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INFORME ESPECIAL

De Venezuela a Bahía, en busca de un nuevo comienzo

Historias de personas que tuvieron que dejar atrás sus hogares persiguiendo una oportunidad. Su llegada a la ciudad, el trato recibido y sus ganas de salir adelante. Relatos en primera persona.

Foto ilustrativa
Por Juan Tucat, redacción La Brújula 24
[email protected]

Escribir sobre la tremenda la crisis que azota desde hace años a Venezuela podría demandar muchas líneas. No hay nada –y si lo hay, es poco– que el lector de este medio no sepa sobre las dificultades que atraviesa ese país hermano. No por nada, en reiteradas discusiones políticas surgen las comparaciones, tediosas en su mayoría, que poco tienen que ver con el espíritu de este informe especial.

Lo cierto es que allí se viven marcados problemas económicos y sociales, que comenzaron bajo el mandato de Hugo Chávez y se agudizaron en el gobierno de Nicolás Maduro.​ Hiperinflación, aumento de la pobreza, enfermedades y delincuencia, entre otros factores, trajeron aparejada la emigración masiva de sus ciudadanos.

En ese último punto se centra esta crónica. No hace falta recorrer grandes distancias para notar que un gran número de venezolanos eligieron como destino –en algunos casos temporario– a la República Argentina. De hecho, en el equipo periodístico de La Brújula 24 la incorporación del colega Jean Carlos Manzano da cuenta de lo dicho.

Gente cordial, capaz y con ganas de progresar, que tuvo que dejar atrás su tierra por culpa de la corrupción que literalmente arrasó con un país hermoso y soberano, el cual seguramente pronto podrá rencauzar su rumbo. Porque su pueblo así lo merece, por supuesto.

La idea de este texto es acercarle a nuestros lectores varias de esas experiencias. Porque Bahía Blanca supo posicionarse como ciudad receptora de nuevos vecinos, abriendo sus puertas para todos aquellos que intentan aquí empezar de nuevo.

Historias

Johana Karley Silva Parada vive en Bahía hace ocho años. Aquí formó su familia, tuvo a sus dos hijos y logró insertarse en la comunidad a fuerza de trabajo y dedicación. “Nací en la ciudad de San Cristóbal y migré por motivo de unión familiar, ya que mi esposo ya vivía acá por motivos laborales. Un par de años estuve yendo y viniendo, no me decidía a quedarme o desprenderme de mis raíces, mi familia, amigos y trabajo. Hasta que en el 2013 tomé la decisión de radicarme para comenzar a crear nuestra familia”.

“Para mí el hecho de migrar fue muy doloroso porque dejé mucho atrás, siempre pensaba que era por un tiempo a mediano plazo. Mi marido cuando migró lo hizo por cuestiones laborales, realizó unos estudios acá y pensaba retornar, pero con la situación de nuestro país cada vez se hizo más difícil”, reconoció emocionada.

Johana y su marido, Alejandro.

Y agregó:  “Al tiempo me fui adaptando gracias a los amigos que conocí, son pocos, pero he tenido la bendición de conocer personas muy gratas que tendieron su mano, enseñándome tradiciones, costumbres como compartir un mate, una juntada, una comida y también con su compañía en los momentos especiales para nosotros como los nacimientos de nuestros hijos o un cumpleaños”. 

Su vida en Venezuela y su llegada a Bahía.

“Los últimos años trabajé en el Sistema de Orquestas, de administrativa, tengo un título de analista de sistemas, pero nunca lo ejercí y cuando me vine acá toqué varias puertas de mi profesión, lo cual se complicó por el tema de los nenes. Siempre me ha gustado la parte manual y empecé a hacer cursos y especializarme. Soy esteticista, hace un par de años trabajo a domicilio o presto mis servicios en un centro de estética”. 

“Desde que me radiqué me inscribí en talleres, aprendí a bordar, a tejer, que me encanta y es mi pasatiempo. Y eso lo tomé como emprendimiento, de hecho aún lo tengo porque me piden cosas por Facebook e Instagram. También lo hacía para socializar, salir y tener con quien compartir una charla y pasar un rato”, aseveró.

Yurivia Diaz, por su parte, participa en la organización de un registro de ciudadanos venezolanos en la ciudad. Y también detalló sus vivencias. “Vamos a cumplir ya 5 años acá y creo que nuestra historia es un poco particular porque nosotros estuvimos primero aquí en el 2012, ya que mi hijo ya estaba acá y lo visitamos. Luego en 2016 tuvimos la necesidad de venir a verlo nuevamente, pero ya se encontraba también nuestro hijo menor al que mandamos por las condiciones políticas, económicas y sociales de Venezuela. Ese año fue muy duro en nuestro país en cuanto a la escasez de comidas, medicamentos, la seguridad social que no existía, realmente estábamos indefensos y presos en las casas, salir era exponerse”.

Yuviría Díaz y su esposo.

“Vinimos de visita en noviembre y al año siguiente fue aún más duro por las manifestaciones en las calles de mi país, decenas de muchachos que murieron. Se agudizó mucho más la violencia por parte del gobierno y nos vinimos desesperados. Era una visita de dos o tres meses para oxigenarnos un poco, pero no pudimos regresar porque la aerolínea con la que vinimos dejó de volar y Venezuela se convirtió totalmente en un caos, era imposible volver y aquí estamos todavía en una visita prolongada”, sostuvo.

“En Bahía encontramos un sin fin de personas dispuestas a brindar ayuda”

Además, a modo de análisis, Yurivia consideró que la Argentina “ha recibido mejor a este flujo de migrantes venezolanos”. Y dijo que “Bahía es una ciudad estupenda para todos aquellos que escojan salir de su país, los habitantes son muy cálidos y solidarios. Nos encontramos con un sin fin de personas prestas a dar cualquier tipo de ayuda”.

Sobre su día a día, explicó que “hemos hecho varias jornadas de ropa de abrigo para los venezolanos que iban llegando, una feria de comidas y bailes. Participamos en las colectividades, y en la actualidad estamos haciendo los trámites para hacer una asociación civil de venezolanos en Bahía Blanca”. 

“Volver por ahora no está en los planes, quizás en algún momento sea, debemos regresar porque con mi esposo y yo no veníamos a quedarnos. Cada migrante tiene una historia muy particular. Yo soy profesora de historia jubilada, con 28 años de servicio. Aquí no estoy ejerciendo porque no me traje ningún tipo de documentación. Mi marido es ingeniero civil y gracias a Dios ha conseguido empleo, mi hijo mayor es periodista, pero no ejerce y el menor también trabaja”. 

“Aquí hay mucha gente que en la medida que pudo se ha traído al resto de su familia, a sus padres. Nosotros nos hemos ido acomodando a la ciudad. Y esa consolidación se va notando por el número de emprendimientos y locales administrados por venezolanos, que somos entre 200 y 250 acá en Bahía”, apuntó.

Johnny Guzmán Peñalver, en tanto, es ingeniero civil. Desde que llegó a estas tierras, lo cual no le resultó fácil, ha realizado una importante variedad de trabajos, con dedicación absoluta en cada uno de ellos. Hoy, finalmente, su presente lo encuentra más ligado a su profesión. Y así él mismo lo reflejó: “El 24 de noviembre de 2018 tomé un colectivo desde Puerto La Cruz, donde residía, con destino a Boa Vista y un recorrido para salir con la frontera de Brasil. Al llegar allí, habiéndome despedido de mi hijo, de mis amigos y mi hermana, padres, abuela, dejando atrás a todos, hice una conexión y me fui en otro bus, por un paquete que pagué en una agencia de turismo, hasta Manaos. Ahí hice un trasbordo en el aeropuerto, tomando un vuelo a Río de Janeiro, dormí toda la noche en la terminal para al día siguiente llegar a Buenos Aires”.

“Fueron cuatro días en total, en Ezeiza tomé un micro que me acercó a Retiro para esperar otro que había coordinado con una amiga que me iba a recibir en Bahía. El colectivo se retrasó un poco, llegué a eso de las 3 de la mañana”, recordó, y al mismo tiempo habló de su arribo a la ciudad: “Habiendo dejado todo atrás me reencontré con mi amiga que no veía hacía muchos años. Ella me recibió con su madre, y entre anécdotas le di un souvenir, una botella de ron que era algo muy consumido en nuestra adolescencia”.

Johny Guzmán y su pequeño hijo.

Sus trabajos fueron diversos, desde el principio. “En diciembre me fui a trabajar tres meses a Monte Hermoso como mozo, estuve a full aprendiendo algo nuevo, distinto, compartiendo amistades nuevas que aún conservo. Luego me regresé a Bahía y trabajé en una empresa de plásticos, pero a los tres meses me sacaron, se hace mucho eso. Pasé también por una casa de cerramientos en la que había varios venezolanos, me tomaron como encargado de la parte de vidrios. A los tres meses igual, me tuve que ir. Siempre dando lo mejor de mí en todos los trabajos”.

“Posterior a eso conseguí como repartidor de alimentos para mascotas, de fauna y flora, aunque el jefe era una persona bastante nefasta, no la pasé bien. Después trabajé en un frigorífico, era muy mal pago pero lo necesitaba. Ese personaje -por el propietario- fue el más nefasto de todos, abusador de trabajadores, de las chicas, el salario era todo en negro y una porquería. La manera que salí de ahí fue terrible, inventó un montón de cosas y hasta me invitó a pelear. De allí pasé a una marmolería, ahí estuve un año y medio, muy bien, con mucha responsabilidad”. 

Su presente, a Johny lo encuentra un poco más tranquilo, asentado. “Ahora estoy en una empresa de construcción, soy ingeniero y por suerte estoy ejecutando obras con ellos, por fin se me dio lo que estuve buscando”.   

Por último, aunque no por eso menos importante, contamos con el testimonio de Gabriela Aponte, que llegó hace tres años y tiene un local de venta de batidos en el centro. Ese lugar, aparte, se convirtió en un punto de encuentro para sus compatriotas.

En diálogo con este periodista, la mujer recordó que “soy ingeniera de petróleo y llegué en febrero del 2019. Mi esposo Ángel vino antes, en junio del 2018, y es ingeniero de sistemas, programador, por suerte consiguió trabajo en su área. Yo me vine con la nena, que en octubre va a cumplir 4 añitos. Fue una odisea el viaje a pesar de que veníamos en avión, pero no eran vuelos directos. Era salir hasta Brasil vía terrestre, luego desde Boa Vista tuve que pasar a Brasilia, Foz do Iguaçu y cambiar de aeropuerto. Sellar pasaportes allí, y llegar a Buenos Aires”. 

“Mi esposo estaba aquí ya establecido. Yo comencé a meter currículos, me salieron ofertas, pero como la niña estaba muy pequeña decidimos que yo me quedara en casa. Finalmente tuve una oportunidad de trabajo en una cervecería, de noche, entonces él se podía quedar con mi hija. La verdad que ahí me fue mal porque la dueña nunca me pagó. Luego de esa mala experiencia empezamos a evaluar montar un emprendimiento, puesto que también estando los tres solos sin conocer a nadie no me animaba a meterla en una guardería. Se nos ocurrió la idea del local, logré habilitarlo y conseguimos una buena ubicación”, expuso.

Y añadió: “Inicialmente era para abrirlo en diciembre, venta de jugos y batidos naturales, por suerte la gente tuvo buena receptividad, gustaron mucho, es algo novedoso. Todos nos decían que no se veían cosas así, aparte ofrecemos sabores que no son muy comunes aquí”. “Nos fue muy bien al principio, pero luego nos cayó la cuarentena. Hasta ese momento teníamos una empleada y tuvimos que cerrar 45 días al inicio, después nos fuimos bancando con venta por teléfono y tratamos de seguir incorporando cosas”.

 “El negocio nos ha servido para conocer una cantidad increíble de venezolanos, de hecho estamos con el papeleo de la asociación civil, actualizando el nuevo censo. Ha sido como el centro de integración para muchos en términos generales. De verdad que acá en Argentina y Bahía en lo particular nos han tratado muy bien”. 

El local de Gabriela se convirtió en punto de encuentro para venezolanos residentes en Bahía.

Historias. Con esa palabra dimos inicio a este informe. Relatos de personas que por razones de fuerza mayor tuvieron que abandonar sus hogares en busca de un nuevo comienzo. El destino los trajo a Bahía Blanca y acá están, viviendo y sintiendo una ciudad que, de acuerdo a sus propias palabras, los ha sabido recibir.

Y sobre todo ejemplos, porque a pesar de las adversidades demuestran que salir adelante, es posible. Bienvenidos.

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