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DE AYER A HOY

Carlos Almirón: el decano del periodismo local que brilló con luz propia

Un referente de radio y televisión bahiense. La labor como corresponsal de guerra en Malvinas. El día que la salud le hizo “bajar un cambio”. Y su capacidad para cubrir los eventos deportivos más resonantes.

Por Leandro Grecco / [email protected]
Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

Los medios de comunicación en Bahía Blanca han experimentado diversos cambios con el inexorable transcurrir de los tiempos. Difícil resulta explicarles a los más jóvenes los vaivenes que ha atravesado el periodismo, a partir de las nuevas tecnologías y la aparición de notables profesionales que enriquecieron el aire, la pantalla o el papel, según la rama en la que se desempeñaron.

La inmediatez y el boom de las redes sociales modificaron la forma de contar la noticia. Sin embargo, la esencia de la información difícilmente tenga mutaciones. Es aquí donde el legado de aquellos que dejan lugar a las nuevas generaciones no pierde vigencia, más allá de cualquier paradigma novedoso. En definitiva, prácticamente todo está inventado.

La ciudad fue cuna de periodistas notables y muchos de ellos aún son parte de la vida cotidiana. Tal es el caso de Carlos Almirón, una figura que nació a mediados del siglo pasado y entregó muchos años a la tarea diaria de brindar un servicio, compartió una amena charla con La Brújula 24 y se animó cruzar la puerta de su casa, en tiempos de pandemia: “Es la segunda vez que salgo a la calle en 16 meses”, fue su primera sentencia al sentarse en una de las mesas de un café de la avenida Alem.

Carlos, junto a tres de sus cuatro hijos.

“Soy nacido en Jacinto Aráuz, el pueblo que hizo famoso René Favaloro. Mi madre vino a Argentina desde Italia, después de la Primera Guerra Mundial y con tan solo dos años de edad. A mi abuelo lo habían tomado prisionero, estuvo cinco años en Rusia, y cuando regresó a su país justo coincidió con las famosas purgas de (Benito) Mussolini y decidieron emprender el viaje a América con algunos vecinos”, subrayó Almirón, en la ya clásica línea de tiempo que ofrece esta sección.

No obstante, se detuvo en la imagen de su abuelo: “Llegó a Bahía con esa estirpe del inmigrante que venía a trabajar a destajo. Su primer empleo fue en el antiguo gasómetro, donde hoy está la cancha del club Libertad, salía a las 4 de la mañana para llegar a horario. Y lo hizo un tiempo, hasta que pudo comprar una bicicleta”.

“Cuando nací, mi padre era oficial joven de Policía, en La Pampa, donde llegó a segundo jefe de la fuerza a nivel provincial y comisario Departamental de una amplia región, por lo que hice un grado de la primaria en tres pueblos y una ciudad”, sintetizó, añadiendo que “luego llegué a Bahía, para terminar esa primera etapa escolar en el Don Bosco y asegurarme un banco en la secundaria, porque en aquel entonces en los muchos distritos pampeanos no había secundario. Lo propio ocurrió con mi hermana que estudió acá, en el colegio María Auxiliadora y que posteriormente se recibió de maestra”.

Consultado respecto a aquellos primeros años, donde se convirtió en un verdadero nómade, Almirón sostuvo que “en cada pueblo que me crié fui feliz, tuve mis amigos, con una infancia sana, tranquila y sin peligros. Como siempre viví en el domicilio pegado a la comisaría porque cuando nací, mi padre ya había hecho carrera en la fuerza”.

“Mi vocación como periodista comienza en mi infancia, en la escuela era quien presentaba los actos, independientemente de que hubiera chicos de grados superiores. Incluso, hay un par de aspectos que me marcaron: en aquel entonces, los padres les compraban a sus hijos la revista Billiken, que era el apoyo escolar y yo pacté con mi papá que quería la Mundo Deportivo, que competía con El Gráfico y que también coleccioné cuando dejó de salir la primera. Sabía los nombres de todos los equipos y deportistas”, explicó, con un brillo en los ojos que denota cierta emoción.

Y trajo a la mesa la primera anécdota: “Recuerdo que en Bernasconi, como no les agradaba dejarme en la calle, pese a que no había peligros y en el verano no me gustaba dormir la siesta, me subía a un árbol de copa frondosa donde armé una cabina imaginaria de transmisión, la cual no había visto nunca en mi vida y ni siquiera pisado una radio. Usaba latitas de conserva de mi madre para armar los auriculares y el micrófono y pasaba horas con mi kit de transmisión relatando partidos o combates imaginarios. Eran épocas en las que escuchaba el Glostora Tango Club en radio El Mundo”.

“Antes de terminar el secundario edité una revista llamada “Chiste”, con circulación escolar. Me considero muy independiente porque ni siquiera existen influencias familiares de mis antepasados en relación a la profesión. Soy de los que están de acuerdo con los test vocacionales porque muchos chicos llegan a una edad en la que no tienen en claro qué estudiar, pero no fue mi caso, donde tampoco hubo mandato familiar”, enfatizó, mientras bebía el último sorbo del pocillo de café.

Armando Sensini, Delfo Cabrera, Almirón, Ángel Rodríguez y Eusebio Guinez.

Inmediatamente, retomó la cronología de su juventud: “En la Universidad Nacional del Sur estudié Geografía y me recibí, aunque nunca ejercí porque mi vocación era otra. Cuando se abrió la Escuela de Periodismo, terminé formando parte de la primera promoción del Círculo. Ahí me vio don Abel Bournaud, que había sido jefe de la sección Deportes de La Nueva Provincia y era uno de los dueños de Olympia Deportiva que se emitía en LU2 con Oscar Enrique Castro, Rafael Emilio Santiago y Omar Gómez Sánchez.. Me mandó a hablar con el primero de ellos y empecé allí, siendo menor”.

“En aquel entonces, en 1966, solo acreditaba la experiencia de cubrir un Provincial Intercolegial en Necochea para Ojo en la Ruta, en LU7. Un año más tarde, me tocó el servicio militar. Una vez que comencé la conscripción, me llamó Esteban Dobal que era jefe de noticias en LU3 y me ofrece medio turno en el informativo. Tenía que arreglar porque era ayudante del suboficial que tenía a su cargo un grupo, más conocido como furriel. No hacía guardias y estaba desde las 7 a las 13, además de no tener que presentarme los fines de semana. Le llevé el planteo de que solo podía de tarde y que sábado y domingo, solo de mañana”, indicó Almirón, como parte de un camino que recién comenzaba a caminar, en un medio en el que permaneció 25 años.

Con el gran Nicolino Locche, en 1969 y detrás “Tito” Lecture.

“Alcancé a vivir la cola de la época de oro de la emisora y me tocó irme con el momento más duro. Allí hubo intencionalidad en tirar abajo a LU3, una verdadera picardía”, resumió, aunque lejos de detenerse en el lamento continúo con el repaso de su vida frente a un micrófono: “Recuerdo que meses antes del Mundial 1978 ingresé a Canal 7, donde me desempeñé por espacio de 20 años y compatibilizaba lo de la radio y los talleres de periodismo en las escuelas de Provincia y las Medias de la Universidad. Me la pasaba corriendo de un lugar a otro y en eso tengo que agradecer a mi familia que fue un pilar fundamental para entender mis tiempos”.

Sin embargo, reconoció con crudeza: “Hoy me arrepiento porque me privé de ver crecer a mis hijos de la manera que hubiese querido. Tengo cuatro en total (tres varones y una mujer) y se hicieron grandes sin que me dé cuenta. No es consuelo poder dedicarle a los nietos lo que uno se perdió como padre. El más chico vive en Estados Unidos, más precisamente en Texas donde se instaló por razones laborales. Parece una paradoja pero casi es con el que más comunicación tengo de los cuatro”.

“En 1999 me llama Gustavo Iraola, dueño de lo que por entonces era TV Cable (luego Cablevisión) y muy amigo. Allí me dieron muchas facilidades que me entusiasmaron y no me arrepentí del cambio”, rememoró, puntualizando que en 2010 finalizó su labor en el canal, en lo que se convirtió en el gran susto de su vida: “Para aquel entonces, sufrí un grave problema de salud. Me salvó el doctor Schamun, tengo cinco bypass coronarios que fueron descubiertos a partir de un infarto que pudo haber terminado con mi existencia. Afortunadamente estoy muy bien, empecé a cuidarme desde ese llamado de atención y llevo una vida más saludable”.

Entrevistando a Bill Américo Brusa y Osvaldo J. Ochoa.

Retrotrayendo el tiempo atrás, volvió imaginariamente a 1982, cuando sin querer se encontró participando activamente como corresponsal de guerra en el conflicto bélico más lamentable de la historia moderna de Argentina: “Malvinas me marcó. Un año antes del conflicto bélico El V Cuerpo de Ejército convoca a los medios locales para que designen, en caso de que les interese, a una persona que realice el curso de corresponsal militar”.

“Era uno de los más jóvenes de LU3 y Dobal me dijo que era para acompañar en avión al Comandante cuando va al sur y pasarla bien. Nadie se imaginaba que se venía una guerra y tampoco fue como me la pintaron. Era como volver al campito cuando hice el servicio militar y de haberlo sabido de antemano, no lo hacía. El 2 de abril de 1982, a las 5 de la tarde, viene un correo del V Cuerpo con una citación para que me presente de forma urgente. No era una invitación. Me dieron un uniforme y, cuando tenía todo en mis manos, me dicen que a las 5 de la mañana tenía que estar en Espora”, contó Almirón, con una naturalidad que solo otorga el paso de los años, más allá de la angustia de aquel entonces.

Fueron minutos de mucha incertidumbre: “Me preocupaba mucho mi madre porque me dijo que era una locura y que si me pasaba algo, con la medalla que le iban a dar a mi mujer no iba a criar a mis hijos. Viajé en el mismo avión con todos los chicos, soldaditos jóvenes y recién incorporados que fueron a cumplir la función de policía militar a las Islas. Si bien estaba de uniforme, no tenía grado militar, entonces en un determinado momento se produjo un quiebre porque éramos unos cuantos que estábamos como civiles voluntarios que, por la convención de Ginebra, si alguno de nosotros era tomado prisionero y no era militar podía ser hasta fusilado”.

A metros de la residencia del gobierno británico, donde se izó la bandera argentina el 2 de abril de 1982.

“Allí se tomó la medida de que retornemos a tierras continentales. Escala mediante en Comodoro Rivadavia, vuelvo a Bahía, lo cual me hizo sentir en parte reconfortado porque no era agradable estar en Malvinas. No titubeé en volver. Recuerdo que un radioaficionado se negó a pegar la vuelta y volvió prisionero, en un acto heroico que fue condecorado con una medalla de valor en combate”, agregó el popularmente conocido como “El Gordo”.

Si los instantes previos a viajar a la isla fueron complicados, los de la vuelta a los pagos tampoco resultaron sencillos: “Me reincorporé a Canal 7 y fue duro porque tomé contacto con los padres de los chicos que estaban en combate allá. El kelper en general es tranquilo, calmo. Gran Bretaña tenía una estrategia que era tenerlos indocumentados, pagándoles con un papel que se llamaba libra malvinense que solo cotizaba allá y para que no pidieran una reivindicación, tenían el whisky a precios muy bajos y vivían dormidos. Pensé varias veces volver a Malvinas, pero no quisiera regresar. Sé que veteranos han viajado en grupo, pero me revelo a tener un sello de la cancillería británica, como si fuera un permiso para poder ingresar”.

En una vuelta de hoja, Almirón regresó a la contemporaneidad: “Es muy grato que repitan los partidos de básquet que relataba para Cablevisión. Me pasó particularmente en el momento en que mis nietos descubrieron mi voz”, al tiempo que sumó: “Actualmente hago una publicación de los radioaficionados llamada ‘Héroes Anónimos de Malvinas’. Ellos estuvieron en los montes, dentro de los pozos, expuestos no solo al frío, sino también a que los maten. Lo hicieron de manera voluntaria. Sentí la necesidad de escribir, recolecté fotografías y comencé este camino”.

Comisión Directiva Círculo de Periodistas: Almirón, Astolfi, Iglesias, Cuadrado, Goyanarte y Gamarro.

“Son los radioaficionados los que el 1 de mayo de 1982 advierten el primer bombardeo al aeródromo argentino. Eran las 4 de la mañana y lo detectan desde un puesto donde estaban como observadores aéreos, con sus elementos técnicos personales, vestidos con pantalón vaquero y zapatillas. Muchos de ellos sufrieron problemas pulmonares”, trajo a colación, en el marco de una guerra absolutamente evitable bajo todo punto de vista.

Paralelamente, hizo un pantallazo de su pasado y presente: “Si bien comencé como periodista deportivo, luego me diversifiqué. La inmensa mayoría arranca desde esa rama porque te da un training que no te otorga ninguno de los demás rubros. Por el confinamiento pandémico estoy redescubriendo las calles como si estuviera dejando atrás una prisión domiciliaria, es una sensación indescriptible”.

“Bahía Blanca siempre fue muy linda para trabajar en periodismo y lo único que no coincido es el hecho de que se esté dejando de lado el hablar y escribir bien. El diccionario de sinónimos de Quevedo de la Real Academia en mi mesa de luz era como la Biblia para otras personas. El hecho de que se hable para la tribuna, emparejando para abajo, no me gusta. Como tampoco coincido en absoluto con la deformación del idioma a partir de los términos denominados inclusivos”, reflexionó, enfáticamente Almirón.

Ya en los minutos previos a la despedida, reconoció: “Me considero un tipo con suerte: trabajé con Fioravanti en la Cabalgata Deportiva Gillette. Viajaba los viernes a Buenos Aires a transmitir boxeo un día más tarde. Pude hacer el Mundial para Radio Rivadavia en 1978 con el equipo de José María Muñoz; allí compartí habitación con Enrique Omar Sívori y fuimos los únicos que estuvimos con la delegación de Italia en Mar del Plata. Con Miguel Romay en LU3 me di el lujo de transmitir para Argentina en forma exclusiva la pelea de Carlos María Gimenez y Pambelé en Maracaibo”.

Alzando a Carlos M. Giménez, junto a Miguel Romay en Maracaibo.

Y llegó el tiempo de las anécdotas: “Cuando se inaugura Paso de las Piedras el presidente era el general Lanusse, embarcó en un helicóptero grande de Espora y me mandé. Es cierto que eran tiempos distintos en cuanto a las medidas de seguridad, pero era inimaginable. Cuando reaccionaron, estábamos a miles de metros de altura, no me podían tirar, más allá de que el ambiente no era muy agradable conmigo por la decisión de volar con ellos. Por eso bajé con él en el Dique, aunque por motivos obvios no pude conseguir la nota exclusiva”.

“Recuerdo que para una elección, LU2 trae a un hombre que medía fuerte en la ciudad. Se llamba Francisco Manrique que había ocupado cargos en el área de Bienestar Social. Dimas Pettineroli era el director de LU3, un genio e innovador como nadie, y el día anterior me preguntó si me animaba a subirme al tren en el que venía este hombre, previa gestión para que frene su marcha a la altura de Sierra de la Ventana”, evocó, con una sonrisa en su rostro.

Luego, prosiguió con la crónica de lo acontecido: “Íbamos con el jefe técnico que era el ingeniero Gullacci, quien llevaba el Motorola y la antenita que se ataba con alambre con el cable coaxil. Debíamos golpear en el camarote de Manrique y llevarlo al coche comedor. De 7 a 8 hicimos la entrevista para la radio, en uno de los vagones de la formación. Cuando llegamos a la Estación Sud, la cara del gerente de LU2 hablaba por sí sola”.

Y una última: “Daba clases de periodismo en el colegio Mosconi de White, en la Media 6 del barrio Noroeste y para una elección que era voto a voto a nivel local según las encuestas y conformé un equipo para LU3 compuesto por estos chicos a los que no les podíamos pagar ni una gaseosa”.

“Enfrente estaba LU2, donde tenían contratado al club 9 de Julio y les daban un buen viático para hacer el trabajo de recolectar los resultados mesa por mesa. En nuestro caso vimos cómo los padres iban a buscar a sus hijos y los llevaban volando a nuestro centro de cómputos que era una casa de computación donde se volcaban los números. Dimos la composición del Concejo Deliberante mucho antes que la competencia, sin haber gastado un centavo. Son satisfacciones que te quedan”, concluyó, esa misma satisfacción que siente el cronista de este diario digital al chocar los puños con Almirón, una leyenda viva del periodismo de la ciudad.

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