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De Ayer a Hoy

Ordiales, el brillante deportista que se destacó en el atletismo y el boxeo

La infancia en Villa Miramar. Su etapa juvenil lanzando bala y disco. La decisión de calzarse los guantes. Disfrutó de su gran talento con los puños. “Nunca le tuve miedo a un rival sobre el ring”, admitió.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Criado en uno de los barrios más populares de Bahía Blanca, desde niño Mauro Ordiales tuvo claro que su destino estaría ligado al deporte. En su etapa juvenil, incursionó en el atletismo, destacándose rápidamente y cosechando marcas muy auspiciosas que prometían un futuro brillante. El haberse convertido en padre muy joven lo obligó a tomar un camino diferente al amateurismo, teniendo en cuenta que el sustento era primordial e indispensable. 

Su dedicación y talento lo hicieron sobresalir entre sus pares, y su pasión por el deporte fue un motor constante en su vida. Posteriormente, su camino deportivo dio un giro hacia el boxeo, una disciplina que lo catapultó a la alta popularidad a nivel nacional. Con habilidad, fuerza y determinación, se convirtió en un boxeador reconocido, peleando en distintos escenarios alrededor del mundo. Allí, se dio el gusto de vivir de su esfuerzo y dedicación. 

Sus combates fueron seguidos con entusiasmo por una amplia audiencia, y su nombre se consolidó en el ámbito del boxeo, donde se ganó el respeto y la admiración de fanáticos y colegas. Hoy, ya retirado de la competencia profesional, sigue vinculado al deporte desde otro lugar. Ha abierto su propio gimnasio, donde entrena a jóvenes y adultos, compartiendo su experiencia y conocimientos con la nueva generación de atletas. En LA BRÚJULA 24, la palabra de uno de los más versátiles exponentes de la actividad física en la historia local.

“Soy nativo de Bahía Blanca, más precisamente del barrio Villa Miramar, un sector que aún no había tenido el crecimiento exponencial que mostró años después. En aquel entonces, la calle Fortaleza Protectora era de tierra y desde mi domicilio se podría decir que tenía una vista privilegiada de toda la ciudad porque estaba sobre la loma. Tengo cuatro hermanos, uno de ellos, el más chico, adoptado, siendo yo el tercero, mi papá era empleado municipal y mi mamá trabajaba en la parte de mantenimiento de Entel”, resumió, al comienzo del ida y vuelta con este cronista.

Y añadió: “Mi niñez estuvo marcada por la bicicleta, con la cual salía junto a mis amigos a recorrer el barrio y nos ha dado algunos disgustos porque sufrí varias caídas que me llevaron al hospital (risas). Si bien me gustaba jugar a la pelota, mi físico no me ayudaba porque pegué el estirón siendo muy chico y eso impedía que me pueda desenvolver con naturalidad en una cancha”.

“A los 14 años ya tenía el tamaño actual, a los 6 quería ser fisicoculturista, algo que por fortuna el Club Olimpo no me permitió a raíz de mi corta edad. Doy gracias a eso porque me hubiese arrepentido, al no compartir la vida que llevan las personas que se dedican a eso. Luego, se me fue la idea de la cabeza. Hice la primaria en la Escuela Nº 62 y la secundaria la cursé en varios colegios, sabiendo que mi pensamiento para ese momento de mi vida, plena adolescencia, era vivir del deporte”, sostuvo, con la misma certeza que tenía durante su feliz infancia.

Para tal fin, tomó el toro por las astas: “Fui a Las 3 Villas, estaba la profesora Flavia Ressia, me dio un peso que, luego supe que era la bala, y se ve que la arrojé muy lejos aunque con muy mala técnica de lanzamiento. De chico me gustaba caminar con las manos por los tambores y colgarme de las plantas, creo que eso me dio algo de calistenia. Casi sin preparación, me mandaron a un Campeonato Argentino de Atletismo para mi categoría y pasé papelones. Me topé con Julio Piñero, un deportista que luego iba a ser de élite como lanzador de bala y disco”.

“En esta última especialidad hacía lanzamientos nulos por mi falta de técnica, algo que me frustró muchísimo, estando en la divisional de los menores entre 15 y 17 años. Cuando él arrojó el disco, que pesaba un kilo y medio, se veía que no caía nunca e hizo una marca superior a los 60 metros, una verdadera locura. Al momento en el que fue mi turno, el elemento en vez de planear, iba a los tumbos, por lo que se notaba que me faltaba mucha preparación y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo”, sostuvo, con cierto pudor.

Aquel episodio dejó una marca indeleble: “Estaba realmente muy mal por la situación, le dije a mis padres que fueron a verme a ese certamen en Azul que no quería seguir más. Al año siguiente me tocaba lanzar el disco de dos kilos y tenía un poco más de técnica para desarrollar la actividad, bajo el ala de Alfredo Vlek que me dio las herramientas para desempeñarme mejor, un fenómeno. Todavía estaba en categorías menores y en bala hice algo más de 16 metros, una marca que me ponía muy cerca del récord argentino. Salí campeón a nivel nacional y segundo quedó Piñero, que era un animal y al que vencí por pocos centímetros”.

“A partir de ahí, sabiendo que el atletismo era muy amateur salvo por el apoyo de un sponsor, inicié un camino que iba a ser corto. Allá por 1992 ya me había retirado de los entrenamientos y Alfredo estaba muy mal por mi decisión porque tenía en mi poder la mejor marca nacional en lanzamiento de bala. Se requería de triple turno de prácticas diarias, era muy exigente y me cansé, por lo que empecé a buscar trabajo. Se hizo otro certamen en Azul y Vlek ni siquiera me hablaba, con toda la razón del mundo”, rememoró Mauro. 

Los resultados llegaron muy velozmente: “Volví a salir campeón nacional en bala, ahora en Juveniles batiendo un récord que databa de 1975. En disco, Piñero estaba disputando un Mundial de la categoría en Lisboa donde terminó en los primeros lugares y por mi parte acá en el torneo argentino marqué un lanzamiento que, si bien fue nulo, fue de más de 55 metros. Pisé apenitas el aro por unos milímetros, pero lo paradójico es que hice una marca muy similar a la que puso a mi rival de siempre en el podio del campeonato internacional. Ahí me retiré definitivamente”.

“En el gimnasio de Alfredo Vlek que estaba sobre calle Mitre, conocí a un ex jugador de rugby que vio en mi que, pese a mi escaso peso, levantaba muchos kilos. Me comentó que tenía vínculo con un hombre, de apellido Duarte, que enseñaba boxeo en el Club Universitario. Fui, empecé a pegarle a la bolsa y la mano mía volaba, a raíz del cambio que implicaba pasar de un disco y una bala a un guante que pesaba solo gramos. Tenía 19 años y estaba decidido a que tenía que encarar firmemente algún deporte o empezar a trabajar porque venía en camino mi primer hijo, Brian”, evocó el completo y versátil deportista. 

No obstante, aseveró que “mientras tanto apenas si conseguía algún empleo informal en panadería o rubros por el estilo, en ese sentido mis padres siempre me apoyaron. El primer combate, con 23 años, fue en Universitario contra un rival de Viedma que ya estaba fogueado. Mi temor no era el boxeador que tenía enfrente, sino que mi principal miedo era la opinión de la gente que miraba la pelea. A tal punto que me daba lo mismo ganar o perder, por lo que me la pasaba pendiente de que no gritaran que me bajen porque era un burro”.

“Ese debut lo venía perdiendo por puntos, hasta que logré acertar un golpe que me permitió lograr el triunfo por nocaut. Todas las peleas de mi era amateur fueron en Bahía y la región y las gané por la vía rápida. En esa etapa, Duarte me hacía mantener un entrenamiento muy intensivo, de 4 a 5:30 de la madrugada porque a las 6 entraba a trabajar”, reflexionó en lo concerniente al sacrificio que hacía a diario.

Al igual que con el atletismo, el ascenso fue meteórico: “Al poco tiempo llegó el día de una pelea contra el campeón argentino amateur de la categoría medio-pesado. El combate era en General Daniel Cerri y en la semana le había advertido a mi entrenador que no sentía fuerza. Él, optimista por naturaleza, me decía que le iba a ganar igual, aunque interiormente sabía que donde me impactara un golpe no me iba a poder levantar. Los primeros dos o tres rounds los gané relativamente fácil, pero luego me tocó con el guante y no me pude levantar”.

“En el hospital me dieron el diagnóstico: una infección en el pulmón derecho, una afección con la que había subido al ring. Aquella fue mi primera derrota oficial en un cuadrilátero en el campo amateur. Pasó un año y medio hasta que me pude recuperar definitivamente y empecé a prepararme para la revancha. En ese interín, me abrí de Duarte porque me vendía como si fuera un campeón mundial y por eso peleaba esporádicamente”, lamentó Ordiales. 

Asimismo, comenzaron a soplar vientos de cambio: “En Buenos Aires me crucé a (Alfredo) Vargas, un entrenador de Viedma que era un fenómeno, durante el campeonato nacional amateur. Allí, llegué a la final y mi rival terminó con fractura de mandíbula, por lo que me consagré con ese título. Allí me dieron a elegir la posibilidad de convertirme en profesional y, teniendo en cuenta que necesitaba dinero porque ya tenía a mi hijo de tres años, no lo dudé pese a que tenía poca experiencia en el ring”.

“En el debut en ese plano, me pasó algo parecido al combate anterior porque le fracturé un hueso del rostro a Íbalo. Ese tipo de lesiones marcan el final de la carrera de un boxeador pero, al mismo tiempo, se empezaba a correr la voz de que la mía era la mano más pesada de Sudamérica en mi categoría. Ese combate fue en Mar del Plata y el ringside estaba lleno de boxeadores, por lo que mi preocupación otra vez era, más allá del resultado, hacer las cosas bien en lo que respecta a lo estético para no recibir críticas de los notables. No quería que se repita lo que me había sucedido en el atletismo, algo que me marcó para siempre”, se sinceró, promediando la charla. 

Consultado sobre el temple para el momento crucial en el que a un púgil le retiran el banquito y queda mano a mano con su contendiente, admitió: “Nunca tuve miedo de subir al ring y pelear con alguien, el temor era lo que la gente pensara de mi estilo. En un año llegué a hacer 11 peleas de profesional y al año siguiente hice 2 o 3 porque por mi récord tenían que ponerme púgiles de mi nivel, a los cuales había que traer del exterior del país. Es ahí que me terminé peleando con el promotor porque cuando me sacó afuera ya no tenía lo que se conoce como distancia, algo así como el ritmo, para boxear”.

“No podía guantear y solo tenía acceso a ese tipo de prácticas cuando iba a Buenos Aires, donde los sparrings eran ‘Locomotora’ Castro o Marcelo Domínguez, a quienes les podía tirar golpes fuertes que los podían asimilar. Me acuerdo cuando se hizo la pelea con ‘El Patón’ Basile en sus tiempos de boxeador serio, le di la revancha fuera de la TV, luego de ganarle un combate que se resumió a un solo golpe que lo hizo caer. Aquel desquite lo hicimos en el Club Huracán y sin cámaras, algo más íntimo por decirlo de alguna manera”, evocó con total naturalidad. 

Su nivel de visibilidad fue creciendo en el ambiente: “Varias de las veladas en las que me tocó participar fueron transmitidas por TyC Sports, lo que a uno le daba más popularidad. En una ocasión, Fabio ‘La Mole’ Moli necesitaba irse a Alemania ganando una pelea. Me acuerdo que me pesé con una piedra bocha en las manos para dar en la balanza algo parecido a los 100 kilos y así validar el combate que resultó ser una exhibición”.

“En un determinado momento me alejé del boxeo por los manejos del ambiente, más allá de que el deporte en sí es maravilloso. Coincidió con el momento en el que, ya divorciado, me puse de novio con mi segunda pareja, Rosana Bonjour, quien me incentivó a que abriera mi propio gimnasio. Cuando ella me conoció, yo estaba dando clases como colaborador del dueño de un centro de entrenamiento, hasta que me animé a tener un espacio propio que, además, me ayudó a olvidarme de los viajes y tanto trajín”, dijo, con la seguridad de quien tomó la decisión correcta.

Volviendo sobre uno de los temas que mayor curiosidad despierta, Mauro reiteró: “Respecto de la valentía y coraje al momento de subir a un ring, uno se tiene fe por todo lo que entrenó, eso es más fuerte que cualquier sensación de inferioridad frente a un rival. Cuando estuve en Alemania, quería quedarme allá porque los amateur eran como los profesionales de acá. Era difícil que se diera esa posibilidad porque en ese momento tenía un contrato vigente y, además, a toda mi familia acá lo que iba a hacer que la decisión fuera difícil. En una oportunidad me vio un entrenador mexicano que no podía creer que no estuviera más arriba, pese a que en ese entonces ya era campeón Latino”.

“Una anécdota muy paradójica tiene que ver con el hecho de que nunca terminé muy lastimado un combate. Antes de una pelea en el Luna Park me entrené en el conocido gimnasio Los Angelitos y había una alfombra en el suelo y las cuerdas del ring. Me tocó guantear con un chico amateur, para mi era como un juego porque los perdonaba siempre y trataba de que sea algo divertido, respetando a todo el mundo. Me torcí el pie y el otro muchacho me movió con su brazo frenando el golpe que había lanzado, por lo que caí y terminé con gran dolor. No fui al hospital a que me revisen y a las tres semanas estaba boxeando contra Luis Andrés Pineda, en un evento al que asistió nada menos que Don King, quien estaba alojado en la casa de mi promotor”, agregó.

No fue una noche sencilla para “El Granadero”: “En esa velada, ya había de por medio un contrato y yo solo tenía que pelear sin importar el resultado, algo que me enteré después. El panameño acertó un golpe tremendo, pude levantarme e interiormente pensaba ‘me va a venir a rematar, es mi posibilidad de agarrarlo desarmado y revertir el trámite de la pelea’. Cuando apoyé el peso de mi cuerpo sobre el tobillo percibí un dolor indescriptible y no pude seguir combatiendo. El tobillo terminó con cinco fracturas y tuvieron que operarme”.

“Varias veces me tocó lastimar muy feo a un contrincante, recuerdo en una oportunidad contra un chico de apellido Coman y para poder pelear tuve que llevar al intendente de ese entonces (Jaime Linares) que debía ir a firmar para que se haga el evento. Pude noquear a mi contrincante, que cayó desmayado en el rincón donde estaba el jefe comunal viendo el espectáculo. Se llevó un susto bárbaro porque empecé a hacerle masajes cardíacos al muchacho que estaba tendido en la lona sin respirar. Por suerte logré reanimarlo y, pese a que le corté la carrera, sobrevivió”, explicitó, aún suspirando aliviado. 

Al cierre, aseguró que forma parte del proyecto deportivo de la Escuela Municipal de Boxeo: “A partir del 24 del corriente quedarán abiertas las inscripciones para quienes concurren a las escuelas primarias y que no tengan recursos. Las clases serán lunes, miércoles y viernes de 14 a 17 en Avenida Alem 2429”.

Mauro Ordiales encontró la manera de mantener viva su pasión por el boxeo y el deporte en general, contribuyendo al desarrollo de nuevos talentos y fomentando un estilo de vida saludable y activo. Todo el derrotero expuesto en este artículo es un claro ejemplo de que con enorme dedicación y deseos de superación se pueden sortear todas las barreras.

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