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DE AYER A HOY

“Desde que nací supe que sería abogado”, confesó el constitucionalista Baeza

Destacado docente, impartió justicia durante décadas. La curiosa forma como conoció a la mujer con la que vive hace 60 años. Sus libros publicados. El sistema electoral. Y el elogio a Montezanti.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

La institucionalidad es una de las terminologías más mencionadas por estas horas en el país. El marco que rodea a la democracia es un valor incalculable que necesariamente deben ser preservados para evitar regresar a las reminiscencias del pasado, tan oscuro como doloroso. Son los representantes del pueblo los que deben estar a la altura de la responsabilidad para la que fueron ungidos.

En una República donde la legislación establece las pautas de convivencia, derechos y obligaciones de los ciudadanos, evitando la degradación a la que puede estar sometida la sociedad. Garantizar la paz social pasó a ser una de las premisas indispensables ante un escenario de crispación como el actual. No obstante, existen herramientas pacíficas a las que se puede echar mano.

En Bahía Blanca existe recurso humano capacitado para analizar este tipo de crisis. Sin embargo, más allá de la coyuntura actual, hoy conoceremos otros aspectos vinculados con el abogado constitucionalista Carlos Baeza, un letrado con un bagaje prolongado e intachable en el marco de su función profesional, un docente que se convirtió en el formador de distintas generaciones que transitaron por sus aulas. En LA BRÚJULA 24, un ida y vuelta de colección que vale la pena leer y releer.

Carlos, en segundo grado de la Escuela Nº 18.

“Nací el 12 de agosto de 1941 en Bahía Blanca, más precisamente en una casa que estaba en Pueyrredón 15, inmueble donde actualmente funciona un taller de reparación de electrodomésticos. Al tiempo, junto con mis padres y mi hermano, Alberto, cuatro años menor, nos mudamos a Lamadrid y Las Heras”, fueron las primeras palabras de Baeza, en uno de sus ambientes predilectos de su domicilio, donde cuenta con su computadora y la bibliografía que lo acompaña a diario.

Inmediatamente, rememoró que “la particularidad es que mis cuatro abuelos eran de origen español, por el lado paterno, Federico era valenciano, un marino que no tuvo mejor idea que ponerle el mismo nombre a su hijo (risas) y llegó a Argentina como consecuencia de la tremenda hambruna que se desató en la década del 10”.

“Tenía un amigo en Ingeniero White que le consiguió un empleo en Dreyfus, donde se desempeñó hasta que se jubiló, y es así que luego pudo venir mi abuela, de raíces gallegas, y mi papá que cumplió los cinco años en el barco, camino hacia acá. Vivieron en la vecina localidad portuaria unos 15 años, hasta que se afincaron en el domicilio donde pasé mi infancia. Por el lado de mi mamá, ambos abuelos eran nacidos en León, eran novios en España, primero vino uno, luego el otro y se casaron para radicarse acá”, aseveró, bajando a la mitad una de las cortinas para no ser encandilado por el sol del atardecer que ingresaba a esa hora de la tarde.

Integrando el Coro Lagun Artean.

La memoria privilegiada lo llevó a una etapa que abraza con toda su fuerza: “De mi niñez puedo evocar que fui a la Escuela General San Martín Nº 18 que ahora está en la esquina de General Paz y Dorrego, edificio que inauguré cuando pasamos a sexto grado porque previamente, los primeros años concurrí al edificio que estaba sobre Lavalle, entre Lamadrid y Soler”.

“Los estudios secundarios los cursé en el Colegio Goyena, al que en aquel entonces asistían todos los alumnos que eran echados de otras instituciones. Estamos hablando de la década del 50 y, en mi caso particular, no se trató de un problema de conducta o bajo rendimiento académico, sino por una cuestión política”, recalcó el doctor, en relación a un tránsito por el momento previo a la primera decisión importante en su vida.

Y lo argumentó: “Mi padre tenía dos hermanos que habían trabajado en el Colegio Nacional, mi abuela falleció el 24 de julio y al poquito tiempo falleció Evita. En señal de luto se bajó la orden de usar el crespón negro y mis tíos lo usaban por la pérdida familiar, hasta que se pusieron corbata colorada y ambos fueron expulsados. Por eso mi papá consideró que para no quedar marcado por el apellido, iba a ser mejor ser alumno del Goyena, donde él era profesor y posteriormente ejercí la docencia por espacio de 25 años”.

En tiempos en los que era miembro del grupo Beti Aurrera.

“Siempre, a partir de la juventud, estuve muy vinculado con La Unión Vasca, iba a jugar a la paleta, integraba el coro, era miembro del cuerpo de baile y fui Secretario de la Comisión Directiva. Estaba a una cuadra de mi casa y pasaba muchas horas de mi vida allí dentro”, afirmó Baeza, trayendo a colación una de las instituciones en las que aquerencia parte de los episodios más gratos de su vida.

El propio Carlos ponderó ese lapso de su derrotero: “Era una época donde había un enorme movimiento, a partir de una agrupación coral que había sido fundada por José Luis Ramírez Urtasun, previo a lo que fue la creación del Coro Universitario, que vio la luz un mes después. Se hacían romerías, semanas vascas nacionales, convirtiendo a ese espacio en mi segundo hogar”.

“Mi padre fue el que me inspiró en el mundo de las leyes, él sabía mucho sobre Derecho Constitucional, era un gran lector y profesor de Literatura. Fue abogado recibido en Buenos Aires, cursando la carrera bajo la modalidad libre, viajando a rendir todas las materias porque no contaba con los medios económicos para instalarse allá”, dijo, ensalzando la figura de un hombre que con los años supo ganarse un nombre en la ciudad, por su prestigiosa labor.

Más aún teniendo en cuenta un rasgo que lo acompañó desde siempre: “Su mérito era doble porque al nacer perdió la visión de un ojo, aunque pudieron haber sido los dos, como consecuencia del líquido amniótico. Imagínate lo que eran las condiciones de salubridad allá por 1905 en Galicia. Por eso, toda su vida leyó con lupa porque no podía hacerlo de otro modo a partir de su discapacidad”.

Ceremonia de graduación, Baeza se convertía en abogado.

“A los 15 años, para ganarme unos pesos, le ayudaba a redactar los escritos a máquina de las sucesiones que debía presentar. Pasaba horas en la Olivetti Lexicon 80 y no me pesaba porque sabía que iba a ser abogado desde que nací. Me fui a estudiar a La Plata, salvo el último año y medio que lo hice en la UBA porque allí otorgaban el título de Escribano, rindiendo una materia más”, añadió Baeza.

Nuestro entrevistado jamás tuvo reparos para estudiar: “Como no tenía en claro si a mi regreso iba a ejercer esa rama, por las dudas permanecí un tiempo más lejos de casa. Recuerdo que apenas comencé la carrera en la ciudad de las diagonales, durante la cursada de la segunda o tercera materia, buscaba algún compañero para leer en voz alta, ese era mi método”.

“Vivía en un departamento con un muchacho que me dijo que tenía una prima que estudiaba la misma carrera que yo y cursaba la misma materia. La llamé, me presenté y fui a su casa. Se llama Sara y es mi esposa, llevamos 60 años juntos, 53 de ellos casados y los restantes siete de novios. Ella es entrerriana, su padre era un abogado de La Plata que tenía su estudio en Buenos Aires”, explicó, haciendo énfasis en lo que fue una grata sorpresa que le tenía preparada el destino.

Juramento como Juez.

Siempre caminaron juntos a la par: “Nos recibimos el mismo día y habíamos charlado la idea de radicarnos en Bahía, donde mi padre tenía su estudio para esa altura un tanto devaluado porque él, por la política, había dejado la profesión. Nos casamos en Entre Ríos antes de instalarnos acá para comenzar con nuestra tarea laboral, ejerciendo todas las ramas del Derecho, menos Penal, sobre todo civil y comercial por los vínculos que se habían tejido en la región”.

“En 1970 entré al Goyena a dar clases de Instrucción Cívica, y dos años más tarde rendí mi primer concurso en la Universidad Nacional del Sur para entrar como ayudante. En la casa de altos estudios cumplí ese rol, también fui auxiliar, adjunto, asociado y titular, haciendo toda la carrera docente que se extendió por espacio de 35 años. Además, cuando se creó la carrera de Derecho en la UNS, gané el concurso para dictar la materia de Derecho Constitucional y allí permanecí hasta que me llegó la hora de jubilarme, cumpliendo 70 años”, advirtió Baeza, con tono sereno y amable.

Lejos de la falsa modestia, puntualizó que “paralelamente fui profesor del Goyena hasta 1991, en la Universidad Tecnológica Nacional y en la Escuela de Suboficiales de la Armada cuando la trasladaron a Puerto Belgrano. Sin dudas, mi vida docente fue muy prolongada y fue algo que disfruté mucho, a punto tal que cuando me retiré, pedía dar clases gratis”.

La Pelota Vasca, una de sus pasiones.

“En el Poder Judicial ingresé en 1976 y considero que era ver el Derecho del otro lado, porque fui Juez, cinco años antes de que mi esposa también se convierta en magistrada. Durante ese lapso, ella quedó a cargo del estudio hasta que después terminó cerrando sus puertas. No podía vivir de la docencia porque con el sueldo que cobraba no llegaba ni siquiera a cubrir el valor de la obra social”, admitió.

La vorágine diaria le hizo un llamado de atención: “El ejercicio de la Justicia es tensionante, tal es así que en el año 2000, estaba trabajando en el Tribunal y tuve un episodio de salud que motivó la colocación de dos stent. Cuando pregunté por qué había sufrido esa complicación, el médico me explicó que se trataba del estrés. A partir de allí, comencé a regular los tiempos, pero en 2010 nos jubilamos junto a mi esposa del Poder Judicial y, a diferencia de la docencia, no extrañé”.

“Teníamos tres hijos y ya éramos abuelos, por lo que era el momento de tener mayor libertad de acción, en una etapa que coincidió con edificar nuestra casa en un barrio más tranquilo y alejado del ruido cotidiano. Durante mi etapa como Juez nunca recibí presiones de ningún tipo, siempre fallé con total libertad e independencia”, celebró sin titubear.

Firmando su último expediente como magistrado.

Es allí que descubrió su otra pasión: “A la par, empecé a escribir no solo artículos para medios periodísticos, sino también textos de Derecho Constitucional, llegando a publicar once libros. Cuando se creó la carrera universitaria en Bahía Blanca, edité uno para los alumnos a mi cargo donde constaba todo el programa de la carrera”.

“Con Néstor Montezanti hicimos nuestra carrera docente casi en paralelo. Recuerdo que gané el primer concurso, el cual él también rindió y la primera cátedra que tuvimos fue como ayudantes del ex Juez Civil y Comercial de apellido Choclín, una experiencia sumamente enriquecedora para lo que luego iba a venir”, apuntó.

Y tuvo palabras elogiosas para una de las personalidades más controvertidas de la ciudad: “Montezanti tuvo un trabajo administrativo en la SIDE y, a partir de allí, le endilgaron que era un torturador. Además, él siempre tuvo un carácter especial y como profesor era brillante, debe haber sido de los mejores a nivel intelectual, hablaba y escribía de manera excelsa, un personaje”.

Baeza, firmando ejemplares en la Feria del Libro.

“Mi padre fue concejal, intendente, senador provincial y mi hermano participó de la política hasta que un día se desilusionó por una elección interna de la UCR en la que hubo fraude. Una vez me ofrecieron ir de candidato, pero no acepté porque sentía que para eso ya estaba el resto de la familia”, explicó, mientras su mirada fija lo llevaba a una anécdota muy nutritiva.

Baeza contó aquel episodio: “Solo una vez participé de una campaña, en 1973, porque estaba afiliado al radicalismo desde los 18 años e iba al Comité con cierta frecuencia. Había que viajar a Médanos y me designaron para ser el orador por la Juventud del espacio, para mi era algo difícil porque nunca lo había hecho ante lo que se llamaba ‘la tribuna’”.

“Iban a dar su discurso Mario Lavalle, mi papá, el padre del ex funcionario municipal Ricardo Margo, un chico del partido de Villarino y yo. Me había estudiado todo lo que iba a decir, quien me precedía apenas balbuceó y se fue, por eso subí al palco y empecé a hablar, olvidándome del discurso, improvisaba y levantaba el dedo índice con énfasis al ver que me aplaudían. Esa fue mi única intervención en una campaña electoral”, aclaró el doctor ya alejado del ruido público.

Por último, se adentró en uno de los temas que más conoce: “En los próximos comicios sería indispensable modificar la Ley Electoral de la Provincia de Buenos Aires que data de 1947, conocida como ‘de cocientes’ y es un desastre. Siempre se habla de cambiarla, lo prometen, pero nunca se concreta. Y a nivel nacional, el sistema electoral D’Hont, algo más moderno, pero que, aún así, debe ser aggiornado”.

“Algunas provincias como San Juan están pensando en volver a la denominada Ley de Lemas, que es muy mala e injusta porque se vota primero al partido y luego prioriza al candidato, dejando abierta la posibilidad de que se decrete ganador a alguien que sacó menos sufragios que otro, como ocurrió cuando Carlos Reutemann le ganó a Horacio Usandizaga”, puso como ejemplo sobre su discrepancia con ese sistema.

No obstante, ensayó una solución: “La boleta única y, en un paso posterior el voto electrónico, deberían ser lo que rija en el futuro, pero el otro aspecto fundamental es la ficha limpia que existe en la mayoría de los países y estipula que la persona que está procesada, aún sin sentencia, no puede aspirar a un cargo. Hay que sanear el ambiente”.

En Pamplona.

“La Constitución Nacional está en cada uno de nuestros actos cotidianos, ya sea si vas por la calle y la Policía te detiene o si un inspector de tránsito te aplica una multa, es necesario conocer nuestros derechos y garantías para entender la base del sistema, ya sea el hecho de tener un abogado defensor, que nadie te puede obligar a declarar en tu contra, que te juzgará un Tribunal imparcial, que habrá una instancia para poder recurrir un fallo o que tu propiedad no te la pueden quitar salvo por expropiación o sentencia de un Juez”, aseguró Baeza.

Es así que bajó el concepto al llano: “Es decir, el marco constitucional de la convivencia está ahí y cualquier decreto del Poder Ejecutivo solo puede ser anulado por el Poder Judicial. Los jueces duran mientras perdure su buena conducta, en los otros dos poderes tienen un período determinado, deben presentarse a elecciones directamente”.

“Los magistrados son elegidos por el pueblo, con la única diferencia que el proceso de selección es indirecto a través de los representantes que los ciudadanos votan en un cuarto oscuro. Los jueces son elegidos por el Presidente y con el acuerdo del Senado. Y tanto al primer mandatario como a los legisladores los selecciona el pueblo, por eso es un disparate lo que suele escucharse por estos tiempos”, finalizó.

Tras “pasear” por todos los temas posibles, Baeza respiró hondo y ni siquiera necesitó relajarse porque la conversación misma tuvo ese tenor. Personas como Carlos Baeza, siempre tan predispuestas a ser materia de consulta frente a tópicos de su incumbencia, suelen convertirse en consultores que, por templanza y experiencia, aportan soluciones en momentos complejos.

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