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INFORME ESPECIAL

Tres historias de bahienses que emigraron antes de la pandemia

Cómo ven desde lejos a la tierra que los vio nacer. Testimonios que mezclan desarraigo y satisfacción de haber consolidado un proyecto de vida. Emotivos relatos de quienes no olvidan sus raíces.

Por Leandro Grecco, redacción La Brújula 24
[email protected]

Armar las valijas y emprender un nuevo camino. Una oración que suena bien si se la despoja del grado de realismo que lleva la toma de semejante decisión, un cambio que puede marcar el rumbo definitivo de la vida. Decisiones meditadas y planificadas o aquellas más intempestivas, de esas que parecen un salto al vacío, comparables con jugarse un pleno en la ruleta de un casino

El contexto actual ha demostrado, entre otros tantos aprendizajes, que no es suficiente con proponerse un pasaje de ida desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Factores externos se conjugan para concretar un proyecto a miles de kilómetros de la tierra que a los bahienses los vieron nacer y desarrollarse. No alcanza con ser valiente o decidido si de por medio existe una pandemia que pareciera estar muy cómoda viviendo entre nosotros, demostrando que tiene muchas ganas de quedarse.

La búsqueda de oportunidades que no se presentaron en la ciudad o el país de origen, el desencanto con la situación socio-económica o, simplemente, la imposibilidad de quedarse quieto lleva a que personas en edad activa a desarraigarse de los afectos que brindan familiares y amigos para tomar las riendas del destino y forjarse una historia en lugares donde las culturas pueden ser más o menos parecidas, pero a los que solo se puede llegar con largas horas de viaje.

La Brújula 24 fue en busca de tres osados nacidos en Bahía Blanca que se afianzaron en diferentes países del globo terráqueo y que, coronavirus de por medio, reflexionan sobre la realidad que se les presenta. Una enfermedad que arrasa, los vulnera tan lejos desde el punto de vista geográfico, aferrándose al sueño de una “nueva normalidad” que les permita regresar de visita a los pagos, donde los esperan sus afectos con los brazos abiertos.

“Puse a prueba mi capacidad de adaptación”

Pamela López lleva algo más de un año y medio en tierras aztecas. Luego de demostrar sus dotes en la cocina y su talento como pastelera en Bahía Blanca, además de destacarse como cantante –un hobbie que abraza desde muy chica cuando comenzó a tomar clases–, emprendió viaje a su nueva residencia, un destino donde el idioma no era un escollo, pero en el cual sabía que tenía sentar las bases para lograr establecerse.

“La decisión de venir a vivir a México la tomé allá por enero de 2020 y se explica luego de que recibiera una propuesta de trabajo en un momento de mi vida en el que sentía que era correcto realizar un cambio en mi vida. En aquel entonces no imaginaba lo que nos tenía preparado el destino y, ahora, con el paso del tiempo estoy en condiciones de decir que soy una agradecida de haber transitado esta pandemia acá y no en Argentina. Aquí, las restricciones no fueron tan prolongadas”, sostuvo López, ante la primera requisitoria de la redacción de este medio.

Y mencionó que “si bien existen algunas diferencias en cuanto a las costumbres, hay otras vinculadas a la alimentación que no son tan notorias, independientemente del picante de las comidas. Esta experiencia puso a prueba mi capacidad de adaptación, acostumbrarme a los hábitos que traía de Argentina no fue un problema. No obstante, conozco compatriotas a los que se les hace más difícil este proceso, se quejan y, en mi caso particular, trato de evitar contagiarme de esas vibras”.

“En líneas generales, no soy de consumir demasiadas noticias de lo que ocurre en el país en el que nací. Y, en particular, las informaciones de la actualidad de Bahía Blanca me llegan por intermedio de mis familiares y amigos que viven allá”, explicó la joven, al momento de describir la forma en la que mantiene un nexo con sus raíces.

Consultada respecto a las políticas que se llevaron adelante en el país en el cual reside para contener los embates del coronavirus, admitió que “en parte coincido con la gestión que se hizo de la pandemia en México. Se reaccionó a tiempo, ni lenta ni rápidamente. Actualmente, gran parte del país está en semáforo amarillo, pero Cancún, Playa del Carmen y Tulum, estamos en semáforo naranja, debido al ingreso de varios extranjeros, una conducta comprensible y que no veo del todo negativa”.

“Mis afectos de siempre son todo lo que tengo en la vida y es lo que uno más extraña. No todo es tan sencillo como parece. Este proceso se hace algo más sencillo porque he conocido mucha gente, algo que me agrada, y eso mitiga en parte las ausencias. Cuando la nostalgia se instala en uno, también añora lugares. En mi caso en particular, el Puerto de Ingeniero White, la placita del Teatro Municipal, lugares donde uno concurría a tomar mate. Y por supuesto, me ocurre lo mismo con el asado, la carne que se consume en Argentina no tiene punto de comparación”, finalizó, con la certeza de que si bien siente el desarraigo, tomó la decisión correcta.

“Mis hijas aman Argentina tanto como yo”

Distinto es el caso de Geraldine Caferri. Ella ya lleva más de la mitad de su vida en el exterior, pero orgullosa se siente argentina y bahiense, sin dudar en hacerlo notar cuando le consultan sobre su origen. Desde Estados Unidos, priorizó la conformación de una familia en la que el gen criollo está bien presente en cada paso que da. Si, en definitiva, como dice una conocida canción: “Uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan”.

“La decisión de radicarme en Houston se explica a partir de que me casé con mi marido que es oriundo de Estados Unidos y lamentablemente su trabajo lo mantenía atado a Texas en esa época. La boda fue en mayo de 1994 y hoy, a la distancia y quizás influenciada por el hecho de estar tan lejos de mi país, parece mentira que ya hayan transcurrido 27 años”, comenzó explicando Caferri, frente a la primera de las consultas de este diario digital.

Así, “la del medio” de tres hermanos (una mayor y uno menor) marcó disímiles pautas entre un lugar y el otro: “Las diferencias sustanciales entre la cultura estadounidense y la latina son varias. La cultura en Norteamérica es muy individualista. Acá se valora mucho la independencia de cada persona desde la infancia hasta la edad adulta. Algo que me llamó mucho la atención cuando yo llegué a este país fue cómo se inculca el derecho constitucional de poder portar armas de fuego para defensa personal o de la propiedad.

“No obstante, la sociedad acá es muy solidaria. Cada vez que aquí ocurre algún desastre natural o en el mismo caso de la pandemia, los vecinos se ayudan entre sí mismos e incluso juntan fondos para los menos afortunados. Eso es algo muy lindo que te hace pensar que no todo está perdido”, ponderó como una de las virtudes de la sociedad que la ha adoptado como una más, sin distinciones en lo que respecta a su origen.

Y prosiguió marcando rasgos distintivos: “Otra divergencia que noté es en la educación pública. Ésta es una cultura meritocrática. Aquí se valora mucho el esfuerzo personal y la excelencia académica. El proceso de entrar a una universidad, que incluso las instituciones públicas son pagas, comienza desde el primer año de secundario. Los alumnos tienen una suerte de ranking basado en sus promedios. En mi opinión, eso tiene sus ventajas y desventajas”, al tiempo que ensalzó lo organizado del tránsito, que simplifica la vida tanto del que maneja como la del peatón.

Respecto a la forma en la que está al tanto de lo que ocurre en Argentina, aclaró que “desde que me mudé a Estados Unidos siempre tuve acceso a Telefe Internacional. Me interesa mucho estar al tanto de lo que pasa en Argentina y en Bahía Blanca. En los últimos años, todo se facilitó mucho más todavía con las redes sociales. Me mantengo al tanto siguiendo ciertos noticieros en Facebook y Twitter”.

“En cuanto al manejo de la pandemia en Estados Unidos, estoy agradecida que se hizo de una manera bastante razonable. Al principio fue estricto, pero la situación lo ameritaba. Todo cambió muchísimo con la inmunización de la población. En mi familia, gracias a Dios, estamos todos vacunados. Yo creo que para salir de esta situación global, vamos a tener que hacer un esfuerzo internacional para que todos los países tengan la misma oportunidad de combatir este virus con acceso a las dosis”, planteó, a modo de expresión de deseo.

Por último, habló a corazón abierto: “Lo que más extraño de vivir lejos son los afectos. Primero la familia, mis amigos que conservo desde la infancia. Las pastas caseras de una conocida fábrica bahiense, los asados que hace mi cuñado. Afortunadamente, nunca sentí un desarraigo profundo porque siempre pude ir a visitar a mi querida Bahía Blanca y a mis seres queridos. Mis hijas son completamente bilingües y aman Argentina tanto como yo”.

Un bahiense que baila el tango como ninguno

El recorrido de Alejandro Hermida tiene sus particularidades. Recién cuando transitaba el tramo final de su etapa universitaria, “le picó el bichito” del tango. Claro que antes de ello había jugado al básquet y en algún momento imaginó su vida ligada cerca de los medios de la comunicación. Comenzó a bailar de grande y, gracias a un talento innato que se despertó a tiempo, recorrió el mundo, siendo uno de los máximos exponentes del país en la materia. Y es, nada más y nada menos, que bahiense.

“Decidí armar las valijas en el año 2004, después de terminar la carrera de Periodismo y Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata, habiendo cursado buena parte de la misma en la extensión que estaba en Punta Alta. Para aquel entonces, ya estaba bailando tango e incluso había viajado a Capital Federal para tomar clases. Todo eso me llevó a emprender un periplo más largo para seguir aprendiendo”, resumió Hermida cuando viajó imaginariamente casi 20 años atrás en el tiempo.

Desde Berlín, hizo una suerte de radiografía de Alemania, su lugar de residencia: “Es un país con superávit, rico y con muchas industrias fuertes, automotrices, farmacéuticas y de armamentos, entre otras. El Estado es mucho más grande e incluso interviene mucho más que en Argentina. La educación funciona diferente también, la gente tiene un sentido de comunidad más fuerte, se colabora con los vecinos y hasta con la limpieza del barrio. Es, en general, más seguro estar en la calle y hasta permite poder planificar tu futuro sin incertidumbres.

“Para informarme de lo que ocurre en la tierra en la que nací opto por escuchar radios que funcionan como cooperativas. Soy un fiel seguidor de la emisora de las Madres de Plaza de Mayo, FutuRock y Congo”, sostuvo durante otro tramo del breve contacto que mantuvo con este medio.

Y en relación a los meses más difíciles de este último año y medio, consideró: “No estoy de acuerdo con la forma en la que Alemania gestionó la pandemia. Hubo mucha improvisación, algo impensado para esta cultura. Se corrieron unas ocho veces las fechas que el gobierno había puesto como límite de restricciones. Hubo un escándalo con relación a los sobreprecios de las mascarillas. Inicialmente, decidieron dar menos vacunas para mantener un ritmo igual en toda la Unión Europea. Hace unos meses, se aceleró mucho la distribución de las dosis y, actualmente, funciona todo casi con absoluta normalidad.

“Lo que más extraño es, obviamente, mi familia, mis amigos. Siento nostalgia porque en algunas ocasiones siento la incertidumbre de no saber si uno va a volver. Creo que la idea de tener tan cotidiana, presente y posible la muerte nos hace vivir más alegres por así decirlo”, concluyó Hermida, quien sigue llevando la cultura nacional por el mundo.

En estos tres testimonios se podría resumir parte del pensar de aquellos que juntaron agallas y tomaron riesgos, en una gran mayoría de los casos, con más para perder que para ganar. Pero como la vida es una sola y según dicen, muy corta, se la jugaron, del mismo modo que lo hacen todos los días, con la impronta que les dio sus primeros años en la ciudad.

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