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Exclusivo: así manipuló las pruebas el peritrucho Herrero

En la misma semana que amenazaron al autor de Operación Facundo, la investigación que desnuda el armado mediático- político-judicial, uno de los protagonistas del libro terminó preso por plantar prueba. Aquí te contamos lo que hizo para ensuciar la causa.

Nunca es triste la verdad lo que no tiene es remedio. Y cuando uno no quiere conocer o admitir la verdad de determinado hecho tiene dos caminos: enojarse con uno mismo o enojarse con el otro. Está claro que, en el Caso Facundo, unos cuantos eligieron el camino de la mentira y el engaño. Hubo (y hay) motivaciones varias: políticas, ideológicas y económicas.

Evidentemente la revelación de la verdad genera odio, como lo hemos visto la semana pasada con la colocación de un artefacto en un nicho de gas. La demolición del relato mediático-político-judicial provocó rabia e impotencia. Que la sociedad conociera cómo se montó la operación para hacer creer que había un “desaparecido en democracia” no fue gratis y desató la furia por parte de aquellos que querían seguir con la farsa.

Un discurso difamatorio puede incitar a la violencia y habrá que hacerse cargo de eso. Los ataques sufridos por este medio y, en particular, por el periodista Sasso tuvieron como objeto amedrentar para evitar que se siga ventilando la causa y que se exhiba el oscuro plan que habían diseñado.

En esta y en próximas ediciones de esta sección se publicarán distintos capítulos de “Operación Facundo”, para que todos tengan acceso a parte del material publicado en el libro. Se trata -nada más y nada menos- de lo que existe en la causa judicial, todo muy alejado de la ficción instalada por la mayoría de los medios de comunicación.

Uno de los protagonistas es el “perito”, contratado por la querella, Marcos Herrero. Ahora preso en una causa en Mendoza, por hacer lo único que sabe hacer: mentir y manipular pruebas.
En la investigación por la muerte de Facundo Astudillo Castro, este nefasto personaje fue autor de varios de los hechos más publicitados y agitados por la prensa: la “vaquita de San Antonio” y la “Turmalina”. Dos berretadas que fueron vendidas por cómplices con micrófono como “el esclarecimiento del caso”.

En Mendoza, Herrero fue preso por plantar prueba.

Que comience la función

En el V Capítulo, titulado Arranca el show de la mentira, se señala: "que tanto en los allanamientos a los destacamentos policiales como la búsqueda de rastros en los tres vehículos secuestrados, los canes de Búsqueda de Restos Humanos de la Superintendencia Federal de Bomberos y los de Rastros Específicos de la División Canes de los Bomberos Voluntarios de Punta Alta no encontraron ningún tipo de elemento de interés para la causa. Es decir, no detectaron rastros de Facundo".

Sin embargo, el perito de parte Marcos Herrero alertó que su perro “Yatel” había detectado “esencia de Facundo”. Tanto en vehículos como en los destacamentos; su perro podía oler lo que el resto no. Eso se repetiría a lo largo de toda la causa. Los canes más entrenados daban resultado negativo; el de Herrero casi siempre positivo. Mientras para la Justicia los resultados en la pesquisa de la seccional de Buratovich habían sido nulos, Herrero hacía declaraciones periodísticas diciendo que había encontrado restos de la mochila de Facundo.

“Ingresé con mi perro, que estaba totalmente suelto, con plena autonomía, y enseguida empezó a rastrear en todo el interior de la dependencia, pero fui yo quien detectó, en medio de restos de un fogón donde hacen asados, cerca del estacionamiento, parte de una mochila Wilson”, señaló.

Los titulares de unos cuantos medios no se hicieron esperar: “Encontraron el cierre de la mochila de Facundo en una comisaría”, publicaron. Y en las redes sociales se replicaba: “En la comisaría de Mayor Buratovich, encontraron la paleta del cierre de la mochila de Astudillo”.

Estupor

Rodrigo Nistal, de Canal 7 de Bahía Blanca, aseguraba que “consta que Facundo estuvo detenido en la comisaría de Mayor Buratovich”. A esa altura instalar la (falsa) idea de que Facundo había sido trasladado y, probablemente asesinado, en esa seccional era un éxito.

Los investigadores de la Policía Federal se dieron cuenta de que comenzaba a escribirse una “verdad en los medios”, que estaba muy alejada de la “verdad de los hechos”.

Así como el show de las mentiras generaba cada vez más rating, la prueba del expediente no tenía prensa. Éramos unos pocos “loquitos” los que informábamos sobre los datos duros de la historia. La gran mayoría comenzaba a repetir como loros la construcción imaginaria de los querellantes. No había un mínimo chequeo de las versiones. Ni la curiosidad de contrastar lo que se afirmaba con fuentes responsables del caso.

Con los vehículos secuestrados sucedería algo similar a lo de la comisaría. O peor.

Los perros de las fuerzas federales no detectaron ningún tipo de rastro, pero -obviamente- el de Herrero sí. “En el Corsa Classic (de Siomara Flores) Yatel hizo unos gemidos, fueron alertas”, señaló el perito de parte ante la prensa.

Además, sostuvo que en el patrullero de Curruhinca y Sosa “el perro olfateó, bajó hacia la rueda izquierda. Entró y salió de ese patrullero e hizo gemidos”. Finalmente, en el móvil de González -explicó Herrero- “Yatel saltó a la caja de atrás de la camioneta, se concentró en una rueda de auxilio, rascó y olfateó con insistencia.

Después se tiró de la camioneta, entró a su interior, empezó Patrullero de Curuhinca-Sosa a olfatear la parte de atrás, rascó, pasó a la parte de adelante y empezó a ladrarle al volante”. Y vendría lo más interesante. “Yatel empezó a ladrar y morder el asiento de tal forma que rompió la parte de goma espuma y ahí empezaron a verse manchas de sangre”, describió.

Los entrenadores de canes de las distintas fuerzas federales no podían creer lo que veían. Habían escuchado que Herrero era un “chanta”, pero nunca se imaginaron presenciar semejante delirio en vivo y en directo.

Días más tarde, profesionales de extensa trayectoria de distintos lugares del país, realizarían un lapidario informe sobre los “métodos de trabajo” de Herrero. La primera observación que hicieron fue que era inviable que un perro detecte lo que el perito de parte afirmaba. Un can no puede olfatear “esencia de una persona” más allá de las 72 horas. Es físicamente imposible. Pero el animal de Herrero había detectado el rastro de Facundo después de 85 días.

Lo de la sangre en los patrulleros de la Bonaerense, lo desmintió la ciencia. La División Laboratorio Químico de la Policía Federal indicó que “del estudio practicado sobre las muestras tomadas de los móviles policiales y el vehículo secuestrado (Corsa) no se comprobó la presencia de sangre”.

La vaquita de San Antonio

El viernes 31 de julio volvería a entrar en acción “Yatel”, siempre manipulado por su entrenador Herrero. Fue durante un procedimiento en el puesto de vigilancia de Origone. Ese día la querella gritó que tenía esclarecido el caso y que tenían la prueba irrefutable de que había sido La Bonaerense la responsable de la desaparición de Facundo. Se trataba de un “amuleto” en forma de sandía -que a su vez en su interior tenía una “vaquita de San Antonio”- y que, según afirmaron, llevaba el chico al momento de ser secuestrado.

De esta manera la hipótesis se iba modificando. Astudillo ya no había estado en la seccional de Buratovich, sino que había estado en la de Origone. Otra vez los peritos de la Federal y de la Prefectura no creían en nada de lo que observaban. No sólo porque sus perros ya habían estado en el lugar -en dos oportunidades- y nada habían detectado, sino en la manera en la que volvió a actuar Herrero.

“Yo le hago el señalamiento a Yatel y él centra su atención en un calabozo antiguo, que ahora lo utilizan como un almacenamiento de basura. En un momento empezó a ladrar entre siete y diez veces y va a buscar un objeto específico entre los escombros”, contó Herrero. Se trataba de una bolsa con una “sandía de madera”, que en su interior tenía una vaquita de San Antonio. La mamá de Facundo dijo que su hijo tenía uno igual.

Aunque nadie se atrevía a dudar del convencimiento de Cristina Castro sobre aquel objeto, claramente los investigadores sabían que el perito de parte había vuelto a “meter el perro”. Era un disparate que el animal oliera rastros de una persona pasados casi 100 días. Supusieron que la vaquita había sido plantada en el momento o en días anteriores, ya que el lugar era inhóspito, de acceso libre y en donde el único policía del destacamento lo dejaba desierto y colgaba un cartel en la puerta que rezaba: “Por urgencias llamar al 02927 432202”.

Un pedido de detención con prueba trucha

Los abogados Aparicio y Peretto se animarían a pedir la detención del policía Alberto González basándose en ese hallazgo: “indefectiblemente Facundo estuvo detenido en esa repartición” y “ese oficial que dijo haberlo registrado en ruta y dejado seguir con destino a Bahía Blanca, ha participado de acciones tendientes a consolidar su condición de desaparecido, motivo por el cual no cabe dudas que debe procederse a la imputación del mismo con inmediata detención e incomunicación”.

Sobre la prueba -supuestamente- más importante que tenía la querella para instalar la teoría de la desaparición forzada, la jueza Gabriela Marrón no sólo no le daría ningún valor, sino que comenzaría a hablar sobre el “plantado” de evidencia.

La magistrada se basó en la valoración negativa que varios reconocidos profesionales hicieron sobre la actuación del perito de parte. Además, nunca se demostró la prexistencia de ese amuleto: es decir no hay una sola prueba de que el chico tuviera un elemento igual y, mucho menos, que lo portara el día de su desaparición.

Tres de las personas más cercanas a Facundo declararon bajo juramento nunca haber visto la sandía/vaquita de San Antonio. Su novia Daiana señaló: “nunca se lo vi. Nunca en los dos años que estuvimos en pareja me lo mencionó ni tampoco me lo mostró”. Quién más lo conocía en la intimidad enterraba la idea plantada de la querella de que “ese amuleto, Facundo lo llevaba todo el tiempo”. Verso.

En tanto, su íntimo amigo Daniel Gayte tampoco nunca vio ese “inseparable” amuleto. “No recuerdo habérsela visto”, declaró ante la fiscalía federal. Y agregó un dato inquietante: que se enteró de la existencia de ese elemento - y de la historia familiar- por boca de la madre de Facundo luego del allanamiento en Origone. “Lo que sé es por lo que nos lo contó Cristina, que nos mostró una foto. Facundo nunca nos había contado la historia de la sandía, la historia ahora la sé porque nos la contó Cristina en estos días”.

Y uno más. Su otro amigo -y empleador- Juan Francisco Cardona tampoco nunca había visto la sandía. “Sinceramente, no la había visto”, respondió. Y tal como lo había relatado Gayte, a él también le contaron la historia de la “vaquita” y le exhibieron una parecida luego del hallazgo en Origone. “El hermano de Facundo me mostró una igual hace dos semanas atrás. Me contó que la abuela le había regalado una igual a cada uno de los nietos”. Y preguntado en fiscalía si el hermano le hizo algún comentario de que Facundo la llevara consigo, respondió: “no tenía conocimiento hasta ese entonces de ese elemento”.

Sobre la “truchada” del amuleto, la jueza Marrón dijo elegantemente: “No se presentaron pruebas de la preexistencia del amuleto de Facundo. Además, merece un párrafo aparte el origen del hallazgo que -a esta altura de la investigación- pone en duda su legalidad y por ende su validez.

El Puesto de Vigilancia de Origone había sido allanado con anterioridad a ese secuestro (y nada se había encontrado). En el segundo registro se autorizó el ingreso del perito de parte –Marcos Herrero– con su perro, y la actividad de este perro fue el origen del hallazgo. Los canes de la fuerza de seguridad no marcaron la bolsa de basura donde se encontró el amuleto, pero si lo hizo el perro de Herrero. Sin embargo, la ciencia y la técnica – a través de profusa bibliografía – dan cuenta que los animales entrenados pueden oler rastros humanos durante un cierto período de tiempo. Al momento del hallazgo del amuleto el perro del perito de parte no tenía aptitud para oler rastros de la víctima. No hay otra evidencia, ni siquiera accidental, que ubique a Facundo en el Puesto de Origone”.

La magistrada no sólo desautorizó al perito, sino que ordenaría una investigación en su contra por las maniobras desplegadas en Buratovich y Origone, sumadas a otras que veremos más adelante. “Resulta necesario y también forzoso que el Ministerio Público Fiscal, en cumplimiento de sus deberes y facultades, investigue el accionar del perito, frente a la gravedad de las circunstancias apuntadas”, señaló.

Como se dijo, también en el expediente y con la opinión de especialistas, el fraude de Herrero quedaría en evidencia. Uno de los convocados fue José Luis Mazzei, Director General de Defensa Civil del Ministerio de Gobierno y Justicia de la Provincia de Chubut. El 25 de agosto redactó un informe sobre “los métodos de búsqueda de rastro por olor de referencia con canes” y explicó que en primer lugar “se estimula al can con uná impronta ́ (prenda u objeto que contenga el olor de la persona a buscar) para que discrimine del resto de los olores y siga el recorrido por donde partículas (escamas, vapores, aceites, etc.) del olor de referencia se fueron depositando.

Luego señala: “los olores son partículas que de acuerdo a su tamaño y peso se van a encontrar suspendidas en aire o depositadas en alguna superficie, su muy bajo peso hace que sean extremadamente volátiles motivo por el cual son afectadas directamente por los factores ambientales que las contienen y rodean. En rastro por olor referenciado, se sabe que el umbral de latencia se ubica alrededor de las 72 horas. Si bien se han conseguido buenos resultados con un rastro de mayor ́edad ́, lo cierto es que a partir de las 72 horas el rastro empieza a perderse, estando directamente relacionado con las condiciones ambientales, climáticas, meteorológicas, topográficas y tipo de superficie”.

Como dijimos, los hallazgos de Herrero se dieron pasados los 100 días. Es decir, cuando habían transcurrido más de 2400 horas. Un estafador.

Los expertos no sólo coincidieron en que era imposible que un perro detecte olor pasada semejante cantidad de tiempo, sino que apuntaron al modus operandi de Herrero, que contradice los protocolos más básicos de este tipo de tareas.

“El can de búsqueda por olor referenciado es el primer can que se debe convocar y debe ser el que encabece físicamente la búsqueda. La utilización de rastrillajes masivos de a pie, de a caballo o en vehículos debe ser posterior a la utilización de perros”, explicó Mazzei. Todos los lugares en los que Herrero “encontró” algo siempre habían sido previamente rastrillados, manipulados o “contaminados”.

“Un perro bien entrenado debe tener la capacidad de discriminar olores y ser selectivo del olor referenciado con el que se le hizo la ́impronta ́, por lo tanto -más allá que durante el track de búsqueda encuentre diferentes contaminantes y distractores de su olor de referencia- este no debería perturbarse. Vale decir, que hay estudios y trabajos hechos en el extranjero con canes que indican que el miedo modificaría de manera sustancial el olor humano y afectaría su rastreo”, prosiguió, dando a entender que Herrero era un mamarracho.

“La búsqueda se inicia en el momento de la selección y convocatoria de los binomios (guía-can), que en el caso del Rastro por Olor de Referencia involucra a un tercer actor que es el ́auxiliar ́, de vital importancia porque son ‘los ojos’ del guía en el entorno, dado que el guía va observando e interpretando la gestualidad del can. (La convocatoria debería realizarse únicamente a binomios certificados por la Dirección Nacional de Cinotecnia dependiente del Ministerio de Seguridad de la Nación, lamentablemente la única certificación que hoy existe es para guías y canes de búsqueda de personas vivas en grandes áreas y estructuras colapsadas. Está pendiente la certificación de canes y guías Detectores de Restos Humanos y canes y guías de Rastro por Olor de Referencia).

Ante la desaparición de una persona el primer recurso canino que debe convocarse es el de Rastro por Olor de Referencia, recurso que debiera estar operativo a las 24 horas de DESAPARECIDO el individuo y NO de DENUNCIADA la desaparición. Las horas transcurridas desde la desaparición son determinantes en el éxito de este tipo de búsquedas porque como se mencionó en el inicio de este informe la latencia del olor empieza a caer a partir de las 72 horas, pero también es importante que transcurran 24 hs. para que las partículas livianas que están diseminadas en el aire decanten y le permitan al can establecer un rastro más definido, de un aroma en particular que deberá transmitirse al can por medio de la impronta de una prenda u objeto perteneciente y/o que haya utilizado la víctima.

Esta prenda u objeto debe ser seleccionada/o por el guía o su auxiliar en presencia de la autoridad policial, un representante de la fiscalía interviniente y un representante de la querella; una vez indicada la selección de la prenda u objeto por parte del guía o esta/e se fotografía y luego, manipulada por la autoridad policíal, utilizando guantes de nitrilo, se deposita en una bolsa tipo ‘Ziploc’ o contenedor de vidrio con tapa y se rotula, se vuelve a fotografiar y queda en custodia de la autoridad Fiscal. Ya en el lugar donde se dará inicio a la búsqueda el guía deberá informar al representante de la Fiscalía o de la querella o a quienes éstos designaren la metodología de trabajo y el comportamiento del can durante el track como así también que tipo de marcación hace (activa ladrando, rasgando la superficie: pasiva, sentado, echado, parado, etc).

Todo guía sabe que gestualidad manifiesta su can cuando encuentra un rastro y sigue sobre él, esa información debe ser compartida previo al inicio de la búsqueda. Evacuadas todas las dudas sobre la metodología de trabajo y gestualidad del can, quien tenga la custodia de la prenda u
objeto con el que se realizará la impronta le hará entrega de esta/o al auxiliar para así poder iniciar el track de búsqueda. Durante el track el binomio, junto con el auxiliar deberá ir acompañados la una distancia prudencial (estipulada por el guía) por personal policial o quien designare la Fiscalía y será quien le informará de las novedades que fueran surgiendo durante el recorrido.

El segundo binomio no iniciará su track hasta por lo menos haber transcurrido media hora del inicio del primero, los protocolos internacionales indican que deben operar por lo menos tres binomios en cada operativo de búsqueda, el primero inicia. El segundo confirma y el tercero se mantiene en espera ante un posible accidente, desgaste de algún binomio o cualquier otra circunstancia que requiriera un reemplazo.

Finalizadas las tareas de búsqueda, parciales o totales, se entregará la prenda u objeto que se utilizó para hacer la impronta del olor de referencia al auxiliar designado por la Fiscalía para que continúe con la cadena de custodia hasta su nuevo requerimiento. Los guías de cada binomio deberán informar de forma escrita el trabajo realizado en cada uno de los tracks de búsqueda y serán únicos responsables de la interpretación de su can siendo esta taxativa y sin potenciales”, señaló Mazzei.

Sus descripciones fulminan a Herrero, ya que nada de los descripto se respetó en las tareas de búsqueda. Ningún protocolo se cumplió. Todo fue irregular. Por último, reafirmó que el trabajo de un adiestrador debe ser una “herramienta objetiva” para la Justicia y no alguien “contaminado o interesado” con la investigación.

“En el Rastro por Olor de Referencia no hay lugar a muchas conjeturas, el can va sobre un rastro que encontró o va buscando, lo que indica que no encontró. La gestualidad es lo que determina las situaciones anteriores, incluso indica la ‘potencia del rastro’, la antigüedad o frescura y aquí es donde radica la interpretación del guía, sólo sobre su can y no sobre la investigación que lo rodea. Es por esto que en este tipo de búsqueda en particular es importante que el guía no reciba información de la causa para así evitar ‘contaminarse’ y tener presunciones o desarrollar hipótesis que lo transformen en un investigador en vez de ser una herramienta objetiva de la investigación. Por otra parte, quien solicite el recurso canino debe tener en claro los lugares donde necesita utilizarlo, el can puede aportar un indicio más, apoyando o no una declaración testimonial o indagatoria, enlazar itinerarios entre una imagen aportada por una cámara y o aportar información a la investigación desde un rastro que encuentre, pero nunca será determinante, el recurso canino es sólo una herramienta más de la investigación y el conocer y asumir este rol por parte del equipo es determinante para la causa”.

Meses posteriores, la magistrada volvería a referirse al asunto de la artesanía. E insistiría: “Nunca se presentaron pruebas de la preexistencia del amuleto de Facundo”. Además, el testigo que acercaron para demostrar su autenticidad “tomó conocimiento del objeto con posterioridad al registro de la dependencia policial”. Y reitera -como dato concluyente- que se torna inverosímil que pueda aparecer un objeto de Astudillo en un sitio en el que nunca estuvo.

El Etios y la turmalina

En tanto, en el Capítulo XI, titulado El Etios y la turmalina. Que siga el baile de Operación Facundo, se puede leer lo siguiente: que durante la investigación, y luego de obtener un reporte del movimiento satelital de todos patrulleros de la zona de Villarino -que no había sido nada alentador para las intenciones de la querella-, la Justicia también pediría un informe sobre la circulación de los cientos de móviles de Bahía Blanca. Se pretendía saber si alguno de ellos había tenido algún movimiento “llamativo” o había estado en el lugar donde se habían encontrado los restos de Facundo.

Peritos del Ministerio de Seguridad de la Provincia marcaron un recorrido muy particular de un patrullero de la Policía Local bahiense. Y se lo informaron al juzgado. En el reporte de AVL (localización vehicular) se pudo observar que el 8 de mayo -una semana después del día de desaparición de Facundo- el móvil 43466 se había acercado a unos 800 metros del lugar del hallazgo del esqueleto.

Aunque no había ninguna conexión -que también pretendieron inventar mediáticamente- entre los policías de Villarino señalados por la querella como desaparecedores y los de la Policía Local de Bahía, el fiscal Santiago Martínez con lógico criterio pidió medidas para chequear los datos y la jueza Marrón las otorgó.

Así fue que, el martes 25 de agosto en horas de la noche, la Federal allanó la Unidad de Prevención de Policía Local (UPPL), de calle Pacífico 298. Allí se secuestró un Toyota Etios, patente OMP 782, y se secuestraron los libros de guardia. También se llevaron los teléfonos de los efectivos que aquel día -en distintos horarios- habían subido a ese móvil: Rodrigo Aguilar, Mauro Cordero y Mauro Daniel Nieto.

Por supuesto, a las pocas horas, los títulos catástrofes ya hablaban de una “nueva y contundente prueba”. “Hoy ratifiqué que la culpa es de la Bonaerense”, repetía a las pocas horas el comunicador bahiense Luciano Meneghini cuando (des) informaba en medios nacionales. Y aunque no estaba en los planes de la querella ir “por ese lado”, ante el secuestro del móvil de la Local, rápidamente recogieron el guante y le escribieron un nuevo capítulo a la historia. El problema que se les presentaba era que la tesis de la desaparición forzada en Villarino se daba de patadas con un eventual accionar de efectivos bahienses. Era una u otra línea. Debían optar.

Sin embargo, como la lógica y el sentido común no los caracterizó, se quedaron con las dos y sin empacho salieron a plantear que “todo formaba parte de lo mismo”. Todos habían desaparecido a Facundo. No importaba si nada estaba relacionado con nada. Entre los investigadores de la Federal se pensó que “la línea de la Policía Local” se había tratado de una picardía del Ministerio de Seguridad bonaerense para demostrar que los querellantes tomaban cualquier dato aislado, inconexo e inconducente y lo forzaban para meterlo en el cuento. Y es muy probable que haya sido así. Porque lo del patrullero bahiense se caería al poco tiempo y varios quedarían en ridículo. “Le mandaron una envenenada. Fue para dejarlos en evidencia de que decían cualquier cosa y mezclaban todo para confundir a la opinión pública”, recuerda un hombre de la Federal.

“Ese móvil de la poli de Bahía tenía una falla en el sistema de rastreo satelital que, efectivamente lo ubicaba a un kilómetro del lugar donde se encontró a Facundo. Pero técnicamente ya sabían los de Asuntos Internos de la Bonaerense que el sistema tenía un problema porque el recorrido del patrullero era imposible: iba por adentro del mar. Está claro que el aparato no funcionaba bien. No me quedan dudas de que lo informaron a propósito para que los querellantes entraran como caballos e hicieran nuevos papelones con tal de tirarle el muerto a toda costa a la Bonaerense”, agregó el investigador.

Veamos.

El informe del Ministerio de Seguridad revelaba que el martes 8 de mayo, el Etios había estado en la ría, a unos 800 metros de donde -meses más tarde- se hallarían los restos de Facundo. Estudiado el AVL, se descubrió que había habido una falla eléctrica que podría haber alterado la señal satelital. Es que el recorrido, desde la seccional hasta ese lugar de la ría, era imposible por dos razones evidentes: la distancia de un punto a otro es de aproximadamente 20 kilómetros y el Toyota Etios la recorrió en 3 minutos. Es decir que iba a 400 kilómetros por hora. Ciencia ficción.

La otra circunstancia, no menos ridícula, es que el trayecto realizado es una línea recta que va por adentro del mar y por pantanos, lo cual lo convertiría en patrullero anfibio.

Y más. El regreso, desde la ría hacia el centro de la ciudad, lo hace en apenas 1 minuto. Lo cual ya estaríamos hablando de una velocidad equiparable a la de un Boeing 747. Los ingenieros que analizaron el AVL concluyeron que fallaba. Se trató de “un desperfecto técnico que disparó un recorrido fantasma”. Creen que el rastreador pudo alterarse por un problema eléctrico: ese vehículo había tenido que ser “puenteado” para su arranque y eso pudo provocar el inconveniente.

La otra explicación es que el aparato “se haya vuelto loco” por haber estado cerca de un bloqueador de señal satelital. Aquella tarde del 8 de mayo, el oficial Mauro Nieto fue a cargar combustible a una estación de servicio Axion, en las afueras de la ciudad. Esa estación, de nombre comercial Rodovía, se ubica en Ruta 3 y Camino Sesquicentenario. Fueron 10 litros de nafta Quantium. Así lo indica el recibo a cuenta de la Municipalidad de Bahía Blanca (que es la que llena los tanques de los patrulleros) que quedó registrado a las 15.55 de aquel 8 de mayo.

Está estampada la firma de Nieto y figura el número de móvil. Ese lugar es un parador para los camiones que llegan y salen del puerto bahiense. Y es también es un paso obligado para aquellos que transitan desde y hacia el sur de país. Muchos de esos camiones llevan cargas de gran valor y son custodiados por vehículos con inhibidores de señal. Es por seguridad. Para evitar que los transportes tengan interferencias en sus contactos con la central que controla sus recorridos.

También, como parte de la evidencia, el teléfono celular de Nieto aporta luz. El GPS demuestra el itinerario que hizo aquel día. Entre otros, coincide con el horario y el trayecto realizado cuando fue a cargar combustible. Sale de calle Pacífico 298 (sede de la Policía Local) recorre casi siete kilómetros por la Ruta 3 hasta llegar a la estación de servicio, carga combustible y retorna a Pacífico llegando 16.09. Rodovía fue el punto real más cercano que ese patrullero estuvo de la zona de “Cola de Ballena”, donde fueron hallados los restos de Facundo. La distancia es de unos 17 kilómetros.

Figurita repetida

En la tarde del 2 de septiembre se realizó el peritaje del patrullero Toyota en la sede de la Policía Federal. Y como siempre, la figura fue el perito de la querella Herrero. Mientras los expertos de la fuerza federal -y sus perros- no encontraron nada relevante, el can Yatel volvió a oler “esencia de Facundo”, como lo había hecho en otros patrulleros y destacamentos.

Aquella noche el portal local Frente a Cano aseguraba que “El perro se desesperó en el asiento trasero del Etios. Con sus patas rompió la tela y de inmediato personal de la policía científica tomó ese trozo que ya fue enviado para su análisis”. El mismo sitio, el 18 de septiembre, publicaría: “Caso Facundo. No tenía fallas la geolocalización del patrullero Etios”. Y aunque estaba demostrado, como se explicó, que el AVL funcionaba defectuosamente, la información falsa era la que circulaba y “vendía”. Ese tipo de títulos eran la antesala del nuevo espectáculo que montaría Herrero.

Al otro día, ya 19 de septiembre, la que querella pidió un nuevo peritaje al vehículo. Todos sabían que esos segundos o terceros procedimientos eran los “exitosos” para los abogados, porque ahí era cuando “aparecían cosas”. Pero esta vez, la Federal no estaba dispuesta a soportar las triquiñuelas de Herrero. ¿Qué hizo la querella? Pidió cambiar de fuerza federal. Es así que se hizo cargo la Gendarmería.

Confiados, los gendarmes -que también habían inspeccionado y nada extraño habían detectado en el Etios- dejaron trabajar sin sospechar de nada al perito de parte.

Esta vez, ¡¡y en el mismo auto que se había analizado casi tres semanas atrás!!, Herrero descubrió dentro del baúl otro amuleto de Facundo. Los uniformados mascullaron bronca por haber pecado de ingenuos y haber caído en la trampa. Ellos sabían que el rastro de olor de una persona no podía permanecer más que un par de días. A esta altura ya estábamos a más cinco meses. Un disparate. Sin embargo, la fábula seguía “prendiendo” en la prensa. “En medio de un exhaustivo peritaje el perro Yatel encontró un trozo de piedra turmalina similar al que solía llevar en su cuello Facundo. Fuentes de la investigación afirmaron a Página12 que se trata de un hallazgo importante”, indicaba la noticia.

De esta manera, según las “pruebas” de la querella, a Facundo lo habían secuestrado en Buratovich, lo habían trasladado a Origone para asesinarlo -y en donde dejaron olvidada la vaquita de San Antonio-, guardaron el cadáver y ocho días después lo trasladarían hasta Bahía para esconderlo en el baúl del móvil de la Local -donde quedó otro elemento de la víctima- para luego acercarse hasta la ría y depositar el cadáver.

La hipótesis que planteaban era estrafalaria, sin el más mínimo sentido común y sin ninguna lógica. Era un relato sin una conexión racional ni coherencia. La prueba plantada ni siquiera estaba organizada para que pareciera creíble. Era torpe. Bizarra para cualquiera que observara el devenir de los hechos y circunstancias.

Sobre este asunto, la jueza Gabriela Marrón también hizo referencia en uno de sus escritos. Señaló que los peritajes “ubican al móvil de la UPPL (Policía Local) de esta ciudad en el medio del agua el día 8 de mayo. Y el ticket de carga de combustible da cuenta que ese día, casi a la misma hora, el auto estaba en otra punta de la ciudad, distante a varios kilómetros del lugar del hallazgo de los restos. Estos dos datos objetivos y la ausencia absoluta de cualquier otro indicio que conecte a Facundo con la policía de esta ciudad permiten, rápidamente advertir, cuanto menos, la posibilidad de un error en el AVL del móvil”.

Y sobre el amuleto, que el perito de parte dijo haber encontrado en el baúl del patrullero, la magistrada escribió en duros términos: “respecto del secuestro de la turmalina le caben las mismas observaciones y los mismos razonamientos que los efectuados respecto del hallazgo del otro amuleto de Facundo en Origone, por parte del perro de Herrero. Este caso es mucho más grave aún ya que la piedra fue encontrada con posterioridad al otro amuleto y cuando la víctima, según informe pericial, llevaba casi dos meses fallecido, como mínimo. La combinación de la fecha probable de muerte y del lapso que los perros pueden oler a una persona viva o a un cadáver, al momento del hallazgo de la turmalina, el perro del perito de parte no tenía aptitud para oler rastros de la víctima. La fiscalía debe investigar también estos hechos, los que podrían configurar la comisión de un delito de acción pública. En definitiva, lo único que enlaza a las dependencias policiales de Origone y la Policía Local de Bahía Blanca con Facundo son los amuletos hallados por el perro del perito de parte, cuando la ciencia indica que en esos momentos no era posible que olieran esencia de Facundo”.

Como si fuera poco, se demostró que las turmalinas eran comunes y la tenían todos los empleados de la cervecería donde trabajaba Facundo, cuyo nombre alude a ese tipo de piedra. Y también que habían sido adquiridas en un conocido local de Bahía llamado Ikebana. Juan Francisco Cardona, dueño de la cervecería, declaró y señaló que “me voy enterando lo que va saliendo en los medios de comunicación, como el hallazgo de la piedra en el patrullero. Lo que quiero decir es que a cada uno de mis empleados les he regalado una piedra de turmalina igual a esta que llevo puesta, de distintos tamaños”. Y agregó una frase que enmudeció a los querellantes que escuchaban el testimonio por zoom: “Es raro el hallazgo de la piedra en el patrullero”.

Por su parte, la exnovia Daiana, al declarar en una segunda oportunidad dijo algo que volvió a poner en ridículo la estrategia que intentaron instalar. Mientras la turmalina encontrada en el patrullero era negra, la de Astudillo era de otro color. “La de Facundo era una piedra violeta. Era como un lila, no era negra”. Otra vez el grotesco y las mentiras desbaratadas. Otra vez, papelón del adiestrador y sus mandantes.

(Extracto del libro Operación Facundo)

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