DE AYER A HOY
"Pasaron ya dos años de mi salida del Grupo Universitario, pero aún duele"
Daniel Arrúa se sumergió en su vertiginosa carrera. Ese concurso ganado a los nueve años. La muerte de su padre lo encontró en medio de una gira por Europa. Y un modo de vida: “Disfruto de hacer amigos”.
Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco
La música no solamente es una forma de comunicar, sino un estilo de vida. El lenguaje muchas veces implícito, con la impronta de quien lo ejecuta, conforma un modo de acercar la distancia entre el artista y su público. Cuando esa relación perdura en el tiempo, sobran los sentidos y alcanza solo con el oído para alimentar la sinergía propia de la que comenzamos a hablar al inicio del artículo.
Misteriosamente, Bahía Blanca fue cuna de talentos, muchos de ellos destacándose con el transcurrir de las generaciones, y una buena parte abrazando la vigencia pese al paso de los años. El denominador común en prácticamente todos los casos fue abrazar el oficio casi al nacer y no soltarlo más. Todo un mérito, teniendo en cuenta lo difícil que suele resultar autogestionarse y ser sustentable económicamente.
Daniel Arrúa consiguió romper prácticamente todos y cada uno de los moldes. Carisma y tenacidad nunca le faltó, ganó popularidad junto al Grupo Universitario, pero caminó un derrotero donde no escasearon las espinas y los sacrificios. Hoy, LA BRÚJULA 24 se toma un café con alguien que, además de haber gozado junto a sus músicos y “teloneando” a Rafaela Carrá y Sandro o, en otra etapa, hacer levantar de la silla a Diego Maradona en el balneario Marisol y un año más tarde en Mar del Plata, vive una etapa en la cual la voz del GPS suena en su cabeza con la inconfundible palabra: recalculando.
“Circunstancialmente nací en Puerto Belgrano, en tiempos en los que mi papá trabajaba en la Base Naval, siendo civil. Viví los primeros meses de mi vida en Punta Alta, hasta que junto a mis padres vinimos a Bahía Blanca, antes de la llegada de mis dos hermanas menores, Silvina y Viviana”, exclamó Danny con una sonrisa en su rostro al inicio de la conversación, la misma que permaneció imperturbable durante los 30 minutos de charla.
Y prosiguió con el relato de quien fue el sostén familiar, en el seno de un hogar de clase media: “Mi padre consiguió un empleo como fundidor en el Colegio La Piedad, después de haber estudiado el oficio por correo, lo que le otorgó el título de técnico. Con el transcurrir de los años, lo contrataron en LU2, donde empezó limpiando pisos y fue ascendiendo hasta que llegó a ser jefe de exteriores de la radio”.
“Toda mi niñez transcurrió en el Barrio Noroeste, inicialmente en una casa ubicada en Mendoza al 1600. Pese a mi baja estatura jugaba al básquet en el club Velocidad y Resistencia, aunque ya desde los cinco años me gustaba cantar en la vereda de mi casa que por ese entonces era en Bolivia al 500, luego de una nueva mudanza”, describió, mientras acomodaba el sobre de azúcar antes de verter su contenido en la taza.
Rápidamente, el destino le iba a entregar una señal positiva: “El primer golpe de efecto en mi carrera fue haber participado con nueve años en un programa que se llamaba ‘Hoy Actúa Usted’ que se emitía en dúplex en Canal 9 y en LU2. Tuve la suerte de ganar el concurso, interpretando canciones de Yaco Monti, un evento en el que se tocaba en vivo con los músicos en escena y sin pistas grabadas”.
“Era muy chico y los nervios me hacían temblar como una hoja, pero fue una buena prueba para la vida, tanto o más importante como el acompañamiento de mi familia, mi viejo fue mi mayor soporte y no porque a mi mamá le disgustara, pero era él quien me envalentonaba a seguir adelante”, añadió, en otro segmento de su testimonio en un conocido café de la avenida Alem.
Su memoria prodigiosa pudo mucho más: “El primer tema que hice en ese concurso fue ‘Siempre Te Recordaré’, una canción en un registro altísimo, pero gracias a mi voz aniñada de ese entonces, podía alcanzar las notas. Con el tiempo pude conocer a Yaco Monti, cuando vino a la fonoplatea y no solo me regaló un disco, sino que me dio la dirección para que lo vaya a visitar a Buenos Aires”.
“Hice los estudios primarios en la Escuela Nº 97, sobre calle Malvinas, enfrente al paredón del ferrocarril, entre Moreno y Rondeau. Debo admitir que nunca me gustó estudiar, quería ser músico y, si bien soy profesor de guitarra, hoy me ponés una partitura enfrente y son manchas de moscas en una hoja (risas). Tuve un docente al que le faltaban dos dedos y que fue un fenómeno a partir de su forma de enseñanza, más allá de que nunca me até a un pentagrama”, aclaró, con la simpleza de aquel que sabe lo que es comenzar de abajo.
Sin embargo, antes de dar el gran salto, se la tuvo que rebuscar: “Nunca dejé la música, pero a los 11 años mi primer trabajo fue de armador de tranqueras, luego ingresé a la concesionaria Amado Cattaneo donde estuve dos años como cadete-administrativo hasta que me aburrí y apareció otra oportunidad. A raíz del fallecimiento de mi tío, surgió una vacante en el ferrocarril y, al ser familiar, tuve prioridad. Tenía 15 años, me levantaba a las 3 de la mañana y me iba todos los días a Ingeniero White”.
“Soy oficial en rectificación de motores, actividad que pude ejercer en una empresa que se llamaba Gullini y Cía. que estaba en Vieytes 1268. Fue el primer empleo prolongado que tuve porque permanecí diez años como parte de la firma, ocurre que los metales rectificados y las guitarras no se llevan bien, porque estás permanentemente cortado en las manos, es casi como laburar con cuchillos”, aseguró Arrúa, siendo consciente del sacrificio que implicaba llevar esa rutina.
Animarse a más fue uno de sus lemas y lo demostró con hechos: “Coincidió con los tiempos en los que el Grupo Universitario estaba en pleno auge y como nos salió la posibilidad de la gira por Europa, termino renunciando, aunque siempre dejando una puerta abierta para regresar. Estábamos tocando en Mister Chaplin, pegado al club Liniers, y viene Mario Capriotti, que en su momento fue dueño de Daytona, y nos propone llevarnos al exterior, donde él había hecho una carrera de 14 años”.
“La primera reacción fue casi de incredulidad, pero a los dos meses llaman al teléfono fijo de la casa de mi vecina para confirmarnos que teníamos que viajar a Europa, que vendamos todos los equipos para afrontar dos años de gira con todos los contratos cerrados. Para ese entonces, estaba casado, tenía hijos, pero el contexto del país no daba para más, por eso no lo dudamos y compramos los pasajes casi con los ojos cerrados”, subrayó, orgulloso de ese paso adelante.
Se habían convertido en profesionales, en el caso de Danny, lo que había soñado: “Cada 15 días teníamos un lugar distinto para tocar, arrancamos en Viena, después Münich, nos presentamos en Suiza, entre otros lugares porque fueron nueve países en total los que nos permitió conocer la música, con la particularidad de que no tocábamos para un público latino, en general en centros de esquí”.
“En medio de esos dos años lejos de casa, tuve la desgracia de perder a mi papá, falleció durante el lapso de la gira por Europa. Recuerdo que lo llamé por teléfono, grabé la conversación para hacérsela escuchar a mi mamá, y como siempre me contó un cuento”, relató, como el trago más amargo de aquella experiencia lejos de casa y sus afectos.
Por ese entonces era tanto o más conocido que él en la ciudad: “Le decían “el Paisano” y era amigo de (Luis) Landriscina y también de Eduardo Falú que estuvo en casa tocando la guitarra. En esa última comunicación me cuenta que lo tenían que operar del corazón, a raíz de un dolor a la altura del hombro. Me estaba acompañando mi actual ex mujer, quien había viajado a Europa para pasar unos días conmigo”.
“A las 24 horas vuelvo a llamar a Argentina y ahí me comunican que mi papá había fallecido. Cuando me volví al país, un año después del desenlace, me enteré que fue mala praxis y no solo eso, recién caí de que estaba muerto cuando vi la tumba, un difícil trance que me tocó atravesar en la vida”, reconoció Arrúa, con la mirada húmeda por las lágrimas que brotan ante aquella situación traumática.
La decisión posterior no fue sencilla, pero en conjunto meditada y sin arrepentimientos: “Para todo esto, cuando se cumplió el contrato, pretendían que nos quedemos en Europa porque éramos la banda número uno de la agencia en Austria. Nos ofrecían un contrato por otros cinco años, más allá de que había grupos que sonaban incluso mejor que nosotros, pero ese feedback que ofrecíamos con el público era el sello que nos garantizaba el éxito”.
“Una vez tocamos en un crucero que hacía Helsinski-Estocolmo, todos los días durante un mes y medio, y para darse una idea de la magnitud del lugar, cuando nosotros subíamos al barco, bajó Keith Richards (guitarrista de los Rolling Stones) que había hecho un show solista, algo totalmente impensado”, contó Danny, orgulloso de lo que vivió en aquel entonces junto a su banda.
Consultado sobre la clave del éxito, ensayó una explicación: “Quizás el hecho de cómo nos movíamos sobre el escenario y cómo hacíamos bailar al público europeo nos permitió ganarnos el respeto y cariño. El regreso a Argentina no fue fácil, cuando aterrizamos en Ezeiza, en la Aduana nos robaron todos los equipos. Me había traído dos guitarras, pedaleras y mi equipaje estaba tajeado con cuchillo, solo habían dejado los estuches vacíos. La única que nos reconoció algo fue la empresa aérea Iberia que pagó por el valor de los kilos que pesaban las valijas y el resto se lavó las manos. Hasta nos pusieron ametralladoras en la espalda. Había gastado los ahorros de las dos temporadas, unos 15 mil dólares, y de golpe me encontré con que no me había quedado nada”.
“Era principios de la década del 90 y no nos quedó otra que arrancar de cero, íbamos a hacer un Teatro Don Bosco y terminamos haciendo tres, con gente sentada en los pasillos. Como Grupo Universitario nos habíamos hecho un nombre, aún éramos cinco los integrantes que nos llevábamos realmente bien, más allá de cualquier discrepancia que pueda aparecer en cualquier familia. Y eso se solidificó en Europa que sabíamos que si nos peleábamos, dónde íbamos a ir”, sostuvo, sobre ese volver a empezar.
Personalmente, también abarcó un aspecto del rubro poco explorado: “Mi otro caballito de batalla fue el de la realización de yingles publicitarios, siendo uno de los más recordados el que grabé para la desaparecida casa de electrodomésticos Logui, contratado por la agencia de Daniel Volpe. También trabajé con el ‘Flaco’ Filiberto, hasta que me largué solo, actividad que ejerzo hasta el día de la fecha, incluso post-pandemia que ha dejado secuelas muy negativas en materia publicitaria”.
“En mis inicios, para realizar el spot de una empresa, contrataba músicos y ahora lo puedo hacer yo mismo. Actualmente cuento con el apoyo invalorable de Pablo de la Loza, un verdadero genio que me explica cómo hacer las cosas y que tiene la humildad de aconsejarme y resolver un problema que me surgió con la computadora, material clave para mi labor, mientras trabaja con artistas de la talla de Enrique Iglesias y Thalía, entre otros”, esgrimió, respecto a uno de los puntales de su devenir diario.
Luego, no eludió la consulta que desde hace varios meses ganó la calle: “Haber dejado de pertenecer al Grupo Universitario lo puedo comparar con que me hubiesen cortado un dedo, porque con Mario (Jarque) estuvimos 42 años juntos y, de golpe, no poder seguir es horrible. Pasaron dos años de esa drástica salida y no siento ganas de tocar independientemente de alguna participación puntual que pude haber hecho estos meses y más allá de que extraño el escenario porque la comida del músico es el aplauso”.
“Duele porque afloran muchos recuerdos, por ejemplo rememorar el surgimiento del nombre de la banda que emerge de una reunión informal con la persona que nos iba a contratar por primera vez, era el dueño de un boliche en Río Colorado. No teníamos nombre y fue ahí que me iluminé y como estábamos parados en la esquina de avenida Alem y San Juan surgió ‘Grupo Univesitario’. Hemos llegado a hacer 160 shows en un año, una verdadera locura”, dijo Arrúa, ingresando al tramo final del ida y vuelta con este cronista.
Su rutina diaria lo define como un hombre tranquilo: “No salgo mucho de mi casa, voy al supermercado chino que está a la vuelta, disfruto de cocinar, componer música y en eso se basa mi vida, además de ver a mi mamá y mis hijos. Soy músico y llevé siempre una vida como tal, manteniendo un buen vínculo con los dueños de los lugares en los que uno se presenta porque, ante todo, me considero un ser agradecido con quien te contrata”.
y muchos de ellos nos llevaban más de una vez al año. Sin embargo, en mi espíritu está siempre esa filosofía de trabajo en la que trato de interiorizarme antes de cada una de las presentaciones sobre qué perfil de público va a asistir”, agregó, sobre la manera de manejarse en el ambiente.
Por último, se definió con una frase y una actitud que repite luego de cada show: “Soy un tipo al que le encanta hacer amigos, pero siempre prioricé el hecho de, en lugar de bajar del escenario y sacarme fotos o firmar autógrafos, regalo las púas con las que toco la guitarra y que normalmente tienen grabado mi nombre. Ese gesto que vale más que cualquier otro para la persona que se te acerca”.
Danny se distiende, sabe en su fibra más íntima que su futuro como músico está en etapa de definiciones. Sin embargo, no se apresura a elegir el camino. Opciones no le faltan y, mientras tanto, evoca el pasado como aquel que es un agradecido de los vericuetos que sorteó exitosamente en su vida. Pero no fue suerte, tampoco magia, el reconocimiento lo tiene bien ganado y, por eso, también disfruta del cariño de la gente.
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