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El Eternauta: principales diferencias entre la serie de Netflix y el comic

La nueva producción reinterpreta la icónica historieta de Oesterheld. Cambios de época, personajes y enfoque narrativo que la vuelven única.

Después de años de intentos truncos y proyectos que no lograban despegar, El Eternauta finalmente encontró su formato ideal para renacer: una serie de Netflix. Según se detalla en un comunicado oficial enviado por la plataforma, adaptar la obra cumbre de Héctor Germán Oesterheld representó un desafío "sin precedentes en términos creativos, técnicos y financieros".

Esa obra maestra que marcó un antes y un después en la historieta argentina, ahora llega a nuestras pantallas, pero no como una simple réplica. Esta vez, lo hace con nuevos códigos, otros ritmos y una Buenos Aires contemporánea como escenario. ¿Qué cambió y por qué? Acá te lo contamos todo.


Del blanco y negro al full color del presente

Uno de los giros más notorios —y tal vez polémicos para los puristas— fue la decisión de ubicar la historia en la Buenos Aires actual. El cómic original, publicado en los años 50, hacía un juego fascinante con la contemporaneidad: todo sucedía en el "aquí y ahora" del lector de ese entonces. El director Bruno Stagnaro tomó esa esencia y la trasladó al hoy, apostando a una capital argentina reconocible, viva, y cargada de resonancias actuales.

En lugar de una estética vintage o una reconstrucción histórica, la serie arranca desde un lugar que cualquiera podría transitar: Vicente López. Porque si el apocalipsis tiene que tocar la puerta, que sea la de al lado, ¿no?

Más que una copia cuadro a cuadro

Quienes esperen una reproducción literal del cómic van a sorprenderse. La serie no sigue al pie de la letra la cronología ni los recorridos exactos de la historieta. En lugar de replicar cada viñeta, se tomó la libertad de capturar el "alma" de la historia: esa mezcla de angustia, heroísmo y resistencia cotidiana que late en cada página del original.

El equipo detrás de la producción dejó en claro que lo importante no era la fidelidad superficial, sino la emocional. Y así, con una narrativa que bebe de El Eternauta I y toma pinceladas de El Eternauta II, construyen un relato nuevo pero con ADN clásico.


El foco se corre: del evento al vínculo

A diferencia de otras ficciones apocalípticas que arrancan post-catástrofe, acá todo sucede en tiempo real. Desde el "minuto cero", vemos cómo ese manto mortal empieza a caer y transforma la ciudad en un tablero de supervivencia.

Pero lo más potente no son los efectos ni las criaturas —aunque los hay—, sino los vínculos. La serie abraza fuerte la idea de "la épica del hombre común", ese héroe que no usa capa, sino que resiste junto a sus amigos, su familia y lo poco que tiene. Juan Salvo, nuestro protagonista, no es un superhombre, sino uno de nosotros, arrojado al caos con todo por perder... o quizás, todo por ganar.

Para muchos de los personajes, esta tragedia se convierte —paradójicamente— en una segunda oportunidad. Un giro inesperado, casi poético, que nos habla de redención, dignidad y reconstrucción.


Lo nuestro, bien nuestro

Hay algo que la serie no negocia: su argentinidad. En este universo post-invasión, lo analógico y lo mecánico vuelven a tener valor. ¿Por qué? Porque "lo viejo funciona". Y eso no es casualidad: es una mirada bien criolla, que reconoce esa capacidad tan argentina de arreglárselas con lo que hay, de inventar soluciones cuando todo se viene abajo.

La producción no sólo cuenta ciencia ficción: la cuenta a la nuestra. Sin copiar moldes anglosajones ni buscar la espectacularidad por la espectacularidad misma. Como bien dijo uno de sus creadores, esto es "ciencia ficción desde el sur del mundo". Con personajes reales, reconocibles, que podrían ser tu vecino, tu prima o el quiosquero de la esquina.

Sin dudas. El Eternauta en versión Netflix no es una reproducción nostálgica ni una traición a la obra de Oesterheld. Es una relectura respetuosa, audaz y profundamente humana. Respira los conflictos de hoy sin perder la esencia de ayer. Y en un mundo donde todo cambia a una velocidad demencial, eso ya es decir mucho.


Con información de La Voz

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