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Por Carlos Rossi

Estafas y cuentos del tío: “Me vendieron un buzón… ¡¡¡y un puente!!!”

La historia cuenta que siempre hay un “vivo” y un “crédulo” quién es el que “compra el buzón”.

Por Carlos Rossi, locutor y periodista (*)

La crónica policial en diarios y/o portales, en la radio y en la tele, dan cuenta que muchas personas, mayores o poco apegadas a la tecnología, son sorprendidas en su buena fe, resultando damnificadas por la viveza de un estafador, con cuentas vaciadas o pagos innecesarios que realizan tras la maniobra de estos “engatusadores” profesionales.

Este ardid tecnológico les permite ingresar a un homebanking, a información privada y  a correos electrónicos, siempre con un saldo positivo en dinero, para el embaucador.

Ni hablar de los falsos secuestros o de la visita de algún supuesto amigo de un familiar que necesita dinero con urgencia y pide que se lo envíen a través de éste intermediario.

“Cuentos del tío” así vulgarmente llamadas estas estafas, habitualmente no utiliza de la violencia, por suerte, para llevarlas a cabo.

La historia cuenta que siempre hay un “vivo” y un “crédulo” quién es el que “compra el buzón”.

Precisamente, la frase, si se quiere lapidaria, “te vendieron un buzón”, incorporada al léxico argentino, define que alguien fue sorprendido por creer en un proyecto político, en una relación amorosa o una creencia religiosa, por citar ejemplos, o efectivamente, comprar un buzón.

Lo cierto es que “la venta de buzones”, la real venta de buzones, dio origen a la frase.

No se sabe con exactitud, pero se estima que esta maniobra fraudulenta, se hizo malignamente popular en la década del ’30, principalmente en la Capital Federal, el pleno auge de la inmigración desde el interior del país.

Los buzones estaban ubicados cercanos entre sí, en lugares muy transitados o céntricos, y recibían diariamente gran cantidad de cartas y piezas postales.

Los estafadores aguardaban pacientemente la llegada del “candidato”, de la víctima, principalmente en terminales de trenes y colectivos, con la imagen de que quienes llegaban del interior, eran gauchos confiados, crédulos y con mucho dinero.

La maniobra se iniciaba cuando uno de los timadores se instalaba frente a un buzón y comenzaba a conversar con el incauto, mientras los cómplices del estafador comenzaban a tirar cartas en el buzón, previo de un  pago al supuesto dueño, en este caso, el timador.

Asombrado, el recién llegado observaba el negocio. Cuando estaba “a punto”, el embustero le ofrecía venderle la explotación por una suma muy importante, con la excusa de desprenderse de tan buen ingreso, porque necesitaba viajar de urgencia o algún otro imponderable creíble.

Una vez que cobraba, “el vendedor” desaparecía y cuando el flamante propietario pretendía cobrar el servicio, se armaba el conflicto con quienes querías usar el buzón y terminaban todos en la comisaría.

Los incautos que llegaban a Buenos Aires desde el interior del país, eran llamados “pajueranos”, por la imitación burlona de la frase “ir pa’juera”.

Las cartas enviadas por correo, fueron un medio de comunicación interpersonal inigualable hasta la llegada de otras tecnologías, por eso la importancia y relevancia de los buzones, hasta su decadencia en los años ’90.

No hay estadísticas precisas, pero deben haber sido cientos los ingenuos a los que les “vendieron un buzón”.

De no creer

Así como en Argentina se popularizó la frase “Te vendieron un buzón”, contemporáneamente en Estados Unidos, en los años 20 y 30 del pasado siglo se popularizó una expresión para referirse a una persona demasiado crédula: “Si te crees eso, entonces tengo un puente para venderte”.

La ebullición del nuevo siglo con el consecuente crecimiento de ciudades como New York, algunas lagunas legales en medio de tal desarrollo, sumado a la codicia de los adinerados que llegaban del viejo mundo con ganas insaciables de prosperar, fueron algunos de los motivos que empujaron a un joven llamado George C. Parker, a convertirse en uno de los estafadores magistrales de entonces.

Parker vendió dos veces por semana el Puente de Brooklyn, a lo largo de varios años, a turistas millonarios e incautos. Sí, de no creer.

Este puente, inaugurado en 1883 sobre el East River, conecta el barrio que le da nombre, con la isla de Manhattan, siendo una vía fundamental en el tráfico de la ciudad.

Parker proponía a los ingenuos ricachones europeos en su mayoría, adquirir el puente e instalar un puesto de peaje para todo aquel que quisiera entrar o salir de Manhattan, lo que suponía un resultado altamente lucrativo. La carnada perfecta.

Su técnica era hacerse pasar como uno de los arquitectos responsables de la construcción del puente y administrador del mismo, no siendo éste último trabajo de su agrado, porque prefería abocarse de lleno a su trabajo profesional.

Para liberarse de su responsabilidad como administrador,  se mostraba dispuesto a vender el puente por un valor considerablemente menor que el real.

Para que finalmente mordieran el anzuelo los desprevenidos, Parker exponía el título de propiedad del puente, con los correspondientes sellos y firmas y demás condiciones “legales”, y un contrato de compraventa con todos los requerimientos para parecer auténtico. La estafa estaba resuelta.

Muchos de los que picaron, recién se daban cuenta del timo cuando la policía intervenía para detener la construcción de las casillas para el cobro del peaje.

George C. Parker vendió el Puente de Brooklyn entre 1883 y 1928, nada menos que 45 años.

No fue lo único que vendió.

Parker comprendió que estos señores millonarios con los que trataba, no sólo eran codiciosos, sino además vanidosos por alcanzar mayor notoriedad. En tal sentido, en su lista de propiedades en venta también figuraron el Madison Square Garden, el Museo Metropolitano de Arte, la Estatua de la Libertad y hasta el mausoleo del General Ulysses S. Grant.

Este tipo de estafas, venta de buzones en Argentina y de puentes y otros monumentos en Estados Unidos, también las sufrieron del otro lado del Atlántico, en el viejo mundo… pero eso, se los cuento en la próxima.

(*)Podes escuchar a Carlos Rossi de lunes a viernes a las 19 en su programa Hora de Radio, por La Brújula 24 FM 93.1

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