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Comienza el juicio contra el peritrucho por desviar la Causa Astudillo
El expolicía fue un experto en sembrar pruebas para acusar inocentes. Tuvo apoyo mediático y respondió a oscuros intereses políticos. Sus maniobras se repiten en decenas de casos judiciales en todo el país.

Este martes comienza el juicio oral contra el “adiestrador canino” Marcos Herrero por intentar desviar la investigación por la muerte de Facundo Astudillo Castro arrimando “evidencias” absolutamente truchas. Su único fin fue instalar la teoría de la desaparición forzada y acusar falsamente a inocentes.
El debate estará a cargo del Tribunal Oral Federal, con el juez Ernesto Sebastián como único integrante, y se desarrollará a lo largo de febrero. El imputado será defendido por el abogado Leandro Aparicio y el fiscal acusador será Gabriel González Da Silva, que citó a más de 80 testigos.
Desde hace casi cinco años, este medio viene denunciando el accionar del oscuro expolicía rionegrino en la Causa Astudillo. Sus maniobras fueron de una pasmosa obscenidad. Con sus perros como escudo, declaró haber encontrado todo tipo de pruebas que “complicaba” a distintas personas: sangre, huesos, amuletos y pelos. Todo armado.
Aunque con una mirada “medianamente seria” del asunto su accionar se veía desopilante, la cobertura política y mediática que recibió fue monumental. Era ungido como el gran héroe nacional que contribuía a hacer Justicia, cuando -en realidad- su intención era exactamente la contraria. En el Caso Astudillo, fue pieza clave para la invención de un delito que nunca ocurrió. El “plantado” de pruebas siempre fue su gran especialidad. Mentir a repetición y responder a oscuros intereses políticos fueron el sustento de su accionar.
Se trata de un personaje que no solo “actuó” en Astudillo, sino que su fama le permitió cometer atrocidades a lo largo y ancho del país. El libro del periodista de este diario, Germán Sasso, El Coleccionista de Huesos, revela más de 20 casos en los que el famoso “adiestrador de perros” prometió esclarecer. Pero todo fue un gran fraude. Jugó con la ilusión de cientos de personas, usó -y otras veces fue usado- para encarcelar inocentes.
Para comprender el accionar de Herrero, a continuación, se publican algunos extractos del libro que lo denunció:
Así las cosas, la querella del Caso Astudillo redobló la apuesta y pensó en alguien que podía reforzar y sellar para siempre la deseada hipótesis de la desaparición forzada: Marcos Darío Herrero.
El despliegue del peritrucho comenzó el miércoles 22 de julio. El primer lugar elegido fue la comisaría de Mayor Buratovich.
Con su perro Yatel, recorrió la seccional (que había sido requisada por otros peritos con resultados negativos) y a los pocos minutos cantó su primer hallazgo: el cierre quemado de la mochila de Facundo. Estremecedor.
La repercusión mediática fue instantánea. “Encontraron el cierre de la mochila de Facundo en una comisaría”; “consta que Facundo estuvo detenido en la comisaría de Mayor Buratovich”, repetían portales y periodistas “responsables”.
Esa truchada caía más rápido de lo pensado. Un jefe de la Policía Federal propuso hacer una “contraprueba” y que se repitiera el “olfateo” del perro. Herrero se negó.
De todas maneras, a esa altura instalar la (falsa) idea de que Facundo había sido trasladado y, probablemente asesinado, en esa seccional había sido un éxito.
Y en los medios el peritrucho, a sabiendas de que había sido descubierto en su maniobra en Buratovich, siguió mintiendo con desparpajo: “Ingresé con mi perro, que estaba totalmente suelto, con plena autonomía, y enseguida empezó a rastrear en todo el interior de la dependencia, pero fui yo quien detectó, en medio de restos de un fogón donde hacen asados, cerca del estacionamiento, parte de una mochila Wilson”, repetía.
Nunca hubo mochila, ni era marca Wilson, ni Facundo había estado allí. Sin embargo, el relato mediático seguía.
Tras el desastre en Buratovich, comenzaría la requisa a los patrulleros.
Herrero se haría un festín. Estaba zarpado y se sentía impune. Tenía apoyo y respaldo ciego de la madre de Facundo, de los abogados, de organismo de Derechos Humanos, de la política y de la gran mayoría de los medios de comunicación. Lo que él decía era palabra santa.
Y los pocos que se animaban a cuestionar los procederes del “ídolo” eran atacados e insultados.
Estacionados en la sede de la delegación de la Policía Federal en Bahía Blanca, comenzó la revisación de los patrulleros Curuhinca-Sosa (Buratovich) y en el de González (Origone).
Como era de esperar, en ambos el peritrucho cantó “positivo”.
Sobre el primer rodado, el “experto” describió: “El perro olfateó, bajó hacia la rueda izquierda. Entró, salió e hizo gemidos sobre esa parte del móvil”.
En tanto, en el segundo describió que “Yatel saltó a la caja de atrás de esa camioneta, se concentró en una rueda de auxilio y olfateó con insistencia. Después se tiró, entró a su interior y empezó a olfatear la parte de atrás. Luego pasó a la parte de adelante y empezó a ladrar sobre el volante. Luego mordió el asiento de tal forma que rompió la parte de gomaespuma y ahí empezaron a verse manchas de sangre”.
Nuevamente el estupor en la prensa. Herrero había descubierto sangre y “esencia” de Facundo en los patrulleros. El caso parecía ir redondeando: lo había matado o lo había cargado muerto en esos vehículos.
El animal de Herrero había detectado el rastro de Facundo después de 85 días. Los entrenadores de canes de las distintas fuerzas federales no podían creer lo que veían. Habían escuchado que “Herrero era un chanta”, pero nunca se imaginaron presenciar semejante delirio en vivo y en directo.
Por supuesto, como siempre, la ciencia puso las cosas en su lugar. La División de Laboratorio Químico de la PFA indicó que “del estudio practicado sobre las muestras tomadas de los móviles policiales no se comprobó la presencia de sangre”.
La Vaquita de San Antonio
Acaso lo más asombroso de todo el caso sucedería en el allanamiento al destacamento de Teniente Origone, donde cumplía funciones González.
El viernes 31 de julio volvería a entrar en acción “Yatel”, manipulado por su entrenador. Revisando la basura de una habitación, Herrero anunció otro positivo. Esta vez, había encontrado una prueba contundente: un dije de Facundo.
El trucho recreó una escena repetida en su historial: adentro de un paquete de cigarrillos había descubierto un dije de la persona buscada.
“Yo le hago el señalamiento a Yatel y él centra su atención sobre lo que viene a ser una celda, un calabozo antiguo en mal estado, que ahora lo utilizan como un almacenamiento de basura. En un momento empezó a ladrar entre siete y diez veces y va a buscar un objeto específico entre los escombros”, contó Herrero.
Era un “amuleto” en forma de sandía que en su interior tenía un dije de la “Vaquita de San Antonio”. La señora Castro repetía que “no tenía dudas” de que eso era de su hijo.
Ese día la querella celebraría que tenía esclarecido el caso y que tenían la prueba irrefutable de que había sido La Bonaerense la responsable de la desaparición de Facundo.
No importaba que los “hallazgos” fueran, además de truchos, contradictorios. No importaba que la “hipótesis de Buratovich” girara a la “hipótesis Origone”. No importaba nada de nada. El relato se sostenía. Y se fortalecía.
La política aprovechaba. Quienes estaban enfrentados al gobernador Axel Kicillof y a su ministro de seguridad Sergio Berni exprimían de manera repugnante el caso y reproducían mentiras al por mayor. “Ahora Kicillof tiene su desaparecido en democracia”, repetían con desparpajo dirigentes nacionales.
De esta manera la hipótesis se iba modificando. Astudillo ya no había estado en la seccional de Buratovich, sino que había estado en la de Origone.
Pedidos de detención con prueba trucha
Los abogados Aparicio y Peretto se animarían a pedir la detención del policía Alberto González basándose en ese hallazgo: “indefectiblemente facundo estuvo detenido en esa repartición” y “ese oficial que dijo haberlo registrado en ruta y dejado seguir con destino a Bahía Blanca, ha participado de acciones tendientes a consolidar su condición de desaparecido, motivo por el cual no cabe dudas que debe procederse a la imputación del mismo con inmediata detención e incomunicación”.
Sobre la prueba -supuestamente- más importante que tenía la querella para instalar la teoría de la de la desaparición forzada, la jueza del caso Gabriela Marrón no sólo no le daría ningún valor y negaría la detención, sino que comenzaría a hablar sobre el “plantado” de evidencia.
La magistrada se basó en la valoración negativa que varios reconocidos profesionales habían realizado sobre la actuación del perito de parte. Además, nunca se demostró la prexistencia de ese amuleto: es decir no hay pruebas de que el chico tuviera un elemento igual y mucho menos que lo portara el día de su desaparición.
Dos testimonios clave, de las personas más cercanas a Facundo, declararon bajo juramento nunca haber visto la sandía/vaquita de San Antonio. Su novia Daiana señaló: “nunca se lo vi. Nunca en los dos años que estuvimos en pareja me lo mencionó ni tampoco me lo mostró”. Quién más lo conocía en la intimidad enterraba la idea plantada de la querella de que “ese amuleto, Facundo lo llevaba todo el tiempo”. Verso.
En tanto, su íntimo amigo Daniel Gayte tampoco nunca vio ese “inseparable” amuleto. “No recuerdo habérsela visto”, declaró ante la fiscalía federal. Y agregó un dato inquietante: que supo de la existencia de ese elemento -y de la historia familiar- por boca de la madre de Facundo luego del allanamiento en Origone. “Lo que sé es por lo que nos lo contó Cristina, que nos mostró una foto. Facundo nunca nos había contado la historia de la sandía, la historia ahora la sé porque nos la contó Cristina en estos días”.
Y uno más.
Su otro amigo -y empleador- Juan Francisco Cardona tampoco nunca había visto la sandía. “Sinceramente, no la había visto”, respondió. Y tal como lo había relatado Gayte, a él también le contaron la historia de la “vaquita” y le exhibieron una parecida luego del hallazgo en Origone. “El hermano de Facundo me mostró una igual hace dos semanas atrás. Me contó que la abuela le había regalado una igual a cada uno de los nietos”. Y preguntado en fiscalía si el hermano le hizo algún comentario de que Facundo la llevara consigo, respondió: “no tenía conocimiento hasta ese entonces de ese elemento”.
Sobre la “truchada” del amuleto, la jueza Marrón dijo elegantemente: “No se presentaron pruebas de la preexistencia del amuleto de Facundo. Además, merece un párrafo aparte el origen del hallazgo que -a esta altura de la investigación- pone en duda su legalidad y por ende su validez. El Puesto de Vigilancia de Origone había sido allanado con anterioridad a ese secuestro (y nada se había encontrado). En el segundo registro se autorizó el ingreso del perito de parte –Marcos Herrero– con su perro, y la actividad de este perro fue el origen del hallazgo. Los canes de la fuerza de seguridad no marcaron la bolsa de basura donde se encontró el amuleto, pero si lo hizo el perro de Herrero. Sin embargo, la ciencia y la técnica – a través de profusa bibliografía – dan cuenta que los animales entrenados pueden oler rastros humanos durante un cierto período de tiempo. Al momento del hallazgo del amuleto el perro del perito de parte no tenía aptitud para oler rastros de la víctima. No hay otra evidencia, ni siquiera accidental, que ubique a Facundo en el Puesto de Origone”.
La vidente y los infaltables huesos
Pasada una semana de su show en el destacamento de Origone, Herrero volvería a la zona de Buratovich para una nueva presentación de su “espectáculo”.
En un campo, a metros de la banquina del kilómetro 776 de la Ruta 3, el superesclarecedor concretaría un “rastrillaje” y una nueva “marcación” positiva.
Esta vez, trabajaría en tándem con su compañera de andanzas Verónica Contreras De Los Santos. Los diarios festejaban el encuentro: “La familia de Facundo Astudillo Castro sumó a una vidente mendocina que se dedica a buscar desaparecidos”.
Seguramente bien asesorados, De Los Santos y Herrero eligieron el lugar de antemano. Casualmente, se trataba exactamente del mismo sector en el que los “testigos estrellas” habían manifestado haber visto el secuestro de Facundo a manos de la policía.
El 7 de agosto la adivina “vio huesos” y Herrero los encontraría. Había restos óseos, una mochila y un buzo. Todo tenía “esencia” a Facundo.
Los medios explotaban. Y se sumaban al delirio.
“La vidente se comunicó este miércoles con Cristina Castro, la mamá de Facundo Astudillo Castro, desaparecido desde hace 98 días y eso originó un operativo donde se hallaron huesos, una mochila semienterrada y ropa, entre ellos un buzo que, según Castro, es muy similar al que usaba su hijo cuando desapareció”, escribía el corresponsal de Clarín Gabriel Bermúdez.
Como era de esperar, todo fue analizado por el Gabinete Científico de la PFA y dieron negativo. Nada tenía material genético de Astudillo. Y los huesos eran de vaca.
El Etios y la turmalina
Como era imposible ya sostener todo lo fabricado en Buratovich y Origone, el peritrucho (y algún cómplice) montaría la nueva puesta en escena.
Con misma información disponible en la causa, se puso la lupa sobre otro patrullero. Esta vez de Bahía Blanca. Había que arrimar “el bochín” al lugar de aparición de los restos de Facundo.
Como uno de los informes de AVL había posicionado a un patrullero -marca Toyota Etios- a unos 800 metros del lugar, Herrero pensó que esa era la oportunidad para darle continuidad a su sembrado de pruebas.
Más allá de que aquel “acercamiento” había sido ocho días después de la muerte de Facundo, el dato igual serviría para lanzar renovados “entretenimientos”.
El Toyota Etios, patente OMP 782, sería requisado por el peritrucho y, como era de esperar, otra vez positivo. “Esencia” de Facundo en los tapizados. Los policías federales se miraban de reojo, ya cansados del circo.
Seguramente, habrá sido por el recelo de los uniformados que Herrero no pudo completar las fechorías que tenía pensadas para ese día.
Curiosamente, a los pocos días, la querella pediría un cambio de la fuerza federal interviniente por sentir “desconfianza”.
El patrullero pasó a instalaciones de la Gendarmería. Y allí Herrero realizaría una segunda intervención. Trabajó más relajado. No tenía el molesto aliento en la nuca de quienes ya conocían sus maniobras.
Confiados, los gendarmes -que también habían inspeccionado y nada extraño habían detectado- dejaron trabajar sin sospechar nada al perito de parte.
Esta vez, ¡¡ y en el mismo auto que había analizado casi tres semanas atrás !!, Herrero descubrió otro amuleto de Facundo. Se trataba de una piedra turmalina negra.
Y de vuelta, la explosión mediática.
“En medio de un exhaustivo peritaje el perro Yatel encontró un trozo de piedra turmalina similar al que solía llevar en su cuello Facundo Astudillo Castro. Fuentes de la investigación afirmaron que se trata de un hallazgo importante”, se podía leer en portales de noticias.
En esta ocasión, para que no le sucediera lo de la Vaquita, ya que varios testigos habían desmentido que Facundo la usara de amuleto, Herrero había estudiado un poquito más. Y se había cerciorado qué tipo de elemento verdaderamente usaba Facundo.
Supo que utilizaba un colgante de piedra turmalina, era un distintivito de la cervecería en la que había trabajado. Sin embargo, se olvidaría de un detalle: el color.
La piedra que el peritrucho plantó en el patrullero era de distinto color a la que usaba Astudillo. Papelón número mil.
En una de las resoluciones de la jueza Marrón, se refirió al asunto: “Respecto del secuestro de la turmalina le caben las mismas observaciones y los mismos razonamientos que los efectuados respecto del hallazgo del otro amuleto en Origone, por parte del perro de Herrero. Este caso es mucho más grave aún ya que la piedra fue encontrada con posterioridad al otro amuleto y cuando la víctima, según informe pericial, llevaba casi dos meses fallecido. La combinación de la fecha de muerte y del lapso que los perros pueden oler a una persona viva o a un cadáver, al momento del hallazgo de la turmalina el perro del perito de parte no tenía aptitud para oler rastros de la víctima. La fiscalía debe investigar también estos hechos los que podrían configurar la comisión de un delito de acción pública. En definitiva, lo único que enlaza a las dependencias policiales de Origone y la Policía Local de Bahía Blanca con Facundo son los amuletos hallados por el perro del perito de parte, cuando la ciencia indica que en esos momentos no era posible que olieran esencia de Facundo”.
Por su parte, Daiana, la exnovia de Facundo, al declarar también desarmó la estrategia de Herrero y sus ocultos mandantes. “La turmalina de Facundo era una piedra violeta. Era lila, no era negra”.
Déjà Vu
Diez meses después del show de las vaquitas y turmalinas, Herrero volvería a la carga. Insistiría otra vez con el destacamento de Origone y con la camioneta que había utilizado el policía González.
El 18 de febrero de 2021, Herrero no decepcionaría. Esta vez, declararía que su perro “Yatel” había detectado “esencia” de Facundo en un viejo colchón de la seccional. Es decir, lo que no había olfateado el mismo can a mediados de 2020 lo hacía ahora.
Y como le había fracasado la plantada de la turmalina en el Etios, entre otras cosas por haber errado el color, esta vez volvería con la “posta”. Ahora sí, una turmalina negra. Bien negra.
Ya todo era un insulto a la inteligencia.
Canoso
La última entrega desopilante de Herrero en el Caso Facundo sería, por enésima vez, en el patrullero del policía González.
El 22 de marzo, Herrero puso a “Yatel” a olfatear nuevamente. Increíblemente, la “esencia” de Facundo estaba más potente que unos meses atrás, ya que el anuncio del “positivo” llegaría más rápido que la primera vez.
Esta vez lo “encontrado” sería un pelo. “Es del pibe”, repetía el chanta.
El cabello, además de ser blanco (y Facundo no era canoso), el estudio de laboratorio estableció que un importante porcentaje del ADN pertenecía a Cristina Castro.
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