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DE AYER A HOY

Ernesto Alda, el médico que forjó el nacimiento de la neonatología en Bahía

El dolor de enviudar apenas nació su primer hijo. El amor por su segunda esposa, con la cual comparte la misma pasión. Y su lema: “El mejor profesional es el que no se despega del paciente”.

Por Leandro Grecco
Faceboook Leandro Carlos Grecco/Instagram @leandro.grecco/Twitter @leandrogrecco

Remontarse al origen de diferentes actividades resulta complejo. En ocasiones, es difícil hallar registros fehacientes y comprobables respecto a un enunciado, los archivos que remiten al pasado han perdido preponderancia. Son herramientas que facilitan la revisión histórica y aclaran panoramas, aunque es habitual que el paso a la digitalización los haya dejado en el camino.

La irrupción de una de las ramas más consideradas en el mundo moderno dentro de la medicina, al menos en la ciudad, modificó ciertos paradigmas. La neonatología marcó un rumbo en uno de los momentos más gratos que tiene la vida y de los pocos en los que el ámbito de la salud no se emparenta con un rasgo negativo, al vincular su función con la llegada de un ser al mundo.

La Brújula 24 conversó con un verdadero pionero en la materia. Ernesto Alda, un bahiense por adopción que dejó un legado, junto a un puñado de profesionales, para posicionar a este faro geográfico en una referencia regional en lo que respecta a las primeras horas de vida de los recién nacidos. El protagonista de este artículo no dejó tema por tocar y, conociendo su pasado, logramos entender su presente.

“Soy nacido en La Plata hace 74 años, en mi casa, lo paradójico del caso es que me trajo al mundo una partera siendo que con el tiempo me iba a convertir en neonatólogo (risas). Mi familia está compuesta por mi hermano que es tres años mayor. Nos criamos junto a nuestros padres, ambos oriundos de la localidad bonaerense de 9 de Julio”, así comenzó a sobrevolar un camino lleno de vivencias.

En ese orden, Alda postuló que “ella era docente y él empleado bancario, hasta que le sale el traslado, se casan y nacemos nosotros. Junto a mi familia vivía una tía, una mujer que había sido criada por mi abuela materna y fue una segunda madre para mí. Tuve una infancia hermosa, me crié en un sector platense muy sencillo, cercano al barrio El Mondongo, donde nació René Favaloro y que se llamaba Meridiano V”.

“Mi casa estaba en la esquina de las calles 17 y 66, atrás del Hospital de Niños, cercano al ferrocarril provincial y con el tren íbamos a visitar a mis parientes a 9 de Julio, era todo un acontecimiento viajar allá todos los veranos. Por mi casa pasaba el tranvía y tuve la suerte de que a mis amigos de ese entonces aún los conservo”, advirtió, con una sonrisa en su rostro, la cual lo acompañó durante casi toda la charla.

La infancia tuvo momentos altamente positivos: “Entré en una escuela primaria pública que estaba anexada a la Universidad Nacional de La Plata. Lo mismo con el secundario, que lo cursé en el Colegio Nacional que también dependía de esta casa de altos estudios. Para ese entonces aún no tenía orientada mi vocación, más allá de que uno de mis tíos era médico y lentamente ya iba perfilando mi deseo de inclinarme hacia esa disciplina”.

“En ese colegio se formaron Favaloro y Ernesto Sábato, entre otros, y se convirtieron en seis años donde pude ir plasmando mi personalidad, considero ese un lugar clave para la transición hacia lo que vendría luego. Recuerdo que teníamos clases los sábados y ya en primer año vino el profesor de dibujo y nos hizo sacar el traje y la corbata con la que asistíamos a clase”, celebró, en otro tramo de la conversación.

Y agregó: “Pero no solo eso, también nos dijo que el que quería fumar, podía hacerlo, pese a que tan solo teníamos 13 años, aunque con la muy fuerte y convincente advertencia de que si lo hacíamos el cigarrillo nos iba a hacer muy mal. Este profesor rompía con las reglas ya establecidas porque si estábamos aburridos en el aula nos llevaba al Bosque y nos quedábamos charlando o filosofando”.

“Hablábamos de música y de chicas, cosas que uno buscaba ansioso en el secundario, por eso siento que lo que más aprendí en esa etapa fue el derecho a la libertad, que nadie me debía imponer nada, más allá de seguir reglas y conductas. En sexto año de la secundaria elegí la orientación Biología porque ya estaba seguro que tenía previsto seguir Medicina”, enfatizó, trazando un horizonte claro para su porvenir.

Consultado con respecto a las influencias que lo marcaron, detalló: “Un médico de enfrente de casa me había llevado a presenciar alguna cesárea y había quedado deslumbrado. Hice el examen de ingreso a la Universidad, el cual era muy estricto, pero como veníamos del Colegio Nacional, no era tan difícil su aprobación. Empecé a estudiar con dos amigos del barrio y en segundo año me agrupé con un compañero que era del pueblo de mis padres”.

“En el medio me incorporé al servicio militar, pero tuve la suerte de hacerlo en el Regimiento Nº 7 de Infantería, lo que me permitió no perder el año. Cuando me recibí tenía 24 años, pero ya desde algunos meses antes pude trabajar como médico radiólogo en el Hospital de Niños. Entraba los sábados a la mañana y me iba los domingos al mediodía, tenía dos compañeras, dos señoras mayores, que me enseñaron muchísimo y me ayudaron un montón. Cuando debía estudiar o irme por alguna razón me cubrían”, añadió Alda.

En paralelo, iba a aparecer una opción que no figuraba en su radar: “En ese período conocí a uno de los primeros neonatólogos que hubo en el país, se llamaba Juan Vicente Climent, que luego se iba a convertir en mi jefe. Un adelantado, alguien que estaba pensando que había una especialidad que se llamaba Neonatología. Le dedicó toda su vida a la medicina hospitalaria desde el ámbito público y, cuando estaba por terminar mi carrera, me preguntó qué iba a hacer porque paralelamente estaba haciendo prácticas en un hospital de Florencio Varela”.

“Le conté que mi idea era volcarme a la pediatría, aunque él me sugirió que me anime con la neonatología. Mi primera reacción fue de cierto recelo, pero la idea de Climent era crear una residencia de esa especialidad tan poco desarrollada hasta aquel momento. Me dijo que si al año próximo me presentaba, iba a tener muchas posibilidades de ganar el puesto. Casualmente nos postulamos con quien luego se iba a convertir en mi actual esposa (María del Carmen Covas), con la cual nos conocíamos muy poco”, destacó quien abraza su pasión por Gimnasia de La Plata.

Esas primeras sensaciones eran indicios de que algo grande estaba por concretarse: “Los dos primeros años trabajamos en el Hospital de Niños de La Plata, lugar donde había tomado la comunión porque mi mamá había sido ayudante de las monjas. Al tercer año nos mandaron a Buenos Aires, junto a un tercer residente que hoy vive en España, más precisamente a la Maternidad Sardá y al Instituto Posadas que está en Ramos Mejía”.

“Ahí aprendimos lo que era la neonatología moderna y cuando finalizó esa etapa, me convocan del Hospital Italiano de Buenos Aires, con la idea de que forme parte de un servicio de esta especialidad que se estaba formando, con el doctor Ceriani Cernadas. Permanecí ahí por espacio de seis años y generé un lazo más estrecho con Roberto Álvarez Bayón, una especie de indicio de que Bahía Blanca iba a estar luego en el radar de mi vida”, exclamó.

Un momento traumático, seguramente el más complejo que debió atravesar, lo puso a prueba: “Ocurrió una situación muy puntual en mi vida. Estuve de novio durante algunos años con la que fue mi primera esposa, tenemos un hijo y a la semana mi mujer falleció. Una mala praxis se llevó su vida, fue un drama porque la vida me dejó solo con mi hijo recién nacido. Mi madre se hizo cargo de quien era su nieto para ayudarme en la crianza”.

“Al año de este episodio, con ‘Camely’ formalizamos una relación de pareja y nos casamos. De la unión nacieron Guadalupe, que actualmente vive en Australia, y Pilar que es investigadora del Conicet. Llegué a Bahía de casualidad porque si bien había logrado una buena formación profesional en el Italiano, empecé a pensar si podía ser útil en otros lados”, aseguró, fortalecido por los resultados que hoy están a la vista.

Su entorno fue indispensable para la proyección: “Ahí surgen Álvarez Bayón y Pérez Fontán, un médico que era director del Sanatorio y Maternidad del Sur, la cual tenía entre 1500 y 1700 nacimientos por año y no había neonatología. A Bahía Blanca solo había venido una sola vez a dar una charla en 1980 a Teranat, lo que actualmente es Osecac, donde uno de los residentes nuestros en Buenos Aires era Jorge Gabbarini, un prestigioso pediatra”.

“Durante mi etapa laboral fui un afortunado de levantarme muy temprano, sobre las 4:30 o 5 y a las 8 ya estaba en el hospital. Dormía siesta, que era sagrada, y a la tarde volvía a mi ocupación habitual”

“La posibilidad de radicarnos en esta ciudad surgió durante la Guerra de Malvinas, vine con Antonio Giuliano y mi mujer no tenía muy presente lo que estábamos planificando. Su primera reacción cuando le manifesté la idea de radicarnos en Bahía fue de rechazo. Pero el 21 de septiembre de 1982 comenzamos con nuestro desempeño profesional que se extendió por 38 años, junto a mi esposa, en la Maternidad”, contó Alda, ingresando lentamente en el segmento final de su testimonio.

Los inicios en un lugar ajeno hasta allí para ellos no fueron sencillos: “Al principio fuimos mirados con cierto rechazo, los pediatras estaban algo enojados con nosotros porque pensaban que les íbamos a quitar trabajo, pero al poco tiempo se zanjaron esas diferencias y terminamos en muy buenas relaciones. Nos convertimos en bahienses totales, representando a la ciudad en cuanto lugar nos tocara visitar. Hicimos actividades en la investigación y la docencia y le tomamos mucho afecto a este lugar que nos permitió desarrollarnos”.

“En algún momento pensamos en volver a armar las valijas porque a mediados de los 80, el Sanatorio y Maternidad del Sur atravesó un momento económico difícil, con la incertidumbre de que podría cerrar, hasta que fue comprado por la Asociación Médica. Por fortuna nos quedamos acá, nuestros hijos se criaron en esta ciudad y fueron muy felices en su niñez y adolescencia, tal es así que dos de los tres viven acá. Y mi hija del medio emigró porque a su marido, un urólogo muy prestigioso, lo contrataron en Australia”, sostuvo.

El motor de la vida de este médico querido por todos es su familia: “Ellos se fueron hace ocho años y nosotros viajamos cada vez que podemos a visitarlos, salvo con la pandemia, estuvimos yendo muy seguido. Mi esposa, cuando surgió la Escuela de Medicina en la UNS, hizo la carrera como profesor y en lo particular fui elegido por concurso como docente libre, ejerciendo durante 10 años. Fue una etapa en la que fui feliz, compartiendo con alumnos, dentro de una Escuela que está muy actualizada y tiene mucho apoyo por parte de las autoridades”.

“No extraño el Hospital, fueron 38 años adentro de una unidad, me dio más de lo que me quitó, más allá de haberme perdido de momentos puntuales vinculados con lo social. Nunca renegué de eso y tuve la suerte de tener siempre al lado a ‘Camely’ que estuvo de acuerdo con lo que hacía, entendió que si había que trabajar, no había opción. El mejor neonatólogo es el que está al lado del paciente. En mi caso me iba a dormir un ratito a casa y volvía a hacerle compañía, ese compromiso es innegociable”, afirmó.

Actualmente, invierte su tiempo en actividades que lo nutren espiritualmente: “Hoy disfruto de la lectura porque durante toda mi vida no pude aferrarme a la literatura general, pudiendo hacerme amigo de la misma desde hace un par de años cuando me fui alejando de la medicina. Estoy leyendo un libro Sarmiento de Martín Caparrós y sino también disfruto de la literatura vinculada con la guerra española, además de admirar a una autora como Julia Navarro”.

“Tengo un hobby que es un programa a nivel nacional para evitar la causa más frecuente de ceguera en la infancia que se llama retinopatía del prematuro, una enfermedad que le toca a los bebés de bajo peso. Hay historias de famosos que la padecieron, como es el caso del cantante Steve Wonder y con ese programa, desde 2003, trabajamos en 120 maternidades en el país, junto con neonatólogos, enfermeras y oftalmólogos”, se enorgulleció, en su última frase antes de que la grabación culmine.

Cuando la generalidad de los que conocen a alguien coincide en que ésta es una persona de bien, evidentemente poco hay para agregar. Está en su naturaleza y, si bien hoy vibra desde el lugar de quien descansa de tantos años entregados a la profesión, aún perduran las pinceladas de su forma de transmitir conocimientos. No queda ninguna duda de que aquellos que pretenden forjar una carrera en la medicina, deben tomarlo como ejemplo.

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