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DE AYER A HOY

Andrés González Ríos: la trayectoria del contador público de mil anécdotas

Intachable profesional y respetado por la comunidad. Sus raíces en la comunidad vasca. El barrilete que le regaló al Papa. Y su orgullo: “Soy el matriculado en actividad más antiguo de la provincia”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco Instagram: @leandro.grecco Twitter: @leandrogrecco

Los espíritus inquietos y con voluntad transformadora logran trascender y, de mínima, no pasan desapercibidos. Confían en su capacidad de establecer nuevos paradigmas en cada una de las cosas que emprenden, sin descuidar su actividad primaria, la que les permite obtener su sustento, la disciplina que les permitió ganarse el respeto de aquellos ciudadanos que acompañan en el trayecto.

Asumir un compromiso para representar los intereses de un colectivo requiere de una imperiosa capacidad de resiliencia, don de mando y representatividad con la que se nace, pero que además se ejercita al andar. El apasionamiento, con mente fría y corazón caliente, son cualidades indispensables para todo aquel que se proponga modificar lo ya establecido.

Andrés González Ríos reúne todas estas características. Con más de 60 años ejerciendo con responsabilidad su profesión de contador público, logró hacerse “pequeños recreos” para incursionar en diferentes retos. Docente, referente dirigencial en el área de Ciencias Económicas, se vinculó con distintas ONG y entidades civiles, algunas de ellas ligadas a la comunidad vasca y sanlorencista, con una activa labor comunitaria que le valió ser conocido y distinguido. Hoy, en La Brújula 24, nos sumergimos en su vida.

Andrés, junto a sus padres.

“Nací en Bahía Blanca en 1934, una lugar que con los años me dio el reconocimiento de ciudadano ilustre. Vine al mundo como argentino de primera generación, pese a que muchos piensan que había nacido en el País Vasco. Mi padre llegó a Argentina desde su pueblo natal llamado Caseda, a 30 kilómetros de Pamplona y fundado en 1129”, resaltó González Ríos, al comienzo de la entrevista en su despacho.

Por esa razón es que resaltó que “eso lo convierte en uno de los más antiguos del mundo; en el momento en que mi padre emigró tenía apenas 300 habitantes y cuando fuimos la última vez junto a mis cuatro hijos ya tenía algo más de mil. Incluso me propuse poder visitar ese pueblo junto a todos mis nietos y lo voy a cumplir”.

“Mi madre era aragonesa, oriunda de una localidad llamada Fago, una población asentada en el Valle del Roncal, contra los Pirineos, lindante con el límite con Aragón. Ambos vinieron prácticamente sin dinero, acompañados de seis amigos que eran de Cáceres, el dato es que uno de ellos era el abuelo materno de Marcelo Tinelli, José Domenio, y se radicó en Bolivar”, recalcó, con relación a las raíces de sus ancestros y una particularidad vinculada con el mundo del espectáculo.

Con Felipe Ballarena, en Mar del Plata.

Y continuó con esa situación tan peculiar: “Este hombre tuvo dos hijas, una era la mamá del famoso conductor televisivo, la cual falleció muy joven, y la otra es la madre de “El Tirri”, popular músico que ahora también saltó a la fama gracias al lugar que le dio su primo en los programas que hizo durante los últimos años”.

“Mis padres inicialmente echaron raíces en Espartillar y, al poco tiempo, se afincaron en Bahía Blanca. Comenzó como camionero y enseguida se produjo mi nacimiento, una niñez que transité en calle Brown al 900, enfrente a la plaza y donde se fundó en 1899 lo que lo convirtió en el segundo centro vasco del mundo”, resaltó el profesional, el más respetado entre sus colegas.

Aquella apuesta no resultó fácil, pero sentó los cimientos para que desde sus comienzos encontrara una base sólida dentro del proyecto de familia: “Con el dinero que pudo recolectar de aquel primer empleo, logró abrir una vinería, la cual estaba ubicada en la primera cuadra de calle Fitz Roy, enfrente de donde hoy funciona el local de comidas rápidas. El depósito se llama El Navarro y la marca de la bebida era El Casedano”.

“Juan Carlos Cabirón es uno de los entrañables amigos que conservo de mi infancia, vivía enfrente de mi casa. Ambos aún integramos una peña de la cual también forma parte el periodista Norman Fernández, un grupo que aún se sigue reuniendo periódicamente”, recordó, con la emoción de quien se ve invadido por la nostalgia.

González Ríos lamentó uno de los momentos más duros: “A mis diez años tuve una hermanita que nació prematura, se llamaba Margarita y falleció a los pocos días, pese a los ingentes esfuerzos de los médicos, en tiempos en los que no había tantos avances clínicos como en la actualidad, ni un neonatólogo como el doctor Ernesto Alda, uno de los mejores del país”.

“Fui al Colegio Cervantes que estaba cerca de mi domicilio y donde tuve de compañero a mi mejor amigo, el escribano Jorge Muzi, quien para mi es el notario más digno que dio la ciudad. Luego pasé por la Escuela Nº 2 y terminé mis estudios secundarios en la Escuela de Comercio”, puntualizó, con firmeza.

González Ríos, recibiendo su diploma de manos del intendente Haroldo Casanova.

Inmediatamente postuló enfáticamente: “Aquella promoción fue la que inauguró el edificio de calle 11 de Abril y Zapiola, ingresando en 1947 y egresando en el 51. Luché mucho por la Universidad Nacional del Sur porque por medio de Miguel López Francés, se fundó el Instituto Tecnológico del Sur, en Rondeau 29. Allí es donde inicié la carrera de Ciencias Económicas en la rama de Contador Público, en tiempos donde los profesores eran brillantes”.

“Llegó un momento en el que la situación se tornaba ciertamente insostenible porque el Instituto dependía de la Universidad Nacional de La Plata, en tiempos del peronismo. Y los títulos de lo que se cursaba en Bahía Blanca los otorgaba esa casa de altos estudios de la ciudad de las diagonales”, expresó el contador público bahiense que sostiene la llama encendida desde el primer día.

Luego, prosiguió con la cronología de los hechos: “Hasta que un colega recientemente fallecido, ‘Pepe’ Giambelluca, fue a buscar el título y no se lo entregaron pese a tener todos los papeles en regla. Por eso es que aquí armamos un tremendo revuelo, salimos a las calles hasta que en 1956, más precisamente el 6 de enero, un gobierno de facto que presidía un vasco, Pedro Eugenio Aramburu, firmó el decreto para darle la UNS a Bahía Blanca”.

Con Pinky y Omar Gómez Sánchez.

“Algunos profesores nos decían, apenas me matriculé, que no existía un mercado en la ciudad para satisfacer la necesidad de empleo para todos los nuevos contadores recién recibidos, sin embargo, tenemos en actividad alrededor de 1000 matriculados entre Bahía Blanca y la región”, sintetizó, con una sonrisa pícara que se dibujaba en su rostro.

Lo que vendría ya se convirtió en una historia algo más conocida: “En marzo de 1958 comencé con mi tarea profesional como contador público y hasta el día de hoy continúo con la labor. Soy el matriculado de la provincia más antiguo en actividad y en el país debo estar entre los cinco más longevos”.

“Presidí la Asociación de Graduados en Ciencias Económicas de Bahía Blanca y fui Vicepresidente en ejercicio de la presidencia de la Federación Argentina de dicha cartera. También co-fundador y Presidente de la agrupación Beti-Aurrera en Bahía Blanca, la cual tiene a su cargo las danzas vascas”, enumeró González Ríos.

Acompañado de su amigo Alberto Olmedo.

Con orgullo exclamó: “Presidí la Unión Vasca, que en ese momento se llamaba Laurak-Bat hasta que un gobierno conservador decretó que no podían existir instituciones con nombres extranjeros en el país. Tuve el honor de ser el más joven en estar al frente del Rotary Club de Bahía Blanca, luego de pasar por todos los puestos de la Comisión Directiva”.

“Me casé hace 53 años con Irene, con la cual tenemos cuatro hijos que son mis soles y me cuidan como si fuera un bebé. La mayor se llama Soledad y es médica pediatra, el segundo se llama como yo y es odontólogo, luego viene Guadalupe, mi socia en el estudio quien antes de ejercer la misma profesión, se recibió de Profesora en Enseñanza Preescolar y Escolar”, manifestó sobre la familia que supo formar.

Y sumó: “Luego se fue a Buenos Aires a estudiar Ciencias de la Educación pero, como extrañaba mucho Bahía Blanca, regresó al poco tiempo. Es por eso que con casi 30 años se anotó en la UNS para estudiar Contador Público e hizo la carrera en los cinco años que estipula el plan, siendo quien maneja el estudio bajo mi supervisión y asesoramiento”.

Posando con sus cuatro hijos.

“Y José Ignacio es el más chico quien estudió Licenciatura en Computación, pero posteriormente se recibió de Asistente Odontológico en el Instituto Riviere. Fue mecánico dental hasta que con mi jubilación privada, tras la muerte de mi padre, compré 200 hectáreas en el kilómetro 10 de la Ruta 33 y es quien hoy administra el loteo desde el punto de vista inmobiliario, un barrio que se llama La Huella”, evidenció el experimentado profesional.

Su crecimiento laboral fue vertiginoso: “El primero de los estudios contables estaba ubicado en Sarmiento 511, luego pasamos al recientemente inaugurado edificio Piza Roca, ubicado en Vicente López y Colón (arriba del conocido café), donde teníamos tres oficinas. Posteriormente pude comprar en el Caviglia, de Zelarrayán y Sarmiento, para luego establecerme donde me desempeño actualmente, aquí en mi domicilio del Palihue”.

“En este barrio hice de todo, desde le busto al Papa Francisco, el cual una vez fue descabezado tras un hecho de vandalismo, luego restaurado y del cual fui el promotor y quien reunió el dinero de los vecinos para hablar con el escultor de Buenos Aires, un sanlorencista como el Sumo Pontífice y yo”, dijo a modo de adelanto de lo que sería luego una desopilante anécdota.

Los días de González Ríos parecían tener más de 24 horas: “También estuve en la comisión que creó la Escuela Nº 39 de la esquina de La Falda y Kennedy, fui directivo en los clubes Argentino, Estudiantes y Sociedad Sportiva, participé en la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia y tuve un rol muy activo en Canal 7”.

“Fui Presidente de la Asociación Sanlorencista local y tuve la oportunidad de llevarle un barrilete gigante con los colores del club al Papa al Vaticano, tras conseguir una audiencia privada. Corría el mes de noviembre de 2014 y era el Congreso Mundial de Contadores en Roma, hicimos las gestiones a través del presidente de la delegación que tenía mucha relación con el embajador de aquel entonces, Juan Pablo Cafiero”, añadió.

Sin dudarlo, asumió un compromiso que parecía una utopía: “Tomé la decisión de llevarle un regalo a Francisco, pero llevarlo no era nada sencillo por las dimensiones del barrilete. Fui acompañado de mis dos hijas y otro contador amigo de toda la vida. Acá no me lo dejaban embarcar, llegamos en el avión a Buenos Aires y teníamos que esperar por la escala hasta subir al vuelo que nos llevaba a Roma”.

“Debimos dejar el barrilete en unos depósitos que tiene Aerolíneas en Puerto Madero, pero yo lo llevaba en una caja muy frágil. No pude despacharlo, llevé el barrilete conmigo en el avión. Una vez que aterrizamos en Italia, tenía que trasladarlo hasta el Vaticano y cuando llegamos a destino, abrí la caja y la gente se sorprendió”, advirtió.

Los contactos le otorgaron una ubicación preferencial: “De los 100 que componíamos la delegación, solo eligieron a 20 para la audiencia privada. Tuvimos la suerte de que nos seleccionen. Teníamos que estar a las 7 de la mañana en la embajada y nos estaba esperando Cafiero. Había cuatro corralitos, a nosotros nos tocó el último y tuve la suerte de ser el último en entrevistar al Papa”.

“Cuando le entregué el barrilete, Francisco me dice ‘qué es esta hermosura’, a lo que le respondí ‘estimado Sumo Pontífice, lo felicito porque usted es el único cardenal de Latinoamérica que llegó a ser Papa y se ha puesto el nombre de Francisco, pese a que pensamos que como era jesuita, se iba a llamar Ignacio’”, confirmó el polifacético entrevistado.

Y no vaciló en describir que “sin salir de su asombro por el regalo, también le mandé saludos del Monseñor Néstor Navarro, otro sanlorencista de ley, quien se desempeñó en la ciudad como párroco en Nuestra Señora de Lourdes y luego fue obispo en General Roca, hasta que finalmente volvió a radicarse en Bahía Blanca”.

“Soy un agradecido de los reconocimientos que he recibido durante todo estos años, distinciones que me llenan de felicidad y orgullo”, culminó.

Andrés González Ríos tiene la necesidad de repasar hechos del pasado, los evoca y se encuentra lejos de sentir tristeza por aquellos episodios de antaño. Disfruta de las huellas que ha sabido dejar con el paso del tiempo. Hoy mira en perspectiva, pero cuenta con una postura sumamente optimista, con planes para mantenerse con el vigor que siempre lo caracterizó.

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