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Por Carlos Rossi

Retazos de una infancia sin WiFi: juguemos a la bolita

Se estima que entre un 80 y un 90 por ciento de los niños del mundo, han jugado a la bolita, por lo menos alguna vez.
El juego, tiene más de 5000 años de historia. Algo tan simple como una bolita de vidrio, nos divertía horas y horas.

Por Carlos Rossi, locutor, conductor y periodista (*)

Mi hijo andaba entre los 6 o 7 años cuando un día me pidió que le comprara canicas.

El asombro fue grande. Más que por el pedido, por el término utilizado, seguramente escuchado en algún programa de televisión de entonces, hace más de 20 años atrás, originado en otro país latinoamericano, pero no argentino.

¡¡¡Bolitas, son bolitas!!! Le dije a modo de aclaración idiomática, según la costumbre de nombrarlas por estos lares.

Exactamente. Me estaba pidiendo que le compre “bolitas”. Ese hermoso juguete o como pueda definirse, que colmó largas horas de nuestra infancia. Jugar a la bolita era una tradición transmitida de generación en generación.

Un juego mundial. Se estima que entre el 80 y 90 por ciento de los niños de todo el mundo han jugado a la bolita alguna vez en su vida.

Además de mundial, milenario. Si bien no se conoce el origen geográfico del uso de bolitas, hay antecedentes del antiguo Egipto, 3000 años antes de la era cristiana…es decir… ¡¡¡más de 5000 años!!!

Las primeras que conocí eran de un solo color. Azules, marrones o negras, no había más opciones allá por los 60’s. Creo que las que tuve guardadas celosamente en un frasco de mayonesa, las heredé de un primo mayor. Eran de vidrio, y pesadas.

Al tiempo, aparecieron las que se llamaban “japonesas”, supongo que por su procedencia (made in Japan), que eran, ni más ni menos, salvo algún detalle, iguales a las que hoy conocemos. Transparentes, y con un centro de color, también de vidrio, pero un poco más livianas.

Se han encontrado “bolitas” o “canicas” hechas, algunas, con materiales preciosos, o carozos de aceitunas, también de frutos secos, y piedras

En aquella infancia sin WiFi, durante las vacaciones de verano, los partidos eran casi interminables, porque no siempre jugábamos por la prenda, es decir, para ganarles las bolitas a nuestros adversarios, sino, simplemente por puntos.

La cancha era la lonja de tierra, sin baldosas aún, en la esquina de enfrente, la vereda de la casa de Carlitos, hoy médico y muy buen basquetbolista, revelación de las categorías infantiles y juveniles del “Albo”.

En esa “cancha” se marcaba una línea de lanzamiento, y a unos dos o tres metros –como mucho- de esa marca, se hacía un orificio, un agujero, llamado “hoyo”.

Los competidores arrojaban con la mayor destreza y afinada puntería hacia el hoyo; el que arrimaba más cerca, comenzaba el juego. Si alguno “embocaba” con el primer tiro la bolita en la abertura, hacía lo que se llamaba “hoyo en uno”, y directamente ganaba el partido.

“Hacer hoyo” o sea, meter la bolita en el orificio, era sólo una de las partes del juego; falta la “quema”.

Popularmente se llamaba “hoyo y quema” jugar a las bolitas.

La “quema” era hacer impacto en las bolitas de los contrarios. Quienes eran tocados, eran  los jugadores quemados, los que quedaban fuera del juego y debían pagar, al quemador con sus bolitas.

Para quemar, se debía usar una táctica especial que combinara puntería y fuerza, así como la colocación de los dedos.

Una de esas maneras para lanzar la bolita, era colocarla sobre el dedo mayor e índice, arqueados lo suficiente para formar un receptáculo. Con el pulgar, se golpeaba a manera de gatillo, contenido detrás del dedo mayor y soltándolo con fuerza para que se disparara la bolita.

Otra forma muy similar, era contener la “canica” entre el mayor y el pulgar, pero, disparar con el dedo mayor.

Una tercera, “el pellizcón”.  La bolita se pellizca con el índice y el pulgar.

Toda una técnica.

Una variante del juego, era con el “bolón”,  que era una bolita de tamaño más grande, y que en ocasiones reemplazaba al hoyo.

Otra: dibujar en la tierra un círculo, cuadrado, triángulo o cualquier forma, y depositar las bolitas en su interior. También hacer varios hoyos, con distintos valores, para sumar puntos.

Más allá de estas cuestiones específicas, jugar a la bolita, nos divertía. Compartíamos con los otros pibes del barrio un lugar al aire libre, un  juego, a veces horas y horas, hasta que nos llamaban a tomar la leche o a cenar, con un juguete, un elemento, tan simple, como una bolita de vidrio.

(*) Pueden escuchar a Carlos Rossi en su programa Hora de Radio, de lunes a viernes desde las 19 por La Brújula 24, FM 93.1.

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