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De Ayer a Hoy

Marta Fittipaldi, “la profe” que siempre pregonó el buen uso del lenguaje

Con trayectoria en el mundo de la docencia, repasó sus años al frente del aula. “Si el idioma no hubiera evolucionado, aún se hablaría como en el Siglo XIII, pero los cambios no pueden darse por imposición”, dijo.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

La edición de “De Ayer a Hoy” en LA BRÚJULA 24 ofrece una entrañable historia de vida. Se trata de una mujer que, desde sus primeros años, supo que la docencia sería su camino. Esa vocación innata por enseñar la llevó a pararse frente a un aula apenas dejó atrás la adolescencia y, desde entonces, no volvió a separarse de su rol de educadora. 

Egresada de la Universidad Nacional del Sur tanto en la Licenciatura como el Profesorado de Letras, matizó su labor con la Literatura como asignatura principal, donde dejó una huella profunda en miles de estudiantes de nivel primario y secundario, quienes la recuerdan como una maestra dedicada y apasionada.

Aunque ya está jubilada, se muestra absolutamente vital. Su compromiso con el buen uso del lenguaje sigue vigente; continúa aportando su experiencia y saber para fomentar hábitos de expresión saludable en las nuevas generaciones, cultivando el respeto por el idioma y enriqueciendo la educación de quienes la rodean. La protagonista: Marta Fittipaldi.

“Una vez, siendo adolescente y redactando mi biografía, escribí que soy bahiense de prepo porque mi papá trabajaba en la Marina y cuando se casó con mi mamá, él estaba destinado en Mar del Plata donde ambos transitaron la primera etapa de su matrimonio. Ella, que era una mujer joven, vino acá, a la que era su ciudad natal a dar a luz cerca de su familia”, rompió el hielo la entrevistada desde el living de su departamento céntrico.

Y añadió que “nací y al mes volví a La Feliz. Soy hija única, algo que resultó complicado en un comienzo, pero siempre digo que he encontrado a mis hermanas durante el transcurso de mi vida. Cuando tenía cuatro años, vinimos los tres a Puerto Belgrano y en edad de comenzar la primaria, mi padre se jubiló y nos radicamos definitivamente en Bahía”. 

“La primera parte de mi educación la hice en la Nº 5 de la calle Darregueira, la cual tiene el nombre de Nuestra Señora de la Merced. Siempre me gustó el dibujo, por eso, paralelamente, asistí por varios años a lo que después se llamó Escuela de Artes Visuales que por entonces su denominación era PROA. Logré aprender mucho en esa disciplina”, evocó con lógica nostalgia.

Siguiendo con la línea cronológica, agregó que “la secundaria la hice en la Escuela Normal de Brown. Era una alumna del montón, con buena conducta, no fui abanderada ni la peor del aula (risas).Finalicé aquel período con el título de maestra, teniendo apenas 16 años porque a los seis sabía leer y escribir, sumar y restar, no hice primero inferior e ingresé directamente a primero superior”.

“En aquella época, había que enviar la documentación que permitía ejercer como docente a La Plata donde el trámite quedaba validado. Empecé a trabajar haciendo una suplencia en 1959 en la Escuela Nº 14 de General Daniel Cerri. Era muy joven, maestra de segundo grado, donde el tiempo en el que tenía que estar frente del aula era muy corto”, describió Fittipaldi sobre aquella experiencia inicial.

Su capacidad de asombro se puso a prueba: “Al tiempo me enteré que había reemplazado a una persona que no gozaba del mayor aprecio de la gente del establecimiento. Me ocurrió algo que luego no me sucedió jamás porque el último día de mi suplencia, se reunió el turno para salir y la directora me despidió con unas palabras alusivas”.

“Aquello fue algo que nunca había pasado y que no volví a ver en tantos años de carrera, pero que me sirvió para entender que estaba en el lugar donde quería. Fue una excelente primera experiencia, sumado a mis ganas locas de ser maestra. Ese combo hizo que el recuerdo sea sumamente imborrable”, expresó Marta, en otro tramo del ida y vuelta con este cronista.

Consultada respecto de cómo nutrió su formación, sumó: “En paralelo cursé la Licenciatura en Letras y no fue sencillo porque los horarios eran el principal escollo para hacer ambas cosas al mismo tiempo. Me recibí, seguí ejerciendo la docencia e hice el profesorado en la Universidad Nacional del Sur, el cual no me costó prácticamente nada porque la pedagogía la había aprendido estando al frente de un aula”.

“En simultáneo, empecé a trabajar en el turno de la noche para que no se superponga con mi labor docente en la Escuela Primaria Nº 39 del Palihue donde llegué recién titularizada, coincidiendo con el día de la inauguración del establecimiento. Previamente había desempeñado tareas en Ingeniero White”, expuso, llegando a la mitad de la conversación.

Marta tenía en claro que debía exprimir al máximo las 24 horas del día, las cuales resultaban insuficientes: “Hasta ahí era complejo porque a mis dos hijos mayores los tenía que llevar a la casa de mi mamá, pero cuando se abrió esta posibilidad de ejercer en Bahía Blanca, me quedaba mucho más cerca porque vivía en calle Salta. El problema es que no tenía puntaje, pero me anoté igual y de las siete que entramos yo era la última en ese listado”.

“Permanecí allí casi 23 años hasta que me jubilé. A nivel secundario trabajé en las escuelas medias número 2 y 3 de la Provincia, y en la 5 estuve más de dos décadas. Algo parecido me ocurrió en las dependientes de la UNS, sumado a mis años en San Cayetano y Don Bosco que fue mi último amor. Perdí la cuenta de la cantidad de alumnos que tuve”, enunció con asombro. 

Luego, “la profe” se detuvo en el presente: “Todo evoluciona, hay cambios que no siempre son para bien, pero a su vez son inevitables y suceden en todos los aspectos de la vida. Si la lengua no se modificara hoy se hablaría con el idioma español del Siglo XIII. Las costumbres y la sociedad también están expuestas a los cambios, por eso los jóvenes son diferentes, a partir de lo que ven en sus hogares”.

“Creo que me adaptaría a dar clases en la actualidad porque me gusta ser docente y guiar, lo digo en presente y con plena conciencia, pese a no estar activa. Disfruto de estar con los chicos, por eso hubiera procurado ponerme a tono. Tengo tres nietos en el extranjero y otros cuatro en Bahía y veo cómo actúan, piensan y estudian”, aseguró Fittipaldi.

No obstante, recalcó que “respecto al lenguaje inclusivo y cuando recién iniciaba esta forma de comunicar, pregunté en los medios de comunicación por qué se lo utilizaba, si tenían la obligación de hacerlo y la respuesta fue que no era una condición innegociable, pero que no les molestaba incluir el ‘los’ y el ‘las’ en la misma oración, por lo que puedo decir que mi consulta no fue evacuada”.

“El masculino engloba a ambos géneros, algo que tal vez cambie, no se puede dar por imposición como se pretende en la actualidad”

“Hace un mes hubo unas jornadas para la tercera edad organizadas por la Asociación de Adultos Mayores Diplomados. Sentada en mi butaca y ya sobre el cierre se acercó una señora para comentarme que había sido su maestra en 1963. Tal fue la emoción que me invitó a concurrir a las reuniones que esporádicamente hacen con sus compañeros”, se emocionó Marta.

Y contó otra anécdota fresca en el tiempo: “Días atrás venía de hacer un trámite y un joven se puso a la par mía, lo miré y lo reconocí por su voz, pese a que ahora es todo un hombre que trabaja como abogado. Estos dos últimos episodios que me sucedieron resumen el paso por la docencia y resultan un mimo al alma, algo maravilloso”.

“Entre los cursos en los que me anoté últimamente, pese a mi edad, hice uno de stand up y cuando realicé una presentación ante el público en Rondeau 29, nombré las redes sociales en el marco de una performance cuyo contenido se trataba sobre una crítica a todos los que utilizamos el Whatsapp”, dijo la aggiornada mujer que, si bien peina canas, está actualizada.

El remate de esta historia dejó pensando al auditorio: “En una parte de mi alocución expuse que el Facebook para nosotros que ya tenemos cierta edad se había convertido en una suerte de geriátrico de las redes porque los jóvenes lo han reemplazado por Instagram y Tik Tok. Igualmente, de todos los amigos que tengo allí, un 80% son exalumnos de los distintos establecimientos educativos donde me tocó ejercer”.

Al hablar del presente lanzó: “Soy voluntaria del programa Bahía Lee, hago dos talleres de PAMI, uno sobre juegos de ingenio y el otro sobre estimulación cognitiva y con UPAMI asisto como alumna a las clases de italiano, luego de haber cursado francés. Estoy en un grupo de narradores y contadores de cuentos de la Biblioteca Rivadavia llamado ‘Soplando Historias’”. 

“Tengo tres hijos, el mayor se llama Leonardo y vive en Perú hace 26 años, quien me dio tres nietos que ya son más que adolescentes. En Bahía se quedaron Eduardo que es músico e integra el Coro Polifónico y Ricardo contador público. Por el lado de ellos dos tengo los restantes cuatro nietos, dos varones y dos nenas”, acotó con un brillo en sus ojos.

Al epílogo, le dedicó unas palabras al hombre que estuvo a su lado durante varias décadas: “Haber enviudado hace 13 años fue algo que me sacudió de una manera particular porque al principio tenía la sensación de que era algo pasajero y que Jorge, mi marido, iba a volver en cualquier momento. A las pocas semanas de su fallecimiento tuve que ir a Tribunales a salir de testigo y cuando me preguntaron el estado civil me costó decir la palabra ‘viuda’”. 

“Tanto a él como a mis padres los tengo presentes con episodios puntuales y los recuerdo con una sonrisa. Quizás por la cantidad de años muy bien llevados, con mi esposo éramos una pareja con una excelente relación, que se respetaba y profería cariño. El que se fue ya era un amigo, un compañero, más que una pareja, lo que configura un sentimiento potente”, cerró.

En tiempos en los que están en crisis los sanos hábitos vinculados a la correcta manera de expresarse, Marta Fittipaldi no baja sus expectativas y, con argumentos sólidos, defiende a capa y espada una costumbre que debe ser transferida a través de las generaciones. Pese a ello, comprende que la modernidad avanza a pasos agigantados y se adapta, aunque tiene en claro que hay aspectos que son innegociables.

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