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DE AYER A HOY

“En temas de inclusión hay buenas intenciones, pero falta concientizar”

Gustavo Barberón, uno de los bahienses más queridos. El episodio traumático al nacer. El deporte como herramienta. Y su cruda confesión: “Me preocupa qué va a ser de mí cuando falten mis padres”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

La sensibilidad es una cualidad que se puede ejercitar, permitiendo expresar las emociones sin temor ni vergüenza a lo que puedan opinar los que nos rodean. Dicha virtud potencia la empatía y permite observar más allá de lo individual, entendiendo a la sociedad como un esquema colectivo, donde la convivencia civilizada es un valor que no se negocia bajo ningún punto de vista.

La igualdad de oportunidades es una temática que ha ido ganando terreno como un aspecto en el que hay mucho por trabajar. La inclusión, en paralelo con lo expuesto anteriormente, se promueve desde las más altas esferas, más allá de la efectividad que pueda tener el mensaje a través del cual se busca educar y generar conciencia.

Solo basta con salir a la calle de manera usual para cruzarse con Gustavo Barberón, un hombre íntegro que se ha convertido en ícono dentro de la ciudad. Comprometido con la causa y activo permanentemente, lejos de ocultarse, regala con su buena vibra un mensaje de optimismo. En LA BRÚJULA 24, nos invita a comprender el verdadero sentido de la vida y con el corazón en la mano, expresa sus sentimientos en un mundo, a veces, muy injusto.

“Técnicamente tengo que decir que nací en Bahía Blanca hace 59 años, pese a que vivía en Punta Alta. Mis padres decidieron venir a esta ciudad para mi llegada al mundo porque acá había mejores hospitales”, especificó al inicio de su testimonio, feliz por la convocatoria de este cronista.

En paralelo, sumó un dato clave, que lo marcó para el resto de su vida: “Si bien a mi mamá le dieron de alta, en mi caso tuve que transitar unos cuatro días en la incubadora porque el obstetra utilizó fórceps (pinzas desarticulables diseñadas para realizar presión en el polo cefálico fetal) y apretó mi cerebro, afectando la parte motriz”. 

“Los médicos les dijeron a mis padres que, a raíz de eso, iba a quedar con una discapacidad, pero no podían aseverar exactamente el grado de la misma. A los seis meses, cuando cualquier chico se empieza a sentar o intenta ponerse de pie, yo no podía hacerlo”, esgrimió Barberón, mientras se alistaba a beber su jugo de naranja.

Su familia tuvo que sobreponerse a los duros golpes, pero el amor pudo más: “Mi mamá, después de que yo naciera, perdió tres embarazos y luego junto con mi papá adoptaron a mi hermano menor que se llama Guillermo, quien me regaló dos sobrinas a las que quiero mucho”. 

“Cuando cumplí un año me llevaron a un neurólogo de Capital Federal, quien manifestó que tenía un daño parcial a nivel cerebral, en especial el hemisferio que controla la función motora. Y les advirtió que iba a ser difícil para mí, cuando empezara a tomar conciencia de la situación, algo que se dio antes de mi adolescencia”, resaltó, en otro segmento de la nota con esta sección del diario digital.

Consultado en relación a su formación, un ítem decisivo para su desenvolvimiento a futuro, explicó que “fui a la Escuela Especial Nº 509, viajaba con mi mamá todos los días en colectivo desde Punta Alta, luego también comencé a ir a Irel por lo que nos mudamos definitivamente a Bahía Blanca”.

“Mi papá siguió trabajando en la Cooperativa Eléctrica de la localidad cabecera del partido de Coronel Rosales, por lo que a diario tenía que hacer los casi 35 kilómetros que hay entre una ciudad y la otra”, comentó, marcando el sacrificio que implicó para su entorno brindarle la mejor calidad de vida posible. 

Lejos de criarlo puertas adentro, tuvo la posibilidad de vincularse con la sociedad a partir de la niñez misma: “Desde que nací me gusta el deporte, ya cuando era chiquito mi papá me llevaba a las canchas de fútbol a ver los partidos. En la cuadra de mi abuela vivían muchos chicos y me ponían en el arco, me arrodillaba y atajaba (risas)”. 

“Entre 1979 y 1981 pude competir en los Juegos Infantiles en Buenos Aires, integrando una delegación de Irel, era un encuentro a nivel nacional, de carácter recreativo en el que se lanzaba la bala y la jabalina y se practicaba la natación, entre otras disciplinas”, apuntó “El Colo”, promediando el ida y vuelta con este cronista.

“En aquel entonces y aunque hoy parezca mentira no se tenía mucha idea de lo que era la discapacidad, razón por la cual le hice el planteo al entrenador de que no iba a poder participar más porque me pasaba de edad. En realidad, el problema era que había mucha diferencia entre un discapacitado motor y una persona con parálisis cerebral”, afirmó el entrevistado, mientras recibía el saludo de los ocasionales visitantes del lugar donde se llevó adelante la nota. 

Y lo argumentó: “No existían certámenes para gente como yo, hasta que en 1982 recibí una invitación en Irel para ser parte del primer torneo para atletas con parálisis cerebral. Cuando llegué al evento, aquel profesor al que le había manifestado que no iba a continuar compitiendo me dijo que lo había organizado por lo que le había dicho el año anterior”. 

“En 1987 junté coraje y me anoté en la segunda edición de la competencia pedestre de La Nueva Provincia. Me inscribí pese a que no había una categoría específica para personas con parálisis cerebral, con la idea de poder dar una vuelta a la Plaza Rivadavia”, sostuvo, con cierta picardía.

No obstante, a Gustavo le plantearon un desafío y no se amilanó: “Daniel Matoso me preguntó si me animaba a hacer un trayecto todavía más largo, el de los infantiles, que constaba de 1200 metros, respondí afirmativamente y lo cubrí en 45 minutos. Me tomaron el tiempo con un almanaque (risas)”. 

“De chico pensaba que cuando cumpliera 21 años iba a poder manejar, trabajar y tener novia, pero no pude cumplir nada de eso. Sufrí una depresión muy importante porque todos mis amigos de Punta Alta pudieron seguir estudiando y forjando un proyecto de vida”, dijo, con un dejo de melancolía. 

Independientemente de eso, jamás bajó los brazos y se sobrepuso a la adversidad: “No fueron tiempos fáciles, pero pude salir adelante gracias a que encontré en un grupo de colaboradores de una iglesia cristiana el lugar para poder dejar atrás ese pozo enorme en el que había caído, un precipicio profundo”.

“Muchas veces cuando voy por la calle, las personas detienen su marcha para preguntarme si preciso algo, también me ocurre que en ocasiones los automovilistas frenan sus vehículos y me hacen señas para pasar, esos son ejemplos positivos de la interacción con la gente”, refirió, al puntualizar la columna del haber. 

En contrapartida, resumió que “otras veces, como no me entienden cuando les hablo, me ignoran porque creen que les estoy pidiendo dinero. No me molesta tener que repetir lo que estoy diciendo, porque incluso para hacerme entender apelo a las señas o hasta escribo en mi teléfono celular para que lean lo que quiero decir, más allá de mis faltas de ortografía (risas)”. 

“Hago una vida normal, como la de cualquier otro habitante, estoy fuertemente vinculado con Discapacitados Unidos Bahienses (D.U.Ba.). Con frecuencia, cuando voy a un negocio en el que hay un escalón, pido ser atendido afuera y una vez que pago por lo que fui a comprar, le sugiero que trate de hacer una rampa”, infirió “El Colo”. 

A modo de crítica constructiva, lanzó una clara sugerencia: “Considero que en el Código de Construcción municipal debería estar especificado que los edificios tengan un acceso más inclusivo, que las rampas se construyan como se debe, bajo las medidas que rigen a nivel internacional”. 

“Es cierto que hemos avanzado en materia de inclusión y los bahienses me ayudan mucho, aún falta una dosis de concientización porque no alcanza con buenas intenciones que en situaciones no saben cómo actuar y me terminan esquivando”, destacó, al epílogo de una movilizante conversación.

En paralelo, recalcó que, en este escenario, “sería indispensable que las autoridades que tendrían que estar al frente de la temática de la discapacidad deberíamos ser nosotros mismos o ciudadanos comprometidos con este aspecto, sean familiares directos o profesionales idóneos”.

“Si bien en nuestro ámbito ya se está empezando a hablar un poco más, la sexualidad en personas con discapacidad debería ser una temática que se aborde con más naturalidad porque uno también es un ser humano”, promovió, como uno de los puntos impostergables a tener en consideración.

Al epílogo, se puso aún más melancólico: “En lo personal, me preocupa qué sería de mí el día que falten mis padres, quienes están próximos a cumplir 61 años de casados. Estos dos temas antes no los podía hablar porque se me caían las lágrimas, pero ahora los puedo abordar con absoluta normalidad”.

Gustavo está a gusto en la mesa de ese café y es que le encanta conocer gente, compartir momentos y hacer nuevos amigos. Con la lucidez de un fuera de serie, tiene en claro cuál es su misión. En ningún momento pierde de vista la cruzada que afronta cada día, esa que lo pone frente a un mundo que suele plantear reveses y adversidades. El aspecto más loable de su persona es el hecho de no guardarle rencor a nadie y es eso lo que lo pinta de cuerpo entero.

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