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Opinión

El futuro es nuestro

Por Gabriela Biondo (Gaby la voz sensual del Tango)

Fin de año, tiempo de balance, de sensibilidad a flor de piel, de replanteos, de proyectos. A muchas personas no le gustan las fiestas o le pasan inadvertidas; en mi caso siempre fueron motivo de gran celebración, preparativos y ansiedad. Vivir la alegría de los más pequeños de la familia esperando un obsequio, reencontrarme con primos y tíos que -con el ritmo vertiginoso de la cotidianidad- me resulta difícil frecuentar, esperar las doce, brindar, escuchar los augurios para la nueva etapa que comienza y, por sobre todas las cosas, poder abrazar a quienes amo.


Esta navidad e inicio del 2022 los espero con ansias y temor, porque aún el fantasma de la pandemia no se ha ido. Diciembre del 2020 nos encontró encerrados en casa, junto a mi hijo y esposo rezando por la salud de mi padre que estaba internado con COVID y neumonía bilateral, y por la de mi madre también enferma y sola en su casa. Se acerca el 24 de diciembre y ruego que podamos celebrarlo juntos, con ellos, que ganaron la batalla contra el virus, y el resto de la familia que, gracias a Dios, tengo conmigo.


¿Qué más puede hacerse en fechas tan relevantes para quienes somos creyentes que agradecer y pedir salud? Tengo mucho que reprocharle al destino por allegados que ya no están, por familias destruidas, por tantas personas que, aún trabajando, pasan necesidades, pero no podemos dejar de agradecer. Las fiestas van a ser terribles para aquellos que verán sillas vacías en su mesa y espacios irremplazables. A ellos les deseo la fortaleza necesaria para poder acompañar a quienes quedaron a su alrededor, que son también los que pueden contenerlos e incentivarlos a seguir adelante, dándole motivos para levantarse y enfrentar la vida todas las mañanas.


A veces el destino nos golpea tan duramente que el agradecimiento parece una ironía, pero sin él perdemos todo valor por la vida: si no tenemos nada que agradecer, nuestra existencia se torna un castigo en el que nos limitamos a sobrevivir. Estas fechas en que las cosas se resignifican y las emociones nos abruman, son los mejores momentos para disculparnos con quienes debamos hacerlo, acercarnos a quienes sin querer hemos descuidado, retribuir el cariño recibido y los sinceros sentimientos que, aún desde un dispositivo electrónico, hemos recibido en meses tan duros como los transitados.


Creo que todos, cuando agradecemos al dios al que profesamos nuestra fe, también le hacemos pedidos. Es inevitable pretender que las cosas mejoren: la situación sanitaria y económica, la concientización generalizada de que la vacuna nos ha salvado y es el único camino para terminar de superar este trance nefasto en el que se sumió el mundo desde finales del 2019, la convivencia armónica entre familias, vecinos y argentinos, la recuperación de los valores y la cultura del trabajo, la cordura de la clase política bregando por el bien común y no por un mejor resultado electoral… pero todas estas cosas están en nuestras manos, no se puede responsabilizar a una divinidad de lo que hacemos u omitimos hacer los hombres (¡aunque parezca que sólo nos puede salvar un milagro!).


El futuro es nuestro y de nadie más. Seamos protagonistas y no testigos de la historia; como dijo George Bernard Shaw: “No nos hacemos sabios por el recuerdo de nuestro pasado, sino por la responsabilidad de nuestro futuro”.

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