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Opinión

Vacunarse, un acto de solidaridad

Por Gabriela Biondo, Gaby "la voz sensual del tango"

En los últimos meses se han escuchado las más diversas excusas para no vacunarse contra el COVID y desconfiar de esas pequeñas dosis que dicen tener la solución paulatina del problema que, desde hace más de un año, nos ha vuelto un poco locos, bastante enfermos y muy tristes.

He llegado a escuchar, en nombre de la ciencia y la inmunidad naturalmente adquirida, que darle un abrazo a los abuelos genera anticuerpos y que privarlos de esa exposición es perjudicial para su salud ya que el aislamiento los hará vulnerables; por lo tanto, no debiéramos privarnos de demostrarles (físicamente) todo nuestro cariño, aún en tiempos de pandemia. Entiendo lo beneficioso de la exposición consciente al sol, de la necesidad imperativa de socializar -que sin duda ha sido causa de la mayor cantidad de violaciones a las distintas etapas de cuarentena- de la carencia afectiva, de la invasión de mensajes negativos de los medios, de la depresión, la necesidad de quemar energías, despejarse… pero pensar que entrar en contacto con una enfermedad lo único que puede generar es anticuerpos, es una falacia. Basta con recordar la historia de nuestros pueblos originarios que fueron devastados por enfermedades traídas al continente por los europeos.

Creo que negar la realidad es privilegio de quien no lloró muertos con nombre y apellido, de quien no pasó noches en vela porque alguien amado luchaba por su vida en una terapia intensiva. No encuentro calificativo para quien haya pasado por eso y aun así no tome conciencia del accionar preventivo. “Anti solidario”, “egocéntrico” y “egoísta” serían adjetivos insuficientes. Y negarse a la vacunación, ¿de quién es exclusivo? Vacunarse contra el COVID es opcional. Nadie nos obliga a tomar una decisión que no queremos, aunque sean millones los que esperan su turno y -aunque no sepan si lo que reciben es verdaderamente lo que dice ser y reducirá efectivamente sus posibilidades de internación o muerte ante contagio- quieren recibir la vacuna.

Espero ese día en que todos estemos vacunados para que, si por alguna casualidad o descuido vuelvo a contagiarme, mi afección no cause daños graves en quienes me rodean. Creo que lo que se olvida en la negación es que no se trata de uno; estamos decidiendo sobre la salud pública, sobre el aporte personal a la superación de un virus que se llevó millones de vidas y sigue fortaleciéndose y mutando cuando encuentra organismos indefensos donde hospedarse. Una vez más, el árbol nos impide ver el bosque. Recibí mi primera vacuna y quiero que mi hijo haga lo propio cuando suene la campanita de su aplicación porque, si la esperanza es la inmunidad de rebaño, no hay mucho que pensar.

Aunque ya en 2019, la OMS situó el movimiento antivacunas como una de las mayores amenazas para la salud mundial y a pesar de que las vacunas han salvado innumerables vidas en la historia de la humanidad, son muchos los que se niegan a poner el brazo.

No soy infectóloga, ni bioquímica ni investigadora. No puedo más que creer en los profesionales, en las publicaciones científicas, en los controles de seguridad que se aplican en los distintos países del mundo antes de vacunar a su población y en la experiencia: gracias a la primera dosis de la cuestionada vacuna Sinopharm, y a Dios, tengo a mi marido con vida después de haber pasado, la familia entera, horribles días de enfermedad. Puse y pondré el hombro en ésta, como cada vez que haya que tirar del carro en una Argentina que, aunque se caiga a pedazos, es la tierra de mis amores.

Como dijo Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

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