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audio y texto completo

El conmovedor relato de Carlos Rossi sobre su padre y su abuelo

Una anécdota de la primera mitad del siglo pasado donde un inmigrante italiano que se instaló en Bahía y su hijo son los protagonistas.

Un relato que pasó de una generación a otra. Una anécdota conmovedora de un domingo de la primera mitad del siglo pasado donde un inmigrante italiano que se instaló en Bahía y su hijo son los protagonistas. El reconocido locutor Carlos Rossi compartió en el pase entre su programa Hora de Radio y Nunca es Tarde, un pequeño episodio que le contó su padre. Un recuerdo de la infancia y de una pasión: el cine.

En este audio la versión completa que salió al aire. La primera parte narrada por el propio Rossi, que al recordar a su padre y su abuelo, se quebró y la locutora Marta Rodríguez le tomó la posta para culminar la emocionante historia.

Este es el texto completo del relato:

Bautista (Battista)

Bautista alistó su traje oscuro y su corbata del mismo oscuro e incierto color raído. Se calzó sus zapatos acordonados, prolijamente lustrados y su camisa de salir, de dudoso blanco. Era domingo.

Bautista era un hombre sin votos religiosos y poco afecto al deporte. Tras una semana de trabajo en la fragua de su herrería, dando forma a las llantas de los carros y chatas de entonces, de ese entonces de los albores del siglo XX, el domingo era el día para dedicarlo a la familia, pero también para su disfrute personal.

Era de mediana estatura. Su espalda ancha y sus brazos fuertes, tallaban la figura de un hombre que había usado su cuerpo como principal herramienta de trabajo. Había llegado desde el norte de Italia a los 30 años y formó, aquí su familia con esa jovencita, Luisa, más de quince años menor que él, novia en su pueblo cercano a Milán, con un regado de cuatro hijas mujeres y seis varones.

No había tenido tiempo para una formación frondosa. Sólo lo básico. Después tuvo que educarse en la cultura de “il lavoro”.

Era domingo.

El hijo menor seguía atento los movimientos de su padre. No podía ver a través de la puerta de madera pesada con vidrios biselados de la habitación que daba al corredor, pero sabía que faltaba poco… y por eso, ya estaba preparado, con la cara y las orejas lavadas, y bien peinado.

De repente el silencio de la tarde dominguera se cortó con el chillido de una puerta.
Bautista, de traje oscuro y zapatos bien lustrados cruzó la puerta, con su “chambergo”, tan oscuro como su traje, en la mano, pero que prolijamente se acomodó al llegar al patio, no sin antes peinar a la ligera su frondoso bigote, cubierto casi en su totalidad por canas grises.

Todo a su alrededor era el paisaje acostumbrado: las baldosas de colores terrosos cuyos motivos formaban cubos que se iban entrelazando; los silloncitos de hierro y la mesa de granito; la pajarera, y más allá, la pileta de cemento donde descansaba, recostada, la tabla de lavar. Todo igual, salvo la mirada expectante de su hijo menor, que seguía atento, ahora más que nunca, a los movimientos de su padre.

Bautista terminó de acomodarse el sombrero, y miró a su hijo. Era hombre de pocas palabras y muchos hechos, decían quienes lo conocían, sea por ser sus clientes por llevar a enllantar los carros a su herrería, o por compartir, en el boliche-despacho de bebidas de la esquina de enfrente, un Campari, originario de su pueblo natal en el norte italiano, al igual que la “birra” Peroni, una de las cervezas más populares de L’Italia.
Bautista extendió su fuerte brazo y abrió su mano. Cruzó su clara mirada con la ansiosa del pequeño, y con una mueca que movió sólo un poco su generoso “mostacho”, dijo con su voz grave y profunda… ¿Andiamo?

Para el pequeño, sonó como una palabra mágica. El pase para abrir las puertas de un mundo de sueños. Y para Bautista…también.

La endurecida y áspera mano envolvió la diminuta de su hijo. Así juntos, con pocas palabras, pero con mucha alegría, transitaron lentamente el corredor hasta la puerta de calle.

Era domingo.

Padre e hijo iban a compartir una de sus pasiones. No profesaban cultos religiosos ni amaban desenfrenadamente el deporte.

Era domingo. Era día de cine.

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