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Opinión

¿Cuántos “caen” cuando se caen las redes”?

Por Francisco Tavaglione, licenciado en Psicología

La caída este lunes de las aplicaciones de la empresa Facebook puso en escena la importancia que las redes sociales tienen en la cotidianeidad social. Los efectos emocionales de tal “caída” fueron diversos. Mientras a algunes les resultó indiferente, para otres fue una inmensa fuente de ansiedad y desesperación. Y más allá de las reacciones individuales, de lo que casi nadie quedó exento fue de la sorpresa que produjo el haber quedada suspendida una vía de comunicación tan nueva y, sin embargo, tan instituida.

Para comprender la trascendencia de estas aplicaciones en nuestra sociedad, sirve pensar en el sentido que tiene el concepto de “redes sociales”. Una red es un conjunto de hilos, o de cables, da igual, que se unen en diversos puntos, conformando una trama que se expande y abarca cada vez mayor superficie. En el caso de las redes sociales, lo que une son personas, a través de dispositivos electrónicos. Pero sería escaso limitarnos al papel conector de las redes sociales, olvidando la función constituyente y de contención que otorgan al ser humano y sus relaciones.

La realidad humana es tan compleja, que los cambios sociales no transcurren al mismo ritmo que los cambios de la naturaleza –aunque la actividad humana pueda influir, y de hecho lo está haciendo, enormemente en esta última-. La estructura social puede permanecer durante siglos inalterada, y en un día cambiar drásticamente. Internet ha modificado no solo la manera de comunicarnos, sino también la manera de vincularnos entre nosotros y con nosotros mismos. Ha influido en nuestra manera de habitar la realidad, de estudiar y trabajar; en el modo y la frecuencia de consumo; en el deseo y los placeres; en el tiempo de actividad y de esparcimiento; ha generado cambios en las relaciones sociales –tanto amistosas como familiares-; ha influido en la identidad humana, en nuestras costumbres y nuestros valores, en la sexualidad y hasta en  los modos de amar y de sufrir del ser humano. Básicamente ha influido en todas nuestras instituciones y actividades.

Tener presente que, aunque sean recientes, las redes sociales son una parte –cada vez más- constituyente de nuestra personalidad y de nuestra sociedad, nos permite comprender mejor el furor con que se vive cada fluctuación o “caída” que presentan. Y respecto a esta última palabra, “caída”, justamente cuando cae la red que sostiene el entramado social, junto con ella podemos pensar la caída del conjunto que sostiene. A algunos les gusta el vértigo, a otros ni siquiera los incomoda, pero hay quienes caen con fuerza, y se dan golpes duros.

Para cerrar me gustaría señalar dos cosas: en primer lugar, el efecto real y concreto que las redes sociales, por más virtuales que sean, han tenido en la vida íntima y social del ser humano. Por ello una alteración del ritmo habitual puede ser, para muchas personas, catastrófico. En segundo lugar, marcar la importancia de no descuidar aquella otra realidad, donde históricamente han transcurrido los encuentros y vínculos humanos, porque aunque pueda haber quedado opacada tras el brillo de las redes sociales, no deja de ser un espacio de interacción y de contención, cuando una falla en la tecnología nos deja “caer”.

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