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DE AYER A HOY

“La gente no discrimina, desconoce cómo actuar por falta de información”

Alberto Rantucho es ciego hace 45 años. Los golpes que asimiló. La fuerza de voluntad para recibirse de abogado, formar una familia y recorrer el mundo. “Sentiría miedo si recuperara la visión”, confesó.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

Anticiparse a los hechos es humanamente imposible. Nadie tiene una bola de cristal que permita predecir los acontecimientos futuros. La vida, en tal caso, contaría con un factor contrario a la sorpresa que depara cada instante posterior al presente. Tal vez el tránsito por este mundo sería más aburrido, pero permitiría anticiparse a sucesos indeseados.

Planificar cómo afrontar determinada vicisitud sin contar con uno de los cinco sentidos no debería ser para cualquiera. La pregunta que se impone es “por qué a mí”, tal es así que no solamente existe esa limitación física, sino también entra en juego la entereza emocional aplicada en estos momentos. Alberto Rantucho se supo sobreponer a cuanta adversidad se le presentara. La infancia en el campo, un accidente que evidenció su condición, la cual lo acompañaría en adelante. Fueron los proyectos y la buena gente que caminó junto a él una plataforma para disfrutar de las caricias que supo recoger fabricando buenas sensaciones pese a la adversidad. En La Brújula 24, conoceremos algunos pormenores de un ser ejemplar.

“Nací hace 75 años en un campo de Carhué, éramos una familia muy humilde y junto a mis padres y mis hermanas mayores vivíamos en una casita que todavía sigue en pie. Ambas aún residen en aquella localidad, aunque solemos reunirnos periódicamente”, dijo, abriendo la puerta a su intimidad, exhibiendo su intención de abordar todos los temas.

Y añadió: “Aprendí a leer y escribir en mi casa con la ayuda de mi entorno más cercano y cuando nos trasladamos de campo, tenía una escuela muy cerca. Me hicieron una evaluación e ingresé directamente en tercer grado”.

“A los 12 años empecé a manejar el tractor, trabajando en el campo familiar donde principalmente se cosechaba trigo. Fue una etapa bastante sacrificada, pero al mismo tiempo se trató de una experiencia que valoro mucho, pasando mucho frío y calor”, recalcó Rantucho, cuando su vida no tenía las peculiaridades que luego iba a experimentar.

En tal sentido, admitió que “ese esfuerzo me templó para luego sobrellevar lo que me tocó vivir. Me incorporé al Movimiento Juvenil Agrario y esa fue mi segunda escuela, una incursión que me permitió sociabilizar, teniendo en cuenta que en el campo estaba algo aislado”.

“Me tocaba viajar a reuniones, un ambiente muy lindo que se coronaba con un Congreso anual que era todo un acontecimiento. Hasta los 31 que quedé ciego me dediqué a tareas rurales”, mencionó Alberto, sin vacilar y disfrutando cada instante de la conversación.

Consultado respecto al primer golpe de efecto, puntualizó: “Tuve un desprendimiento de retina, el primero de los ojos lo perdí a raíz de un golpe con una bolsa de trigo cuando la iba a volcar en un carrito granero, resbalé y se produjo el accidente”.

En esa misma dirección, no obstante, reconoció que “la retina estaba por desprenderse. Tal es así que en 1976 me operaron dos veces, permanecí cerca de cuatro meses internado, pero ya no logré recuperar nunca más la visión”.

“En el 79 quedé totalmente ciego por una anomalía similar en el ojo derecho, siendo que ya estaba advertido de que esto podía ocurrir. Hoy, esa operación en un consultorio y con rayos láser no requiere de gran complejidad. En mi época, aún no existían estos avances de la ciencia”, añadió Alberto.

Luego, explicó que “mi problema con la visión es algo congénito, incluso mi hija tuvo una manifestación similar a la que sufrí yo, pero con un tratamiento mucho más moderno pudo sortearlo sin grandes complicaciones”.

“Cuando me ocurrió, me conformaba ficticiamente de que la vida era así, que no tenía nada más para hacer, que no iba a viajar nunca más. Aquel fue un episodio que cambió diametralmente mi vida y me llevó un tiempo aceptar lo que me había pasado”, destacó, al evaluar el impacto de ese escollo que se le presentaba.

La comprensible e imperiosa necesidad de una respuesta lo llevaba a mover cielo y tierra: “Solo buscaba algún médico que me diera alguna esperanza, pero considero que en la preparación de los profesionales hay una falla. Nadie me orientó a cómo rehabilitarme, pasaba de un médico a otro que me decían que la ciencia avanzaba; toqué fondo y el apoyo de mi familia fue fundamental”.

“Hasta que empecé a viajar a Bahía al Centro Luis Braille, lo que implicó un impulso muy importante porque me puse a estudiar. Viví en una pensión y no solo terminé el secundario en el Colegio Nacional, donde me convertí en el primer alumno ciego, sino que también completé la carrera de Abogacía en La Plata”, refirió, sobre esa luz que se iba encendiendo en el fondo del camino.

Claro que contó con un apoyo externo fundamental: “La Asociación de Cooperativas me otorgó una beca para poder alcanzar el objetivo de graduarme en ambas etapas de mi educación, siempre rindiendo los exámenes orales en condición de alumno libre”.

“Estaba casado con mi primera esposa y, por esas cosas que tiene la vida, ella tomó la decisión de dejarme solo. Fue duro, pero otra vez mi entorno me dio el ímpetu necesario para salir a flote”, señaló Rantucho, promediando la charla con este diario digital.

Otro pilar fundamental fue su incondicional pareja: “Con el tiempo conocí a María Julia, nos casamos mientras estaba en plena carrera universitaria de Derecho y tuvimos a Martín en 1989. A ella la conocí porque era voluntaria en el Centro Luis Braille”.

“Luego adoptamos a un chico de cinco años que estaba abandonado y con múltiples discapacidades, era ciego y no caminaba. Su mamá no estaba en condiciones de criarlo y así, Leandro se convirtió en un miembro más de nuestra familia”, clarificó, sobre un acto de amor inconmensurable.

Pese a todo, surgirían otros obstáculos que irremediablemente debía sortear con la entereza de un hombre curtido: “A los nueve meses, nació Mariana. Leandro murió hace cuatro años con tan solo 32 y María Julia falleció hace 13, cuando apenas tenía 49. Fueron otros dos golpes duros que me aplicó el destino”.

“Fui de los primeros alumnos que estudió el secundario con cursada libre, por eso el Centro Luis Braille conformó un equipo de profesores de apoyo”

“Siempre tuve una mirada positiva de la sociedad, creo que lejos de discriminar, desconoce. Tenemos que trabajar los que tenemos una discapacidad en generar conciencia en la comunidad porque hay una voluntad que se ve cuando una persona quiere ayudar y no sabe cómo manejarse”, aseguró, lejos de cualquier recelo frente a los episodios en los que pudo haberse visto minimizado.

Y apuntó: “No reniego de eso, recuerdo que viviendo en el campo viajé a Bahía Blanca a comprar pollitos bebé. Había un muchacho en calle Paunero que se encargaba de venderlos y cuando fui a comprar me di cuenta que era ciego. En ese entonces yo veía, pero no sabía que hacer, por falta de información ante una situación que nunca había vivido”.

“Siendo ciego desarrollé mi profesión, la cual desempeño hasta el día de hoy como abogado, formando un equipo interesante con cuatro empleadas en el estudio con las que nos especializamos en la rama del derecho previsional y de familia”, consideró, orgulloso y satisfecho.

Quizás muchos lo conocen por otra de sus facetas: “La televisión en mi vida apareció casi de manera inesperada, gracias a Diego Berman, un amigo que me ofrece hacer notas sobre discapacidad en su programa. Tenía un bloque para mí, me empezó a gustar y sentí ganas de resaltar a la gente que se brinda a las instituciones de bien público”.

“Charlando con mis hijos y mi nuera, tomando mate en el patio, con el proyecto ya armado y buscando un nombre para el programa salió Compartiendo Valores. Fueron nueve años en la televisión y ahora lo estoy haciendo en las redes sociales”, confirmó a sus fieles seguidores.

Inmediatamente, surgió una pregunta que se imponía, a la cual Alberto no dudó en responder: “En mi caso, el hecho de no poder verme haciendo el programa no es algo que me pese, uno se acostumbra y si hoy en día tuviera la posibilidad de recuperar la vista, sentiría muchísimo miedo”.

“Me encontraría con un mundo que no conozco, más allá de que en mi caso particular he tenido la suerte de haber visto por más de 30 años y de poder atesorar las imágenes captadas para imaginarme distintas situaciones”, argumentó Rantucho.

Incluso, fue aún más allá en torno a ese concepto: “El rostro de cada una de las personas puede tener determinadas características. Incluso lo podés tocar, pero la mirada y la sonrisa es algo individual no la vas a descubrir nunca si no las estás viendo”.

“Actualmente vivo solo. Me pude mudar de una casa de la periferia a un departamento más céntrico, más allá de que mis hijos vienen permanentemente a visitarme y amigos que me hacen compañía”, contó sobre su presente.

Con una fortaleza única, se animó a asumir un desafío en un momento en el cual la mayoría de los mortales no hallarían la fortaleza para dar pelea: “Tuve un problema en mi rodilla que terminó con una intervención quirúrgica y tres meses en silla de ruedas, sumado al Parkinson, pero la voy llevando muy bien. Tal es así que con mi profesor de educación física, Guillermo, y una pareja más que también es guardavidas, fuimos a México hace un año”.

“Viajé en avión con la silla de ruedas y estuve un par de semanas en Playa del Carmen, pasé por los cenotes pese a que tenía la limitación de mi desplazamiento. Me di todos los gustos, les explicaba a todos los turistas que lo de la silla de ruedas era transitorio, pero que mi ceguera era definitiva (risas)”, recordó con cierta picardía.

Luego, se definió como persona y puso de relieve su espíritu inquieto: “Me considero un ser sociable. La gente me reconoce de la TV y las instituciones que integré, siendo la última de ellas la Panificadora Nuevo Sol, donde soy Vicepresidente. Mientras tanto, voy delegando cada vez más el trabajo en el estudio jurídico”.

“Y por diez años di clases en la Escuela de Adultos Nº 4, donde tenía a mi cargo varias materias: Derecho, Ciencias Políticas e Historia. Fue una experiencia que me marcó porque gran cantidad de exalumnos me mandan mensajes al Facebook con mucho cariño y me generan emoción”, concluyó.

La humanidad y nobleza brota desde lo más profundo del entrevistado. Sin conocer en profundidad su actualidad, de solo oírlo uno podría inferir que es inmensamente feliz, pese a los hematomas que dejaron en su alma las bofetadas asimiladas. Pero observado en perspectiva, a la distancia y sin apasionamiento, uno logra comprender que le sobran razones para vivir con una sonrisa dibujada en su rostro. Ojalá todos pudiéramos tomar su ejemplo.

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