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DE AYER A HOY

Bruni, el primer utilero: “Hoy siento el respeto del ambiente del básquet”

“Coco” es el símbolo de las selecciones bahienses de básquet. Vivió de cerca el crecimiento de las generaciones más virtuosas. Su vivencia con la Selección Argentina. Y las anécdotas recogidas durante décadas.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Los grandes momentos de la historia quedan reservados para unos pocos privilegiados que, por mérito propio, han sido protagonistas de esas epopeyas, gestas que se guardan en la memoria y, en tiempos pasados, solo podían ser parte de alguna crónica aislada de la casi nula existencia de medios de comunicación de antaño o quienes de manera circunstancial se dieron el lujo de ser meros espectadores de lujo.

En el deporte, con el transcurrir del tiempo, se dimensionan las inestimables proezas de las diferentes generaciones que, en el caso de Bahía Blanca y el básquet en particular, han sido un faro brillando con luz propia, admirado por todos. Casualidad o no, en esta ciudad se ha generado una sinergia que despierta el orgullo de propios y admiración de los que son ajenos.

Tal vez con menos prensa que los que toman decisiones dentro de un rectángulo de juego, “Coco” Bruni se destaca por haber sido el primer utilero que tuvo la Asociación Bahiense y las décadas ininterrumpidas trabajando para que no les falte nada a los jugadores de las distintas selecciones, incluso cuando le tocó desempeñarse en la de Argentina. En La Brújula 24, dejó su sello una de las personas más queridas en el ambiente. 

“Mi nombre completo es Oscar Rubén Bruni, pero de un largo tiempo a esta parte y para todos los que me conocen soy simplemente ‘Coco’. Nací en Bahía Blanca un 11 de febrero de 1932, por lo que cumplí los 92 años hace apenas unas semanas”, resumió el querido protagonista de esta sección tradicional de los sábados. 

Al recapitular, destacó que “los primeros años de mi vida transcurrieron en una casa de la calle Thompson 47, justo enfrente de lo que por entonces era el Club Pacífico. Recuerdo que saltaba la pared para ir a tirar al aro de básquet (risas) y el canchero que era un hombre de origen italiano me advertía que solo me prestaba la pelota si luego regaba la cancha”.

“Como mi familia sabía que estaba seguro ahí, me dejaban quedarme hasta más tarde y terminaba entreverado con el plantel de Primera porque siempre faltaba alguno. Tuve un hermano menor que trabajó en la Carnicería Sansinena de General Cerri y fue tesorero del Banco Italia”, sostuvo, en la comodidad del living de su departamento.

Consultado respecto a su formación, puntualizó: “Fui a la Escuela Nº 34, que estaba enfrente al club Estudiantes sobre la calle Santa Fe, donde ahora hay un edificio muy grande. Luego, concurrí unos años al Colegio Don Bosco, hasta que a los 13 años, estando de vacaciones y con unos muchachos en la puerta del Bar Méndez de Thompson y Donado, me puse a pensar qué hacía charlando con ellos”.

“Sentía que tenía que ayudar en mi casa, aportando algunos pesos porque mi papá, que era gasista matriculado y hacía mantenimiento en general, volvía todos los días cansado, con la comida que había comprado para nosotros cargando su pesada caja de herramientas”, afirmó “Coco”, con un firme tono de voz.

Desde muy joven tomó responsabilidades propias de los adultos: “Mi primer trabajo fue en la Farmacia Almada y lo conseguí de una manera muy particular porque en la puerta del local había una bicicleta apoyada y nadie la usaba. Ese día llovía y tenían muchos medicamentos para entregar, sin embargo les dije que estaba dispuesto a repartir porque quizás había viejitos que necesitaban sus remedios”.

“La gente me ofrecía propina y yo no la quería, solo me alcanzaba con que supieran que si compraban iba a haber una persona que les iba a acercar su medicación. Aquel primer día mi mamá me buscó desesperadamente porque no le avisé nada de mi intención de tener un empleo”, comentó Bruni.

Pero a la anécdota le quedaba un capítulo: “Cuando llegué a mi casa tuve que explicarle y ella me dijo que tenía que ir a estudiar taquigrafía y mecanografía en la Escuela Caronti. Estoy eternamente agradecido porque fue algo que con el correr de los años pude ir aplicando en otros empleos, por ejemplo cuando con 15 años me contrataron en Hierromat”. 

“Para jugar al básquet de niño era difícil porque no todos los clubes tenían premini o mini, razón por la cual comencé en Infantiles. Un día me encontré a un señor que se acomodaba sobre la baranda de la cancha y miraba cómo entrenamos, un hombre que usaba sombrero y era nada más y nada menos que Abel Bournaud, que era presidente del club”, infirió, al empezar a promediar el ida y vuelta con este cronista.  

Automáticamente, sintió que tocaba el cielo con la manos, con la ilusión propia de un chico: “En una oportunidad me dijo, ‘jovencito, venga, ¿Usted quiere jugar acá?’ a lo que le respondí afirmativamente, por lo que me pidió que al día siguiente le traiga dos fotos para hacerme la ficha correspondiente. Mi papá me llevó a una plaza para tomar las imágenes y se las llevé al club para que me haga el carnet”.

“Fueron 25 años vinculado activamente a Pacífico, como jugador, entrenador y dirigente, incluso me tocó vivir muy de cerca la mudanza de la institución a la esquina de Castelli y Charlone. Los comienzos no fueron fáciles porque había que calentar la caldera para poder bañarnos después de cada práctica, todo muy artesanal”, comentó un entrañable “Coco”, con sus ojos que se tornaron aún más claros por la emoción que lo embargaba.

Era una etapa donde los lujos no abundaban: “Los inviernos no eran como los de ahora, a la mañana cuando tenía que entrenar a los chicos, abrías la canilla y el chorro de agua salía prácticamente congelado. Para que la institución no gaste en luz, me quedaba entrenando en soledad a la noche, a la luz de la luna y con el reflejo del brillo que llegaba desde las canchas de tenis”. 

“Fui el primer utilero de la Asociación Bahiense de Básquet, lugar al que ingresé por (Bill Américo) Brusa, en ocasión de un torneo regional que se disputaba en Coronel Dorrego y del que participaban los seleccionados de toda la zona”, aseguró Bruni, con una memoria prodigiosa. 

Su debut fue soñado: “Nos tocó ganar y lloré como un chico porque, si bien no lo había podido conseguir como jugador, era la primera vez que me tocaba ganar un torneo representando a Bahía Blanca. ‘Cacho’ Feliziani fue otro de los que me invitó a ser parte del staff porque no había nadie que lleve las pelotas, el agua y las toallas”.

“Una vez que empecé, me entusiasmé de tal manera que no lo dejé de hacer nunca más, sumado a que nadie quería tomar esa responsabilidad porque era bastante sacrificado, requería de mucho trabajo. Tuve la suerte de ser parte de una época del básquet bahiense, tanto con las categorías menores como con los jugadores más grandes”, infirió una de las leyendas vivientes que tiene el básquet de la ciudad.

Consultado respecto a la buena onda reinante en los diferentes grupos que integró, dijo: “Me sentí muy respetado por todas las generaciones, algo que le agradezco a las distintas camadas, porque sabían que uno estaba al pie del cañón para acercar lo que necesiten en el momento. A los chicos hay que ayudarlos, tratarlos con afecto y saber aconsejarlos cuando la situación lo requiere”.

“Uno durante el año termina conviviendo mucho tiempo con ellos, teniendo en cuenta que había infinidad de certámenes en las distintas categorías. Tuve la suerte de ser utilero de la Selección Argentina en 1967, en el Mundial de Uruguay, disputado en El Cilindro”, lanzó un agradecido Bruni con todo lo que le tocó vivir cerca del deporte.

Otro episodio lo conmovió hasta las lágrimas: “En ese certamen, junto a “Coco” Ferrandi, lloramos de la emoción cada vez que escuchábamos el Himno Nacional Argentino. Era un equipo compuesto por la trilogía bahiense: (Atilio José) Fruet, (Alberto Pedro) Cabrera y (José Ignacio) De Lizaso y el resto jugadores de Buenos Aires”.

“En aquel certamen nos tocó enfrentarnos a Japón, Estados Unidos y Rusia que nos hizo 100 puntos”, recalcó, al tiempo que marcó diferencias entre el juego actual y el de antaño: “Me gusta más el básquet de ahora porque uno puede ver a un chico de ocho años pasarse la pelota por debajo de sus piernas con una agilidad impropia para los de esa edad en una época pasada”.

“Lo mismo cuando hacen un giro o ponen una cortina, imposible compararlo con la etapa del pobre ‘Beto’ (Cabrera) que se las ingeniaba para llevar la pelota como podía. Mi último torneo como utilero fue uno de juveniles en Olavarría, con Mario Errazu que estaba como director técnico, mucho antes de la pandemia”, evidenció “Coco”. 

Aquella despedida iba a ser con gloria: “Nos tocó ganar el título, un broche de oro hermoso porque, si bien uno aún extraña aquello, a mi edad ya no puedo realizar la tarea como amerita la situación. Tené en cuenta que son cinco prendas de vestir para doce jugadores que integran un plantel las que tenés que cargar todos los días, además del agua, el botiquín y el hielo”. 

“Hicimos dos visitas a (Juan Domingo) Perón, porque quería conocer quiénes éramos los que estábamos detrás de Bahía Blanca como capital del básquet. Estaba muy sorprendido porque nadie nos ganaba, por eso el anhelo de querer vernos en Buenos Aires, nos puso un avión a disposición y allá fuimos con Fruet, Cabrera y De Lizaso”, refirió, en el tramo final del diálogo. 

Pese a que estuvo casi siempre, algún campeonato se perdió: “No era sencillo en diferentes momentos poder compatibilizar mi trabajo particular con el básquet, cada vez que Brusa iba a pedir que me permitan viajar, el gerente de la empresa temblaba (risas). Si bien casi siempre lograba convencerlo, a China y Canadá no pude ir por motivos laborales, eran muchos días y no me podía ausentar tanto tiempo”. 

“Mi esposa, a quien extraño cada día, era profesora de piano pese a que tenía dificultades en la vista, llegó a dar dos conciertos en la Biblioteca Rivadavia. Cuando nos mudamos al edificio donde vivo actualmente, se complicó para seguir dando clases porque los vecinos se quejaban del ruido”, añadió, en relación a su vida particular.

Asimismo, agregó: “Tengo dos hijos y cinco nietos, una familia hermosa y muy unida, pero además, pese a que vivo solo me gusta mucho leer, estar informado, escuchar radio y mirar televisión. Soy un agradecido de que, pese a mi avanzada edad, me puedo valer por mi mismo, hasta salgo todos los días a hacer las compras”.

“Lo más lindo que me ha dado la vida es la gran cantidad de amigos, al día de hoy estamos en contacto con (Jorge) Cortondo, (Adrián) Monachesi y (Raúl) López. Incluso, hace poco fuimos reconocidos en el Teatro Municipal, junto a aquellos que lamentablemente ya se han ido de este mundo, pero siguen presentes en la memoria de todos nosotros”, finalizó.

“Coco” no pierde la magia, su estilo extrovertido lo transforma en un amigo de todos los que tienen la dicha de compartir un momento con él. La fórmula para gozar de tan buena salud es simple, porque Bruni nunca se queda quieto, es sano y se cuida, pero por sobre todas las cosas, nunca falta el amor de su familia y amigos. Si a eso se le suma que no reniega de los golpes que le ha dado la vida y mantiene vivos los recuerdos, el combo es el ideal para seguir disfrutando de sus historias. 

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