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Por Saira Millaqueo

Eros de la diversidad

El cuerpo de las personas trans es territorio en disputa históricamente.

Por Saira Millaqueo, militante trans

El delantero francés Kylian Mbappe ha sido fotografiado en su yate junto a Inés Rau, la primera mujer trans en ser portada de la revista Playboy. Ninguno de ellos ha salido a desmentir los rumores de romance que datan sobres sus apariciones en la escena pública brindándose afecto.

Alrededor del mundo los comentarios no se hicieron esperar y castigaron a Mbappe con posturas machistas por verse inmerso en esa supuesta relación con Inés. En las mesas familiares y en los sets de programas de fútbol, se le recomienda a Mbappe “salir de ahí” porque se va a llevar una sorpresa, referencia directamente ligada a la cualidad de la mujer en cuestión. Es elocuente el tono peyorativo de las opiniones que acosan y enjuician a los hombres que se enamoran o relacionan con mujeres trans.

No he dejado de pensar la falta de conocimiento que hay sobre nuestra subjetividad, además en la incógnita que me surge, ¿Siempre se perseguirá mediática y socialmente a aquellos hombres que osen fijarse en nosotras?, o quizás algo más profundo ¿Es que acaso las mujeres trans no tenemos derecho a ser queridas, a ser deseadas? Hacer un ejercicio de introspección sobre porque se conoce poco y nada de la corporalidad, el deseo y la pasión trans es importantísimo.

El cuerpo de las personas trans es territorio en disputa históricamente. Desde paradigmas médicos, religiosos, jurídicos predeterminan la patologización que se ejecuta sobre nuestra anatomía, considerándola argumento válido para que en la memoria de la humanidad se reproduzcan diferencias y exclusiones, sobre todo condicionando la mera existencia a determinadas habilitaciones sociales. Así vemos como todavía nuestra identidad queda inserta en los manuales de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y en el inconsciente imaginario de las sociedades que entienden estos lineamientos como parte de la realidad.

Por otra parte, el desarrollo de la sexualidad es signado en la moral burguesa, donde las relaciones con el mundo de los afectos, el sexo y la pulsión libidinal, encuentran sus límites en la heteronormatividad. La genealogía impregna el ideario cultural de costumbres y tradiciones en las que el deseo de las personas trans no está narrado. Esta invisibilidad es el mecanismo para sostener un paradigma social dominante en el que el predominio de determinados grupos sociales impera sobre otros. 

Es claro que nada de esto sería factible, sin la obediencia de cada una de estas directrices, que son formuladas casi por principio divino. Ante el menor desacato aparece el castigo moral que cae como sentencia inquisidora a aquellos que osan darle lugar a las pasiones. Así la represión se convierte en burla, chistes, persecución y rechazo a esa otredad desconocida. La sexualidad y la genitalidad se convierten en puntos de observación de una sociedad que exige respuestas sobre cómo y qué haremos con lo que tenemos entre las piernas. La sola presencia de una mujer trans en cualquier ámbito social sigue escandalizando a mujeres y hombres.

Esta es la cultura emocional en la que nos han desprovisto hasta del derecho a amar. Atreverse a construir otro Eros es el ejercicio que necesitamos para revertirlo. Relatar que el deseo trans este encendido a pesar de las barreras prohibitivas. Mostrarnos apasionadas ante las miradas que intentan recluirnos a una historia oscura. Desnaturalizar esas condiciones biomédicas que nos clasifican. En fin, visibilizarnos vivas de goce y amor para que en la conciencia de la civilización deje de latir el impulso de condenar nuestras existencias y de quienes nos desean. Mientras escribo, pienso en la cantidad de adolescentes que hoy habitan las palestras sin los complejos que esta cultura te puede ocasionar y que tienen la posibilidad de desandar el derecho a amar. En plenitud, porque no hay nada más pleno que sentir deseo sin miedo a las miradas o palabras inquisidoras. No hay nada más libre que caminar abrazado de la persona que amas sin tener que rendir cuenta por ello. No hay nada más pleno que ser libre en la diversidad.

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