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DE AYER A HOY

El bahiense que es algo más que un “Cacho” de historia del fútbol argentino

Vicente Cayetano Rodríguez revivió la etapa más gloriosa. Su cercanía con Menotti. El dolor por la muerte de un hijo. El presente lejos de la pelota. “Nunca me gustó ostentar mis logros”, afirmó.

Fotos: Archivo y Raúl Papalardo.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Detrás de un éxito se esconden miles de historias, personas que formaron parte de un proceso que difícilmente llegue a la cima por obra y gracia de la casualidad. Resulta un acto de justicia hurgar en las razones, preguntar por qué y analizar el contexto cada vez que el análisis se profundiza y tiende a entregar un marco de mayor razonabilidad a los acontecimientos que se ubican por debajo de la lupa.

Rompiendo estructuras, buscando ejecutar tareas diferentes para alcanzar resultados que se diferencien de las frustraciones previas y eligiendo el camino más largo para valorar el trayecto se puede dimensionar el esmero que implicó desentrañar un proceso en el cual cada uno de los eslabones se fueron amalgamando para conformar la base sólida del logro que modifica el rumbo de la historia.

Por las calles de Bahía Blanca camina a diario uno de los estandartes de la consagración épica de un grupo que escribió uno de los capítulos más felices del deporte nacional. Se trata de Vicente Cayetano Rodríguez, más conocido en el ambiente como “Cacho”, un líder que se puso el overol, con la humildad de los grandes sin vanidad. En La Brújula 24, sobrevoló su historia, exponiendo aspectos íntimos que hasta hoy pocos conocen.

“Soy bahiense de alma, nací en un campo cercano que tenía mi padre para el lado de San Germán. Cuando cumplí un año y medio, junto a mis padres y mis siete hermanos mayores, cuatro varones y tres mujeres, nos radicamos en la ciudad, más precisamente en una casa de calle 25 de Mayo 1169 del Barrio San Martín”, infirió “Cacho”, al inicio de su testimonio.

Y reveló que “fui el más chico de los ocho hijos y soy el único que queda vivo. Mi padre aserraba leña, cortaba sobre una cuchilla los troncos, que compraba en la Estación Sud y en su carro con canastos traía el material a casa. Luego, distribuía el resultado de su trabajo en los hoteles y confiterías que se calefaccionaban mediante esa vía”.

“Nunca nos faltó nada, porque además todos mis hermanos y a mi turno yo también, colaboramos. La diferencia con mi hermana más grande era de 20 años. Fui a la Escuela Nº 76, donde cursé la primaria y la secundaria la hice mitad en la Base Naval Puerto Belgrano donde había un colegio industrial muy bueno”, sostuvo, con su mirada fija, como intentando no dejar ningún detalle librado al azar.

Cayetano Rodríguez le hace sentir el rigor al “Indio” Solari.

Consultado respecto al esfuerzo que implicaba unir ambos puntos, afirmó: “Viajaba todos los días, hasta que me cansé y los tres años restantes fui a La Piedad, donde entraba a la mañana y salía a la tarde, lo que se conocía como medio pupilo. Para ese entonces ya habían fallecido mis padres, mi mamá cuando tenía 10 años y mi papá a mis 15. Gracias a mis hermanos y algunos de mis cuñados pude crecer sin sentir tanto esa dolorosa pérdida”.

“El primer club en el que jugué al fútbol se llamaba Arsenal y estaba en mi barrio, pero al poco tiempo, cuando tenía 12 años, Olimpo me fichó después de un torneo de baby en el Salón de los Deportes. En ese torneo jugaban chicos de la talla de (Alfio) Basile, “El Laucha” Recio, entre otros y hasta Ángel (Cappa)”, enfatizó Cayetano, marcando la importancia de aquel certamen.

En ese sentido, recalcó que “me vio un hombre llamado Arturo Vidal, un arquero cuyo hermano era delegado del club y buscaba chicos que tenían condiciones. Mientras estaba en Olimpo hice el servicio militar en Río Gallegos, por lo que dejé de jugar, incluso cuando había debutado en Primera División y en el combinado de la Liga del Sur, junto con “Cacho” Ortelli”.

En su rol de DT, dando indicaciones en el club de Villa Regina.

“Si bien en el barrio jugaba de marcador central, ya en Olimpo me pusieron de lateral izquierdo o derecho, por mis condiciones para defender de arriba porque cuando tenía que sumarme al ataque era más un jugador de apoyo. Regresé de Santa Cruz y me incorporé a trabajar en la Universidad Nacional del Sur en el Instituto de Edafología e Hidrología, luego de hacer un curso para especializarme”, disparó, mientras observaba el pocillo de café en uno de los bares que suele frecuentar, lugar elegido para la charla con este cronista.

Ese empleo tenía ciertas ventajas: “Esto me permitía seguir abocado al fútbol porque tenía libres las tardes para entrenar. Hice gran parte de mi carrera en Olimpo, más allá de que cuando pasé a Huracán de Ingeniero White tuve alguna oportunidad de emigrar como jugador a San Lorenzo de Mar del Plata, después de las finales contra ellos por el Regional”.

“Finalmente no prosperó porque, además, tenía que resolver mi tema laboral, más allá de que después me vinieron a buscar de un club de Villa Regina, en un momento en el que estaba haciendo el curso de director técnico, el cual terminé en AFA. Como jugador colgué los botines en 1971, luego de una huelga por el cual Huracán no me dio el pase”, rememoró, sobre el momento previo a su mayor exposición pública.

Ya existían ciertas señales que daban cuenta de su venturoso destino: “En la UNS tenía paralelamente un cargo no docente y a la vez docente porque me hice cargo de la Selección de fútbol. Tuve la suerte de ganar dos certámenes internacionales dirigiendo a ese equipo, uno de ellos en Rosario y hasta fuimos a un Sudamericano donde nos tocó jugar contra Brasil y Uruguay. Tenía decidido ser director técnico, la literatura deportiva y en especial la ligada al fútbol la leí casi en su totalidad”.

“Mi hermano era Secretario Administrativo de la UNS y no entendía cómo podía dejar ese empleo por el fútbol, porque en último año del curso de DT me tenía que instalar varios días en Buenos Aires. Me contrataron de Huracán de Parque Patricios, ese fue mi primer trabajo con el fútbol lejos de casa”, aclaró Rodríguez, dueño de una memoria prodigiosa que intenta conservar pese al transcurrir de los años.

Un referente del fútbol iba a cambiar el rumbo de su vida: “A Menotti lo conocí casi de casualidad, en tiempos en los que me tocó hacer una buena campaña en Villa Regina y ser contratado por Cipolletti, donde también fui campeón. Eso nos permitió jugar el Torneo Nacional, cuando “El Flaco” ya estaba en la AFA como parte del cuerpo técnico de la Selección. En ese certamen le ganamos a Boca, Racing, Rosario Central y Chacarita que tenía un equipazo”.

“Un día llegué al club y me avisaron que había llegado un telegrama de la AFA, por dentro pensaba antes de leerlo ‘qué habré hecho’, porque era medio cabrón. Era un lunes y el escrito decía que debía presentarme el miércoles a las 18 en el quinto piso donde estaba el departamento de selecciones nacionales. Corría el año 1976, no entendía nada, no me lo esperaba”, aseveró “Cacho” cuando, para ese entonces, el diálogo fluía de manera muy natural.

Estaba ante una oportunidad única: “Viajé desde Cipolletti a Buenos Aires, me puse la mejor pilcha y perfume y me presenté. Me pidió que lo espere unos minutos porque estaba resolviendo un problema con River que no le cedía los jugadores. Tenía a mi favor que con una vez Menotti me había llamado por teléfono para felicitarme por unas declaraciones mías con respecto al fútbol, ponderándome conceptualmente”.

“Recuerdo que a las nueve de la noche nos encontramos para cenar, sentía que estaba en Venus porque César me decía que quería hablar unos temas conmigo. Era una persona muy respetada en el ambiente porque si bien no había sido aún campeón del mundo, había dirigido al Huracán que dio la vuelta olímpica. Buscaba armar un cuerpo técnico joven y en el Mundial 78 me tocó hacer un esbozo de cómo veía a los jugadores más destacados de los rivales de Argentina”, exclamó con orgullo y humildad.

Quien luego sería campeón mundial en 1978 tenía un objetivo claro: “Su idea, tal como me la explicó en aquella primera cena, era rodearse de gente que estuviera convencida de que tuviera una misma forma de ver el juego y en la forma de lograr funcionamiento como equipo y ganar. Menotti me pidió que mientras fuera el DT de Cipolletti me tome un tiempo para observar jugadores rivales que podían tener cierta proyección, pasarle sus nombres y explicarle el por qué. Eran épocas en las que no había videos, dependía mucho del ojo de su gente de confianza. Le apunté los nombres de Chaparro, Ischia, entre otros, y ‘El Flaco’ los iba probando”.

“Ya viviendo en Buenos Aires, como DT de Huracán, nació una amistad con él porque nos gustaba la misma música, salir a comer y compartir buenos momentos. A Maradona lo conocí cuando llegó a la Selección Sub 18 que orientaba Federico Sacchi, él tenía 14 años y compartía equipo con chicos de 17”, acotó Cayetano, inflando el pecho.

Él mismo vio cómo se fue gestando una etapa gloriosa del fútbol nacional: “Para el Mundial Juvenil de Japón en 1979, donde Diego terminó de explotar, probamos más de 400 jugadores de todo el país con el viejo (Ernesto) Duchini y le entregamos una lista de 33 futbolistas, tres por puesto, que César depuró para lo que fue la base de aquel equipo que logró el título. Incluso, cuando estuve al frente de Instituto de Córdoba me llevé a alguno de esos chicos”.

Después de varios años en el candelero, su popularidad en el ambiente comenzó a bajar: “Mi último pico de notoriedad se dio en Banfield, cuando dirigí al plantel en Primera División allá por 1995. Mientras esperaba alguna oportunidad para asumir un nuevo desafío, me llama Ángel (Cappa) para que lo acompañe a trabajar en un club de Bolivia. Su idea era que conformemos una dupla técnica y si bien no era algo que me seducía al máximo, mi premisa era poder seguir ligado a la tarea de entrenador”.

“Tal es así que con el correr de los años lo acompañé a Sudáfrica, Perú y hasta fui parte de su equipo de trabajo en Gimnasia de La Plata. Unos años antes estuve dirigiendo a la Selección de Haití y había surgido una chance de ir a Bangladesh, pero mi esposa fue la que me puso un freno porque nos la pasábamos armando y desarmando valijas. Luego ya me instalé en Bahía Blanca y las posibilidades fueron mermando, tenía un par de taxis, de los cuales ahora me quedó solo uno con dos choferes”, advirtió, ingresando al segmento final del mano a mano.

Inmediatamente se zambulló aún más en su intimidad: “Estuve casado tres veces, con mi última esposa llevamos 23 años y lo curioso es que habíamos sido novios cuando éramos muy chicos. Luego, ambos por entonces viudos, nos volvimos a encontrar y hasta el día de hoy compartimos un proyecto de vida. Tuve dos hijos, el más chico falleció el 8 de mayo de 2022 producto del Covid, pero con un estado endeble de salud porque él había quedado con sus defensas muy bajas como consecuencia de haber sido adicto a las drogas”.

Lejos de evitar ahondar en ese aspecto, agregó: “No me da vergüenza contarlo, estuvo en siete centros distintos de la provincia intentando recuperarse de ese flagelo y no lo logró. Fue un golpe muy duro para mí, no hay día que no lo recuerde. Tengo una familia ensamblada compuesta por mi otro hijo y los de mi actual pareja pude sobreponerme”.

“Tengo un solo nieto por parte de mi hijo mayor, vive en Buenos Aires, tiene 12 años y está a punto de ser fichado como futbolista de Lanús en las categorías formativas. La pérdida de mi otro hijo dejó me dejó secuelas, últimamente me ocurre que estoy hablando y suelo olvidarme de las palabras cuando estoy hablando, sumado al Covid que, si bien no transité la enfermedad, también me afectó negativamente en mi psiquis”, se lamentó “Cacho”.

Y no vaciló en reconocer que “estoy pensando seriamente en consultar a un neurólogo porque estos dos factores han afectado a mi memoria, la cual era prodigiosa y por momentos me cuesta poner en palabras aquellos recuerdos. Eso es algo que se ha manifestado en mí durante los últimos meses y me tiene un tanto preocupado”.

“Lo que no perdí y me salva es el hecho de reunirme con amigos, algo que después de la pandemia pude recuperar, no sin antes sufrir horrores porque soy muy sociable. Disfruto de ir al teatro, ya sea para a ver alguna obra o un espectáculo folklórico o de tango. Me pasó de sentarme en una butaca y reírme como pocas veces en mi vida como con Toc Toc, una puesta en escena única. En mis ratos libres salgo a caminar y hago gimnasia”, dijo, con la vitalidad de quien disfruta cada día de su vida.

En el epílogo, confesó que “de vez en cuando hablo por teléfono con “El Flaco” (Menotti) porque ya no voy con tanta frecuencia a Buenos Aires. Hay veces que voy a visitar a mi hijo y mi nieto y no hago a tiempo de concretar un encuentro con él. Tuve el honor de ser parte de dos mundiales de fútbol, ganando uno de ellos y en México considero que fui alguien sumamente reconocido luego de ganar la Copa de Campeones de la Concacaf con América de México”.

“Mi perfil bajo no me ayudó en ese sentido porque nunca fui de ostentar mis logros, solo lo hacía cuando llegaba el momento de enfrentarse con la realidad. Cuando se discute la legitimidad del título en el 78 me pongo enfático. Tuve a cargo el seguimiento de Holanda, entre ellos cuando se enfrentó a Perú, con el que compartía la zona y uno de los rivales nuestros en el camino al objetivo final”, comentó, sobre la responsabilidad asumida en una de las páginas más gloriosas de la historia.

Aquel logro no estuvo eximido de planificación: “Menotti me pidió antes de jugar contra el equipo al que iba a terminar goleando que nos podamos reunir para que le cuente algunas particularidades de ese contrincante. Nos encontramos en Rosario, casi contrarreloj, porque él estaba en Córdoba y yo en Mendoza pero no había forma de que pueda viajar a su encuentro, por eso los dos tuvimos que movilizarnos”.

“El partido era a la noche y nosotros nos vimos al mediodía, tomamos unos mates y respondí a sus preguntas. Yo ya sabía que había dos o tres puntos a los que había que prestar atención siempre y luego le daba mi punto de vista, antes de la definición de “El Flaco”. Llevé una carpeta enorme y un grabador, las cuales él descartó rápidamente, sorprendido por el tamaño de lo que había escrito”, aseguró con una sonrisa.

Y finalizó la anécdota resaltando: “Le hice un par de observaciones, tanto de Perú como de Holanda. Con eso, Menotti decidió que Olguín, en lugar de salir corto, lanzara con su excelente pegada un pelotazo cruzado para Kempes, buscando que el rival no recupere la posición, algo que anoté como virtud. Passarella y Galván se encargaban de cubrir ese movimiento, sobre todo este último que tenía una velocidad impresionante, algo que muy pocos saben. Luego, la historia conocida, la primera vuelta olímpica de las tres”.

Forma parte de ese lote de seres humanos que disfruta de las pequeñas cosas, las charlas interminables, las anécdotas y las enseñanzas de la vida. Vicente Cayetano Rodríguez puede mirar a todos a los ojos, el deporte le permitió alcanzar lugares y vivencias que están destinadas a unos pocos. Un privilegiado que brilla con luz propia y al que el ambiente del fútbol de la ciudad le debe un homenaje.

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