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DE AYER A HOY

La resiliencia del exfiscal con una carrera intachable en el Poder Judicial

Alejado del Ministerio Público, Julián Martínez evaluó cómo mutó el delito. Las peripecias de salud que dejó atrás. Y una confesión: “Preparaba mentalmente los alegatos mientras hacía actividad física”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

El protagonista del artículo que se ha convertido en un clásico para los ávidos lectores de las historias detrás de las personalidades llevó consigo el anhelo de trascender. Luego de graduarse en Derecho en La Plata, regresó a su ciudad natal para embarcarse en una carrera en el Poder Judicial que lo destacaría como una figura respetada y admirada en su comunidad. 

Con enorme dedicación y notorio compromiso, ascendió en las filas dentro del fuero penal, desempeñándose con integridad y sabiduría en cada caso que llegaba a sus manos, demostrando su profundo amor por la ley y el servicio a su comunidad. Sin embargo, años antes de su jubilación, enfrentó una serie de complicaciones de salud que pusieron a prueba su fortaleza física y mental. 

A pesar de los desafíos, su determinación y espíritu inquebrantable lo llevaron a enfrentar cada obstáculo con valentía y perseverancia. Con el apoyo de su familia, amigos y colegas, logró recuperarse y superar las adversidades, regresando a su vida habitual con renovado vigor y gratitud. Julián Martínez, otrora fiscal general adjunto hasta el último día de octubre de 2023 se animó a la nutritiva experiencia de abrir el libro de su vida y compartirlo con LA BRÚJULA 24.

“Mi nombre completo es Julián Osvaldo Martínez Sebastián, con la particularidad de que este último es mi apellido materno que, cuando llegué a Bahía Blanca y por el consejo de una jueza amiga, lo agregué porque en esa época ya había tres colegas que se llamaban igual que yo”, aseguró, iniciando una conversación que iba a tener ribetes sumamente interesantes con el correr de la misma. 

Sumando datos ligados a su vida personal, añadió que “tengo 65 años, mi mamá es oriunda de Bordenave y mi papá de Darregueira, mis dos hermanos mayores nacieron en dicha localidad, el mayor de ellos es abogado y militó en política, desempeñándose en la Provincia. Luego viene mi hermana que viviendo en Bahía Blanca se jubiló hace un año en la esfera de la Justicia Federal sin haber sido letrada e ingresando por concurso”. 

“Nací en esta ciudad, al igual que mi hermana menor que vive en La Plata, también allí reside el más grande de los cuatro. Esta última trabaja en la Cámara Contencioso Administrativa, donde es secretaria y creo que de todos los que formamos parte de la familia es la que más sabe en materia de derecho”, recalcó Martínez, en referencia a los aspectos en común que tienen y los que comparten su genética.

Consultado en relación a la tarea laboral de sus progenitores, detalló: “Mi madre fue maestra y mi padre empleado de comercio. Empezó vendiendo telas en las colonias, para luego, una vez radicado en Bahía, ser contratado por una sedería llamada Venus, la cual era muy importante en esa época con sucursales en Buenos Aires. Los dueños de ese local ubicado en la primera cuadra de O´Higgins tuvieron inconvenientes y la vendieron a una cadena mendocina cuyo nombre era La Mimosa, cerca de lo que eran Beige, Bacará, el Café Muñoz, cuyos carteles luminosos se destacaban en pleno centro”.

“Hice primero inferior en la Escuela Nº 5 de calle Darregueira y el resto de la primaria y la secundaria en el Colegio Don Bosco. Fui un buen alumno, con un promedio cercano al 8, aunque en mi curso había estudiantes muy meritorios con mejores calificaciones. Me tocó compartir el aula con chicos muy intelectuales, algunos lo plasmaron en muy buenas carreras como es el caso de Luis Medús, Marcelo Santarelli y dos o tres ingenieros que se desempeñan en empresas multinacionales”, contó con orgullo.

Llegaron años de tomar decisiones y debía poner en la balanza distintos ítems para optar por la correcta: “Cuando me recibí de bachiller tenía en claro que había tres carreras que me gustaban por sobre el resto: Medicina, Veterinaria y Abogacía en tercer término, ninguna de ellas se dictaban acá. Para la primera de las que menciono no me veía con el carácter para ejercerla, pero tampoco tenía la información necesaria. Mis dos hermanos estudiaban Derecho y eso creo que fue lo que me abrió el camino para ser el tercero”.

“Me instalé en La Plata y logré graduarme en cinco años, venía muy bien, pude haber terminado antes porque era la etapa post golpe militar y se rendía tres veces al año. Sin embargo, falleció mi papá cuando estaba en segundo año y tuve que salir a trabajar porque había cambiado la ecuación económica familiar”, lamentó, en relación a la dolorosa pérdida. 

Es en esos momentos en los que aflora la unión de la familia: “El último tramo de mi etapa universitaria me bancó mi hermano mayor. Me faltaban siete materias. En un año había logrado aprobar doce pero fueron esas últimas, a priori sencillas, las que más me costaron. Con el título en la mano, tenía amigos en La Plata que insistían que me quedara allá. Vivía en una pensión, pero no daba pie con bola. Hacía gestoría en Tribunales y algunos escritos por muy poco dinero, por lo que la situación estaba cada vez más compleja y volví a la ciudad en la que nací para acompañar a mi mamá que vivía sola”. 

“Los primeros meses fueron duros porque no tenía ninguna ocupación, mis amigos los fines de semana iban a buscarme e invitaban a salir. Con el regreso de la democracia y en un partido de fútbol con el equipo de Abogados, una persona muy allegada a mi hermano me comentó que un colega buscaba alguien que le diera una mano en el estudio. Era Jorge Groppa, al que (Juan Carlos) Cabirón había nombrado Asesor Letrado”, consideró Martínez.

Agradecido al máximo, lo describió como “una persona a la que hasta el día de hoy quiero muchísimo y a la que aún no tuteo, con la que trabajé muchos años y que no tuvo ningún inconveniente en darme empleo pese a que le aclaré que, si bien no era militante, mi sesgo era peronista. Groppa fue un caballero que no solo me enseñó mucho, sino que también me asoció a su estudio”. 

“Fueron cinco años en los que pude hacer una pequeña diferencia para abrir mi estudio, asociado con Gabriel Peri, actual Vicepresidente del Colegio de Abogados. Con él logramos destacarnos, me tocó ser apoderado fiscal de Telefónica, de la Anses y de la Provincia. Eran tiempos en los que, con un cambio en la ley, debí contestar 1700 demandas porque con la descentralización, tenía que hacerme cargo de expedientes que tramitaban en Bahía Blanca y su zona de influencia”, resumió, ingresando lentamente en el segundo tramo de su testimonio.

No obstante, explicitó que “había recibido una propuesta para ser Juez de Menores, la cual decliné porque no tenía casi experiencia de vida, no era suficiente tener el Código Penal debajo del brazo, más en un fuero tan delicado como ese. Dos años después me ofrecieron ingresar al Poder Judicial, en tiempos en los que ya había nacido mi hija y mi esposa estaba embarazada de nuestro segundo hijo”.

“Me incorporé como agente fiscal con el anterior Código, donde no estaba bajo nuestra órbita la instrucción en las causas y solo ejercíamos el contralor del proceso, haciendo la acusación por escrito de acuerdo a los elementos que había recabado el Juez. Sólo se realizaban debates orales para los homicidios a cargo del Fiscal General en Cámara, el resto era a través de audiencias testimoniales en los juzgados pero todo se dirimía por escrito”, afirmó, mientras bebía de su pocillo de café 

Paralelamente, consideró que “en esa época prácticamente no existían las causas de trascendencia social, salvo el caso Nair Mostafá. Con el transcurrir de los años ha crecido de manera exponencial el caudal de expedientes y los delitos han mutado, tal es el caso de las estafas virtuales, por lo que un fiscal tiene que saber mucho de informática. En tiempos en los que no había debates orales y todo se dirimía mediante los escritos, a un delincuente se lo condenaba a 15 años y jamás le veía la cara al Juez”. 

“Ahora, con la oralidad que es muy positiva más allá de sus costos porque se llega a lo más cercano a la verdad, el fiscal queda identificado por el sujeto que recibe la pena y va a la cárcel. Además, uno puede notar cuando un imputado está mintiendo. Entiendo que cuando la gente se enoja con la Justicia, parte de la culpa puede ser nuestra, pero la sociedad no nos exige que un ladrón vaya preso, lo que pretende es no ser víctima de un hecho de inseguridad”, agregó Julián.

Y lo desglosó con la visión de la experiencia que le dieron los años: “Eso no es resorte nuestro, tiene que ver con las tareas de prevención que le corresponden al Poder Ejecutivo. Cuando se habla de penas más duras, probablemente a muchos delitos se las aplicaría. Incluso, el Código Penal dice que todas son de cumplimiento efectivo, el tema es que hasta los tres años el Juez tiene la facultad de que sean condicionales y eso no tiene que ver con el fiscal. Lo mismo que los beneficios que se otorgan a personas privadas de la libertad y eso le concierne al Poder Legislativo”.

“Durante muchos años se alentó una política muy permisiva y que no comparto, el llamado garantismo, quizás por mi defecto de formación por ser fiscal. Hay circunstancias en algunos países en los que se permitiría este tipo de modalidades, pero no es el caso de Argentina. Hay que buscar solucionar los problemas sociales, comprendo la desilusión de la gente, pero acá se trabaja y eso queda demostrado con las cárceles que están llenas”, dijo.

Asimismo, admitió que “es cierto que muchas veces quedan tras las rejas los ladrones de gallinas, pero en ese caso subyace otro problema desde el punto de vista legislativo porque los delitos vinculados con la administración pública tienen penas en expectativa muy bajas. Por qué siempre se pide en los casos donde se investiga un hecho de corrupción la asociación ilícita. La respuesta es muy simple: porque es la manera de morigerar la pena”.

“Para llevar adelante mi trabajo me ayudó mucho la actividad deportiva porque durante 20 años salí a correr. Muchas veces entrenando revisaba mentalmente lo que se había expuesto en las audiencias y hasta he llegado a preparar los alegatos de un juicio para el día siguiente (risas). Siempre tuve una gran facilidad de memoria y una buena capacidad de relato por sobre mi pluma para escribir”, aseguró el exfiscal.

Por último, brindó pormenores de una sucesión de episodios que lo afectaron en su normal desenvolvimiento: “Salir a correr me ayudó mucho, pero durante los últimos años de mi vida tuve algunos tropiezos que comenzaron a mis 51 años cuando corrí mis últimos 42 kilómetros en una carrera de montaña. A la semana tuve una pancreatitis que nada tuvo que ver con ese esfuerzo físico que, gracias a Dios, solo me demandó cinco días de internación”.

“Volví a entrenar de a poco, nunca dejé de practicar natación y al año y medio me contagié de Covid, el cual derivó en una neumonía bilateral, por la cual también pasé menos de una semana en el hospital. Retomé el ejercicio, volví a nadar y me había quedado una suerte de disminución aeróbica acompañada de una molestia en el pecho”, relató Martínez, suspirando aliviado a sabiendas de que todo aquello quedó atrás.

Pero la mala fortuna no terminaba allí: “Al año fui a hacer trekking de alta montaña con dos compañeros al Parque Provincial Aconcagua. Cuando regresé se agravó el dolor, que iba de un hombro al otro que, al relatarlo ante el médico, me derivaron de inmediato al cardiólogo, ambos entrañables amigos. Me programaron una intervención quirúrgica, me comunican que debían colocar tres catéter porque mi arteria principal estaba obstruida al 95% y otras dos periféricas también comprometidas”. 

“Nunca tuve miedo, incluso este tipo de prácticas me las hacían sin anestesia y fue allí que me colocaron los tres stent. Concluído ese episodio empecé a salir a caminar de a poco, dando una vuelta a la manzana, aunque mi cuerpo pedía más porque había engordado 15 kilos. Eso me llevó a hacer pileta nuevamente y a finales de 2022 empiezo a orinar sangre, algo que es normal cuando uno sale a correr largas distancias”, estableció Julián con total franqueza. 

Y contó: “Fui a una consulta médica, lo atribuyeron a que estaba anticoagulado por el stent y tal vez me había deshidratado. Lo dejé pasar, pero la situación se repetía por lo que pedí un estudio más completo en el que se detectó la presencia de un tumor a nivel de la vejiga. Por suerte estaba encapsulado y me lo extrajeron sin problemas, más allá de que la primera operación entre Navidad y Año Nuevo se suspendió a mitad de camino porque el equipo me lastimó al no estar preparado por el estado de mi uretra que estaba muy cerrada”. 

“Después de que se pudo concretar la cirugía y me dieron el alta, volví a desmejorar en cuanto a mi salud, eran los meses previos a la llegada de mi jubilación y terminé otra vez internado. El médico me hizo una ecografía y detectó que estaba lleno de coágulos a raíz de una hemorragia que me había obstruido un riñón, aunque afectando completamente a ambos. Me dieron mucha agua y cuando los análisis me dieron bien me mandaron a casa”, aseveró, luego de una minuciosa exposición ante este cronista. 

Llamativamente, quedaba un capítulo más de esa pesadilla: “Aunque cueste creerlo volví a tener un importante malestar, por lo que ingresé a un quirófano para evaluar cuál era la razón de mi cuadro. Me dieron anestesia general y si bien no detectaron nada extraño me colocaron un catéter del riñón a la vejiga. Fueron tres meses entrando y saliendo al hospital, por lo que adelgacé 14 kilos, aunque el motivo de esa pérdida de peso era una depresión post-traumática. Me costaba creerlo, pero me medicaron y salí adelante definitivamente”.

La huella que ha dejado en todos estos años Julián Martínez es un testimonio inspirador de resiliencia y determinación, recordándonos que incluso en los momentos más oscuros, el espíritu humano tiene la capacidad de sobreponerse y volver a brillar con fuerza. Hoy, se lo puede ver con el mismo vigor de siempre, aunque alejado de los horarios, de una agenda que lo ubicaba en los primeros planos, disfrutando de las pequeñas cosas desde otro lugar.

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