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DE AYER A HOY

“Villa Mitre me adoptó con tanto amor y por eso decidí no irme nunca más”

“Paquillo” Sánchez lleva más de 30 años en Bahía. Aquellos inicios como futbolista en Quequén. Lo que significó Leopoldo Jacinto Luque como DT. Y detalles del día que le dijo “no” a Olimpo.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

En el deporte, los éxitos en las disciplinas colectivas vienen acompañados del recurso humano que trabaja para un determinado objetivo. Las distintas variables y más aún en el fútbol pueden impedir que un proyecto no alcance el resultado esperado, no solo porque no siempre gana el mejor, sino por una simple razón: todos los equipos trabajan en pos de un mismo sueño.

Si bien algunos héroes tienen mayor visibilidad por el rol protagónico que asumen, esas mismas personas están secundadas por compañeros, entrenadores, dirigentes y hasta la familia y amigos que contribuyen para que la notoriedad del ídolo encuentre terreno fértil para desplegar sus alas y conquistar el cariño de los seguidores que son, en definitiva, los que otorgan ese privilegio a unos pocos elegidos, tocados por la varita mágica.

En Villa Mitre existe un líder positivo que siempre sobresalió por mucho más que sus 1,92 metros de altura. Hace algo más de 30 años comenzó el romance entre Luis Eduardo Sánchez y “la ciudad” que lo adoptó como propio, inscribiendo las páginas más doradas de la historia “Tricolor”. Hoy, en LA BRÚJULA 24 conocemos algo más de la dilatada trayectoria de “Paquillo” y su presente, ligado a la solidaridad y la tarea social.

“Paquillo” junto a su hermano.

“Me crié en Quequén, en un barrio obrero similar al que lleva el mismo nombre y está a una cuadra de la cancha de Villa Mitre. Éramos 50 pibes todas las tardes para jugar al fútbol en la calle después de la escuela. A las 21 salía mamá a buscarnos a mí y mi hermano cuatro años menor con el que luego tuve la suerte de disfrutar adentro de una cancha ya en Bahía, allá por 1992 y quedó encantado”, fueron los primeros conceptos del nacido hace 57 años en una de las localidades portuarias ubicada al sudeste de la provincia de Buenos Aires.

Sus inicios lo emparentaron con el deporte que luego lo haría popularmente conocido: “Arranqué en un club llamado Ministerio donde estaba mi papá y que se encontraba a tres cuadras de casa, en una localidad de 15 mil habitantes que tenía tres instituciones deportivas, las otras dos eran Defensores y Estación. A los 6 años empecé en el baby y me desarrollé futbolísticamente, con la particularidad de que ya era bastante alto respecto a los chicos de la misma edad. Eso me permitía sacar una gran ventaja”.

“Pude compatibilizar perfectamente el deporte con el estudio, es algo que al día de hoy hablo con los chicos, priorizando la educación y la escuela. Mis padres me dieron libertad, teniendo en cuenta que ni en Necochea ni Quequén había terciario y a ellos les decía, a mis 11 años, que mi objetivo era ir al Colegio Industrial y jugar en la Primera de Estación Quequén”, resumió, en relación a lo que fue un sueño que cumpliría al poco tiempo.

Tal es así que lo logró en su juventud: “En mi caso, yendo a esa ENET y con 14 años ya había debutado en la categoría superior del club, por eso siendo adolescente cumplí mi sueño. Me ayudó el hecho de que entrenaba de noche, lo que me permitía estudiar sin grandes inconvenientes, pese a que a clases iba con doble escolaridad. De otra manera, habría sido imposible desarrollar mi carrera en el fútbol porque tenía muy en claro que no iba a abandonar la escuela, no iba negociar el hecho de tener mi título secundario”.

“Egresé y me sedujo la idea de estudiar Farmacia, pero se dictaba en La Plata y se conjugaban dos cosas: mis pocas ganas de irme de casa y el hecho de que mis padres posiblemente no me iban a poder mantener. Después de esos seis años en el Industrial, allá por 1984, estaba afianzado en el fútbol de Necochea, sin grandes perspectivas de irme a jugar a otro lado. Esa fue una constante en mi carrera porque los progresos que se dieron fueron consecuencia de los resultados deportivos”, manifestó, con firme convicción.

A tal punto que pudo compatibilizar la responsabilidad y la pasión: “Si bien cobraba un sueldo como jugador, tuve la suerte de, a finales del 85, conseguir un empleo en la Municipalidad gracias a mi título como Técnico en Bioquímica y me desempeñé en el laboratorio. El horario era de 7 a 14, por lo que tampoco interfería con el entrenamiento, tenía tiempo hasta de una breve siesta antes de calzarme los botines (risas)”.

“Me tocó jugar un par de torneos juveniles representando a Necochea, contra Tandil y Mar del Plata, junto a una camada que luego fue muy exitosa. Allí es donde nació mi apodo por un periodista que me puso ‘Paquillo’ porque a mi papá le decían ‘Paco’. También disputé brevemente la Liga Beccar Varela con las Selecciones Mayores; torneo que habitualmente ganaba el representativo de Bahía Blanca”, evocó el goleador que se cansó de inflar las redes de los arcos rivales.

Su carrera le deparaba una primera emoción fuerte: “Después de eso vino uno de los momentos más importantes de mi vida en el fútbol: lograr el ascenso con Estación Quequén al Nacional B. La final se la ganamos 1 a 0 a Olimpo, con un gol mío, el 5 de junio de 1988, una hazaña impensada. Si bien la idea era quedarme en mi club a jugar la segunda categoría del fútbol argentino, me salió una prueba en el segundo equipo de Valencia (España)”.

“Me vio un representante, dueño de la empresa que organizaba los torneos de verano en un partido en el Mundialista de Mar del Plata, donde perdimos 3 a 2 contra Deportivo Norte y me tocó convertir los dos goles. Me propusieron ir 15 días a una prueba, pero no me sentía preparado, pese a que mi entorno me insistía para que acepte. Recuerdo hablar con mi papá que nos arrepentimos de no haberles dicho que él me iba a tener que acompañar y seguramente esta gente no hubiese tenido ningún problema”, sostuvo, sin arrepentimiento.

Claro que “Paquillo” sabía que enfrentaba un desafío durísimo: “El Nacional B fue muy duro para Estación Quequén y nos tocó descender pese a hacer una muy buena segunda rueda, pero el potencial de los rivales era muy grande con Colón, Unión, Huracán y Lanús entre otros. Tuve la suerte de hacer 11 goles, lo que me abrió la puerta para llegar a Belgrano, en un momento en el que el club cordobés estaba muy mal y de lo que estaba al tanto porque solía leer mucho”.

“No pagaban los sueldos, pero igualmente armé el bolso y fui con todo ese karma, aunque se trataba de un desafío divino porque apenas llego, a los siete días le hago dos goles a Talleres en un amistoso. Si algo faltaba para sentirme motivado es que el director técnico era Leopoldo Jacinto Luque, mi ídolo en el Mundial 78, un grande de verdad que nos contaba sus historias con total humildad”, agregó el atacante que, pese a su gran estatura, manejaba mejor la pelota con los pies que con la cabeza.

El calvario se tornó insostenible para él: “Estuve tres meses sin cobrar y me fui, luego de disputar en la B Nacional la primera rueda y apenas un partido de la segunda. En ese lapso en Córdoba nunca me pusieron la luz en el departamento, sumado a que no me pagaban el sueldo, yo solo quería volver a mi casa y a jugar en el club que había sido una vidriera. Volví a Quequén, jurándome que no me iba a ir nunca más de ahí, hasta que luego apareció el tentador ofrecimiento de Nueva Chicago, pero cuando me dijeron que estaban armando la Subcomisión de fútbol, me negué rotundamente”.

“Volví a mi empleo en la Municipalidad y jugué la liga local en 1990, torneo que ganamos y el torneo del interior lo juego en Huracán de Tres Arroyos, donde mi sueño era conocer a Roberto Lorenzo Bottino. Permanecí cuatro meses, un certamen corto en el cual quedamos afuera porque el nivel era muy alto. Faltaban dos fechas y después de un partido de local nos avisaron que había gente de Bahía Blanca que quería reunirse conmigo, Guillermo Dindart y Miguel López”, aseguró el emblemático número “9”.  

La crónica de la secuencia entraba en un momento crucial: “Fuimos al hotel donde nos esperaban tres dirigentes de Villa Mitre y le pedimos que esperen hasta el último partido porque aún teníamos posibilidades de clasificar y no nos parecía ético negociar. Regresaron, hablamos de dinero y nos fuimos a Necochea, pensando que no nos iban a llamar nunca más, hasta que una noche viene el papá de Guille para avisar que habían aceptado lo que les habíamos pedido”.

“Era un martes y la idea de los dirigentes era que nos presentemos el viernes, menos López que pidió el doble y se arrepintió toda la vida, a punto tal que nos pedía por favor hacer lo que fuera para sumarse. La condición que pusimos era llegar al lunes siguiente; eran tiempos de Eduardo Grispo como entrenador, era fines de febrero de 1991 y ahí comenzó el desafío en Villa Mitre”, describió “Paquillo”, con la emoción a flor de piel.

La apuesta salió bien de entrada: “Fue fundamental haber entrado con el pie derecho, ganando el primer torneo que me tocó jugar porque la dirigencia nos adoptó como parte de su familia, lo que hizo que me decida a no irme nunca más de acá. El pase estaba en Estación Quequén que disputaba el Torneo del Interior, pero a las pocas semanas que me instalé en Bahía me puse de novio con quien hoy es mi esposa Karina, hermana de Daniel Paz, compañero mío de delantera en el club durante mucho tiempo”.

“La cuestión se puso más brava porque después de ese primer año en el “Tricolor” aparece Olimpo en escena con la intención de comprarnos tanto a mí como a Guillermo (Dindart). Me costó una pelea con los dirigentes de Estación que duró casi diez años porque Villa Mitre iba a comprar mi pase recién a mitad de año y lo que ofrecía el “Aurinegro” era muy superior desde el punto de vista económico”, rememoró.

Y destacó su templanza para no caer en la tentación de ir en busca de una diferencia en su bolsillo: “Ahí fue que me planté y les dije a la gente de Quequén que si no me daban el visto bueno para seguir en Villa Mitre, me retiraba. Pagaron por el préstamo de unos meses y en julio cumplieron adquiriendo mi ficha, a sabiendas de que resignaba mucha plata porque la oferta de Olimpo era diez veces superior, pero no me cambiaba nada. Mi esposa nunca se enteró de los detalles de aquella negociación, sino me mataba, pero a los dirigentes del “Aurinegro” no les podía hacer entender que no era una cuestión de plata, yo solo buscaba bienestar”.

A fuerza de goles se volvió un emblema y los sentimientos lo transformaron en uno de los más caracterizados simpatizantes: “Me convertí en hincha de Villa Mitre, voy a mirar un partido de básquet y me tengo que ir cuando faltan cinco minutos porque no lo puedo manejar, no me pasó ni con Estación Quequén. El fútbol es algo que como lo jugué puedo pilotear más esas sensaciones y no sufro tanto. Nunca me arrepentí de no haber cruzado de vereda, más allá de que respeto que muchos jugadores hayan vestido ambas camisetas en Bahía y no lo veo mal, pero la decisión que tomé era una cuestión muy personal”.

“Todos los jugadores tienen un momento, si bien pudimos cortar una sequía sin títulos de la Liga del Sur de 46 años con el gol más importante de mi carrera y sentí que la gente desde la tribuna se me venía encima, también hubo sinsabores como en 1996 con las tres finales por el ascenso a la B Nacional en las que no pude estar para la definición porque me tuve que operar de la rodilla”, lamentó Luis Eduardo.

A la distancia, no renegó de su decisión: “Me podría haber infiltrado y jugar en una pierna, pero de mi parte habría sido muy egoísta, pese a que hay hinchas que todavía me lo reprochan. El más perjudicado de todos fui yo, porque perder y tener que verlo desde afuera es muy doloroso, distinto hubiese sido quedar al margen de los partidos por estar expulsado”.

“El fútbol me dio revancha porque en 1999 logramos ascender, con un grupo que estaba hecho de buena madera y en la etapa previa a eso teníamos un colectivo que cuando salía a la ruta para jugar contra Patronato se rompía en Punta Alta. El club hacía lo que podía para jugar ese Argentino A y nosotros nos callábamos la boca, íbamos a jugar, hacíamos lo que se podía y nos goleaban porque las condiciones no eran las ideales”, blanqueó, con una mezcla de nostalgia y satisfacción.

Solo era cuestión de tiempo y que los pasos firmes decanten: “Internamente sabíamos que el fruto iba a madurar y el día que Villa Mitre logró acomodarse llegó el objetivo, ganándole a Central Córdoba de Rosario y Douglas Haig de Pergamino. Dejar la gloria para el club es lo más grande que te puede pasar, le agradezco todo a la institución porque ese grupo de la década del 90, apoyado en los cinco títulos y el ascenso a la segunda división de AFA”.

“Nos tocó dar dos vueltas olímpicas en el estadio Carminatti cuando el hincha hubiese firmado un pagaré por solo una; fuimos los responsables de crear un nuevo clásico en la ciudad. Siempre dije, incluso antes del retiro, que no iba a ser entrenador una vez que colgara los botines, más allá de que mi intención siempre iba a ser estar cerca del club, como ocurre hoy que tengo comunicación fluida con los dirigentes y los planteles”, aseveró sobre su actualidad ligado al deporte.

Actualmente acude a la tribuna de calle Caseros, donde se siente más a gusto porque en la de Maipú alguna vez sintió el dolor de escuchar que se insultaba a algún futbolista propio: “Voy siempre a la cancha, me retiré hace 22 años y aprovechando que vivo a siete cuadras de El Fortín, no me pierdo ningún partido. Este año, de los últimos cinco, es el Torneo Federal A de más bajo nivel técnico, una categoría integrada por 32 equipos de los cuales casi la mitad pululan en una divisional inferior. Olimpo había clasificado a los playoffs tres meses antes y el premio para todos es solo un ascenso, de qué motivación se puede hablar”.

“En el mano a mano, al cual Villa Mitre llegó mejor, recuperando a todos los jugadores, dejó a su rival con las manos vacías y, por la misma razón, el “Tricolor” puede dar el batacazo en San Luis. Respecto al hecho de ver fantasmas o manos negras antes del partido, soy de los que piensa que solo hay que concentrarse en jugar, que llegado el caso después de la final se puede analizar”, recalcó, ya ingresando al epílogo de la llevadera conversación.

Dejó para el cierre una anécdota: “Uno adentro de la cancha se da cuenta cuando hay algo raro, más aún cuando uno va sumando experiencia. Recuerdo una final acá contra Brown de Arrecifes dirigido por Rodolfo Motta y con Ceferino Díaz en su plantel. El árbitro era Carlos Salado y en una acción, uno de los zagueros era Viana Beledo, el otro Diego Osella quien le recriminó porque estaba protestando. Ahí me dí cuenta que estábamos complicados, en una época en la que siempre nos tocaba llegar a las instancias decisivas de los certámenes”.

“Hoy trabajo en PAMI y, en paralelo, dedico buena parte de mi tiempo a la tarea social, comenzando en su momento con el Hogar Don Orione cuando me enteré que no recibían leche. Esa noticia me impactó y me motivó a ir a visitarlos, en lo que fue un viaje de ida que luego se extendió en pandemia con distintas cruzadas solidarias, donde Bahía Blanca es un orgullo en ese sentido”, destacó “Paquillo” Sánchez sobre las formas en las que elige ocupar su tiempo.

La solidaridad está en su ADN: “Siempre estoy juntando ropa, alimentos, ayudo al club Villa Muñiz donde se hace una gran tarea de contención a los chicos, al igual que en comedores de Harding Green. Tengo compañeros muy solidarios en mi empleo, en el cual llevo 13 años y aprendí a amar el contacto mano a mano con los abuelos, esas interrelaciones que te hacen sentir que podrían ser tus padres”.

“La sociedad argentina es de las más fuertes del mundo porque se banca todos los golpes y los más solidarios a veces son los más necesitados. Y los bahienses en particular son muy generosos, a veces incluso se auto boicotean, por eso tanto el barrio como la ciudad me han dado tanto que voy a terminar mi vida acá. Solo ingresaría en política si me invitan a trabajar a nivel municipal en lo social lo cambio por mi empleo actual, sin importar el color político”, finalizó.

En vísperas de lo que será uno de los compromisos más importantes para la rica historia del club que ama, donde puede convertirse en uno de los elencos de la segunda división de AFA, una gran parte de culpa tienen aquellos que marcaron el rumbo de un camino que desde finales del siglo pasado ubicó a Villa Mitre en la elite del fútbol. Y “Paquillo” es uno de ellos…

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