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DE AYER A HOY

Ana La Cubana: “Soy obsesiva del trabajo porque me conecta con mi raíz”

Referencia ineludible en la danza con su escuela de ritmos caribeños. Su infancia en La Habana. La llegada a Argentina. Su exponencial crecimiento. Y una definición: “Bahía me aceptó con mucho cariño”.

Por Leandro Grecco
[email protected] – Instagram: @leandro.grecco – Twitter: @leandrogrecco

Armar un bolso y lanzarse al vacío en busca de una nueva vida. Un viaje a un destino apenas conocido para estrechar nuevos lazos y planificar utopías que puedan convertirse en realidad. Apartarse de la zona de confort para asumir el desafío de conquistar el mundo para dejar una huella a cada paso. De eso se trata la vida para muchas personas a las que el coraje les viene incorporado.

En un mundo globalizado puede resultar mucho más sencillo romper con las barreras culturales, haciendo uso de las tecnologías que acortan las distancias. Pero en el siglo pasado, se requería de un ímpetu particular para asumir el riesgo que podía implicar el hecho de establecerse lejos, al menos geográficamente hablando, del hábitat en el cual uno se crío y formó su personalidad.

La protagonista de la historia de hoy en La Brújula 24 nunca bajó los brazos, antepuso sus ideales contra viento y marea. Dejó atrás su querida tierra para forjar una carrera que le otorga un amplio reconocimiento en la ciudad, como una embajadora cultural de su país. Dueña de una impronta que la distingue, para Ana La Cubana, la vida es mucho más que un baile. Y lo descubrió casi sin proponérselo, como un medio de vida al que se aferra cada día más.

“Mi nombre completo es Ana Margarita Compagnucci Murgas. Nacida en La Habana, hija de mamá cubana y papá argentino. Él estudiaba Ingeniería Civil en La Plata, formaba parte del Movimiento Revolucionario Latinoamericano y cuando triunfó la revolución, se empezaron a ir del país los profesionales”, fueron sus primeras palabras al encenderse el grabador, dando rienda suelta a su extrovertida personalidad.

Y recordó que “fue en ese momento en el que Fidel (Castro) hizo un llamado a sus militantes del espacio en los distintos países del continente, siendo mi padre uno de los que se desplazó a la isla. Recién se había recibido y comenzó a trabajar en Cuba, donde conoció a mi madre”.

“Soy hija única, pese a que tenía dos hermanos del primer matrimonio materno. Viví allá 24 años, recuerdo todo de aquella infancia y juventud, en Centroamérica se vive mucho en colectividad por cuestiones climáticas y la arquitectura de sus viviendas, con horarios para hacer los deberes o jugar. El concepto de compartir en la calle está muy arraigado”, enfatizó, mientras acomodaba una serie de papeles en el escritorio de su oficina dentro de la escuela de danza ubicada en Mitre al 800.

Consultada sobre las motivaciones en su juventud, respondió que “me gustaba estudiar, inicié la carrera de Medicina porque era mi vocación y cuando en primer año desaprobé Bioquímica tuve que salir de la Universidad. En ese sentido, en Cuba son muy estrictos. Luego me recibí en Telecomunicaciones y trabajé en esa área hasta que vine a Argentina”.

“Todo mi bagaje cultural, que con el tiempo se iba a convertir en mi medio de vida, lo aprendí en la escuela, que incluía doble escolaridad con asignaturas más teóricas y clásicas en el turno mañana y los talleres artísticos a la tarde”, aclaró, al argumentar el motivo que luego la llevó a desenvolverse con naturalidad en el área profesional donde se desempeña.

La niñez tuvo aristas que la prepararon para el futuro: “Cuando nací, mi papá ya no estaba en Cuba y a los 12 años recién lo conocí, lo que derivó en que todos mis primos hermanos que vivían en Argentina me empezaran a escribir. Recibía cartas de ellos y de mi abuela casi periódicamente, algunos estaban en Buenos Aires y otros en Bahía Blanca”.

“En ese momento, salir de Cuba era impensado y las leyes migratorias eran muy estrictas, era como un sueño aunque muy utópico. Lo único que tenía en claro era que cuando ganara mi primer sueldo iba a ser destinado para llamar a mi abuela y conocer su voz”, sostuvo, con un tono dulce y melancólico.

Asimismo, aseveró que “como trabajaba en una empresa telefónica se me hizo más sencillo lograrlo; ella me decía que era la única nieta que no conocía y en mi respuesta le trataba de explicar que las condiciones no estaban dadas para viajar. Hasta que, después de tanta insistencia, le conté que para que pueda ir a verla personalmente, papá debía hacer un trámite, con lo cual comenzó a ‘picarle la cabeza’”.

“Llegó el día en el que él me invitó, viajé por primera vez a Argentina sola, sin mi hija que tenía apenas cuatro años y no podía salir del país. Estaba pasando por una situación personal bastante complicada por el contexto en Cuba que acentuaba la dificultad en las relaciones familiares”, consideró, con la certeza de quien atesora cada uno de aquellos momentos.  

Si bien el trauma de resetear su vida era notorio, hubo aspectos alentadores: “Fueron mis primos los que me incentivaron a que me radique aquí, me ayudaron con los trámites para traer a la nena. Siendo en mi caso hija natural de un argentino se simplificaba bastante la ecuación, por eso obtuve la ciudadanía, más allá de que tardó un poco la documentación”.

“Corrían los primeros años de la década del 90 y en lo que fue mi segundo viaje a Argentina, ya me quedé, acompañada de mi hija de cinco años. Lo primero que hice fue buscar trabajo, vendí libros en la calle, fui administrativa porque en Telefónica Argentina me rechazaron todos los currículum que les envié, nunca supe la razón”, se lamentó Ana.

Hasta que llegó el primer golpe de suerte en tierras argentinas: “El director de FM de la Calle en ese entonces, Daniel Randazzo, se enteró por mediación de un amigo de la familia que yo había llegado a Bahía, en momentos en los que su idea era generar una onda más cubana en sus empresas. Me llamaron para dictar talleres de baile en su complejo que estaba ubicado en Chiclana 45, una disciplina que había ejercitado de chica porque los cubanos tenemos incorporada la cultura en la sangre”.

“No obstante, jamás había dado clases y los nervios que tenía eran muy grandes porque desde un primer momento aclaré que no era profesora, solo iba a tratar de transmitir mis conocimientos. El 8 de diciembre de 1994, a la noche, dí mi primera clase, no me olvido más, mi hija iba al jardín de infantes y yo estaba buscando trabajo de otra cosa”, refirió, ya totalmente distendida y entregada a la conversación.

El efecto contagio fue inevitable: “Mis alumnas me decían que si había otro horario disponible, se sumarían sus amigas a las clases de salsa. Con el correr de las semanas pude comprar un espejo y un equipo de música para colocar en el living de mi casa, donde se terminó por disparar la propuesta de los talleres de baile”.

“La primera semana fueron cinco alumnas, la segunda diez, la tercera veinte y el crecimiento fue verdaderamente exponencial. Tenía casi toda la jornada completa, estaba todo el día dando clases. En ese momento llega a Bahía un cubano de nombre Noel, que era escritor, y tenía en mente permanecer un tiempo en la ciudad. Por eso, le ofrecí que se sume a enseñar baile conmigo porque estaba totalmente sobrepasada, coincidiendo con el boom de los ritmos caribeños”, esgrimió la mujer nacida hace 53 años en el corazón de Centroamérica.

Tenaz y sin conformarse, mantenía un objetivo claro: “Mientras todo esto me estaba ocurriendo, yo seguía buscando un trabajo que me aporte un sueldo fijo porque mi hija era chiquita. En Cuba, cuando te dedicas profesionalmente a algo es porque lo estudiaste y ese no era mi caso, no me creía una docente de baile, solo lo hacía para sobrevivir, tratando de ser lo más aplicada posible”.

“Fue así que me empezaron a contratar de distintos clubes de la ciudad, pese a que no tenía ni idea de lo que era montar un show. Tampoco contaba con el colorido necesario para armar un vestuario, mientras que la bola de nieve se hacía cada vez más grande porque llegó el momento en el que también me llamaban de los salones de eventos”, ponderó, agradecida y satisfecha.

Para Ana era una verdadera gesta, venciendo cualquier tipo de temor o inseguridad: “Allá iba, a bailar con mi pollerita que era el atuendo que más se emparentaba con los ritmos caribeños. Era todo muy artesanal e inmediatamente, involucré a mis alumnas en las presentaciones y comencé a acordarme de cómo hacíamos en Cuba”.

“Hasta que llegó el verano de 1996, cuando me contrataron en Monte Hermoso para dar clases y, en paralelo, también hacía lo propio en el único parador que había en ese entonces, pegado a la rambla. Allí fue que me bautizaron como ‘Ana La Cubana’, la propia gente que estaba veraneando fue la que me empezó a llamar así. Alejandro De Robbio me hizo la primera nota radial en La Sombrilla y ahí fue que mi carrera terminó de explotar, bailando en Margarita y Aranjuez”, rememoró, sobre el máximo nivel de exposición que logró por entonces.

El contexto la obligaba a ponerse a la altura de las circunstancias: “Mientras eso me estaba ocurriendo, sentí la necesidad de formarme en la materia, viajaba a Cuba y a Buenos Aires para tomar clases con bailarines profesionales. Muchos de los ritmos que enseño son populares, por ejemplo la salsa casino que se baila en pareja, se ve en las calles de mi país”.

“Uno de los retos que tuve que asumir fue aceptar que debía aprender a hacer de varón, lo que iba a simplificar la manera en la que enseñaba acá. Mi hermano en Cuba me grababa un programa que se llamaba Palmas y Cañas y se emitía los domingos por TV donde la temática era lo que se conoce como música campesina. Los VHS me llegaban siempre por intermedio de alguien y de ahí sacaba vestuarios y podía utilizar ese material para armar las coreografías”, aseguró, ingresando en el segmento final de la conversación.

Ana admitió que hubo un par de influencias claves en su crecimiento profesional: “Tanto él como Daniel (Randazzo) fueron los que me incentivaron para que deje de buscar un empleo de otra cosa y ponga toda la energía en los espectáculos en La Barraca, Chamán o Frida, donde solía presentarme. Inmediatamente después nació el ‘Grupo Habana’ y comenzamos a hacer cenas-show, que le dio paso al armado de un conjunto de baile compuesto por seis parejas, el cual era convocado para eventos de mayor magnitud, con trabajo todos los fines de semana”.

“Ya en 2009 daba clases en todos lados, sea un salón, un club o como me ocurrió durante casi una década en un gimnasio de la primera cuadra de calle 11 de Abril, lugar que quiero mucho. Hasta que fueron los alumnos los que me impulsaron a tener un espacio propio y mi fantasía era alquilar un lugar parecido a La Habana, que estuviera al alcance de mi bolsillo”, sentenció.

La memoria emotiva y visual la llevó a optar por un espacio acorde a las necesidades: “Solía pasar caminando por la esquina de Estomba y Rodríguez y veo el cartel de ‘se alquila’ en la planta alta, cuya fachada tenía mucho que ver con lo que estaba buscando. Llamé a la inmobiliaria y de a poco la pusimos de pie porque en el interior estaba todo arruinado, con mucho sacrificio y a pulmón”.

“Di clases allí durante nueve años, hasta que mi papá me dijo que iba a hacer mi propia escuela arriba de la casa de mis abuelos, donde estoy actualmente en Mitre al 800. Fue un regalo hermoso que se materializó el 27 de octubre de 2018 y coincidió con la previa a la llegada de la pandemia, la cual me obligó a dictar las clases a través de un grupo de Facebook, una etapa horrible que aún está muy latente pero que ya está quedando atrás”, celebró aliviada.

Cuando se le consultó sobre las similitudes entre ambas culturas, no dudó en emparentar que: “Tanto los argentinos como los cubanos comparten la picardía, la creatividad para el humor, más allá de que también se diferencian por cuestiones incluso que tienen que ver con lo geográfico y climático. Hace 27 años que vivo acá, me siento parte del mobiliario de la ciudad, un lugar que me aceptó con mucho cariño”.

“La última vez que fui a Cuba fue en 2019 y ahora me puse como objetivo primordial traer a mamá, un trámite muy engorroso por los requisitos que exige Argentina, a través de la necesidad de una visa permanente”, advirtió, con la esperanza de quien no va a bajar los brazos hasta lograr su cometido.

En el epílogo, una declaración de principios: “Amo mi trabajo porque me conecta con mi país de origen, me sigo perfeccionando porque cada vez quiero ser mejor para mis alumnos y la sociedad porque si me toca representar a Cuba en una Fiesta de Colectividades debo estar a la altura. Soy un poco obsesiva, por eso disfruto que mis alumnos se involucren no solo desde el baile”.

Ana La Cubana debe prepararse para dictar una nueva clase. Ya perdió la cuenta hace muchos años de las veces que se paró frente a los alumnos para enseñar un paso o pulir un movimiento. Lleva en la sangre la cadencia de quien abraza cada gragea del pasado, para transmitirla en el acervo bahiense. Y lo hace bailando, porque así se vive mejor.

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