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Por Gabriela Biondo

Resignación, la actitud que se hizo rutina

En el contexto que hemos padecido todos los ciudadanos de este mundo en los últimos dos años -y los argentinos en los últimos 20, 40, ¿200 de años?- la resignación se volvió algo frecuente, ¡y qué difícil cuando nos toca de cerca!

Por Gabriela Biondo, artista (Gaby, la voz sensual del tango)

En el contexto que hemos padecido todos los ciudadanos de este mundo en los últimos dos años -y los argentinos en los últimos 20, 40, ¿200 de años?- la resignación se volvió algo frecuente, ¡y qué difícil cuando nos toca de cerca!

Nos resignamos a perder el poder adquisitivo, a sepultar sueños, a gastar los ahorros, a quedarnos en casa, a creer en lo que se nos dice, a ir al médico cuando nos dan turno, a comer lo que se puede, a disfrutar poco y tener que yugarla permanentemente para mantener una supuesta pertenencia a una clase social, a un grupo de colegas o, incluso, a una familia.

Nos acostumbramos a escuchar la cifra de defunciones como una simple estadística, a estimar el precio al que estará el dólar en tres meses como una apuesta de quiniela, o a elegir un a presidente por hostilidad a uno, o posibilidades de éxito de otro.

Esta mañana escuché con mucha pena que el Salón de Arte Mario Iaquinandi no volverá a abrir sus puertas tras la excesivamente larga cuarentena. Mariel Estrada y Antonio Germani, después de 30 temporadas de lucha y éxito, prefieren quedarse con la imagen de los frecuentes concurrentes que colmaban la sala y dejar el recuerdo de un ciclo que realmente fue de excelencia y convocante a verse en la difícil tarea de aceptar el ingrato vacío, que se suele dar ante la interrupción de la frecuencia, el miedo y hasta las despedidas terrenales que trajo el tiempo de COVID para los adultos mayores.

Me pareció una elección acertada. La memoria de Mario Iaquinandi, que ahora tiene una Plaza con su nombre y hasta monumento, hace que ese enorme artista bahiense que trascendió todas las fronteras con su obra “Contame una historia”, no se borren, porque lo valioso no se olvida; y esos dos amigos se encargaron de que fuéramos conscientes de que Mario vale la pena y es una deuda redescubrir su obra.

No quería dejar pasar este hecho porque es una resignación que nos incluye a todos los que quisimos ese “culto a la cultura” de nuestra ciudad, que era el sueño del poeta e inició después de su muerte en la trastienda de una librería, pasó por la sala de un hotel céntrico y se mantuvo 27 años en la tercer cuadra de calle Moreno, con el incondicional acondicionamiento técnico de Antonio y la cautivadora voz de Mariel presentando a cada artista que ofrecía su obra para el disfrute gratuito de los presentes. ¡Aplausos de pie!

Pero en la rutina diaria cada uno de nosotros se enfrenta a la resignación: cuando aceptamos que ya no somos tan atléticos como en la adolescencia, cuando cambiamos de marca porque el sueldo no nos permite comprar lo que acostumbrábamos, cuando hay que bajar la persiana o cerrar los libros y cambiar de opciones. Cuando aceptamos que sin lentes no vemos, que una noche sin dormir ya no nos sale gratis, que sin pastillas nuestra salud se deteriora, que los hijos tienen una vida sin sus padres, y que nuestros padres en algún momento dejan de acompañarnos.

Esta lista, sumamente reducida, es casi imposible de eludir porque el tiempo es implacable y universal. Pero solemos resignarnos muchas veces ante eventualidades que podemos pelear. La forma en que tomamos nuestras limitaciones físicas (ya sea por vejez o enfermedad) es una elección, la manera de enfrentar cada jornada -por más injusta y larga que parezca- podemos encaminarla hacia un estado que nos dé satisfacción, lo último que hacemos en el día -y que puede ser lo último que hagamos en la vida- es nuestra elección. Hoy, sin ir más lejos, escuché “ya que hay que hacerlo; hagámoslo con alegría”. No por el otro, ni por la eficiencia, ni por la velocidad o rentabilidad, sino por nuestro propio bien. Podemos apagar la televisión, taparnos y dormir. O a oscuras dedicar una palabra o gesto afectuoso a quien duerme a nuestro lado y confiar en que siempre tendremos a quien besar o recordar con gratitud, porque gracias a ese alguien sabemos lo que es amar.

“Lo único irremediable es la muerte” suele decir mi esposo, pero se perdura en quienes nos recuerdan… es nuestra elección mantenerlos vivos o resignar su memoria.

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