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por homero bimbo

El arte también es político

El arte, nuestro arte, es dinamizador de la economía, atrae público o por lo menos lo entretiene durante los festivales locales a los que a los vecinos y vecinas les gusta asistir y moviliza así la red de ofertas gastronómicas y la venta de productos en ferias y eventos.

Por Homero Bimbo, artista (Instagram: @bimbohomero)

Cuando decidí trabajar de artista (por decirlo de alguna manera) mi vieja me aconsejó no dejar mi otro empleo, porque “vivir del arte” parece ser un oxímoron, algo así como una ficción donde es necesario ser tocado por la varita mágica del éxito para que hacer arte y vivir de ello sea una posibilidad.

Pero soy un poco terco y decidí seguir adelante.

Canté tangos, durante los ’90, formando parte de las orquestas de grandes maestros de nuestra ciudad como Anibal Vitali y Hugo Marozzi. Continué con el folklore desde el año 2000, recorriendo nuestros barrios y, así, fui sumando otros cientos de proyectos y experiencias artísticas diversas.

Nunca dejé de cantar, porque siempre encontré algún espacio para hacerlo. Espacio que alguien, con tantos sueños como los que yo tenía, y aún tengo, generaba con esfuerzo.

Pero lo que siempre fue difícil, desesperanzador y arduo era “vivir del arte”, profesionalizar mis propuestas en un círculo social que mira al arte como una mercancía útil para dinamizar la economía de ferias y eventos variopintos, pero que no ve a quienes lo ejercen como trabajadores o trabajadoras de la cultura.

Muchas veces me pregunté si el arte podría llegar a ser un trabajo para mí, otras veces creí que sólo podría sobrevivir a través de él aferrándome a la popularidad fugaz de los medios de comunicación masivos y a la participación en todas las actividades culturales que hallara, aun cuando la remuneración en ellas fuera simbólica o casi inexistente. Una cosa aprendí, que quien se beneficia menos de estas actividades (económicamente hablando) es aquel que pone el cuerpo, creando y haciendo arte.

Ante la insistencia de algunos organizadores de eventos de que me presentase en miles de lugares sin percibir compensación alguna, me preguntaba: ¿Es que el arte no vale lo mismo que cualquier otro trabajo? ¿Acaso el arte es sólo una especie de vocación alternativa que debe combinarse con otra profesión para sobrevivir?

Hacer arte también necesita tiempo, dedicación, también cansa y duele. Duelen la garganta, los pies y el cuerpo de tanto ensayo. Las yemas de los dedos se endurecen del roce con las cuerdas. El frío de los teatros y de los camarines nos abraza mientras entramos en calor. Los tablones que hacen, a veces, de escenarios y que no se adecúan a las necesidades de quienes interpretan una obra o bailan, lastiman.

 ¿Cuánto vale brindar un espectáculo? Si debo ponerle precio a cada ensayo, al degaste de los instrumentos, a la consulta con el médico de último momento por un dolor imprevisto que podría cancelarlo todo, al transporte que me acerca hasta el lugar donde debo dar un show, descarto de plano que esta profesión es un voluntariado y que puedo actuar siempre sin percibir remuneración alguna.

Por otro lado también me he encontrado con la dificultad del “público conciudadano”. Hay quienes creen que el arte local es menos valioso que cualquier expresión que viene de afuera. Pero resulta que acá en nuestra ciudad las producciones son tanto o más espectaculares que las que nos traen desde la Capital y creo que si estas últimas propuestas foráneas se visibilizan más es porque cuentan con mayor apoyo, promoción y difusión, sólo por el hecho de que sus protagonistas son personajes populares que se tomarán alguna foto con el gestor cultural o político de turno.

Pasé gran parte de mi carrera artística y mediática aconsejando al público a que se acercara al arte local, o acercándole a la gente, a través de mis programas, las distintas expresiones artísticas barriales, pero ¿cómo se visibilizan estas propuestas, que nacen y se nutren en nuestra ciudad, si no cuentan con la misma difusión que aquellas que nos visitan desde la gran urbe porteña? Creo que si no hay gestión cultural redistributiva, si dejamos la cultura librada al juego del mercado la balanza se inclina, otra vez, a favor de quienes más recursos tienen.

El arte, nuestro arte, es dinamizador de la economía, atrae público o por lo menos lo entretiene durante los festivales locales a los que a los vecinos y vecinas les gusta asistir y moviliza así la red de ofertas gastronómicas y la venta de productos en ferias y eventos.

El arte es indispensable para vivir, para gozar del ocio y la reflexión (¿quién no ha disfrutado de un artista local en algún bar?). Pero también es imprescindible para educar (qué mejor que aprender con y por medio de las artes, en las escuelas o en casa), y que mejor que educar sobre la comunidad y el barrio a través de sus propias expresiones.

Sin embargo creo que todavía no existen planificaciones, por parte de nuestro gobierno municipal, que impulsen, difundan o alivien las dificultades de sostenimiento que tienen las múltiples propuestas artísticas de nuestra ciudad y los espacios donde éstas se desarrollan.

Tengo la posibilidad (no digo suerte porque fue una construcción lenta y no exenta de sacrificios) de haber profesionalizado mis proyectos, que no es lo mismo que “vivir del arte” (esto último aún no lo he conseguido). Pero pude, con esfuerzo e inversión propia, sostenerme con mis actividades. El Tren de Homero es un claro ejemplo de ello, es una actividad que llevo adelante junto a Daniel hace más de diez años y, sin embargo no ha recibido apoyo realmente significativo y sostenible de ninguna gestión cultural local. Lo mismo le sucede a tantas propuestas culturales de nuestros barrios y nuestra localidad, lo que creo que acusa un gran e imperdonable desconocimiento consciente o inconsciente (por parte de las gestiones culturales que se han sucedido) de las múltiples y diversas expresiones que posee nuestra ciudad.  

Si, el arte se produce, es decir, se encuentra inmerso en un proceso productivo que involucra materia, consumos culturales e intercambios, y si una producción artística es inseparable de la actividad económica, también existen en ella relaciones de desigualdad.

La desigualdad cultural y por lo tanto artística es no poseer los recursos necesarios para producir, difundir y acceder a los bienes culturales. Desigualdad es que, a pesar de que existan carreras artísticas públicas, me sea difícil acceder o mantenerme en ellas porque no puedo adquirir un instrumento o abastecerme de los materiales necesarios para mis producciones audiovisuales. También desigualdad es no poder elegir cuál es la expresión artística que me gustaría disfrutar en la plaza o aprender en el taller de mi barrio, y que otros la elijan por mí o me impongan sus gustos. Porque ¿quién decide qué producción artística vale más que otra? ¿O quién decide cual es mejor para mi comunidad? Desigualdad es no poder pagar una entrada a un espectáculo o el pasaje para acercarme hasta el centro cultural.

Me queda claro que el arte no es una mercancía, como tampoco lo es la salud o la educación. Es un derecho y por eso debe ser accesible a todos y a todas. Pero es necesario que sus trabajadores/as puedan vivir con dignidad ejerciendo sus disciplinas.

La cultura (y el arte como parte de ella) también es materialidad, implica decisiones y consecuencias económicas y sociales. Por esto es que creo que las políticas culturales deben contar con la planificación y los recursos necesarios para desarrollar las artes y hacerlas accesibles a toda la comunidad, y esto sólo se logrará a través de una gestión cultural democrática y con justicia social.

Tenemos Ordenanzas de avanzada en nuestra localidad y, sin embargo, han querido avasallarlas. Tenemos un Consejo Consultivo que se nutre de referentes de las distintas disciplinas artísticas. ¿No es momento de que las decisiones del mismo sean plenamente vinculantes a la hora de definir políticas culturales y presupuestos, para darle más poder de decisión sobre la cultura a quienes producen generan y proyectan las diversas expresiones artísticas y culturales?

Que hermoso sería que en mi ciudad existieran políticas culturales que se imbriquen con el trabajo social, la salud pública y el medio ambiente en y desde los barrios. Políticas culturales que conciban la actividad cultural como un Derecho Humano, y que se articulen con las necesidades barriales a través de las diversas instituciones que los conforman (clubes, espacios culturales, sociedades de fomento, sindicatos, etc.). Que hermoso sería que quienes trabajan en las artes no deban repartir su tiempo en otras actividades para sobrevivir. Que hermoso sería. Tenemos una sociedad que nos regala expresiones maravillosas, lo único que deben hacer quienes gestionan es escucharla.

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