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DE AYER A HOY

La historia de Ana Inés Zanconi: una bahiense solidaria y comprometida

Una prueba viva de abnegación en estado puro. Con el corazón lleno de generosidad, cada día y en su bicicleta recorre la ciudad para ayudar a los que más lo necesitan: “Me hace feliz tender una mano”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

En el cálido abrazo de su familia y una niñez donde su espíritu curioso e inquieto la destacaban por sobre el resto, la protagonista de esta entrega creció rodeada de amor y del apoyo en su infancia. Aunque su camino la llevó lejos de casa para estudiar, logró graduarse con esfuerzo y dedicación. 

Sin embargo, siempre tuvo claro que su destino estaba anclado en la ciudad que la  vio crecer. Regresó a sus raíces con un título en la mano y un sueño en el corazón. Ya en la vuelta a su ciudad natal, no solo formó una familia, sino que también consolidó su carrera profesional, llevando consigo la habilidad y el compromiso. 

Su vida tomó un giro aún más significativo cuando empezó a desandar el camino de la solidaridad. En su ADN late la generosidad y el deseo innato de dar una mano. Cada vez que asume el compromiso de ayudar sube a su bicicleta y sale en busca de las historias más duras, sin atemorizarse ante los desafíos, sino que enfrenta cada situación con valentía. Ana Inés Zanconi, un ser lleno de amor y altruismo, abrió su corazón en La Brújula 24.

“Nací en Bahía en 1969 bajo el signo de Aries. Soy la del medio de tres hermanas mujeres. Ana Clara es tres años mayor y Loli la más chica, a la que le llevo cinco y siento como una hija. Una familia normal, de gringos, mis abuelos se establecieron en el Barrio Almafuerte y nosotros en el Palihue, una casa que construyó mi papá cuando ese sector era una chacra”, fueron sus primeras apreciaciones.

Y agregó: “En la escuela fui un desastre, gracias a mamá que era un perro de caza conmigo no me convertí en vendedora de bijouterie en la plaza (risas). Nací para ser libre, tener amigos y charlar con la gente, haciendo lo que hago ahora. Mi madre estuvo siempre detrás mío, obligándome a que estudiara”.

“Crecí en un hogar donde hubo premios y castigos, mi hermana mayor recibía los laureles y yo un poco la oveja negra, que no agarraba los libros y faltaba a clase. La primaria la hice en la Escuela Nº 39 y la secundaria en el Colegio Nacional, donde aún conservo amistades como Rosana Ginóbili, Mariela Tigri y Eugenia Torras”, exclamó con orgullo.

No obstante, resaltó que “pese a todas las dificultades como alumna, logré el título de bachiller y me fui a Buenos Aires, donde vivía Ana Clara. Quería ser profesora de Actividades Prácticas por una profesora que tuve que se llamaba Cristina Bazán pero, empujada por un novio de aquel entonces que se iba a estudiar Odontología es que me incliné por Mecánica Dental”.

“No quise irme de Bahía Blanca, pero con la idea de que luego ambos recibidos formáramos una sociedad, me instalé lejos de casa. Él vivía en La Plata, pero nos peleamos antes de que ambos comencemos a cursar en sus respectivas universidades. Por orgullo y amor propio me mantuve con la idea de hacer la carrera”, afirmó, mientras se iba generando un clima distendido.

El derrotero tuvo sus bemoles: “En un determinado momento estuve con ganas de abandonar porque algunas materias me resultaban muy difíciles. Fue allí que se me vino a la mente la cara de mi abuela Isabel, cómo le explicaba a mi familia que iba a desistir de ser mecánica dental, después de un primer año de gran esfuerzo y sacrificio”.

“Más tarde le encontré el gustito, conocí en Buenos Aires a quien luego fue mi hermana de la vida, María Xeña Villafañe, quien me adoptó porque llegué con 17 años, ella tenía 28 y a su familia cerca. Yo vivía en Capital, ella en un barrio de Ituzaingó, por lo que los sábados me iba a su casa y volvía los lunes a la mía”, evocó Zanconi, con cierta nostalgia.

Con el objetivo cumplido, regresó a sus pagos: “Apenas conseguí graduarme, pegué la vuelta a Bahía. Extrañaba mi bicicleta, a mi perra y todo aquello que tuviera que ver con mis raíces. Es que acá, a cada lugar al que iba, era la nieta de Amleto y eso me causaba mucho orgullo. Si bien la ciudad actualmente es muy diferente, todavía me sigue encantando”.

“Toda la vida tuve un costado solidario, me complace acompañar a la gente en sus proyectos y necesidades. Me hace bien conseguir cosas para las personas. El que no logra entender de qué se trata suele enojarse y decirme ‘vos siempre metida en quilombos’ y para mi es todo lo contrario, lo asumo como misión”, resumió, con un tono firme. 

Inmediatamente, hizo memoria y recogió todo lo bueno que recibió en este camino: “Lo que más rescato es la gente que se me pega, seres maravillosos con los que me toca integrar grupos de mujeres que te empujan a hacer y te inyectan ganas de vivir. Mi primera campaña resultó frustrada y se dio cuando quise juntar útiles escolares para ‘Pocho’, de Corazones Solidarios”. 

“Como siempre ando en bicicleta, lo veía en el semáforo del Shopping y me llamaba la atención. Un día me animé, me acerqué tímidamente y lo saludé. Él de inmediato me invitó al merendero que tiene con Paola. Lancé una colecta de útiles, pero no reuní ni una goma de borrar (risas). Compré lo que pude en un supermercado grande y fui a visitarlos”, relató.

Ese fue el punto de partida para lo que vendría luego: “Conocí a Paola, quien también fue encantadora conmigo, abriéndome las puertas de par en par. Me fui involucrando, llevando ropa o lo que fuera necesario en ese momento. Luego, me vinculé en los cumpleaños de los chicos que se festejan en el BBPS y en los viajes a Monte Hermoso, logrando que mis conocidos me hagan una torta o donen lo que puedan”.

“Tengo mucha suerte porque surge una idea y la gente se prende, nunca puedo decir que no ante una necesidad, salvo que por alguna razón no considere que haya que hacer el acto solidario por alguna razón que no me cierre. Siempre hay algo para hacer, por más adverso que sea el contexto y más difícil sea la misión”, sintetizó Zanconi, promediando su testimonio.

Con valentía, asume cada una de las afrentas que se le presentan: “Ahora estamos en una campaña grande, que me excede, de un matrimonio que se quedó sin casa con el temporal. Ambos trabajan en el Hospital Español tienen dos nenas y no tienen ninguna posibilidad de volver a edificar su vivienda cuando una chapa cuesta 89 mil pesos. Me metí en esa y logré una colaboración invalorable”.

“Bernardo Stortoni que me abrió las puertas de su corralón, me habilitó una cuenta para que compren lo que quieran a mitad de precio. También puse a disposición una cuenta bancaria en la que la gente deposita lo que puede y con toda esa suma de voluntades estamos bien encaminados. Una amiga donó la ganancia de la producción de dulces y vendí un montón”, lanzó Anita, con su habitual tono dulce.

Consultada sobre las sensaciones que experimenta al lograr los objetivos, describió: “La satisfacción cuando una campaña logra su propósito es algo imposible de explicar con palabras porque durante el trayecto pude cosechar una gran cantidad de nuevos amigos. A muchos de ellos ni siquiera los conozco físicamente, pero me demuestran su amor. Lo mágico de todo esto es algo recíproco”.

“Ayer me escribió una chica que me dijo que sin haberme visto nunca pero enterada de lo que hago, me prometió que cuando llegara a Bahía se iba a sumar. Por eso es imposible dejar todo esto, me hace feliz, disfruto de estar en la calle y establecer vínculos con los vecinos. Es algo que llevo en mi ADN”, manifestó.

Zanconi, con el espíritu inquieto, va siempre al frente: “En la esquina de casa vive Blanquita, integrante de las Mujeres Mágicas, que se encarga de cocinar para un hogar que tengo a cargo en el que viven 18 abuelos, muchos de ellos jubilados, otros cobran la pensión y algunos no perciben nada. Las donaciones de alimentos son primero para ellos y en caso de que sobre, las remito a otros lugares que necesiten”.

“Las Mujeres Mágicas cocinan una vez al mes con los ingredientes que recolectamos de vecinos de mi barrio. Se genera una red, una movida divina porque hasta los comerciantes se prenden a dar una mano con lo que pueden. Cada colaboración por mínima que pueda parecer, en la suma resulta muy valiosa”, comentó, augurando que se incorporen nuevas voluntades.

Sobre la manera en que amalgama su costado solidario con su vida personal, detalló que “estoy casada con Pablo y tenemos un hijo llamado Homero. A ambos no les queda otra que entender lo que uno hace. Al principio estaban totalmente reacios con mi actividad porque además de mi trabajo durante la tarde como mecánica dental, me la paso hablando por teléfono y tejiendo contactos para dar una mano a los que más necesitan”.

“Entiendo que eso debe molestar a la dinámica familiar, pero lo terminan aceptando al escuchar los buenos comentarios que llegan a sus oídos de mis campañas. Siempre que puedo ayudar, lo intento, incluso con gente que tiene su trabajo y no llega a fin de mes, sea colaborando con alimento, ropa o el regalo de Navidad”, desafió en el tramo final del ida y vuelta.

No todas las experiencias fueron positivas: “Me ha pasado de ayudar a alguien a partir de una gran movida en redes y finalmente no terminó resultando como esperaba. Lamenté muchísimo que no haya servido tanto esfuerzo, pero eso no me quitó las ganas de salir adelante, lo lamenté por la nena a la que queríamos ayudar, me dio mucha pena”.

“A su mamá la veía con su carro todos los días, me dijo que estaba sola con su hijita, la cual tenía un problema de corazón. Reuní tapitas, recibí camiones de la zona y luego esa señora dijo que yo me quedaba con el dinero. Me donaron un terreno y cuando fui con la noticia del regalo que había conseguido, esta mujer me dijo que era muy lejos”, reflejó Zanconi.

Lejos de amilanarse, un tropiezo no impide que se mantenga en pie: “Son cosas que pueden ocurrir en este camino, pero eso no puede coartar mis ganas de seguir tendiendo una mano. Ojalá pudiera crecer mucho más, tengo muchas imposibilidad para acceder a distintas cruzadas solidarias porque no cuento con los recursos para dar respuesta”.

“Los bahienses son extremadamente caritativos por naturaleza, cada vez que una familia pierde su casa en un incendio, hay gente que sale corriendo a asistir. Ocurrió con el hombre que vivía en la jaula de los leones del Parque Independencia, cuando la noticia tomó estado público, reunió más de 15 colchones”, infirió ante la pregunta de este cronista. 

Sin ánimo de compararse, rescató la labor de dos mujeres recientemente fallecidas: “Natty Petrosino y Nela Agesta han sido dos mujeres únicas, a las que desde mi lugar jamás podría aspirar a emular porque su obra en este plano fue irrepetible. Aún voy mucho a Don Orione, una vez por año le festejamos los cumpleaños a los chicos, y me admiro de la tarea que hay detrás de una mujer que le puso el hombro, es realmente admirable”.

“Viendo que hay muchas necesidades que van de la mano con lo médico, logré crear una salita de ortopedia, algo que nació a partir de lo que fue la enfermedad de mi papá. La pasé horrible, no conseguía tubo de oxígeno, ni colchón antiescaras, haciendo filas interminables en la puerta de PAMI”, se quejó Anita.

Y cerró con una reflexión: “Falleció y entendí que nadie debe pasar por lo mismo. Armé un espacio con un andador, sillas de ruedas y botas ortopédicas para quienes están solos en el mundo por no tener un contacto que permita acelerar un trámite. Ni todo el dinero basta para suplir las burocracias. Siempre estoy, si tengo lo que necesitás, te lo presto y de lo contrario salgo a buscarlo”.

La historia de Ana es un testimonio vivo de cómo una mujer puede equilibrar la vida profesional, familiar y solidaria. Su labor se extiende a la creación de un impacto positivo en la comunidad que la vio crecer. En cada gesto de solidaridad, demuestra que el verdadero valor de una persona se encuentra en la capacidad de brindar una mano amiga, iluminando el camino para aquellos que lo transitan con dificultad.

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