriti recordó que “aquel camino se interrumpió porque con 20 años y en 1976 me tocó la conscripción en Río Gallegos, pero más allá de la lejanía geográfica, allá estuvo muy tranquilo. En una ocasión y junto a otro futuro director de coros dimos un paso adelante cuando estábamos todos formados frente a la cama y preguntaron quién tenía conocimientos de guitarra. Nos preguntaron qué sabíamos cantar, respondimos ‘folklore’ y de ahí en más animábamos todas las peñas de los casinos de suboficiales”.

En el centro de la imagen, monaguillo en la Catedral en 1964.

“Nos incorporaron en enero y el Golpe fue el 24 de marzo. A mi me tocó fuerza aérea, donde éramos pocos soldados. Incluso pudimos habernos quedado en el sur a formar una agrupación coral porque iba a llegar Ariel Ramírez con la Misa Criolla, pero después alguien de su conjunto apareció en una de esas listas negras de Santa Cruz y todo quedó en nada”, reflexionó, aunque sin lamentarse de aquello, más allá de que aún por ese entonces no sabía todo lo que el destino tenía preparado para él.

Ya enfocado en su tarea coral, puntualizó que “la primera vez que me invitan a dirigir un grupo fue un año antes (1975): el coral Punta Alta, el cual había que conformar de cero y a cuyos integrantes les agradezco infinitamente. Fui un poco caradura y acepté el desafío sin pensarlo demasiado. En aquel tiempo, para ocupar ese rol había que ser autodidacta porque en el país había muy pocos centros de formación y es por eso que ingresé al Conservatorio de Música a aprender violín hasta que me anoté en canto que era lo más afín a la que fue mi profesión”.

En tiempos del servicio militar.

“Para mi un buen director de coro es aquel que tiene buen oído pero, al mismo tiempo, tiene que saber cantar y un buen manejo de la psicología grupal. La formación musical profunda es la clave para trascender, más allá de que puedan existir excepciones a la regla. En mi caso y los de mi generación nos hemos ido formando con los distintos cursos que se nos presentaban. Tuve la posibilidad de tomar distintas becas que me permitieron perfeccionarme, siempre apoyado por mi pasión a esta actividad. Además, uno logra relacionarse con grandes maestros, profesionales muy generosos que me abrieron las puertas de sus respectivas casas para explorar repertorios”, añadió.

Mientras bebía el último sorbo del pocillo de café, marcó uno de los hitos que definió el rumbo de su carrera: “Llegó 1978 y a partir de una charla con Rodolfo Zoppi, gerente general de Cooperativa Obrera, surge la inquietud de conformar un coro de niños. Fue Néstor “Cacho” Barbieri quien hizo de nexo y con el cual trabajaba en la oficina de prensa de la Asociación de Cooperativas Argentinas. Mi idea inicial era buscar una persona que dirija a ese grupo de chicos que se pretendía armar porque mi única experiencia era con adultos”.

Concierto inaugural y debut como director en el Coral Punta Alta.

“Le comento esto a Barbieri y me insiste para que sea yo el que esté al frente, más allá de que daba clases en el nivel secundario en La Inmaculada y tenía un grupo de canto coral en la primaria del Don Bosco. A los pocos días escucho en la radio que se abría la inscripción para el coro de niños y mi nombre como director del mismo. Ni siquiera habíamos hablado del tema horarios con la gente de la Cooperativa, pero ese fue el puntapié inicial de 43 años sin interrupciones junto a las voces infantiles que concurrieron y concurren allí”.

Claro que hubo artistas reconocidos que pasaron por su tutela, aunque algunos más populares que otros: “El más famoso que pasó por este coro que aún me toca dirigir fue Abel Pintos, pero también fue parte del mismo el actor bahiense Esteban Meloni, que llegó al coro casi de casualidad y de la mano del hijo de Gaspar Gantzer, por entonces director de la Orquesta Sinfónica”.

En 1978, la presentación del Coro de Niños de la Cooperativa Obrera.

“En una ocasión, como había muy poquitos varones y mientras Esteban merendaba como todos los días en la casa de su amigo, la esposa de Gaspar les ofrece sumarse al Coro de Niños, aunque sea para pararse y que no se note tanto la falta de nenes por sobre el predominio de chicas. Ambos vinieron y al segundo ensayo ya sabían todas las letras, permaneciendo dos o tres años con nosotros. Incluso, un día Meloni reveló que el día que entró al Teatro Municipal para el ensayo general, miró el escenario y dijo ‘esto es lo mío, yo quiero esto’”, manifestó Fioriti, con la humildad de los grandes.

Pero la anécdota lo llevó a un momento cercano al presente: “Mucho más acá en el tiempo, me tocó ir a verlo a una obra llamada Agosto en Buenos Aires, durante las vacaciones de invierno, donde actuaba con Norma Aleandro y Mercedes Morán. Pregunté si se podía ir al camarín después de la función, pero me indicaron por qué puerta salían, hasta que pasó Esteban caminando rápido para ir a buscar el taxi que lo llevaba a su casa. Me vio pero inicialmente no me reconoció, hasta que pronuncié su nombre y me dijo ‘me parecía que eras Carmelo’”.

En septiembre de 1982 se celebraba el primer concierto del Coro Juvenil de las EMUNS.

“Abel, siempre sobresalió sin sobresalir. A mi me llamaba la atención porque cuando él llegaba a una clase de coro, mis hijos, que iban también pero porque con mi mujer éramos los que estábamos al frente del grupo y no les quedaba otra, y todos los demás chicos se iban a su lado. Ya en aquel entonces era un niño muy humilde que tenía un magnetismo único, porque era divertido, contaba cuentos y anécdotas graciosas. A cada integrante nuevo que se sumaba al coro le pedía que cante. Algunos se animaban, pero en el caso de Abel, con nueve años, se paró ante el resto e interpretó una zamba que nos dejó a todos paralizados”, rememoró Carmelo, con cierta emoción.

Y repasó los años previos al referente de la música nacional, antes de lo que fue una historia ya conocida por todos: “Llegó acompañado de su mamá que lo llevó porque era la única actividad gratuita que había encontrado y estaba relacionada con lo que a su hijo le gustaba. En nuestro coro era tal su talento que hacía algunos solos que te movilizaban profundamente por su interpretación. Paralelamente, empezó su carrera solista, a tal punto que en su primer trabajo discográfico, el coro participó en dos de sus temas musicales”.

Junto a Mercedes Sosa, Mariano Mores y Ariel Ramírez.

“Gracias al suceso de tantas décadas al frente de los distintos coros al que se le suma el Univesitario y el juvenil de las Escuelas Medias, nos ha tocado recorrer el país y, en mi caso particular desde mi rol de director, distintos países del mundo. En 2004 pudimos presentarnos en el Teatro Colón, en el auditorio de San Juan, en Mendoza e incluso en Merlo compartimos algún encuentro con el Coro Kennedy”, infirió, como parte de un dossier que engloba los momentos que jamás olvidará.

Pese a que evitó ser autorreferencial, contestó a la pregunta sobre sus millas acumuladas arriba de un avión gracias a la profesión: “En lo que respecta a mi persona, tuve la fortuna de viajar en 1994 a una gira por Estados Unidos, a la cual asistí como cantante por el Coro Universitario de Mendoza. Incluyó Miami, Atlanta, Pittsburgh, Washington, Nueva York, festivales internacionales que me honraron porque fui el único invitado”.

“Allí llegué gracias a que me conocieron en una cantata en Mar del Plata donde el director pasó por al lado mío y le gustó mi voz. Me preguntó si cantaba en la sobre agudo, que es una nota exigente para un tenor, le respondí afirmativamente y me convocó para ese viaje maravilloso. Incluso le tuve que demostrar por teléfono de línea que llegaba a esa nota musical tan compleja (risas). Y en 2001, también como cantante, tuve la fortuna de ir a Hungría, con un coral de Buenos Aires donde hicimos conciertos en Budapest”, agregó Carmelo.

“Si bien en el seno de mi hogar siempre se respiró música, me gusta el deporte en general, suelo ir a la cancha de Olimpo a ver fútbol pero también disfruto de andar en bicicleta”

carmelo fioriti.

Sobre su más estricta actualidad, reveló que “hoy estoy transitando las últimas semanas como director del coro de la Universidad, con el de Niños aún estoy evaluando si seguiré o no. Es una decisión que llega forzada por mi edad, pero a la vez considero que es el momento. Llegué a un punto en el cual observo que la música coral marcha hacia otros escenarios, a una integración con otras artes, a partir del movimiento corporal”.

“Eso lo estamos poniendo en práctica con los más chicos, que son más plásticos que los adultos, a partir de interpretar las canciones desde una postura menos rígida, libera la voz. Los desliga de preocupación y van hacia algo que les encanta, porque la niñez es movimiento. Siempre el canto es lo fundamental, pero uno ve coros y detecta puestas en escena que integran incluso lo teatral. Por eso, con esto de mi jubilación, creo que es el momento indicado para allanar el camino de la llegada de alguien joven que les de otro impulso”, indicó Fioriti, entrando en el segmento final de una charla única e irrepetible.

El Coro de la UNS veía la luz aquella noche.

Casado con Adriana Miconi que, además de ser su asistente, tiene como primera casa el Conservatorio de Música, el maestro (como lo llaman quienes valoran su labor), dedicó unos minutos a hablar de ella: “Empezó a los 9 años y se jubiló hace siete, toda una vida sin interrupciones en las que fue alumna, profesora, jefa de área, regente y directora”, al tiempo que no pudo ocultar las ganas que ambos tienen de ser abuelos, un “mensaje subliminal” para sus dos hijos, de los cuales están sumamente orgullosos.

“Francisco tiene 36 años y se recibió de chef en el Instituto Goyena, aunque se defina como cocinero. Actualmente está en Nueva Zelanda, lleva casi cinco años, previo paso por Estados Unidos, más precisamente en Denver, donde trabajó en un hotel de una pista de ski. Cuando armó la valija para emigrar del país nos pidió una sola cosa: que lo ayudemos con el ticket de ida y que después nos lo iba a devolver. Trabajó en Inglaterra porque además de la cocina le gusta mucho el rock y ese es un país donde la música tiene un gran auge. A punto tal que quien lo contrató lo fue a buscar al aeropuerto y lo vio bajar del avión con su valijita, algo de ropa, los utensilios de cocina y una guitarra”, sostuvo, ensalzando la bohemia propia de un alma valiente.

Andrés, Adriana, Carmelo y Francisco.

Luego, llegó el turno de hablar del más chico: “Se llama Andrés (34), jugó al fútbol y llegó a ir al banco en la Reserva de Olimpo. Estudió en la Escuela de Comercio y se quería ir a estudiar Sociología a Buenos Aires. Un profesor de las Escuelas Medias lo convenció de que curse Economía por la afinidad de materias y porque en la UBA los idiomas son pagos e implican una inversión muy grande. El deporte en su vida pasó a un segundo plano y se propuso ganar una beca para ir a estudiar en el extranjero. Venía con un promedio de 7/8 y decidió que si no se sacaba 10 en un final, lo rendía de nuevo y así fue como logró emigrar al extranjero, para hacer una diferencia académica. Volvió a Bahía en 2016, como uno de los pocos doctores en Economía de la UNS. Está casado y se desempeña como investigador en el Conicet, además de ser ayudante de cátedra. Y hasta lo vinieron a buscar para dar una materia en la Maestría en Economía de la UBA”.

Otro encuentro que llegó a su fin, de esos que uno atesorará en la memoria por espacio de muchos años. Cuando la conversación fluye y no es necesario intervenir para encauzar la entrevista, denota la capacidad de quien está enfrente. Carmelo Fioriti es un hombre común, con una voz increíblemente entonada hasta para hablar y que quizás tenga muy en claro sus virtudes, esas que lo distinguen del resto, pero que en ningún momento hace alarde de las mismas para marcar una superioridad.

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