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informe especial

Los primeros trillizos varones de Bahía celebraron su cumple y repasan su historia

Diego, Ezequiel y Sebastián Montero fueron concebidos de manera natural. Nacieron el 15 de septiembre de 1970 en el Privado del Sur. A los 52 años la familia se reunió para evocar recuerdos.

Trillizos montero hoy (Sebastián, Diego y Ezequiel de izquierda a derecha)

Por Cecilia Corradetti – Especial para La Brújula 24 – [email protected]

Por más que lo intentara, aquella noche del 15 de septiembre de 1970, cuando Cecilia Cantarelli de Montero comenzó con trabajo de parto, con el brazo extendido no llegaba a tocar la punta de su panza.

Allí adentro, Diego, Ezequiel y Sebastián, sietemesinos, estaban listos para llegar al mundo en el Hospital Privado del Sur de Bahía Blanca. Cecilia y Osvaldo, su esposo, habían concebido trillizos de manera natural y el golpe emocional había sido durísimo.

La noticia había sido un shock: Cecilia lloró durante tres días mientras a su esposo lo consolaban sus amigos. “Los vamos a ayudar”, lo tranquilizaban. Pero el temor y la incertidumbre seguían ahí, en aquel minúsculo departamento de Italia al 1300 que ni siquiera tenía espacio suficiente para tres cunas.

Como sea, sanos y hermosos, nacieron aquel día los primeros trillizos varones de Bahía Blanca. Fue por parto natural y de la mano del obstetra Roberto “Chale” Vincent.

Trillizos Montero (Sebastián, Diego y Ezequiel de izquierda a derecha)

“Llegamos al hospital las 23.10 y media hora después todos habían nacido. Ocupé la habitación 219. No sabíamos el sexo, pero yo presentía que eran varones”, recuerda Cecilia con memoria prodigiosa y dice que el alumbramiento, que revolucionó a la ciudad, fue noticia en todas las portadas de los medios nacionales más importantes.

Hasta la icónica revista Antena publicó, poco después, una imagen de los hermanitos sentados a upa de las Trillizas de Oro (por entonces de 11 años) en una sesión de fotos realizada en Mar del Plata.

Diego, Ezequiel y Sebastián, que hoy tienen 52 años, repasan anécdotas junto a sus padres y no pueden parar de reírse.

“¿El balance? Positivo al 100 por ciento. Eso sí: no conocemos otra cosa que no sea ser trillizos y recordar el hecho de caminar por la calle vestidos iguales, que la gente nos frene a cada paso y festejar cumpleaños triples toda la vida…”, coinciden a coro.

Sebastián fue el más pequeño (1,530 kg) y compartió bolsa y placenta con Ezequiel (1,650 kg). Diego (que pesó 1,930 kg) asoció, recién de adulto, esa parte genética con sus gustos y el de sus hermanos, que siempre fueron diferentes. “Ellos son ingenieros; yo contador; ellos iban a un boliche; yo a otro. A ellos les decían culo y calzón’”, ejemplifica.

Trillizos Montero (Sebastián, Diego y Ezequiel de izquierda a derecha)

La primera anécdota en el hospital no se hizo esperar: los bebés más chiquitos compartían una incubadora. “Llegó una monja para el control y descubrió que Sebastián no estaba, un shock. Dieron aviso a la policía y también llamaron al médico, el doctor Fernández Campaña…”, relata Diego, el más sociable y “soñador” del equipo.

Y remata riendo: “En medio de la desesperación, apareció escondido en la funda de la almohada…”. Y hay más historias de aquellos tiempos: el hospital no tenía suficientes incubadoras y las autoridades ordenaron salir de inmediato a proveerlas.

Ya instalados en su hogar, amontonados –pero muy felices– Cecilia cargó a sus hijos en el auto y le tocó timbre al dueño de un complejo de departamentos. Le pidió financiación para comprar uno más confortable.

“Vio a mis hijos y se sensibilizó. Finalmente nos mudamos”, relata. Poco tiempo después, en 1975, se trasladaron a Palihue, donde los “trilli” pasaron su infancia y juventud.

Si bien, efectivamente, tenían ayuda, Cecilia recuerda los 24 pañales y chiripás que debían lavar, hervir, poner al sol y planchar por día. Y los biberones, rigurosamente cada tres horas, durante los primeros cinco meses.

Trillizos Montero hermosos

Los “trillis”, hoy

Poco quedó de esos tres bebés rubios que acaparaban la atención de propios y extraños.

Actualmente, dos de los tres –todos profesionales egresados de la Universidad Nacional del Sur—viven en Bahía, en tanto que Sebastián, ingeniero agrónomo, está radicado en Piura (Perú), donde produce arándanos. Tiene un hijo, Santiago, de 12 años.

Ezequiel es ingeniero electrónico y trabaja en la compañía Mega. Es papá de dos varones, Agustín (16) y Matías (12).

Diego, a pesar de ser Contador Público, es el más “volado”, según él mismo se autodefine. En 2000 renunció a su trabajo en la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) para dedicarse a la lucha contra la corrupción, tal como lo cuenta, y colaborar con la ONG Poder Ciudadano. En 2002 volvió a Bahía, abrió un negocio y poco después fue gerente en una cooperativa agropecuaria de Darregueira. Tras regresar, trabajó en la UNS y actualmente es docente de la Universidad Provincial del Sudoeste y colaborador del senador Andrés De Leo (Coalición Cívica). Diego tiene dos hijos: Tomás (11) y Alma (9).

Trillizos con la familia completa y algunos políticos

“¡Son tres!”; una bicicleta para todos, peleas cortas y el billete ganador del pozo

Brotan las historias, unas tras otras, de la infancia y la juventud. Como cuando su papá les dio la sorpresa con el regalo más anhelado, una bicicleta “Aurorita” color azul.

“Eso sí, era una sola. Nos turnábamos un ratito cada uno hasta que, por fin, cada cual tuvo la suya, de carrera, en la secundaria”, explica Diego, y agrega que no fue hasta el período de la universidad en que empezó a celebrar sus cumpleaños de manera individual.

Las peleas entre hermanos también eran algo frecuente, aunque resultaban ser muy cortas. “Siempre eran dos contra uno y el que quedaba solo perdía en el momento porque lo c… a trompadas”, evoca.

En diciembre de 1974 la familia vivió un episodio inolvidable. Ezequiel tenía diarrea y esa situación le dio a Osvaldo la idea de comprar un billete de lotería.

“Sacamos el gordo de Navidad. Un montón de plata. Incluso pudieron comprar un departamento en Mar del Plata y otro tanto guardaron en el banco. Pero llegó el Rodrigazo y toda esa plata quedó reducida a cenizas”, evoca.

Trillizos Montero con Osvaldo, su papá

Muchos años después, cuando los trillizos tenían ocho años, la suerte nuevamente estuvo de su lado.

“Papá ganó con el número 08 un Citroën M28 0 km en una rifa de 100 números del Club Estudiantes. Jugó ese número por nuestra edad”, detalla.

Fue durante una cena a beneficio del club y después de comer Diego recuerda el festejo multitudinario en su casa. “A la mañana siguiente teníamos el Citroën en el garaje”, rememora.

Cecilia pide cerrar la charla con la anécdota que cambió su vida para siempre: la tarde en que una radiografía daba la noticia de trillizos en el consultorio de Lavalle 11.

“Estaba de seis meses y fui la última en enterarme. Cuando el doctor vio tres bebés en la panza, le hizo señas a Nelly, mi mamá, quien fue angustiada a contarle a mi papá sin que yo supiera. Mi papá, Ovidio Cantarelli, le dio la noticia a mi marido y casi se muere. Todos acordaron que yo me enterara al día siguiente y a través del médico”, relata.

Pero esa noche, cuando Cecilia ignoraba que eran tres, el matrimonio Montero tenía una cena, también en el Club Estudiantes. Osvaldo estaba tan preocupado que no quería ir. Cecilia insistía: “¿Por qué? ¿Qué pasa?”, le preguntó a su esposo.

“¡Es que son tres! No vamos a tener un hijo ¡Vamos a tener tres!”, le respondió su marido. El resto es historia conocida y es, también, el mejor capítulo en la vida de Osvaldo y Cecilia.

Trillizos Montero (Diego, Ezequiel y Sebastián de izquierda a derecha)

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