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DE AYER A HOY

“Casi pierdo la pierna, pero el pádel me enseñó a superar la adversidad”

Paula Eyheraguibel repasó su carrera en el deporte. Su primer contacto con la actividad. La primera experiencia en Europa. Los títulos mundiales. Y el deseo de vivir más tiempo en su ciudad natal.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco /Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

La década del 90 fue testigo en Argentina del furor de los videoclub, los locutorios y las canchas de pádel. Solo estas últimas parecieran resurgir de las cenizas, una disciplina que ha sabido congregar a miles de bahienses, los cuales se subieron a la ola. En el momento de la rompiente depuró a una actividad que implicó el cierre de la gran mayoría de las canchas existentes en distintos puntos de la ciudad.

Así fue como emergieron distintos exponentes en este deporte que se convirtieron con el paso de los años en verdaderos embajadores en el mundo, izando la bandera de su tierra con hidalguía y coraje. Paula Eyheraguibel fue una de las referencias ineludibles, idolatrada por los entendidos, marcó una época en su etapa como jugadora y ahora se dedica a la transmisión de conocimientos donde la convoquen.

No obstante, siempre se hace sus espacios para regresar a su terruño natal, ese en el que coexisten su familia y amigos. La particularidad es que, en esa ocasión, su llegada coincidió con una de las tragedias más dolorosas que se recuerden, a raíz del temporal que dejó 13 fallecidos y daños que implican pérdidas multimillonarias. Ella, junto a otros conciudadanos exitosos, pusieron al hombro a una campaña apoyados en su popularidad y dieron una gran mano. En LA BRÚJULA 24, indagamos algo más de la génesis de una talentosa de verdad.

“Soy 100% bahiense. Tuve una infancia feliz, nací y crecí en la casa en la que aún viven mis padres cerca del Ciclo Básico. Somos 13 primos, todos muy unidos, gracias a una abuela muy presente que se encargó de mantenernos cerca”, explicó al inicio de la charla, con el sonido de fondo de paletas impactando las pelotitas en un complejo de canchas ubicado en Las Heras al 2800.

Y sumó otro dato ligado a su composición más íntima: “Tengo dos hermanas, Eugenia que es mi melliza y Florencia, un año y medio más chica que nosotras, por eso siempre decimos que somos casi trillizas (risas). Mi papá jugó toda la vida al básquet en Sportivo Bahiense, incluso integró la Selección bahiense, por lo que el deporte siempre estuvo presente”.

“Probé distintas actividades, en ninguna me enganchaba, hasta que apareció el pádel. Recuerdo que acompañé a mi papá, faltó uno y me hicieron jugar a mi. Luego, una compañera me propuso anotarnos en un torneo, perdimos todos los partidos 6-0 y 6-0”, evocó con nostalgia y cierta picardía.

Su fuerza de voluntad la llevó a tomar ímpetu: “Mi orgullo hizo que empiece a tomar clases porque quería ganarle a todas las que me habían humillado. Paralelamente le dedicaba mucho tiempo al estudio. Fui a las escuelas dependientes de la UNS, era una alumna bastante aplicada, pese a que algunas materias no me resultaban tan sencillas”. 

“Mi primer partido de padel lo jugué con 15/16 años, empecé de grande porque muchas colegas habían comenzado desde muy chicas y otras antes habían practicado tenis. Lo único que quería era mejorar mi nivel, comenzando desde la Sexta División, jamás imaginé que iba a ser mi medio de vida”, reflexionó Paula.

Estaba en ciernes una deportista que luego se convertiría en una leyenda viva para la ciudad: “El boom del pádel empezó a decaer cuando decidí iniciar una carrera profesional. Empecé con Betina Fernández como pareja y fuimos a Buenos Aires a probar suerte para medirnos con las que eran número uno del mundo”.

“Perdimos 6-3 y 6-3, enfrentándonos con chicas que solo veíamos por televisión, por lo que con ese resultado sentí que no estábamos tan lejos. Luego, entrené más fuerte mientras estudiaba Marketing en el Instituto Pedro Goyena, logré mis primeros trabajos en La Nueva y en la Bolsa de Comercio”, refirió Eyheraguibel con la certeza de que aquel camino era el correcto.

En paralelo, marcó un punto de inflexión en su carrera: “Llegó un momento en el que me plantearon la posibilidad de jugar el Mundial de Mar del Plata. Corría el año 1998 y sabía que para eso debía prepararme con todo porque era indispensable si quería estar a la altura de las circunstancias”.

“Dos años antes había jugado en España la final del Mundial junto a otra bahiense como Inés Álvarez y ante cinco mil personas. Recuerdo que nos temblaban las manos, se notaba en la forma de sostener la paleta (risas). Me gradué, pero sabía que la vida de un deportista era muy corta y quería interiormente saber hasta dónde podría llegar”, contó, con ese espíritu inquieto que la caracteriza.

Llegaron desafíos irresistibles para una deportista de elite: “En el 2000 me di el lujo de disputar otro Mundial representando a Argentina y es ahí cuando surge la posibilidad de experimentar tres meses en España. Cuando estaba por regresar, Carolina Navarro (por entonces la mejor jugadora) me propuso ser su compañera”.

“Un club me contrató, no me pude negar porque me ofrecieron condiciones excelentes condiciones. Un escollo fue convencer a mi familia porque no querían que me vaya tan lejos, pero tomé coraje y asumí el desafío, viviendo a nivel profesional de este deporte”, explicó Paula, con su mirada observando un punto fijo, buscando las palabras justas para graficar la situación.

Si bien parece ser dueña de una fortaleza única, su sensibilidad puede más: “Mucha gente piensa que es fácil irse del país y alejarse de lo que uno quiere porque creo que a todos nos cuesta el desarraigo. Todos los domingos en Barcelona nos juntamos los argentinos que allí residimos para comer asado y sentirnos algo más cerca de nuestras raíces”.

“Fui de las primeras mujeres que fue a España a competir, luego llegaron más argentinos porque al principio sólo podíamos disputar libremente los certámenes internacionales. En los Open era obligatorio jugar en pareja con una española para desarrollar a las deportistas de aquel país”, dijo, promediando el ida y vuelta con este cronista.

Tal es así que ni en sus sueños hubiese imaginado lo que está vivenciando: “Lo que pasó después de la pandemia es algo inimaginable, con el padel creciendo en países impensados como Arabia Saudita, Italia, Bélgica, Suecia y Holanda. Esa etapa coincidió con mi retiro como jugadora porque si bien lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo, no deja de ser algo fuerte”.

“Mis últimas cuatro compañeras están en el top 5 de la actualidad, por lo que esa última etapa fui una mezcla de coach y deportista, una satisfacción de verlas crecer. En el tramo final de mi derrotero dentro de una cancha se me estallaron a la vez los dos tendones de Aquiles”, consideró, aún movilizada por aquel traumático episodio.

No obstante, la situación se agravó: “Sufrí la mala praxis por parte de un médico de Madrid y casi me tienen que amputar una pierna, pasando por seis operaciones en ocho meses. Ahí aprendí que el deporte me había dado la posibilidad de ganar ocho títulos mundiales, el Olimpia de Plata, pero además me enseñó a seguir peleándola en la adversidad”.

“Los pensamientos positivos, el seguir con la mentalidad luchadora me hizo mantenerme, sin caminar, ni trabajar, lejos de los seres queridos. Logré aplicar las herramientas del deporte en mi día a día. Creo que al expandirse el pádel, se necesitan coaches en distintos países, lo que nos llevó junto a un amigo a entrenar gente de afuera”, agregó Eyheraguibel.

Actualmente es una trotamundos que vive armando y desarmando valijas: “Este año fui a Qatar donde me tocó compartir con gente muy poderosa, estuve en la Isla de Creta y en Cerdeña, lugares que uno no puede creer estar enseñando. Te encontrás con jugadores que fueron entrenados por personas que jugaban squash y no tienen la técnica acorde”.

“La idea es hacer crecer este deporte, gracias a 35 años de experiencia, en un deporte donde el 90% es psicológico y en el cual no solo importa lo táctico y lo técnico. Sigo trabajando en el club que me contrató y lo amalgamo con los viajes por distintas partes del mundo para enseñar”, exclamó con tono firme. 

Por último, se esperanzó con un viejo anhelo: “El próximo paso será poder también darme mi espacio para pasar más tiempo en Bahía. Esta es una ciudad que, además de querer profundamente, dio tres deportistas destacados a nivel del pádel (en alusión a ella, Miguel Lamperti y Juan José Miéres) y está bueno que de a poco se vayan sumando cada vez más pistas con blindex y césped”.

Sonriente y optimista, se percibe en la mirada de Paula que disfruta al máximo de los días en los que se aferra a sus afectos, caminando las mismas calles que solía frecuentar hasta que tuvo que madurar de golpe, abriendo las alas hacia lo desconocido. Además, se siente reconfortada al ayudar, en una contingencia tan compleja como la carta que jugó el clima, a quienes siguen siendo sus vecinos, con los que comparte el amor por Bahía Blanca.

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