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Por arzobispo Carlos Azpiroz Costa

“El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz”

Por Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa, OP Arzobispo de Bahía Blanca

Hermanas y hermanos:

Poco a poco, mes tras mes, semana tras semana, día tras día… atardece el año 2021. Mirando hacia atrás sería imposible evitar un balance ¡Siempre el ocaso de un año calendario invita o exige una mirada retrospectiva! Al mismo tiempo, se imponen decisiones de vida, decisiones debidas. Finalmente, no podemos dejar de proyectar y proyectarnos hacia el futuro. En síntesis: hacer memoria, vivir con pasión, abrirnos al mañana con esperanza.

En nuestro país, desde mediados de marzo de 2020 –dada la pandemia del COVID 19- tras las primeras disposiciones – decretos nacionales, provinciales y municipales, hemos experimentado (¡todos!) una gran fragilidad; hemos intentado obtener permisos para poder circular (inicialmente concedidos para actividades esenciales); y también debimos soportar el confinamiento, aislamiento ¡la incertidumbre!… con la consabida protesta, murmuración y descontento.

Atentos a los partes diarios de contagiados, hospitalizados, fallecidos y recuperados se inició con mayor o menor éxito la campaña de vacunación (1ª dosis, 2ª dosis, 3ª dosis… de modo irregular, aunque sin negar el esfuerzo de las autoridades correspondientes y personal dispuesto a garantizar la campaña sanitaria).

Las diversas “cepas” fueron apareciendo… y cada una pareciera hacer más difícil encontrar la “puerta de salida” a la “normalidad” (la deseamos pero parece no llegar)… Los medios de difusión intentan comprender lo que infectólogos y expertos tampoco alcanzan a entender (¡Qué podríamos decir nosotros, “legos” en estas cuestiones de por sí tan complejas!).

No obstante, sin dejar de lado las sorpresas de cada día, todas estas y tantas otras coordenadas o constataciones nos llevan a pocas, pero importantes conclusiones. Más que “conclusiones”, resultan invitaciones a seguir andando nomás.

Celebrar la Navidad para los cristianos es mirar el pesebre y un recién nacido envuelto en pañales (porque José y María no encontraron sitio para el nacimiento del Niño Jesús). Navidad invita a confesar nuestra fe en el Salvador – Hijo de Dios en esa fragilidad que nadie hubiera podido imaginar para la venida de un Rey y Salvador (sencillos pastores de la región se acercan y traen sus dones; también Magos desconocidos que llegan de lejos). Cuando 33 años más tarde, Pilato “muestra” a Cristo torturado y coronado de espinas dice “¡He aquí al hombre!”. ¿No es este el auténtico retrato de nuestra humanidad? Los seres humanos, mujeres y varones, no solamente morimos, sino también matamos (la matanza de los Inocentes en Belén es ya anticipo de lo que sucederá con el Niño recién nacido). Como en su nacimiento, su vida, su caminar, en su pasión y muerte Jesús aparece frágil, vulnerable, descartado. ¡Somos tan frágiles! ¡Nuestro Señor ha elegido ese camino para enseñarnos a creer, amar, esperar!

La pregunta por lo esencial trae consigo otra cuestión: ¿Quién decide qué es lo esencial? ¿quiénes son los que deciden quiénes son “esenciales”? Todo lo que hemos vivido y estamos viviendo, en medio de un torbellino de discusiones políticas, económicas y presupuestarias; “alianzas” y “distancias”, “coaliciones” y “aversiones”, “socios” y “adversarios”, nos invita a pensar y buscar realmente aquello que es esencial.

[Nota: No podemos dejar de reconocer la importancia de la “política” como la búsqueda del bien común y expresión más alta del Amor a toda la comunidad ¡nunca exclusivo ni excluyente de “los míos, los propios, los nuestros”!].

Finalmente -me refiero al confinamiento, aislamiento, etc.- San Pablo, el Apóstol, el misionero y viajero infatigable, tantas veces perseguido y torturado, ya encarcelado escribía a su discípulo animándolo: “Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada” (2ª Timoteo 2, 8-9).

Navidad en medio de la fragilidad compartida e indisimulable, nos invita una vez más a la búsqueda de lo realmente esencial en tiempos que pareen amenazar repetidos aislamientos, confinamientos y encierros (los más peligrosos: el egoísmo autorreferencial, la cerrazón del corazón, el “hacer la mía”). Navidad significa que Dios ha querido decirnos una Palabra definitiva. Así lo leemos en la Carta a los Hebreos: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” (Hebreos 1, 1-2).

Navidad es el tiempo propicio para ver, para elegir, para actuar. Tiempo propicio para amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu, con todas las fuerzas y al prójimo –nuestra hermana, nuestro hermano- como a nosotros mismos.

¡Feliz Navidad! ¡Que tengan un Año Nuevo -2022- lleno de cosas buenas, verdaderas y bellas! ¡cosas de Dios!

Bahía Blanca, 22 de diciembre, 2021

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