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Por Andrés De Leo

El nuevo muro: la grieta y el odio

Por Andrés De Leo, senador provincial (JxC)

En 1983, Rául Alfonsín lideró una gesta épica que encauzó a la Argentina hacia un proceso democrático que dejó atrás décadas de golpes de Estado, violencia política, proscripciones, asesinatos terroristas y terrorismo de Estado. El compromiso de restablecer el Estado de Derecho, las libertades civiles y la justicia tras la Violación de los Derechos Humanos se llevó adelante, pero también millones de argentinos se esperanzaron con la frase que el líder radical repetía en sus discursos apoteóticos: “Con la democracia se come, se cura y se educa”.

En casi 38 años, la democracia ha sobrevivido a profundas crisis económicas, sociales, políticas e institucionales, resultando un hecho nuevo y positivo en la historia de nuestro país. El filósofo  español Daniel Innerarity ha escrito que “una democracia puede cometer errores, pero al contrario de la tiranía, atractiva en tiempos de crisis, puede aprender de ellos y corregir rápidamente los fallos”.

Sin embargo, esta firme convicción de que es en democracia que se van a corregir los errores cometidos en democracia, no nos permite ser complacientes con situaciones que puedan comprometer la pacífica convivencia de los argentinos y debilitar el tejido social. El mismo Innerarity en un artículo reciente, describió que en el mundo existe un avance de lo que denominó “estables democracias del odio”, signado por la elevación de la violencia verbal en la cual quienes las infieren ó quienes la reciben están convencidos que no ponen en riesgo el sistema institucional ni posibles guerras civiles. Argentina no es la excepción. Por el contrario, en los últimos años esta práctica se ha profundizado.

La historia está plagada de ejemplos de barreras materiales o artificiales que han sido útiles para los poderes de turno pero que ha impedido a sus habitantes poder progresar o vivir mejor. Muros como el de Berlín o la cortina de hierro cayeron pero postergaron a generaciones durante su vigencia. Hoy la división es artificial, es la grieta. Los muros se construyen con ladrillos y cementos, la grieta con prejuicios y odio.

Aún sin riesgo institucional o de guerras civiles, queda claro que las confrontaciones estériles impiden resolver los problemas que están pendientes en la Argentina. En nuestro querido país, que desde hace décadas no genera ni riqueza ni distribución igualitaria. Casi 100.000 muertos por la pandemia, 42 % de pobreza y caída estrepitosa de la educación. La generación del 83 consolidó la democracia. Es tarea de nuestra generación y de las venideras hacer realidad la democracia donde los argentinos puedan comer, curarse y educarse.

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